Bouzaglo, “El secuestro…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 42-50 48 ISSN 2422-5932
sido el siguiente: queridos españoles, no hagáis con Bolívar como los judíos
con Jesucristo: negarlo, desconocerlo, cuando era uno de ellos, para que esa
figura magnífica, creciendo con los siglos, terminase por aplastarlos (651).
Por lo tanto Blanco Fombona hace de Bolívar un héroe español. Pasa del
Bovarismo, término que Teresa de la Parra acuña en una conferencia en
Colombia en 1930, “Influencia de las mujeres en la formación del alma
americana”, para designar “la inadecuación [hispanoamericana] frente a
cambios climáticos bruscos y la falta de aire fresco en el ambiente” (473), al
Bolivarianismo que paradójicamente lo identifica una vez más fuera y dentro
de Venezuela, como extranjero.
Por último, quiero mencionar un detalle más sobre la obra de Blanco
Fombona: su fascinación con María Bashkirtseff. En “Más allá de los
horizontes” escribe “entre los intelectuales que representan esa adolorida
alma nacional, no es Godol, ni Dostoyewsky, ni Gorki el ruso que me inspira
más amor, sino María Bashkirtseff (42). En el mismo texto, narra una
apasionada aventura con una Alemana que no hacía más que recordarle
Bashkirtseff, por su éxotica belleza y personalidad esquiva, segura,
aventurera, seductora... Y, en su diario, comparando su propio diario con
otros, cuenta cómo “el diario de los Goncourt todo se vuelve anécdotas, el
de Amiel todo pensamiento, el Bashkirtseff todo sensaciones” (224).
Tal como Sylvia Molloy sospecha de Asunción Silva, estas menciones
no resultan ni gratuitas ni del todo azarosas. No puedo dejar de recordar la
alusión que hace Sylvia Molloy de la novela de Asunción Silva, la cual a la vez
cita el diario de Bashkirtseff. Pienso en esta cadena de citas del diario de la
ruso-francesa, a partir de algo que Molloy lúcidamente advierte. Al imitar a
Bashkirtseff, al usurpar su voz, su imitador no sólo, sino que también imita
su “sensibilidad extranjera”. En este sentido, Blanco Fombona, pero también
Darío, al habitar este “exceso de lenguaje” en sus cartas y diarios lidian con
“lo terriblemente femenino” (en su vínculo homosocial) y con “lo
terriblemente otra cosa”. El dandi feminizado como visionario político es,
sigo aquí de nuevo a Molloy, un personaje central del modernismo
latinoamericano. El regreso, entonces, del Rufino cosmopolita, “otra cosa”,
extranjero, del Rufino de Holanda o Italia que, como Darío, prefiere la arepa
a la ambrosía, refuerza el pacto masculinista de la nación. Efectivamente, el
retorno resulta imposible, su incorporación a la transición fracasa y muere
fuera de Venezuela, en Buenos Aires. La camaradería masculina, fundada por
debajo de la mesa, frustra entonces su sobremesa.
Molloy, admirada y amada en Venezuela, aunque también odiada, por -
entre cosas- atreverse a recuperar a Mariano Picón Salas o sacar del closet la
escritora Teresa de la Parra, incluye un personaje venezolano en El común
olvido. Simón, pareja de Daniel, protagonista de la novela, cuyo nombre no
sólo funciona para ironizar sobre la virilidad del héroe nacional (Simón