Sarlo, Leal y traicionera Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 10-15 10 ISSN 2422-5932
LEAL Y TRAICIONERA
Beatriz Sarlo
Todo sobre Molloy
NÚMERO
ESPECIAL
Sarlo, Leal y traicionera Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 10-15 11 ISSN 2422-5932
Sylvia Molloy no es una optimista. Tampoco es una escéptica. Como crítica
literaria, confía en que los textos se abran a la lectura y que esa lectura pueda
escribirse. Como autora de ficciones, ha demostrado que la indeterminación
semántica es el obstáculo y, al mismo tiempo, el camino a seguir. La escritura
de sus novelas, aparentemente lisa, evita los grandes gestos retóricos, pero es
compleja en los desplazamientos del punto de vista y las perspectivas
ideológicas sobre la transgresión y la norma. En muchos sentidos, anticipa lo
que algunas minorías volvieron socialmente aceptable, después de varias
décadas de rudos enfrentamientos con la Religión, el Poder y la Ley.
Las micro sociedades representadas por Molloy son compactas. Al
principio, yo me preguntaba cómo podía interesarme una sociedad ficcional
tan compacta. Los círculos que unen a los personajes hasta no dejar a nadie
afuera del intercambio sexual y simbólico, esa compacidad de relaciones se va
volviendo, a medida que se la descubre, la forma estética de una predestinación.
Sus personajes son activos y melancólicos al mismo tiempo. Esa mezcla de dos
rasgos excluyentes sostiene su atracción y su misterio. Representa seres
inadecuados, incapaces de conseguir lo que buscan y, en el límite de la mesura,
patéticos que, sin embargo, no se rinden. Pertenecen a un sistema sexual e
intelectual en transición: la época más dura que hoy ya puede ser evocada como
pasado.
Molloy construye ficciones con materiales socialmente definidos como el
chisme y la maledicencia. Es bien sabido que Proust recurrió a las mismas
fuentes. Sigue los tropiezos de personajes que se mueven entre el desvarío, la
manía y el olvido. Escribe novelas de aprendizaje que, a diferencia de las
clásicas del género, no exhiben lecciones adquiridas sino errores y fallas. Solo
quedan las murmuraciones, las confesiones fragmentarias, los destellos de una
anécdota casi sepultados en el flujo del delirio senil, de la mentira, del disimulo.
Cada uno de estos “géneros discursivos” organiza magníficamente la materia
cultural: literatura, moda, tilinguería social y sexual, arte. Lo que Barthes llama
la “voz referencial” es riquísima y bien precisa. Se la reconoce, aunque nunca
presenta denotaciones muy explícitas.
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La autopoiesis
Narrar una experiencia es el gran desafío que la literatura ha enfrentado desde
mediados del siglo XVIII, cuando el deseo de la experiencia y la sospecha
acerca del peligro sentimental o moral de narrarla crearon las grandes formas
precursoras de la narrativa moderna. Molloy conoce la línea que lleva de
Rousseau a Proust. Conoce las peripecias del Yo que fuerzan la narración hasta
legitimar el estatuto de la primera persona y de una tercera persona que
esconde, detrás de los pronombres y los nombres, la presencia de la primera.
Molloy ha recorrido el camino que lleva de lo ficcional a lo autobiográfico. Y
se mueve como si se propusiera retomar la dirección que siguió la literatura de
la primera a la tercera persona: de
mi
corazón al desnudo a
su
corazón al
desnudo. Sabe también que en ese curso se mezclan la experiencia y la
invención de la experiencia.
Por eso, los lectores estamos autorizados a dudar frente a sus ficciones y
a preguntarnos: ¿quién me narra esta historia? Se presenta como una tercera
persona, pero deja abiertas todas las sospechas de que también debajo de esa
tercera persona se esconde una primera, que entra a saco en su propio pasado,
en sus sentimientos y padecimientos. Y, al revés, la primera persona resulta
también dudosa porque es complicado pensarla como sujeto de una pura
invención y porque su referente mantiene escondida o sustraída o evidente,
según los casos, los restos de la primera.
Estoy describiendo una escritura que es leal y traicionera. Su lealtad reside
en que no oculta las dificultades estéticas y epistemológicas de la auto
representacion o de la inclusión de terceros en el pacto de ser representados.
Su traición es que la escritura diáfana y perfecta de Molloy no garantiza que sea
posible decidir en cada caso si leemos una narración autobiográfica o una
invención ficcional. Esta oscilación en la lectura produce un efecto de
indeterminación. “Era bastante mentirosa tu madre, o mitómana, o una
combinación de las dos cosas”, se lee en El común olvido. Como sucede muchas
veces con la ficción, el narrador atribuye a un personaje el juicio sobre otro
personaje. Pero los lectores tenemos el derecho, más todavía, nos movemos
con el impulso de la frase citada para atribuírsela a quien la escribió como
autora: era bastante mentirosa Molloy. Y, sin embargo, tan indispensable para
la construcción del relato como esa madre brevemente descripta en el
comienzo de El común olvido.
1
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Molloy, Sylvia. El común olvido, Buenos Aires, Norma, 2002, p. 47.
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La indeterminación es, por otra parte, un rasgo del mundo referencial.
Ha estallado el sistema patriarcal de la sexualidad y de los roles sociales
impuestos. Desde En breve cárcel, la primera novela publicada por Molloy en
1981, la indeterminación es un procedimiento formal y un rasgo sustancial de
lo narrado. Las peripecias del relato están afectadas por el doble mandato de
narrar y silenciar. Un personaje se plantea una pregunta que articula una
dimensión ética y epistemológica de la narrativa de Molloy: “¿Contará Vera,
frívolamente o no, lo poco que ella le ha contado? ¿Lo modificará, se lo
atribuirá a ella, nombrándola, se lo atribuirá a misma, se lo atribuirá a un
tercero? ¿Lo usará en lo que escribe?”.
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La cita contiene las preguntas que preceden y acompañan la escritura de
una ficción. Pero esas preguntas también pueden ser las que corresponden a la
escritura de un relato autobiográfico o de una biografía. En esa pregunta sobre
qué contar y a quién atribuir acciones y sentimientos, la ficción, la biográfica y
la autobiografía se tocan, porque enfrentan el mismo problema: ¿Cómo se
cuenta y a quién se atribuye lo que se cuenta?
Halperin Donghi ilumina estas diferencias entre Mi defensa y Recuerdos de
provincia; Sylvia Molloy también se ocupa de la relación entre la “vida narrada”
como biografía y la “propia vida” narrada como autobiografía. Para Sarmiento,
el género “narración de una vida” incluye tanto el de la vida de otros como el
de la propia. Al igual que Mitre, afirma Molloy, Sarmiento pensó que sus
historias de otras vidas formaban un panteón textual” del cual no encontró
razones para excluirse. El paralelismo entre la formación de un individuo y la
formación de un país, en lugar de poner en duda el carácter documental de las
“vidas” y convertirlas en alegorías dudosas, lo fortalece. Contra todos sus
críticos, de Alsina a Alberdi, Sarmiento deseó producir “un documento, una
serie de documentos, un texto escrito para informar a los lectores y restablecer
la historia”.
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Sobre todo, debe agregarse, restablecer la historia para hacerse un
lugar en ella, empresa de autopoiesis.
Molloy no aspira a tanto. Su época no se lo permite. Sin embargo, aunque
las suyas no sean historias ʺmayoresʺ, quiere ejercer el derecho a restablecerlas.
Pero ¿cómo restablecer la historia justamente en esa etapa final de la vida donde
todo se agrieta, se pulveriza o se desintegra porque la memoria se va en
2
Molloy, Sylvia. En breve cárcel, Barcelona, Seix Barral, 1981, p. 85.
3
Molloy, Sylvia. At face value; Autobiographical Writing in Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press,
1991, p. 146.
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retirada? Esta es la tragedia de la vejez, mucho más que la debilidad física o el
abandono. Molloy lo sabe y sus narraciones últimas trasmiten esa conciencia
que, como lo ha logrado invariablemente, se convierte en impulso estético y
definición formal.
Tretas y recursos de la memoria
La repetición es uno de los pocos recursos que la memoria todavía posee.
“Hace poco, sentada a la mesa, me sorprendí repitiendo un gesto de mi
madre”).
4
Como anticipándose al futuro, Molloy narra decadencia, enfermedad
y desvarío senil. Sus Desarticulaciones
5
me llevan a releer De senectute de Norberto
Bobbio. Los une el mismo reconocimiento de que el tiempo ya ha fugado de
manera irreparable, como se lee en el tercer libro de las Geórgicas: Mientras
tanto el tiempo huye sin remedio / mientras nos detenemos atrapados por el
amor a los detalles”. Veinte siglos después, Molloy refrenda la advertencia
moral y psicológica de Virgilio. Pero podría agregar que el amor por los detalles
es lo que a ella la ha salvado, porque la sustrajo de esa fuga irreparable del
tiempo. El amor por los detalles es también mi literatura, podría responder
Molloy en un imposible e inverosímil diálogo a través del tiempo fugitivo.
Norberto Bobbio plantea su angustia con la serenidad filosófica de la
vejez: “No estoy en condiciones de responder a la pregunta ` ¿Hasta cuándo?
`. Ni siquiera si mi final se deberá al azar imprevisible e imponderable, o bien
al destino, y por ende a un suceso previsto y ponderado desde el inicio de mis
días, por un poder para desconocido. No lo ni quiero saberlo. El azar
explica demasiado poco, la necesidad explica demasiado”.
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En medio de ese
dilema del conocimiento, está la literatura.
Allí, en ese medio, ubica Molloy sus ficciones y, si se permite la extensión
hacia la crítica literaria, también en ese medio se desplaza su mirada inteligente
que evita todo determinismo social o cultural o subjetivo. Y que también se
deja atrapar por el “amor de los detalles”.
De todas formas, la inteligencia, la sensibilidad, la fina perspicacia se
debilitan y Molloy lamenta ese lento proceso. Con elegancia no exhibe su queja
en primera persona, sino que la desplaza, la atribuye y la encuentra en los
personajes de sus ficciones. Sin embargo, en textos como los publicados en
4
Molloy, Sylvia. Varia imaginación, Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 2003, p. 71
5
Molloy, Sylvia. Desarticulaciones, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2010.
6
Bobbio, Norberto. De senectute, Madrid, Taurus, 1997, p. 50.
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Desarticulaciones algunas preguntas salen y vuelven a ese núcleo de la angustia o
la melancolía. Solo una cita cuyo patetismo no borra su densidad: “¿Cómo dice
yo el que no recuerda cuál es el lugar de su enunciación cuando se ha destejido
la memoria?”.
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Bobbio afirma que el mundo de los viejos es el mundo de la
memoria” hacia el final “eres lo que recuerdas”.
Molloy plantea el límite de la torturada confianza de Bobbio. ¿Y si nada
se recuerda, ni siquiera el propio nombre? ¿Y, como el pobre Malone de
Beckett, nadie recuerda dónde cayó el lapicito con el que escribía? Entonces, el
pesimismo avanza porque serás lo que no existe para nadie, ni siquiera para
quien cree haber sido.
7
Desarticulaciones, cit., p.19.