Fangmann, “Sentido de presencia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 83-94 83 ISSN 2422-5932
SENTIDO DE PRESENCIA:
SYLVIA MOLLOY Y LAS MARCAS DE LAS
COSAS EN COMÚN
Cristina I. Fangmann
Universidad de Buenos Aires
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Doctora por la Universidad de Nueva York. Ha dictado
clases en universidades de Estados Unidos y Buenos Aires, sobre lengua española y literatura latinoamericana. Es docente
regular de Teoría y Análisis Literario en la Facultad de Filosofía y Letras. Desarrolla su trabajo de investigación en el
marco del Instituto de Literatura Hispanoamericana (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires, donde coordina el
Grupo de Estudios Andinos, junto con la Dra. Aymará de Llano. En los últimos años se ha especializado en literatura
de y sobre Bolivia. Ha publicado artículos académicos sobre escritores latinoamericanos, y ha traducido textos del inglés,
italiano y portugués.
Contacto: cifangmann@gmail.com
Todo sobre Molloy
NÚMERO ESPECIAL
Fangmann, “Sentido de presencia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 83-94 84 ISSN 2422-5932
Buenos Aires, 13 de abril de 2020
Querida Sylvia,
Me desperté de madrugada pensando en esta carta que te estoy escribiendo
desde hace muchos días. Como decía Silvina, en uno de esos “diálogos
imaginarios”, te escribía mentalmente, te hablaba y te invocaba… Justo para
la época en que ibas a venir a Buenos Aires se propagó la pandemia y se
decretaron las cuarentenas… Me angustió pensar que no vendrías por mucho
tiempo; que tampoco yo podría viajar a Nueva York, como esperaba hacer en
un futuro mediato.
De ausencias y de presencias. Esta ausencia tuya, ahora cabal, nítida, pesa
más porque ya no somos nosotras las que decidimos los viajes, las idas y
vueltas, las itinerancias que signaron nuestras vidas. Ahora son los gobiernos
y los infectólogos quienes marcan las fechas del calendario de nuestros días
de encierro. Ellos deciden por nosotras, nos “cuidan”, nos vigilan, en una
sutil, invisible y engañosa línea que pasa de uno al otro lado. Pasarán largos
meses hasta que podamos volver a vernos y abrazarnos. Irónicamente, había
puesto este título -“sentido de presencia”- muchos meses antes; ahora cobra
un sentido casi literal: tu presencia sentida, querida, invocada, como siempre,
pero más.
Recorro los títulos de tus libros, en los que esta oscilación entre presencia y
ausencia nos vuelve a convocar. En breve cárcel, traducida al inglés como
Certificate of Absence actualiza esta situación de encierro, resignifica las
ausencias y alcanza una dimensión especial en este momento. Y como
contracara, At face value: el Acto de presencia, el que nos repone el cuerpo y la
voz en el disfraz de la escritura. Como reconoce Paloma Vidal, el título en
portugués nos confirma esa presencia con el discurso jurídico: Vale o escrito. El
valor compensatorio de la escritura.
1
Los textos que nos devuelven el sentido
de presencia, las ganas de sobrevivir…
1
Paloma Vidal, “Molloy, siempre tan literaria”, en Estar entre. Ensayos de literaturas en tránsito. Buenos Aires,
Grumo, 2019, pp. 49-57.
Comienzo la reseña que escribí sobre este libro en 1999 refiriéndome al título:
At Face Value. El título original del libro escrito en inglés muestra en su centro una de las claves del objeto que
estudia: Face es cara, es rostro; at face value, una expresión difícil de traducir. El diccionario dice: “tomar algo ‘a pie
juntillas’, nominalmente. Nominal: nombre. Nombre, rostro ... presencia prefiere la autora para el título en
español. Porque elige para su libro escritores que decidieron escribir sobre sí mismos, sobre sus vidas, sobre las
imágenes de sí, sobre sus "actos de presencia", que no son sólo actos de presencia en la vida -a Molloy no le
interesa "distinguir hechos de ficción"- sino fundamentalmente, actos de presencia en la escritura. Por eso
también son actos de "defacement', de borramiento, de camuflaje”.
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La letra se hace más patente que nunca. Te escribo esta carta que en su origen
fue manuscrita. Escribir a mano me acerca más, me conecta más… La
elección del formato es otra inspiración de Silvina, tan cara al género
epistolar. Sus cartas, sus cuentos enmarcados en cartas, las cartas guardadas
en el cajón, las epístolas a Giorgio de Chirico y a otros personajes reales o
inventados me invitan a esta forma de comunicación más íntima y sincera.
Pero a diferencia de las cartas de Silvina ésta, espero, no será “irremisible”.
Sabés muy bien cuánto me cuesta sacar los papeles del cajón, mostrar lo que
escribo, y en esta ocasión que te involucra como destinataria, más aún. Si me
animo a hacer público algo del ámbito de nuestra intimidad es porque
después de tantos años lo que prevalece es el afecto. Es el cariño el hilo
conductor que irá hilvanando, en esta carta-collage, escenas y recuerdos de
“las cosas que tenemos en común”.
2
Va la carta como obsequio, como
retribución y agradecimiento por todo lo que recibí de vos: de tus clases, de
tus libros, tus gestos, tus palabras, tus enseñanzas de las letras y la vida.
Y al principio fue el nombre…
Lo primero que supe de vos fue tu nombre y apellido como autora del libro
recomendado por Beatriz Sarlo en las clases de Literatura Argentina II en la
UBA. Un nombre propio en una bibliografía. La lectura de ese libro trajo tus
palabras e ideas sobre las Letras de Borges. Pero también nos introducía a la
figura del flâneur de Walter Benjamin y anticipaba en el análisis del sujeto
borgeano, a la voyeur
3
, esa futura narradora de tus textos literarios situada en el
borde, desplazada
4
; la que observa, y aun espía, a través de los intersticios, la
vida de lxs otrxs. La narradora curiosa ¿o chismosa? que se oculta o camufla.
Silvina (¡once again!). Ella y sus narradoras. Ella: me contaste que la fuiste a
visitar y en vez de recibirte y atenderte te dejó esperando. Y luego te contó
que te había estado mirando, escondida… Sus narradoras: la de El
impostor, trepada al techo del rancho para espiar a los amantes; la Muñeca,
obligada a espiar por la cerradura del baño en “El pecado mortal”…
Las letras de Borges nos lanzaba a los estudiantes de los ochenta- a la lectura
de Roland Barthes y nos enseñaba operaciones de análisis textual. A su vez,
Cristina Fangmann, Reseña de Sylvia Molloy. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica. En
Filología. Revista del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”, Año XXXII, 1-2, Facultad de
Filosofía y Letras, UBA, 1999, pp. 236-238. ISSN 0071-495 X. Accesible en:
file:///C:/Users/redes/Documents/TEORIA/Rese%C3%B1a%20Molloy%20-
%20Filolog%C3%ADa%2032%20(1-2).pdf
2
Dedicatoria de Sylvia a mi ejemplar de Vivir entre lenguas.
3
El flâneur-voyeur que Sylvia figura ya en el primer capítulo de Las letras de Borges reaparece en el ensayo “Flâneries
textuales: Borges, Benjamin y Baudelaire”, añadido en la edición de Beatriz Viterbo, en 1999, pp.191-207.
4
“Un modo de estar en escena de la narradora (…) retirada de la pose, desplazada, observando a cierta distancia,
con un diferimiento irónico”, dice Paloma Vidal sobre algunos textos de Molloy. Me pregunto: ¿No es acaso
también una pose ese retirarse?
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nos mostraba performáticamente- esas operaciones en la escritura de ficción
y de poesía.
Del nombre de autora al nombre propio
Ese nombre de autora crítica pasó a convertirse en nombre propio cuando
por primera vez tuve que dirigirme a vos. Y esa primera aproximación
personal fue en forma epistolar. Se trataba de mi carta de presentación para
postularme al Doctorado en NYU. La respuesta llegó con tu firma de puño
y letra- en tu carta de aceptación.
No puedo creer que hayas tenido que convencerme. Es que me habían
escrito desde Duke. Esta vez fue una conversación telefónica. Seguramente,
la primera que tuvimos. En ella desplegaste tu poder de persuasión. Tu
argumento fue: “Venís de Buenos Aires, no podés ir a Duke…es como irte a
vivir al campo. ¡Acá estarás en Nueva York!”. Fue la primera de varias
negociaciones, una en la que sin duda, ganamos las dos. Nunca había estado
en Nueva York y no sabía aún lo que significaba vivir en esa ciudad que
después me cautivó.
En ese momento tampoco sabía mucho sobre vos; no tenía
conciencia del nivel de reconocimiento y respeto que tenías en la academia
norteamericana, ni sobre tu carácter de pionera en los estudios de género. Esa
conciencia se fue forjando paulatinamente con algunas señales: eras respetada,
reconocida, y además, (supe después) eras amiga de Josefina Ludmer, Beatriz
Sarlo y Ana María Barrenechea, las tres profesoras a las que yo había pedido
mis cartas de recomendación. Todas ellas recalcaron que me convenía ir a
NYU (antes que a otras universidades en Estados Unidos), porque allí estaba
“Molloy”. La otra señal me la dio mi amiga Betina Kaplan, quien se había ido
un año antes a la Universidad de Columbia. Cuando supo que yo iría a NYU,
me regaló En breve cárcel. Como nos contaste a Agustina Comedi y a en la
entrevista que te hicimos en 2015, tu primera novela publicada había
circulado poco, algo clandestinamente, en Argentina. Josefina nos había
hablado de los Estudios de Género, un área que se estaba abriendo en las
universidades de EEUU, como un campo nuevo. Para mí, que apenas había
leído a Puig, la lectura de tu novela me abrió un mundo, el de las lecturas de
ficción con perspectiva de género.
5
Un campo que, obviamente, tus clases
5
Sylvia Molloy, En breve cárcel, Barcelona, Seix Barral, 1981. En 2015 Agustina Comedi y yo entrevistamos a Sylvia
en su departamento de Buenos Aires. En esa ocasión, Sylvia nos refirió la “censura no manifiesta” que afectó la
publicación de la novela. Según entiende, la novela no fue aceptada para su publicación en Sudamericana (aun
siendo su amigo, Enrique Pezzoni el editor).
“Sarduy se la presentó a Pere Ginferrer en Seix Barral, quien la aceptó. En Buenos Aires circuló en fotocopias;
tuvo una circulación underground. Hubo reseñas muy cautelosas, como la de Gudiño Kieffer en La Nación. El tema,
“el amor de Safo”. Me asociaba con una línea “extranjera” y me relacionaba con Sade. Ella vive afuera, no acá.
1981/82.”
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ampliaron, profundizaron y ejemplificaron con textos teóricos y literarios
hispanoamericanos. Encontré ahí una primera muestra de tu coherencia, una
toma de posición ética y en un sentido, política: la escritura de ficción, la
escritura crítica y la teórica sostenidas, afirmadas, involved, en el enfoque de
género.
Fue cuando llegué a NYU, en tus clases, hablando con colegas de
distintos países y siendo testigo de tus avances en el enorme trabajo de
gestión, que me di cuenta del gran privilegio que tenía de ser tu alumna y años
después, de que dirigieras mi tesis.
Abril de 1991. En uno de los últimos vuelos de Panamerican llegué a
Nueva York por primera vez en mi vida. Al mismo tiempo te conocí a vos y a
la ciudad en la que viviría por los próximos cuatro años. Fue un viaje breve,
de reconocimiento del terreno. Descubrimos en ese primer encuentro algunas
de las varias y variadas cosas que tenemos en común”, como me decís en la
dedicatoria a mi ejemplar de Vivir entre Lenguas. Hablando de “nombres”, mi
papá Charlie, (como el padre del protagonista quite alter ego de SM- de El
común olvido) era un joven aprendiz en el frigorífico inglés en el que Mr.
Molloy era el director. La común ascendencia anglo, la zona de la ciudad
donde nos criamos, y como descubrimos en algún momento, hasta el número
de nuestras direcciones coincidían. Son los barrios, los nombres de algunas
calles, el recorrido del colectivo 60 y del tren Mitre que va a Tigre los espacios
compartidos que se rememoran en la novela.
Pero más allá de estas coincidencias, las cosas propias que tenemos
en común son, sobre todo, las letras y los gatos. Acá hago un punto para
agradecerte especialmente, pues no sólo me enseñaste mucho sobre asuntos
literarios, sino también en el trato con los gatos. ¿Te acordás? Mi prueba de
fuego la pasé apenas llegué a Nueva York. Me propusiste que me quedara en
tu casa a cuidarte los gatos. My first job in the city. Tu firma esta vez llegó
manuscrita y sin apellido en una carta de bienvenida. “Espero que los chicos
se porten bien”, me escribiste junto al teléfono del veterinario, just in case. Los
“chicos” eran siete gatos que habían alcanzado el estatus de indoors” al que
se sumaba un grupo de “outsiders”, que visitaban el jardín y venían a comer
regularmente. Por suerte nos llevamos bien y todos sobrevivimos. En esa
semana, sin haberte visto, te conocí más íntimamente a través de los gatos y
de detalles de tu casa: tus libros, tus objetos, tu letra de mano zurda grande y
redonda en papelitos
6
Uno de esos días, a la sazón, 29 de agosto, supe que
6
PAPELES Y PAPELITOS: Allí en tu casa, pegados en la biblioteca, en la cocina, al lado del teléfono; en la
oficina, con anotaciones, listas de nombres, teléfonos. Para no hablar de tu agendita, con los nombres anotados
abigarradamente, las hojas sueltas agarradas con una gomita. Algo que me recordó también el modo en que doblás
los billetes (con gomita?) y los guardás en el bolsillo, como hacía mi abuelo.
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era tu cumpleaños. Es que el contestador automático recogía a cada rato
mensajes de afecto y saludos. Supe también, por algo que flotaba en el aire de
la casa, que dos mujeres podían convivir armoniosa y amorosamente. ¿Nunca
te dije que era muy ingenua en esa época? Fue un descubrimiento importante
cuando justo acababa de separarme de mi primer marido.
- “Los gatos me quitan la angustia, me apaciguan, me tranquilizan”, nos de-
cís en la entrevista.
Tus gatos de Chelsea me rescataron, me ayudaron a sobrevivir en esos
primeros días de “exilio”. Por primera vez vivía sola y fueron Willy y su
pandilla mis compañeros inolvidables.
Pero fue Rosenda nuestra gata “en común”. Una vez más me convenciste con
otra estrategia de persuasión. Yo me había mudado a Brooklyn y quería criar.
Te pedí una gata chiquita. Siempre decís que cuando Emily la rescató del
subsuelo del tribunal se (¿o te?) engañó; siempre sospecho que me engañaste
a mí. Cuando la fui a buscar era una gorda grandota y sin cola. No lo podía
creer, pero ya era mía. O, mejor dicho, nuestra. Porque mi “pana” del alma, y
roommate, Sonya Canetti Mirabal, la crió conmigo. Y finalmente se la llevó a su
hermosa casa de Caguas en Puerto Rico cuando yo volví a Buenos Aires. El
nombre, inspirado en el Rosendo Juárez borgiano. Para esa época habíamos
tomado tu curso sobre Borges. Así fue la historia de Rosenda, de Brooklyn al
Caribe con su nombre de compadrita.
En la entrevista hablamos largamente de los gatos. También Agustina
es gatera y había ocurrido algo muy lindo: mientras preparábamos la
entrevista en su casa uno de sus gatos se subió a la pila de tus libros que
estaban sobre la mesa. También hablamos sobre las autobiografías, temas que
convergieron en tu frase: “Los gatos tienen un sentido de composición de
mismos…son muy compuestos… son estupendos actantes de presencia”.
¿Y no es acaso lo que leés en las autobiografías de los escritorxs
hispanoamericanxs? Cómo se compusieron a mismos… ¿Y no es acaso lo
que hacen tus narradoras de autoficción/autoficcionales? O ¿cómo decirlo?
El yo que narra tus recuerdos, reales, inventados o prestados, como sabés
reconocer… Componerse a sí mismxs.
Lo cierto es que los gatos nos inspiran, nos hacen reír, nos divierten
y nos consuelan. Desde aquella vez en que cuidé tus gatos, ellos siempre
estuvieron presentes en nuestras conversaciones, en las cartas y mensajes de
correo. En cada viaje nos ponemos al día y es muy gracioso cuando bajás el
tono de voz para confesarme que han adoptado a alguno más. Y ya van… en
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seguida viene la justificación. Te devuelvo una anécdota felina; la encontré en
un mail que me mandaste para la Navidad del 2000:
Lo que me contás de tu nueva gata Kiri me divirtió mucho, para qué
contarte que nosotros estamos con DOS gatos extra, ambos producto de
desalmado abandono. Uno, persa, gris oscuro, andaba por Long Island
desde hace meses, muerto de hambre, comiendo como podía y muy atento a
nuestras idas y venidas. Resultó ser manso y muy cariñoso, tratamos de
regalarlo pero no encontramos candidato (es posible que hasta te haya
llegado una foto de él porque Michael, mi ayudante, hizo campaña con
todos los estudiantes graduados), por fin hemos decidido quedarnos con él
porque los intentos de integración en el grupo madre, por así llamarlo, han
funcionado bastante bien. Pero hete aquí que hace unas semanas apareció
OTRO gato, también escuálido y abandonado, esta vez hembra, toda negra,
un tanto egipcia ella y -- también -- muy mansita y agradecida de que la
hiciéramos entrar ya que hace un frío espeluznante. En fin, a ella todavía
NO la integramos, buscamos desesperadamente otra casa para ella, es
lástima que no te tenga más cerca o te convencía de que a Kiri le hacía falta
compañía.
En cuanto a las letras, vuelvo al leitmotiv de “las cosas que tenemos en
común” para reconocer nuestros excesos, el tema que consensuamospara
mi tesis después de otra negociación. Esta vez, no si recordás, me invitaste
a almorzar. Era el momento para empezar a encarar el proyecto de tesis. Yo
había llegado a Nueva York con una investigación avanzada sobre la revista
Primera Plana, trabajo que me había justificado la equivalencia de la maestría.
Pero evidentemente, no te sentías cómoda como para dirigirme un proyecto
que ya venía armado desde antes y con el que no te identificabas. Era el final
del semestre de 1994 y yo justo había ganado una beca de CLACS para viajar
a Brasil y a Argentina a investigar los procesos de modernización cultural
durante los años 60 a través de las publicaciones. Por eso para fue difícil
decidir un cambio de tema y empezar de cero. Tu argumento esta vez fue que
lo de Primera Plana estaba muy bien para Buenos Aires, pero si yo me quería
quedar en Estados Unidos era más conveniente escribir sobre un tema más
literario, tendría menos dificultades para obtener un puesto en una
universidad de allá, etc. Una vez más me convenciste. Esta vez dudé sobre la
cuestión de la ganancia, aunque con el correr de los años, puedo contar y
reconocer todo lo que tengo en mi haber.
Empezamos entonces a barajar temas y autores. Me preguntaste qué
me había interesado de todo lo que había visto en los cursos. En ese mismo
almuerzo pude combinar bajo la noción de exceso- algo que habíamos visto
en tu clase sobre Modernismo, especialmente en Delmira Agustini, y el
Perlongher que había estudiado en las clases de Roberto Echavarren. De
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hecho, Perlongher había ido a NYU en abril del 92 para participar del ciclo de
poesía neobarroca organizado por Roberto. Su poesía se leía en Buenos Aires
pero conocerlo personalmente fue impactante. Unos meses después moriría.
El exceso, me animo a decir ahora, compartido, ya que no siempre es
desborde, dispersión o divergencia. También puede esconderse en el estilo
fragmentario, en las viñetas “entre lenguas”, y desde ya, en las
“desarticulaciones”. Rescato una vez más una cita tuya, cuando decísel
entusiasmo de la escritura”. ¿Qué mayor exceso que el del entusiasmo? ¿No
es acaso “entusiasmo” estar o sentirse lleno de dioses? El impulso irresistible
que empuja a la pluma, que la hace correr sobre el papel. Impulso que en mis
trabajos encontraba las riendas de tu letra en los comentarios al margen, en
tus sugerencias de cambios, añadiduras o eliminaciones. Y por suerte,
también había algún “OK” que traía alivio y me devolvía la confianza.
Tus palabras de maestra señalando aciertos, marcando las imperfecciones y
sugiriendo pasos para avanzar, caminos para explorar y autoras para leer y
analizar. Como Delmira, como Silvina, como María Luisa Bombal o Teresa
de la Parra.
Era más claro ver el exceso en Delmira, sobre todo en su contraste
con Darío, tal como lo planteaste en tus clases y escribiste en tu artículo sobre
los dos cisnes.
7
Y era evidente que en Perlongher podía analizarse el exceso
en diferentes aspectos o planos, desde lo lingüístico, hasta lo estético,
pasando por lo político y performativo, pero me costó mucho s asimilar a
la nueva autora que me proponías. Justamente, con una metáfora del sistema
digestivo me explicabas la idea del exceso y por qué Silvina Ocampo debía ser
mi autora ejemplar: sus textos eran difíciles de asimilar, de digerir, de
atravesar… y en el caso de la autora, también era difícil de encasillar, de
clasificar. Aquí una de tus palabras clave que me resuena en inglés: la misfit.
De nuestro “archivo vital y epistolar” rescato un fragmento de una
carta. Te la escribí en Buenos Aires en septiembre del 97 cuando estaba
trabajando en el capítulo sobre Silvina. Tuve que enviártela por fax pues
todavía te resistías a usar el correo electrónico:
Al abrir la carpeta de ese curso (uno sobre Feminismo y literatura dado por
Marta Peixoto), lo primero que encontré fue un artículo tuyo (llegaste!),
“Sentido de ausencias” (Rev. Iberoamericana, 1985). Acabo de escribir el
título y vuelvo a sentir tu ausencia, a extrañarte (carajo! digo, porque me da
rabia tenerte lejos cuando s cerca te siento). No me acordaba haber leído
ese artículo y al mismo tiempo me resultaba familiar. Me encantó y se me
iban ocurriendo mil cosas cuando lo leía. Te hacía comentarios, te discutía
7
Sylvia Molloy. "Dos lecturas del cisne: Rubén Darío y Delmira Agustini", en Patricia González (ed. & introd.) y
Eliana Ortega (ed.). La sartén por el mango: Encuentro de escritoras latinoamericanas. Río Piedras, PR, Huracán, 1984, pp.
57 69.
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(lo de las tumbergias, por ejemplo, que no es una palabra de Pepe sino de
Silvina. En todo caso, ella se la habrá prestado, pero no hay palabra más
propia de Silvina que “tumbergia”. Incluso habla sobre esto en las
conversaciones con Noemí Ulla y le dice que le gusta esa palabra porque así
suena extranjera, porque nadie la conoce)
8
, y finalmente sentí que estaba
metida en tu propio proyecto, ése que declarás al final. Un proyecto que
también ya es mío. Siempre me sorprendo al pensar cómo me costó entrar
en la obra de Silvina y cómo vos me insistías. Hasta tengo escritas frases
tuyas donde me decías que trabajara con ella tratando de ver qué me
producía. No si puedo definir qué me produce porque son muchas cosas
contradictorias (como lo es todo en Silvina), pero puedo asegurarte que
siento totalmente esa conexión con su mundo y como vos decís, al
reconocerla como tu precursora, es también el tuyo, o al menos, me lleva
hacia vos, que sos quien me trajiste hacia ella… And so on…
Como siempre, en nuestra correspondencia se mezclan los temas académicos
con los felinos y familiares, pero para volver a tu rol de profesora rescato de
este fragmento y de mis apuntes- tu indicación que une lo metodológico
(verbos como “fijate”, “preguntate”, “tratá de ver…”) con lo emocional
(“qué me produce”). Si Barthes hablaba de textos de goce y de placer, este
plano de la recepción emocional- y hasta física- lo comprendí mejor cuando
leí el libro de Annie Le Brun sobre Sade (¿recomendado por vos? Ya no
recuerdo…). Lo indigerible del exceso en su máxima expresión.
9
Mis apuntes (a veces tomados de conversaciones telefónicas), muestran otro
tipo de mezcla: las indicaciones y comentarios incluyen enseñanzas diversas.
A veces en tono de sentencia, que vale para la recepción crítica y también
para la vida. Hablando de placeres, encuentro esta frase inolvidable:
“No podés controlar el placer del otro”
Si pienso En breve cárcel imagino que fue una enseñanza dolorosamente
aprendida.
Ya ves, me enseñaste con tus palabras, con tus gestos y también con
tus acciones. Desde tus distintos roles siempre aprendía algo nuevo. Como
profesora, algo que intenté siempre y sigo intentando en mis clases: saber
escuchar. En NYU pude apreciar (a diferencia de la masiva UBA) el formato
de clase chica. Aunque fuésemos 20 alumnxs, un número alto para una clase
de doctorado, vos preferías sentarte con nosotrxs alrededor de una mesa. Sin
marcar posiciones jerárquicas por medio del espacio del aula (allá, la sala). Un
espacio en el que todxs pudiéramos mirarnos las caras, escucharnos,
8
Es curioso que el corrector de word marque la palabra, él tampoco la reconoce!
9
Annie Le Brun, Soudain un bloc d'abîme, Sade. Jean-Jacques Pauvert, París, 1986.
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intervenir… Dabas tus clases en un tono amigable y era obvio que las
disfrutabas. Nos escuchabas, nos respondías, nos explicabas y no por eso
dejabas pasar algo por alto si no te parecía pertinente o correcto. Si en vez de
clase era un coloquio con invitados, otrxs profesores del Departamento y
alumnxs de afuera, eras generosa. Si algunx de tus estudiantes nos
animábamos a intervenir, nos apoyabas, nos alentabas. Y luego en las clases,
recuperabas esas intervenciones para aprovecharlas con nuevas sugerencias.
Al final de la reseña sobre Acto de presencia hablo de tu tono
10
. ¿Será que
aprendí tu enseñanza de ver qué me produce una lectura? Y en ese texto crítico
sobre las escrituras autobiográficas, comprobé el placer de leerte. Podría
agregar ahora que evoco tus clases y conferencias- que también es un placer
escucharte. Para volver a las domésticas metáforas digestivas: a los estudiantes
que vivíamos lejos de nuestras familias y sobrevivíamos con escasos ingresos
en Nueva York, escucharte “nos llenaba la panza”. Salíamos de tus clases
satisfechxs, alegres, comentando ideas, encontrando nuevas puntas para
seguir leyendo. Valía la pena la distancia, el esfuerzo, la extrañeza…
Estábamos en Nueva York y éramos alumnos de Sylvia Molloy. A esa altura
sí ya sabíamos que era todo un privilegio. Y nos daba orgullo.
Querida Sylvia, reviso el archivo y me maravillo al encontrar “reliquias
(palabra clave Molloy que tomás de Benjamin y yo he adoptado
extensamente)
11
Los años pasaron y nuestros papeles fueron variando. Mis idas y
vueltas entre Buenos Aires y Nueva York, luego a Wesleyan y a Vassar; tus
viajes cada vez más frecuentes para escribir con la vida tu Libro de los retornos.
Itinerancias que después de 2004, con mi tesis aprobada (Finally!) y mi
definitivo regreso a Buenos Aires, cobraron otro ritmo. Creo que fue un
alivio para las dos. Pienso ahora que no habrá sido fácil para vos ejercer el rol
de evaluadora de mis textos escurridizos y dispersos. Evaluarme y
quererme… Y para también fue difícil. Porque aún no había entendido
que el amor supera, excede, es más grande y más fuerte, y si es verdadero,
prevalece, a cualquier imperfección mundana.
Así, desde que empezaste a venir a Buenos Aires dos veces por año,
te esperaba. Los hábitos nos condicionan. Advertí que cuando los jacarandás
florecían anunciaban tu llegada de noviembre. Y si en cambio, eran los palos
borrachos los que estaban en flor, llegarías en marzo. Muchas veces, sin
ningún anuncio oficial de tu llegada, llamaba al teléfono de tu departamento y
me atendías sorprendida. Te apurabas a decirme: “Estás en mi lista”.
10
Molloy, que estudia cuidadosamente los tonos de los sujetos textuales, no se inhibe en el momento de elegir
el suyo. Sin llegar al "yo monumental" que lee en Sarmiento, usa una primera persona fuerte y decidida que no
teme oponerse a otros grandes críticos, que tampoco escatima acuerdos y juicios positivos y que siempre, para
cada caso, propone sus lecturas. Acto de presencia de la propia autora, que brinda un modelo de cómo investigar,
de cómo leer, de cómo hacer crítica, y de cómo escribirla y que sea un placer leerla.
11
La usé en mi análisis de “Autobiografía de Irene”, y vos, en la dedicatoria a mi primera edición de En breve cárcel.
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Cursimente (otro modo del exceso) te respondí la última vez: “Sé que estoy
en la lista de tu corazón”. Por eso me animo hoy a escribirte esta carta, y
espero que me perdones por publicar estas cosas nuestras.
Comenzó entonces la época de nuestros paseos, de cafés compartidos,
de visitas…De charlas en donde todo se mezclaba aunque indefectiblemente
siempre terminábamos hablando de los “chicos”…y “chicas”, diría ahora, que
mi conciencia de género no me perdona el uso de un genérico masculino.
Todavía no me atrevo a usar la “e”. Le sigo buscando la vuelta a cada palabra
que escribo o pronuncio. Supongo que hay algo generacional. Yo tengo la
edad que vos tenías cuando te conocí. Y vos siempre tendrás la edad de mi
mamá. Fue otra de las coincidencias: el año de sus nacimientos. Tantas veces
pensé en sus vidas paralelas, tan distintas, casi opuestas… Y sin embargo, y a
la vez, semejantes en el sentido de protección, de cuidado generoso y
amoroso. Cada una a su manera me nutrieron y ampararon, me enseñaron y
aconsejaron.
Finale,
“El exceso es decirlo todo, aun lo inconveniente”, sentenciaste en
una de tus explicaciones. Y esta carta ya incurre en esa excesiva pretensión.
Ya sabés, mi eterna dificultad para concretar, para terminar y (a)cortar. Aquí
cerraré el sobre y despacharé esta carta. Con la esperanza diariamente repetida
de que se cumplan aquellas palabras que me dedicaste en Acto de presencia:
“con tantas cosas que quedan sin decir, para que nos volvamos a
ver pronto y podamos decirlas entonces, con cariño, con abrazos, con besos”
Gracias por todo!
Un beso grande
Un abrazo fuerte
Desde mi terraza de Villa Urquiza, con el Chiquín despatarrado, durmiendo al
sol,
Cristina
Fangmann, “Sentido de presencia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 83-94 94 ISSN 2422-5932