Cristoff, “Estética de la renuencia” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 59-64 61 ISSN 2422-5932
en ese párrafo de En breve cárcel aparece definido como “un negativo bajo esas
letras”, un hilo que, aun en su pulsión por deshilacharse, deja señas para ser
rastreado, construye una progresión dramática esquiva y disuasoria. Y en esos
rastros es que encontramos, entonces, un yo que se reconstruye buceando en
la memoria en Varia imaginación, un yo que se diluye conversando con la
desmemoria en Desarticulaciones, un yo que se arma a partir de esa experiencia
de ser constantemente otra que supone la confluencia lingüística en Vivir entre
lenguas. En ese punto, la trilogía de Molloy me recuerda a esas antinovelas de
David Markson también construidas como retazos de un collage armado por
un yo distanciado que, casi a su pesar, es rastreable. Un yo vacilante, prefiere
decir Molloy. La trama en negativo entonces no como sucesión causa-efecto
de hechos sino más bien como una progresión dramática articulada en base
a hilachas, chispazos.
Porque de eso, de hilachas, de chispazos, están hechas las narraciones
en esta trilogía de Molloy. Podría haber dicho despojos, restos, ruinas,
fragmentos, pasajes pero deliberadamente retengo la cacofonía de la ch: hay
algo llamativo y punzante como ese sonido funcionando en esas hilachas y
chispazos. Y hay un modo Molloy de llegar a ese tono llamativo y punzante
que no opera, como podría esperarse de estos dos últimos adjetivos,
apostando por ejemplo a la grandilocuencia o a la polémica, sino que opera
por sustracción, por renuencia. Ya sabemos que se narra menos a través de
lo que se dice que a través de lo que se omite, se retacea, se sugiere. Y la
trilogía de Molloy es pródiga en esos momentos de reticencia elocuente.
Repaso algunos. En Varia imaginación, por ejemplo, se recurre a una frase
lacónica final para suplantar la disertación casi esperable acerca de la memoria
como materia escurridiza (“Casa tomada”), se instala con solo dos o tres
datos esa intriga inquietante que en una niña genera la sexualidad de los
adultos (“Schnittlauch”), se hacen deliberadamente explícitas las renuencias
a contar, las confesiones interruptas, la traza bartlebyana que habita esta prosa
(“De los usos de la literatura”, “1914”, “Ruin”). Luego, en Desarticulaciones,
están mencionados lacónicamente, como al pasar, núcleos narrativos con
enormes posibilidades expansivas (“Erótica”, “Nombres secretos”,
“Tapujos”, “Desconexión”), hay un borramiento sostenido de la narradora,
de quien solo sabemos tangencialmente algunas cosas sueltas (“Ceguera”,
“Lógica”, “Expectativa”, “Listas”, “Nombres secretos”, “Pasajes de la
memoria”, entre varios otros pasajes más, al menos cinco), hay un ojo de
águila para seleccionar esas palabras o esos sintagmas especialmente
reveladores, irradiadores (“Retórica”, “Identikit”, “Cumpleaños”,
“Rememoración”, entre varios otras pasajes más, al menos cinco), y hay solo
iniciales ahí donde esperaríamos nombre propios. Y en Vivir entre lenguas, para
más ejemplos, se suspende el relato justo cuando se avecina un momento