RESEÑAS. Maximilano Crespi. Black out Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 4 / diciembre 2017 / pp. 93-106 ISSN 2422-5932
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pero carnal” (Moreno, 2016: 29). Como en el sueño, la lógica es
la del desenfreno: vacilación, caída libre, prosa cortada, fusión
de escenas, de lecturas, imágenes, líneas de texto, anécdotas,
instantáneas, voces, noches, vértigo, fantasmas.
Pero cuando finalmente emerge, el tema adquiere la
consistencia de una verdad revelada por la experiencia. La que
“no quería que su primera imagen fuera la de un animal que
sangra” descubre que el suyo no es en el fondo un libro sobre la
adicción; es más bien un libro sobre el derecho a no entregarse
por completo a la pulsión de muerte. Se entra por entrar (a la
tribu) –”Yo quería ser la única mujer” (Moreno, 2016: 182);
“Coqueteaba con un whisky en la mano en una mesa de varones
pesados que me enorgullecía de integrar como única dama, ima-
ginándome una igual, ignorante de cuánto mi presencia atempe-
raba sus bromas soeces, la brutalidad de sus chistes misóginos”
(Moreno, 2016: 301). Se sale por salir, por nada –es decir,
cuando ha madurado ese “poder soberano” cuya eficacia radica,
no ya en la posibilidad de traicionar, sino en la de confirmar,
como en Briante, la “elegancia suprema de una escritura que no
se arrodilla ante nadie” (Moreno, 2016: 188)–.
Nombres
Cristina Forero ya no existe. O existe sólo con el de María Mo-
reno. En la corrosiva ficción de Norberto Soares, los “dos
nombres verdaderos” de la voz que habla desde Black out. Pero
en el espacio imaginario del origen, el nombre de María Moreno
es el sobreviviente de una serie que incluye los nombres de Susy
Kawasaki, Juan González Carvallo, Rosita Falcón. En la memo-
ria de Moreno esos personajes conviven irónicamente, como fi-
guras de cartón de un Tango Park que un poco recuerda la des-
hilachada soledad en que trabajaba el Gabino Betinotti soñado
por Oscar Steimberg. Una rockerita desgreñada, un machista
recalcitrante, una viejita quejosa y picarona, una cronista frívola
de la vida cotidiana que gradualmente se fue convirtiendo en
una lectora mordaz de la verdad histórica que a veces eleva a
mitológicas las vidas infames y las lenguas plebeyas.
“No me reconozco en mi nombre”, dice la Moreno. “Ni
en mi pasado ni en mi presente ni en mi sexo”, agrega provoca-
tivamente en una entrevista. Si la mujer es la loca del hombre
(su reverso, aquello que el hombre no se atreve a pensar y a es-
cribir) es porque constituye una resistencia al nombre. Como en