amables, vida del mundo verde; respiraréis los hondos aromas, y domaréis los
seres salvajes, y yo os daré el agua de mis fuentes y la miel de mis panales y
la sangre de mi cuerpo.
CORO. Te cantaré siempre, me uniré a tus cortejos, y me poseerá tu delirio,
dios de mil nombres, dios de mil coronas. A Dionisos los himnos exaltados, las
antorchas fulgurantes. ¡lo Pean, Io Pean ! A Dionisos los sacrificios ardientes,
las danzas vertiginosas. ¡Evohé, Evohé! (1916: 45)
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Como se comprende, el vitalismo de Henríquez Ureña (como el de
Alfonso Reyes, muy de otro tipo que el de Ricardo Rojas) apela al
“establecimiento de un culto” y, por lo tanto, de una comunidad, pero su modelo
es antes griego (es decir: la confederación de ciudades) que oriental o romano
(es decir: estatalista, imperial, autoritario).
El modelo griego vuelve como un ritornello a lo largo de toda su obra:
!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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En la “Justificación” de ese ejercicio injustificable se lee: “En este ensayo de tragedia
antigua se ha tratado de imitar la forma trágica en uso durante el período
inmediatamente anterior a Esquilo: la forma que, según las noticias llegadas hasta
nosotros, empleó el poeta Frínico, y cuyas características son el predominio absoluto
del coro y la intervención de un solo actor en cada episodio. No se ha omitido ninguna
de las partes esenciales de la tragedia griega: el PARODOS, la entrada del coro; los
EPISODIOS, que contienen la acción (forma primitiva de nuestros Actos); los
STASIMA, cantos del coro que separan los episodios; en cuanto al ÉXODO, el final,
he adoptado, no la forma en uso desde Esquilo, en la que se desechaba generalmente
la forma lírica en favor de la dialogada, sino una de las formas primitivas, que subsiste
todavía, por ejemplo, en Los Persas del propio Esquilo: las voces alternas del coro y el
actor. He introducido también el COMMOS, lamento alternado del coro y el actor, parte
no imprescindible, pero sí tan usual que cabe llamarla característica de la tragedia
griega.
Si este ensayo en un género esencialmente poético no está escrito en verso,
débese a la dificultad de emplear metros castellanos que sugieran las formas poéticas
de los griegos. He preferido la prosa, ateniéndome al ejemplo de muchos insignes
traductores de las tragedias clásicas, uno de ellos no menor poeta que Leconte de
Lisle. Con relación a las estrofas, antistrofas y epodos, debo recordar, a quienes
juzguen absurdas las estrofas en prosa, que estas palabras significaban
originariamente los movimientos del coro. En el lenguaje, he tratado de seguir
principalmente las formas de los trágicos, conservando, entre otros detalles, el uso
variable (arbitrario en apariencia, pero psicológico en realidad) de singular y plural en
el coro.
Si mi ensayo de tragedia no corresponde a la concepción moderna del conflicto
trágico, no altera la concepción griega: como desenlaces sin desastre, y a veces
jubilosos, recuérdense los de Las suplicantes y Las Euménides de Esquilo, el Edipo en
Colona y el Filoctetes de Sófocles, el Ion, la Helena, la Ifigenia en Táurida y la
Alcestes de Eurípides. El desenlace de muchas tragedias griegas era el
establecimiento de un culto: el de las Euménides en Atenas, por ejemplo”. (1916: 5-7)