compás de un lenguaje tocado por elementos del lenguaje antropológico (mito,
cosmovisión). “Es a partir de los Levi Strauss…”, dirá
4
.
No es casual que, en ese mismo contexto, Rama reescriba los primeros
artículos que formarán parte de La transculturación narrativa en América
Latina, donde realiza un experimento crítico en el cruce de la crítica literaria
pulsada por este registro
5
. En la estela del superregionalismo de Candido y
casi como una respuesta tardía de la disputa que años atrás habían sostenido
Julio Cortázar y José María Arguedas, el texto fue siempre leído como una
suerte de modernidad alternativa a aquella que el boom de la narrativa
continental parecía consagrar (sustentada por sus más elocuentes
postulaciones programáticas de una oposición entre la literatura cosmopolita y
la literatura regionalista). Sin embargo, afectada por el influjo de la
antropología, el ensayo va a ser la muestra en estado práctico de una ruptura
involuntaria de los dualismos, el reinicio de un combate permanente y
soterrado contra el positivismo de la sociología literaria, una puesta en crisis de
los modelos hegemónicos de percibir y estructurar las práctica artística del
continente y la contrainvención de un tipo de modernidad distinta a la
pedagógica, que se desprendía del normativismo sociológico y de las figuras
intelectuales por él emanadas.
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Es significativo que un texto como El pensamiento salvaje sea el que ilumina todo
este conjunto de asuntos a Rama habida cuenta de la renuencia de este a integrarse
cómodamente a lo que se entiende los “sesentas” para América Latina. No solo
porque un texto como aquel, bien pudo ser rápidamente tildado de etnocéntrico y
exotista, sino porque basta recordar la crítica radical que efectúa a la concepción
dialéctica de la historia sartreana, la irreductibilidad de nociones como creación e
individuo, la postulación esteticista de los mitos (y el arte) como modelos reducidos de
la existencia, la reivindicación de un estructuralismo sincrónico como empresa
explicativa del Hombre antes que de la Historia. Pese a ellos, es posible que una
teoría –relativista- de las “clasificaciones autóctonas”, en el marco de una “ciencia de
lo concreto” haya sido un llamado más poderoso que cualquier recaudo político.
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En las páginas del texto trabaja, salvajemente, con un segmento de la antropología
occidental (Edward Taylor, Levi Strauss, Clifford Geertz), al los que sumará más
adelante a Boas, Sapir, Hersokovitz y Kroeber, junto a un intento de actualización
bibliográfica sobre el mito que va de (Freud, Jung y Dumezil, y llega a Cassirer), donde
la preponderancia de la una mirada acerca la “inteligencia mítica”, va a ir corriendo del
escenario (sin expulsarlos) al historicismo por un lado, y a las nociones que lo auxilian:
la autonomía de la ficción, la obra y el autor, el público.