Amante, “La cita robada” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número Especial / mayo 2021 / pp. 16-29 20 ISSN 2422-5932
Como puede convalidarse en “Homenaje” –de Varia imaginación–, el proyecto
estético-literario de Molloy se enciende a partir de la memoria de las palabras oídas
en el pasado (que no es solo la infancia); una memoria que apunta, como quien acopia
con calma, sin arrebatarse, sonidos, órdenes y desórdenes, y algunas bonitas palabras:
Mi entrenamiento para retomar soltura con un inglés escrito –soltura y dominio– no
fue emular a autoridades sino practicar el bric-à-brac: anotaba en papelitos palabras,
expresiones, cláusulas adverbiales (por lo general adversativas) que me gustaban y que
quería usar: notwithstanding, hitherto, despite, conversely. Un poco como quien plagia: o,
más precisamente, como alguien que espía una performance y luego la reproduce.
El bric-à-brac, que es tan Molloy. Porque arma repertorios de palabras o expresiones
a veces en desuso, como congeladas en el tiempo, extrañadas en el vaivén al que las
someten el castellano, el inglés o el francés, las tres lenguas que domina. Arma tanto
colecciones de palabras como de gestos o de objetos, como quien rescata en el
mercado de pulgas cosas ajenas para hacerlas propias, o como quien lleva allí eidola o
fetiches propios para volverlos de otro (quizás, incluso, para devolverlos): la tetera
para el culto inglés de una madre de ascendencia francesa, los tonos lapidarios de
Victoria O., la estatuita andina de llamitas que copulan y el librito negro de
Schopenhauer sobre la mesa de luz, los alfajores Havanna para ML., la lanzadera de
Paula Albarracín, los mohínes de Puig. Son las petits riens, las bêtises (todas estas
expresiones, claro, son las suyas) que tanto movilizan su crítica como su ficción. Esas
fruslerías que tanto le gustan, esas cositas sin importancia que ella ilumina para volver
a ponerlas en valor componen, junto con los recuerdos menos palpables, el nudo del
funcionamiento de la memoria en su literatura: todo eso, esa heteróclita colección de
cositas de nada (y acá entran también los versos sueltos, las escenas literarias o
cinematográficas, alguna enunciación borgeana y el nonsense que se puede hablar
gozosamente con las gallinas, los perros o los gatos, “frases inanes, pedacitos de
parlamentos semiolvidados, frases absurdas derivadas de lugares comunes que me
han quedado en la memoria, o de canciones que recuerdo vagamente, o de palabras
que mi hermana y yo inventábamos de chicas”
). Son aquello que “no me deja”,
convirtiendo en ocasiones a la que narra en una Funes disgustada o pesarosa, que se
las arregla de todas formas para asimilar esas menudencias a “aquellos objetos de
‘Tlön’, convocados y disueltos en un momento según las necesidades poéticas”.
Quizá en ese modo del souvenir inevitable anide la verdadera densidad de su memoria,
compuesta por lo que se selecciona, se organiza, se reordena cada vez que se tiene
que “levantar la casa”, pero que resulta imposible desechar (a mí me atrae más lo
Sylvia Molloy, “La lección de escritura”, en Vivir entre lenguas, Buenos Aires: Eterna cadencia, 2016, p. 75.
Sylvia Molloy, “Ecolalias”, en Vivir entre lenguas, p. 28.
Sylvia Molloy, “Traducir a Borges ", en Rafael Olea Franco (editor), Borges: Desesperaciones aparentes y consuelos secretos,
México, El Colegio de México, 1999 p. 279.