Bouzaglo, El secuestro Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 42-50 42 ISSN 2422-5932
EL SECUESTRO DE LA VOZ.
SYLVIA MOLLOY, VENEZOLANA.
Nathalie Bouzaglo
Northwestern University
Nathalie Bouzaglo es Doctora en literatura latinoamericana por New York University. Se especializa en
literatura de los siglos XIX y XX, con énfasis en la novela moderna y narrativas de la construcción de la
nación. Es autora de Pasiones ilícitas del entresiglo venezolano (2016).
Contacto: bouzaglo@gmail.com
Todo sobre Molloy
NÚMERO
ESPECIAL
Bouzaglo, El secuestro Revista de estudios literarios latinoamericanos
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El mío es el lugar del que vuelve a su país y
siente que pertenece y a la vez no pertenece porque,
esencialmente, el haberse ido lo pone, para siempre, en
otra parte.
Sylvia Molloy
En su artículo “José Asunción Silva y las vicisitudes del sentimiento. Histeria
e impostación de la feminidad en el fin de siglo”, Sylvia Molloy lee el
encuentro entre los amigos que abre la novela colombiana De Sobremesa como
escena fundacional de la camaradería masculina en América Latina. Tal
escena se centra en la invocación que el personaje hace de Marie Bashkirtseff,
para proponer que el secuestro de la voz femenina escenificado debe
pensarse dentro del contexto de las conflictivas construcciones de lo
femenino desarrolladas en el fin de siècle. A juicio de Molloy, la impostación de
la feminidad cancela la lectura de la tradición que ha interpretado De sobremesa
como novela de la búsqueda de la identidad y el amor. De acuerdo con esta
lectura, De Sobremesa debe leerse en una dirección diferente; es decir, a
propósito de la persistencia de la enfermedad, la tuberculosis y la histeria,
como marcadores de la precariedad del género, sus negociaciones y excesos.
A la luz de los problemas ya puntualizados y sistematizados por parte
de Sylvia Molloy, me propongo discutir dos parejas de escritores: las posibles
relaciones entre José Asunción Silva y el venezolano Tomás Michelena, y las
que reunieron a Rubén Darío y el venezolano Rufino Blanco Fombona, con
el fin de repensar las relaciones entre homosociabilidad y extranjería,
cosmopolitismo y nación. Con esta reflexión, quiero dar cuenta de mo la
reflexión de Molloy resulta fundamental para pensar otras dinámicas entre
escritores y tradiciones que, a su vez, exceden las relaciones clásicas entre
escrituras y nación y producen encuentros inesperados y revelaciones capaces
de sospechar y hacer tambalear las ansiedades más reductivas y problemáticas
que radican en el centro de la construcción de nuestras naciones.
Por debajo de la mesa
La novela de José Asunción Silva se publica en 1925, mucho después
de la muerte de su autor, y por lo menos una parte de ella fue escrita más de
treinta años atrás en Venezuela. En 1894, Asunción Silva acepta el puesto de
secretario de la legación colombiana en Caracas y en 1895, tras abandonar el
cargo, vuelve a Colombia desde la capital venezolana a bordo del Amerique,
barco que naufraga poco antes de llegar a puerto. Por supuesto, Asunción
Silva se salva, pero sus manuscritos, incluyendo su novela De sobremesa que
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para entonces se titulaba Amor, se hunden para siempre. En el que seria su
último año de vida, el colombiano reescribe por completo su texto. En 1884,
diez años antes de llegar Asunción Silva a Caracas y, por lo tanto, de
presuntamente escribir su novela, el periodista y escritor venezolano Tomás
Michelena publica su novela Débora, en la cual las relaciones entre hombres,
la narración de los excesos, de la enfermedad y la identidad, cobran notorias
resonancias con la famosa obra modernista colombiana. Establezco la
relación entre ambas obras, para señalar que la novela venezolana, a
diferencia de la colombiana, ha sido prácticamente ignorada por la critica
nacional y regional. El adulterio, tema central en Débora, sin lugar a dudas,
puede haber jugado un papel relevante en este sentido.
Podría especular que José Asunción Silva y Tomas Michelena
coincidieron en la ciudad de Caracas, aunque no hay correspondencia ni
registro que avale si intercambiaron puntos de vista o conversaron acerca de
su obra literaria. Sin embargo, resulta provocadora la semejanza de ambas
novelas. La novela de Tomás Michelena narra la historia de Débora,
criada
en una de las familias más ricas de Venezuela, pero recientemente arruinada,
y de una belleza de “naturalezas excepcionales” (9). Débora se enamora
instantáneamente de un adinerado primo lejano y millonario, Adriano de
Soussa, quien ha llegado del extranjero. s tarde, en Brasil, una vez casados,
los dos mejores amigos del esposo, quienes visitan el hogar del matrimonio
con frecuencia, empiezan a fantasear con la presencia de Débora en sus vidas.
Las pasiones amorosas de los cuatro personajes se desbordan de distintos
modos y toman inmediato protagonismo en el texto. Adriano de Soussa
organiza una gran fiesta para celebrar su nueva vida de casado y para
presentar a Débora en la alta sociedad de Bahía. Mientras disfrutan del gran
banquete, uno de los amigos interrumpe la conversación y propone un
brindis en el que comenta: Brindo por el sagrado vinculo de la amistad;
porque el primero de los tres que lo hiera, que pretenda de alguna manera
romper ese lazo intimo y precioso, sea castigado por manos de los otros dos
(44). Intencionalmente, esta frase anuncia la posibilidad de la ruptura. El
amigo, herido por el primer desprecio que le hace Débora públicamente,
propone este brindis enfatizando el “lazo intimo y precioso” que une a los
amigos, pero que a la vez advierte sobre los conflictos que se desataran entre
ellos. Si bien Débora parece no prestarle atención, no sucede así con el otro
amigo del esposo, con quien siente sospechosa afinidad. En el mismo
escenario de la fiesta, un poco más tarde, un amigo le dice al otro: “Ahora
que estamos solos, dijo Alberto, os prevengo que ya nuestra amistad no podrá́
existir sino en apariencia; esto es ser franco. Os ahoga la pasión, amigo mío,
tomáis las cosas de una manera muy rara!” (47). Me centraré en esta última
observación. De ella, me interesan tres aspectos. El primero estriba en “el
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sagrado vinculo de la amistad” que eficazmente desplaza al ‘sagrado’ vinculo
matrimonial del centro de interés de la escena. El “lazo intimo” de la amistad,
además, solo se constata retrospectivamente, cuando ya las lealtades se
movilizan a propósito de la rivalidad por Débora. El segundo aspecto se
refiere a que este hombre tan preocupado por no romper el “lazo intimo” de
la amistad, que además le retira la palabra a su amigo por una supuesta
traición, es el mismo que intenta conquistar a Débora y que en el futuro
denunciará a los amantes. La frase citada con anterioridad: “nuestra amistad
no podrá́ existir sino en apariencia” constituye el tercer aspecto, ya que
después de que el amigo ofendido hace tal aseveración, ambos, si bien ya
poco se hablan, encuentran otras maneras de comunicarse -acaso más
intensas que antes y, en todo caso, no predecibles dentro de una relación que
se plantea como “solo en apariencia”. La presencia de bora no solo agita
el circulo de amigos y desplaza las alianzas masculinas, sino que deja entrever
un espacio homosocial que podría pasar inadvertido y que, además, aparece
literalmente por debajo de la mesa. Comenta el narrador:
Si algún curioso observador hubiera podido deslizarse por debajo de la mesa,
indudablemente que se hubiera divertido más que con el espectáculo superior
de aquella. Un novelista francés ha dicho ‘que pocas son las mesas donde no
se converse por debajo de ellas’. Esto es verdad, y quizás dependa de que
como las bocas están ocupadas en algo muy grave que impide hablar, los pies
entran a sustituirlas, menos literariamente, pero con más interés quizás (59).
Los amigos rompen cualquier tipo de relación intima por encima de la mesa
para seguir ‘hablando’ cariñosamente, pero ahora por debajo de ella: “el pie
derecho de uno de ellos y el pie izquierdo del otro se entrelazaban y
jugueteaban como dos bosquecillos retozones” (59-60). La ‘conversación’
que se entabla por debajo de la mesa nada tiene que ver con la amistad “solo
en aparienciaproclamada en la recepción. En efecto, los lazos homoeróticos
se justifican con la excusa de que los une la fantasía por la misma mujer. La
mesa, o más bien la sobremesa, les ofrece a los amigos una oportunidad de
inventarse una relación escondida, supuestamente de riña, pero que en
definitiva es intima.
El pasaje más explícitamente homoerótico en Débora gira alrededor de
la mesa; ese mismo lugar donde en la novela De sobremesa se produce lo que
Sylvia Molloy considera como posible escena fundacional de la
homosociabilidad en la literatura latinoamericana. Aunque no me referiré al
resto de las acciones que tienen lugar en la novela Débora, quiero mencionar
que la protagonista y su amante, más tarde, serán encarcelados totalmente
desnudos en cueva diseñada especialmente para ellos por parte del marido
despechado.
Desconozco si Asunción Silva leyó Débora o incluso, si conoció a
Michelena. No obstante, esta relación entre De sobremesa y Débora, o más bien
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entre Asunción Silva y Michelena, me hace pensar en otros vínculos
homosociales y ‘secuestros de voz’ que, como sucede con la invocación de
Bashkirtseff, hecha doblemente por Asunción Silva sobre el diario de la rusa-
francesa y por Sylvia Molloy sobre Asunción Silva, se relacionan con la
extranjería, y en cierto sentido, con el retorno de los escritores para la
construcción de la vida republicana en América Latina. Superpuesta a esta
relación, literaria y afectiva, entre Tomás Michelena y José Asunción Silva,
me propongo explorar brevemente a otra pareja literaria, la constituida por el
venezolano Rufino Blanco Fombona y el nicaragüense Rubén Darío con el
fin de trazar problemas en torno a la extranjería, el regreso y la nación
venezolana.
Entre una arepa y una ambrosía
Blanco Fombona y Darío se conocieron en París a principios de siglo XX
(Boersner, 29). Blanco Fombona consideraba a Darío, el mayor poeta que
ha producido la América hispánica” y “uno de los mayores líricos
contemporáneos”, “una mente brillante que iluminaba el camino de nuestra
generación” (1929: 147-148). Su admiración, sin embargo, no resulta
duradera. Blanco Fombona describirá a Darío como “viejo sileno, lleno de
whisky y de ignominia, “antigua momia decadente, delicia de señoritas cursis
y de efebos provincianos”, y “cantor de todos los tiranos de América” (Diarios
XXXVII). Rubén Darío también escribe sobre Blanco Fombona e incluso
reseña su novela más famosa, El hombre de hierro (1907):
El Rufino de los círculos y de los bulevares de París, el Rufino de las aventuras
de Holanda y de Italia, una vez devuelto a su natal tierra, saca el provecho
mental a la vida ambiente. A mí me place la obra venezolana como la obra europea.
Sabe bien Rufino que entre la ambrosía y una arepa –en Nicaragua se llaman tortillas las
arepas- yo vacilaría. Sobre todo, con el aditamento de un buen queso fresco
blanco, americano, y de madrugada, y en una hacienda... Y de todo esto hay
en ese libro, y paisaje y vida criolla republicana, con política y todo... (1914:
276)
Aunque Darío alude a las críticas latinoamericanas que veían en la
novela de Blanco Fombona similitudes a Madame Bovary de Flaubert, de allí la
comparación entre la tradición literaria francesa y la venezolana, se centra en
las delicias de sobre-mesa. Me interesa evitar el entrelineado y proponer que
la comparación entre la ambrosía y la arepa y la aparente preferencia de Darío
por la última apuesta por el regreso. La evocación nostálgica más que hacer
‘habitable’ la extranjería implica una decisión política en relación con el
regreso. En este sentido la vuelta y, aunque parezca paradójico la extranjería
perpetua, va a resultar fundamental para la construcción del vínculo
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homosocial sobre el que se construye la nación latinoamericana. Resulta
sugerente, y no menos inquietante, el contraste con el que Darío presenta a
Blanco Fombona. El “Rufino de los bulevares de París”, el “Rufino de
Holanda o de Italia” se opone con la referencia al Rufino “devuelto a su natal
tierra”. Y lo inquietante radica en que no se trata del Rufino que vuelve a su
país natal, como parte del tropos del regreso, sino más bien del Rufino “de
los círculos y los bulevares de París” que regresa como deber político y
republicano. Valdría la pena recordar que Blanco Fombona es encarcelado y
luego desterrado de Venezuela tras la instauración de la dictadura de Juan
Vicente Gómez, quien permanecerá en el poder desde 1908 hasta su muerte
en 1936. El regreso se vuelve, como se atisba en las palabras de su diario, un
proyecto político:
lo que me espera en Caracas: luchas, rivalidades, envidias, chismes,
amenazas, traiciones. La vida de ahora, sonriente y despreocupada, alegre y
sensual, se cambiaen una existencia aburrida; pero, en fin, aquélla es mi
tierra, a ella la debo servir, a ella debo ir (12).
El regreso marca un llamado a la acción política, del “deber”. Pero el regreso,
como queda claro en la reseña de Rubén Darío, en el caso de Blanco
Fombona se construye partiendo de su extranjería. En varias oportunidades
recuerda su inconformidad con Venezuela. Así, explica Blanco Fombona:
“no quisiera que me llamasen nunca escritor de Venezuela sino escritor de
América. Yo no escribo para los cuatro gatos de mi país. Escribo para sesenta
millones de américo-latinos y veinticuatro millones de españoles. Mi
patriotismo es un sentimiento de raza” (Boersner 50). Asimismo, al hacer un
recuento de su obra, Blanco Fombona destaca que el país americano al que
menos le debe es a Venezuela que, por el contrario, lo ha perseguido
encarnizadamente y hasta negado. Su venezolanidad, paradójicamente, lo
vuelve extranjero sea dentro o fuera de Venezuela. En este sentido, Blanco
Fombona echa mano a otras estrategias. Durante su exilio, funda y dirige la
editorial América, en la que dominan las publicaciones sobre el pensamiento
bolivariano y su obra. Bolívar se vuelve, como ha sido tradicionalmente en
Venezuela, un cuerpo sobre el que se fantasean todo tipo de estrategias
nacionales.
Por Bolívar he hecho algo más (…) que no pueden arrebatarme ni Gómez,
ni sus legaciones y sus espías. Cuando llegué a Madrid, el nombre de Bolívar
era como una palabra malsonante: no podía pronunciarse; jamás se escribía.
Hoy el nombre de Bolívar se asoma diaria y espontáneamente a la prensa, se
considera a Bolívar un genio de la raza española, varias lápidas en calles y
monumentos recuerdan los nexos de Bolívar con España y hasta Alfonso
XIII dio a su caballo de carreras favorito el nombre de Bolívar. No creo haber
sido extraño a tal mutación. Mi argumento para mover el ánimo español ha
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sido el siguiente: queridos españoles, no hagáis con Bolívar como los judíos
con Jesucristo: negarlo, desconocerlo, cuando era uno de ellos, para que esa
figura magnífica, creciendo con los siglos, terminase por aplastarlos (651).
Por lo tanto Blanco Fombona hace de Bolívar un héroe español. Pasa del
Bovarismo, término que Teresa de la Parra acuña en una conferencia en
Colombia en 1930, “Influencia de las mujeres en la formación del alma
americana”, para designar “la inadecuación [hispanoamericana] frente a
cambios climáticos bruscos y la falta de aire fresco en el ambiente” (473), al
Bolivarianismo que paradójicamente lo identifica una vez más fuera y dentro
de Venezuela, como extranjero.
Por último, quiero mencionar un detalle más sobre la obra de Blanco
Fombona: su fascinación con María Bashkirtseff. En “Más allá de los
horizontes” escribe “entre los intelectuales que representan esa adolorida
alma nacional, no es Godol, ni Dostoyewsky, ni Gorki el ruso que me inspira
más amor, sino María Bashkirtseff (42). En el mismo texto, narra una
apasionada aventura con una Alemana que no hacía s que recordarle
Bashkirtseff, por su éxotica belleza y personalidad esquiva, segura,
aventurera, seductora... Y, en su diario, comparando su propio diario con
otros, cuenta cómo “el diario de los Goncourt todo se vuelve anécdotas, el
de Amiel todo pensamiento, el Bashkirtseff todo sensaciones” (224).
Tal como Sylvia Molloy sospecha de Asunción Silva, estas menciones
no resultan ni gratuitas ni del todo azarosas. No puedo dejar de recordar la
alusión que hace Sylvia Molloy de la novela de Asunción Silva, la cual a la vez
cita el diario de Bashkirtseff. Pienso en esta cadena de citas del diario de la
ruso-francesa, a partir de algo que Molloy lúcidamente advierte. Al imitar a
Bashkirtseff, al usurpar su voz, su imitador no sólo, sino que también imita
su “sensibilidad extranjera”. En este sentido, Blanco Fombona, pero también
Darío, al habitar este “exceso de lenguaje” en sus cartas y diarios lidian con
“lo terriblemente femenino” (en su vínculo homosocial) y con “lo
terriblemente otra cosa”. El dandi feminizado como visionario político es,
sigo aquí de nuevo a Molloy, un personaje central del modernismo
latinoamericano. El regreso, entonces, del Rufino cosmopolita, “otra cosa”,
extranjero, del Rufino de Holanda o Italia que, como Darío, prefiere la arepa
a la ambrosía, refuerza el pacto masculinista de la nación. Efectivamente, el
retorno resulta imposible, su incorporación a la transición fracasa y muere
fuera de Venezuela, en Buenos Aires. La camaradería masculina, fundada por
debajo de la mesa, frustra entonces su sobremesa.
Molloy, admirada y amada en Venezuela, aunque también odiada, por -
entre cosas- atreverse a recuperar a Mariano Picón Salas o sacar del closet la
escritora Teresa de la Parra, incluye un personaje venezolano en El común
olvido. Simón, pareja de Daniel, protagonista de la novela, cuyo nombre no
sólo funciona para ironizar sobre la virilidad del héroe nacional (Simón
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Bolívar), sino que en su boca pone también una frase que explica mucho
acerca de Sylvia Molloy y de estos autores del fin de siglo venezolano: Simón
me ha dicho y Simón suele tener razón- que soy un coleccionista, y entre las
muchas cosas que colecciono están las nacionalidades, o mejor, dice las vidas
nacionales que me añado” (30).
Quiero terminar con un gesto relacionado con la voz, central para el
artículo citado sobre Asunción Silva. Cuando Javier Guerrero y yo le
entregamos a Sylvia la versión traducida de su contribución “José Asunción
Silva y las vicisitudes del sentimiento…”, que apareció en un número sobre
enfermedad que coordinamos para la revista venezolana Estudios, Molloy
traviesamente nos preguntó “¿Ustedes [venezolanos] usan la palabra
‘escogencia’ para decir elección’?”. En el volumen que incluía su artículo
sobre el secuestro de la voz, nos habíamos apropiado de la voz de Molloy a
propósito de una de esas vidas nacionales añadidas de las que habla Simón
en El común olvido. En tal ocasión, por accidente o quizá con cierta
premeditación, hicimos de Sylvia Molloy, de manera breve o quizá sostenida
en el tiempo, una autora venezolana.
Bibliografía
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Editores Latinoamericana, 2004.
----El modernismo y los poetas modernistas (1929). Madrid: Mundo Latino.
2004 Diarios de mi vida. Una selección. Caracas: Monte Ávila
---El hombre de hierro. 1907. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1999.
---"María Bashkirtseff-Dostoyevski." Obras selectas. Madrid-Caracas: Ediciones
Edime, 1958: 1115-1116.
Boersner, Andrés. Rufino Blanco Fombona: Entre la pluma y la espada. Caracas:
Fundación de la Cultura Urbana, 2008.
Darío, Rubén. Review of El hombre de hierro. Rufino Blanco Fombona, El hombre de
hierro. 1907. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1999
De la Parra, Teresa. Obras completas : de Teresa de la Parra. [Introducción por Carlos
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Lennard, Patricio. “La palabra en la boca” Página 12. VIERNES, 25 DE
SEPTIEMBRE DE 2009
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https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1000-2009-09-25.html
Molloy, Sylvia. El comun olvido. Buenos Aires, Editorial Norma, 2002
--- “Disappearing acts: Reading lesbian in Teresa de la Parra”. En E. L. Bergmann
& P. J. Smith (Eds.), ¿Entiendes? Queer readings, Hispanic writings (pp. 230
256). Durham, NC: Duke University Press.
---"José Asunción Silva y las vicisitudes del sentimiento. Histeria e impostación de
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334
Silva, José Asunción. Obras completas. Caracas; Editorial Ayacucho, 1978.