Meruane, Las casi ciegas Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 132 ISSN 2422-5932
LAS CASI CIEGAS
Lina Meruane
Universidad de Nueva York
Escritora y Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Nueva York. Es autora de las
antologías Las infantas (1998) y Avidez (2020), de los libros de ensayo Viajes virales. La crisis del
contagio global en la escritura del sida (2012), Volverse Palestina (2014) y Contra los hijos
(2014). Publicó las novelas Póstuma (2000), Cercada (2000), Fruta podrida (2007), Sangre en el ojo
(2012) y Sistema nervioso (2018).
Contacto: lina.meruane@nyu.edu
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NÚMERO
ESPECIAL
Meruane, Las casi ciegas Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 133 ISSN 2422-5932
FRAGMENTO DEL ENSAYO “LAS CASI CIEGAS”, DEL LIBRO ZONA CIEGA
PUBLICADO POR PENGUIN RANDOM HOUSE, CHILE, ELO 2021.
¿Qué es peor, no ver o no poder cerrar los ojos?
Sylvia Molloy
. Es posible que nunca se hayan visto pero se escribieron con cierta
frecuencia. Tal vez se enviaran un centenar de cartas ahora centenarias de las
que solo se conservan unas cuantas.
. En aquellas misivas, Gabriela Mistral y Marta Brunet comparten un
problema para la escritura: sus males de ojo.
. Las suyas no eran cegueras innatas, no cegueras auténticas ni totales sino
adquiridas y progresivas, como lo fue la tardía ceguera de la escritora
mexicana Josefina Vicens.
. Mistral una década mayor que Brunet, dos décadas mayor que Vicens
cuenta en alguna carta que la vejez le gasla vista. Era la edad, dijo. Era,
sobre todo, que una diabetes no tratada le estaba comiendo las retinas.
. Si había antecedentes genéticos para la paulatina pérdida de Mistral, esa
información se la ha tragado el tiempo: nada se sabe de la biografía ocular de
los Godoy Alcayaga.
. Hereditario en cambio era el deterioro de Marta Brunet, que desde muy
joven padeció de la vista. La invidencia recorría su estirpe materna: dos de sus
tres tías asturianas habían muerto completamente ciegas.
. Educada en su casa por institutrices y maestros normalistas, Brunet aspiró a
estudiar medicina. Las universidades empezaban a aceptar mujeres pero para
formarlas en la instrucción, como profesoras de Estado; en las demás carreras
apenas se autorizaba un 10 por ciento de alumnas porque se presumía que
ellas venían a calentar el asiento y a buscar marido de respetable profesión. Al
no poder cumplir ese deseo que su conservadora familia consideraba
escandaloso, Brunet pensó hacerse bailarina o actriz. O poeta. Tampoco esas
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artes eran propias para una mujer de una familia tan inmigrante como
tradicional. Sus padres solo auspiciaban las artes matrimoniales y maternas
que a Brunet no parecían importarle.
. Debió descartar la poesía, por más que la intentó en las incansables tertulias
de la provincia sureña. Por más que llegó a publicar algunos poemas. Por más
que, ya mayor, le dedicó algunos versos secretos a un enamorado que era
poeta.
. A las tertulias asistían los versadores sureños; a esas tertulias nunca se asomó
la norteña Mistral que andaba cosechando su reumatismo en un sur aún más
profundo que Chillán.
. Marta Brunet le envió algunos poemas suyos a un connotado crítico de la
época. Ese crítico, que firmaba como Alone, no se interesó en sus estrofas.
Versos de prosista, se dijo, enarcando las cejas, fijo en la fuerza epistolar de
Brunet. Quería ver un cuento suyo, una narración. A vuelta de correo recibió
Montaña adentro.
. “No me quedó otra cosa que quemar mis pobres poemas y enviarle al
terrible crítico los originales de una novela que tenía muy escondida”.
. El crítico se atribuiría haber descubierto a Marta Brunet. Recordaría que le
confió el manuscrito de la novela a Pedro Prado, escritor eminente y esquivo
que “no pertenecía ni con mucho a la escuela criollista en la que ella se
colocaba resueltamente”. Alone diría que Prado “rehuía el comentario de las
obras ajenas y los autores nacionales no lo apasionaban”; sin embargo, a ella
la leyó y “entregó las armas, se declaró vencido. Ahí había una escritora de
primera clase”.
. Alsino es una de las novelas más recordadas de Pedro Prado. Es la historia
de un niño campesino dotado de alas, un ícaro criollo. Desde el cielo el alado
Alsino vislumbra que será víctima de su diferencia pero que no podrá
sobrevivir ajeno a lo humano. En uno de sus descensos es capturado y
golpeado por hombres que le amputan las alas para impedirle escapar. Los
borrachos del pueblo lo apedrean. Su rareza es objeto de infames pesquisas
periodísticas. Como si esto fuera poco, una curandera envidiosa de sus
saberes le echa un mal de ojo y lo deja ciego.
. En una breve esquela laudatoria de 1922, Gabriela Mistral señala que la
autora de Montaña adentro “ha leído poco a Pedro Prado” pero que este
“aparece como influencia, lo que viene a ser similitud espiritual”.
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. Resulta difícil creer que Brunet no hubiera leído el cuento del ícaro
desojado.
. Marta Brunet insistía en que se le daba mejor escribir que leer bajo velas
temblorosas y luz artificial. Mejor escribir que leer entre el humo del cigarrillo
o de las chimeneas. Las largas y cansadas horas laborales le producían fatiga y
dolores de cabeza.
. De cuando se creía que leer demasiado dañaba la vista.
. A los treinta años, en plena escritura de su tercer libro, la novelista dice
haberse comprado sus primeros impertinentes: pequeños cristales redondos
en marco metálico que su mano sujetaba para la lectura ocasional. Eso dijo.
Otros dicen que los consiguió cuando se mudó a Santiago y que eran unos
finos lentes colgados de su cuello por una larga cadena de oro.
. Sus gafas se irían volviendo más gruesas y pertinentes para proteger sus
delicados ojos de la resolana: a Brunet la hería la luz.
. Esas icónicas gafas oscuras calzadas sobre la nariz: todos recuerdan los
anteojos y no pocos recuerdan sus ojos pero muchos equivocan el color.
. Detrás de los anteojos había unos bellísimos ojos verdes”. Así dijo un
admirador.
. Eran celestes, dijo Alone que la conocía tan bien. “Grandes ojos celestes un
poco velados por la miopía”.
. Al hilo de su prólogo en las Obras completas (1963) de una Marta Brunet
todavía viva, Alone escribió que esos ojos eran “el único punto débil en la
firme anatomía de una escritora visionaria y penetrante, ávida de color,
minuciosa de dibujo, como suele encontrarse en los cortos de vista”. Y
agregó, Alone, que si en la calle llamaban su atención hacia algún espectáculo
digno de verse, ella empezaba “por abrir la bolsa, sacar los lentes y dirigirlos
demasiado tarde hacia la persona o cosa que ya había pasado”.
. Verdes o celestes. Había s coincidencia en sus pupilas veladas por
cataratas congénitas que en el color de sus ojos.
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. Entre las extravagancias de la etimología se encuentra el dato de que todo
ojo entre el verde y el gris es un ojo glauco, porque el verde acero es el color
que adquiere el cristalino cuando se vuelve denso.
. Menos concernida por el colorido del iris, Mistral se había referido a su “ojo
precioso” para la escritura en una reseña de 1928. Ahí la poeta desafía la idea
paternalista y europeizante de que el estilo de Brunet se hubiera formado en los
clásicos españoles y asevera que “en la lectura de Marta no se ve nunca mano
conocida de maestro que aúpe y auxilie. Ella viene sencillamente de su genio
de observación”. De su “mirar profundo y feroz sobre los hombres y las
mujeres del campo chileno”.
. Entre ambas mujeres hay más que una relación epistolar. Hay una
correspondencia de acontecimientos íntimos que tardaron en salir a la luz.
a. La “sufrida” soltería. Ni Mistral fue la eterna novia de un joven suicida ni
fue Brunet una mujer sola, pero una dama sin varón no podía hablar de una
vida amorosa fuera del matrimonio y ante las insistentes preguntas por su
estado civil, Brunet contestaba que cada persona tenía su destino y que el
suyo fue quedarse soltera.
b. Los amores ocultos. Durante muchos os y a distancia, Brunet fue
amante de Alone, su crítico, y mantuvo, también por correspondencia, una
apasionada relación con el poeta Juan Guzmán Cruchaga que tampoco se
oficializó. Mistral iba acompañándose de sucesivas compañeras sentimentales
a quienes nunca reconoció públicamente por motivos que sobra explicar.
c. Las maternidades malogradas. Mistral no tuvo hombre con quien
engendrar y fue su hermano viudo quien le encargó y luego le entregó en
adopción a su hijo. Era 1932. En enero de 1933 Brunet estaba embarazada,
no se sabe de quién (tal vez del poeta Cruchaga pero las fuentes se
contradicen); la narradora se recluyó en una ciudad de provincias para evitar
el escándalo que le significaría ser la madre sola que acabó no siendo porque
fue madre prematura y su hija murió a poco de nacer. En circunstancias muy
disímiles pero igualmente penosas, Mistral perdería al que llamaba hijo (el hijo
adoptivo la llamaba madre y la llamaba Buda) porque en 1943, aún joven, ese
hijo se suicidó.
. Hay asimismo un paralelo entre sus oficios y un nomadismo compartido.
Mistral era maestra mientras que Brunet solo tenía, como le dijo una adivina,
“grandes cualidades pedagógicas”. Ambas vivieron un tiempo del periodismo
y, por temporadas más extensas, de la labor diplomática. Brunet saldría de
Chillán a Santiago, a Viña del Mar, y sería agregada cultural en las embajadas
chilenas de Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo. Mistral, oriunda de
Vicuña, ya había representado al país en México como primera chilena en
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obtener un puesto consular que además era vitalicio. La Italia fascista rechazó
su designación diplomática por mujer y antifascista y entonces se fue a
Madrid, a Barcelona, a Mallorca, a Málaga, y pronto estuvo en Lisboa y en
Oporto, en Guatemala. Partió a Niza por motivos de salud y rechazó un
destino en San José de Costa Rica. La enviaron a Niteroi, se instaló en
Petrópolis. California. Veracruz. Nápoles. Nueva York. Un vértigo de
destinos.
. Mistral recibió el Nobel seis años antes que el Premio Nacional de
Literatura. Brunet recibió el Nacional diez años después que Mistral (y un año
antes que el poeta con el que nunca se casó). Si Mistral fue la primera, Brunet
sería la segunda mujer en obtener ese galardón y pasarían veintiún años antes
de que cayera en otras manos de mujer.
. Tras la obtención del premio en 1961, y algo abrumada por el
reconocimiento de gente que se le acerca para mirarla y tocarla y felicitarla y
“alegrarse de que hubiera recuperado mis ojitos”, Brunet se amarra para
siempre a la para entonces difunta Mistral: el pueblo chileno, dice
sociológicamente, “tiene necesidad de mito, y ahora, a falta de Gabriela, lo
han pasado a Marta Brunet”.
. Último paralelo: siendo inmensamente prolíficas e internacionalmente
reconocidas, Brunet y Mistral ingresarían al estrecho canon de las letras
chilenas pese a sus ojos enfermos.
. Mistral no hablaba públicamente de sus ojos: era un secreto por
correspondencia.
. Del hecho se da cuenta póstuma: la ceguera a medias hace su aparición
literaria en el largo Poema de Chile (1967) protagonizado por una voz
afantasmada que recorre la patria de norte a sur, entreviéndolo todo “con
ojos ciegos”. La voz que inaugura el libro es la de un cuerpo autoral nómade
y aligerado que viaja “en delgadez de niebla” y porta “las facciones de mi cara
/ lo quebrantado del peso / intacta la voluntad / pero rostro medio ciego”.
Mistral no se inscribe en la tradición del venerable poeta invidente sino en el
indefinible lugar de la poeta casi ciega.
. Marta Brunet no hizo secreto de sus dificultades oculares. En una nota
periodística de 1928 identifica los ojos de una entrevistada como espejo de los
propios y les cuenta a sus lectores que esa mujer tiene unas pupilas de miope
y para mí es agradable encontrar esta mirada de otros ojos que como los míos
no ven”. Más tarde entrevista a un tenor chileno acompañada de un
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periodista amigo suyo que la ayuda a desplazarse por los recovecos del Teatro
Municipal. “Ven por aquí”, le indica su virgilio. “Ten cuidado que ahí hay un
escalón. No te vayas a caer en esa bajada…”. Brunet hace un desvío en el
cuerpo de su nota para comentar, usando el masculino con rencorosa ironía,
que debe ser muy aburrido ir con un miope al cual hay que indicar todos los
impedimentos que tiene el camino. Esa especie de responsabilidad abruma y
acaba por hacer ver abismos en un pequeño hoyo, montañas en una saliente
de una calzada, trampas en una arruga de la alfombra. Pero los miopes
tenemos un ángel guardián muy cuidadoso de nuestra pobre humanidad, ya
que rara vez damos el espectáculo tragicómico de una caída”.
. Más de tres décadas después, la siguiente declaración: “Nunca logró
aplastarme la ceguera y tenía fe en que algún día volvería a ver o al menos que
la vida no carecería de sentido con la pérdida de la vista. Durante esos años
desarrollé esos sentidos perdidos del ser humano. Ese radar que nos advierte
los obstáculos. A mis amigos siempre les decía: No se preocupen, yo tengo
mis murciélagos”.
. Ese no ser ciega sino murciélaga. Ese llevar de lazarillos una legión de ratas
aladas y cegatonas para desplazarse sin peligro de tropezones y traspiés, de
colisiones, caídas, atropellos. Esa reivindicación del no-ver-viendo que se
opone al relato alarmista de los amigos videntes.
. La murciélaga que en el pasado de la lengua fue murciégala. Antes de que se
trastocaran las sílabas para destrabar la dicción.
. Eran demasiado ásperos sus libros. Demasiado recios, demasiado crudos
para haber sido escritos por una mujer. Pero en sus cartas de amor casi ciego
a Juan Guzmán Cruchaga, Brunet usó la autocompasión para trabajar los
afectos del poeta destinado en Oruro. A él le cuenta que en su soledad
santiaguina, y pese a su “oreja de paila rota”, la música le produce “las más
variadas y profundas sensaciones” y en ella aumenta esa afición cuanto menos
ve. “A veces me da cierta pena y pienso: afición de cieguecita”.
. En el tiempo de esas cartas ella tiene apenas 31 años y ya se rumorea en su
círculo de amistades que está casi ciega.
. Qué significa ese casi ubicado entre la ceguera y la videncia, ese casi que casi
escapa al orden de lo visual al que pertenecen el ver-bien y el no-ver-nada.
Cuánta luz se pierde por ese resquicio a lo largo de las décadas en que Brunet
continuó escribiendo sin cesar.
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. La cuestión de los ojos se manifiesta en la correspondencia de Brunet y
Mistral recién en la década del cuarenta. Tal vez sea 1945, tal vez 1944 o 1943
(la hoja no está fechada) cuando, rondando los cincuenta años, Marta
responde una misiva de Mistral diciendo lo siguiente: “Me llega su carta tan
solo hoy Gabriela, con un retardo de trenes que no empalman, de censura y
otros inesperados acontecimientos propios de los tristes tiempos que
andamos viviendo”. Brunet no se detiene en las difíciles circunstancias de la
segunda guerra europea que inunda los mares sino en su cruzada ocular. “No
escribo tanto como quisiera, porque me quita mucho tiempo la oficina y mis
ojos, como los suyos, no dan para muchas horas de trabajo”.
. En otra carta de esa época, Brunet vuelve sobre los ojos mistralianos: “Me
han dicho que sus ojitos tan lindos de verde, color verde de ojo de gato no
andan muy bien. Usted sabe que esa ha sido mi tragedia desde jovencita,
agravada por los años, el trabajo, las malas condiciones de luz, de aire”.
. Verdes, observa sin haberlos visto pero aunque hubiera conocido a Mistral
no se puede confiar en la endeble vista de Brunet, que, como tanta gente, cree
ver lo que no necesariamente está ahí. El recuerdo de lo admirado a menudo
sufre de daltonismo.
. No falta quien describa los grandes ojos de Mistral como celestes o grises.
Un cronista de la época los llama divinos.
. Entre divinos y adivinos hay solo una letra.
. La evocación de los pobres ojos gatunos y verdosos de Mistral se vuelve la
oportunidad de un acercamiento. Esos ojos comparten el color o su
confusión, y el cansancio y la bruma; la dificultad las iguala o eso parece creer
Brunet, que aprovecha su carta para recomendarle a la poeta una terapia
ocular que ella está probando. “Cuando llegué a Buenos Aires” –Brunet
escribe desde su puesto consular “andaba tan mal que desde hacía ocho
años que no iba al cine; leía, fatigándome a tal extremo que tuve que tomar a
una secretaria que me leyera, lo que para es muy cansador, porque me
distraigo, me exaspero, me enervo, me adormezco. Vivía con dolor de cabeza,
cuando no intoxicada con los analgésicos. Los médicos me decían que tuviera
paciencia, me aumentaban el grosor de los cristales y me daban la remota
esperanza de que al llegar a veinte dioptrías me operarían el cristalino, y
posiblemente recuperara la vista: el caso es que aquí […] me puse en manos
de una muchacha alemana, especializada en el tratamiento del doctor Bates.
Después de tres años tengo, en resumen, los siguientes resultados; jamás
padezco dolor de cabeza, puedo mover los ojos, rotarlos, mirar de reojo (a
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veces creo que voy a terminar echando un pololeo de ojitos); voy al cine y al
teatro dos veces por semana; leo hasta tres horas diarias; uso unos cristales
hasta tres números más bajos que los que usaba al salir de Chile. Para mí todo
esto es prodigioso. Si el tratamiento solo me hubiera curado los dolores de
cabeza, ya lo daría por excelente. Supongo que ahí habrá gente que lo haga.
La ciencia oftálmica no acepta las teorías del Dr. Bates. Pero si puede usted
hallar un oculista o nurse especializada, que se lo haga, entréguese
confiadamente porque la mejoría será notable. Este sistema es el que curó a
Aldous Huxley; su obra, El arte de ver, es una esperanza para los miopes o los
que padecen cualquier impedimento que les mengüe la visión. Y el
tratamiento es cosa fácil que se realiza casi jugando: ejercicios respiratorios,
de relajación; ejercicios con los ojos; dieta a base de vitamina A. Gabriela, no
olvide todo esto y si aún no lo ha hecho, busque quien la ponga en cura.
Digo, si aún no lo ha hecho porque tengo entendido que en Estados Unidos el
sistema del Dr. Bates está malgre tout muy difundido”.
. Malgre tout, a pesar de todo. A pesar de qué.
. Lo que acredita esa línea en francés es que la teoría del doctor Bates y el
breve tratado visual de Huxley habían causado enorme controversia y
desmentidos sobre la recuperación mediada por rigurosos ejercicios oculares.
Siguiendo la propuesta batesiana, Huxley sostenía que el ojo, como cualquier
otro órgano del cuerpo, podía curarse por solo. El ojo debía liberarse de las
monturas que le servían de muletas y ejercitar sus sculos ciliares para
restablecer su fortaleza. Bastaba con relajarlos y dinamizarlos, con
masajearlos, palmearlos, moverlos en todas direcciones, hacerlos pestañear
continuamente en vez de fijarlos. Era necesario agudizar la percepción
sensorial. Al ojo debía auxiliarlo el poder sinestésico de la mente.
. No es un libro autobiográfico, El arte de ver (1942), pero su autor da alguna
cuenta de su caso en la primera página. Una queratitis punctata adolescente.
El trabajo que le significó por años la lectura mediada por los dedos, por una
lupa, por gruesos anteojos. La poca vista y el mucho esfuerzo con que se
había graduado en literatura inglesa por la Universidad de Oxford. La
progresiva disminución de sus dioptrías. El rechazo que sufrió como
voluntario en el ejército porque no veía nada desde uno de sus ojos.
. En los retratos de Huxley se aprecia ese ojo empañado. Es un ojo turbio que
le confiere una extraña autoridad.
. Contrariando la prescripción batesiana, Brunet insistía en que para una vista
debilitada era más recomendable escribir que leer: aunque escribir fijaba ese
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ojo que el ejercicio de la lectura debía movilizar, escribir cansaba menos el
músculo ocular.
. Sobre la escritura del casi ciego. Aldous Huxley era el ejemplo de un cegatón
prolífico que, against all odds, llegó a publicar cincuenta libros.
. Sobre la lectura de los escritores casi ciegos. ¿Cuánto leían? ¿Leían algún
libro de vez en cuando? ¿Habían renunciado secretamente a la lectura? ¿Se
habían habituado a comentar libros que nunca leyeron como si los hubieran
leído?
. Sobre la dificultad de leer, otro aparte. La pose vidente de Huxley había sido
desenmascarada durante una conferencia: tenía sus papeles en el podio pero
no los estaba mirando, se había aprendido el texto de memoria. Un pequeño
fallo le hizo perder el hilo argumental y debió recurrir al escrito, acercarlo a la
cara, pegarlo a los ojos, rescatar la lupa que ocultaba en su bolsillo para
reanimar la memoria.
. Brunet no le revela esta argucia a Mistral, que tal vez ya lo sepa: la poeta le
seguía los pasos a Huxley, era su gurú de la filosofía mística.
. En una esquela a Victoria Ocampo, Mistral pregunta por Huxley. Mistral
sabe que la intelectual argentina había conocido al escritor inglés en París y
que a través de él conoció en Londres, en 1934, a Virginia Woolf. Mistral
comenta con cierta preocupación que ha leído “por ahí”, no sabe dónde, “que
Aldous Huxley está en una crisis religiosa o apegado a una secta que no
nombran”. ¿Se refería a la secta oftálmica de William Bates que le había
comentado Brunet?
. Mistral conocería a Huxley en 1944, apenas unos meses después de recibir la
carta donde Brunet insiste en que pruebe los promisorios ejercicios visuales
del místico escritor. Lo visitaría en su casa de Beverly Hills junto a Roger
Caillois, amante de Victoria Ocampo y traductor de Jorge Luis Borges al
francés. Se trataría de un encuentro fallido: Caillois le cuenta después a
Ocampo que a Huxley le había disgustado la desmedida admiración que le
prodigaba la poeta chilena.
. No hay constancia alguna de que Mistral intentara ejercitar sus ojos
diabéticos, aunque de que probó terapias alternativas a la ineficaz medicina
de la época.
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. Carta del 2 de junio de 1951. Remite Alone, un incondicional de la poeta por
más que ella lo despreciaba sin que él lo supiera. La de Alone es una hoja
mecanografiada pero, como si se hubiera enterado o se hubiera acordado en
el instante en que cerraba el sobre, el crítico apura una posdata en el ancho
margen izquierdo de la página. Con letra oronda y rimbombante, de enormes
mayúsculas, escribe: P.S. Gran alegría me dio Matilde, su amiga, con la
noticia de que una hierba mexicana le había devuelto a Ud. su visión normal.
¡Alabado sea Dios! ¿Servirá para Marta Brunet? Padece de una miopía antigua
y terrible, está casi ciega”.
. Mistral ya no vivía en México. Brunet nunca vivió en México. Josefina
Vicens era mexicana y empezaba a perder dioptrías pero nadie le recomendó
esa hierba milagrosa llamada chicalote.
. Chicalote. Argemone mexicana L. Papaveraceae. Etnobotánica y antropología. El
chicalote es una planta recomendada para curar problemas de los ojos dolor, escozor,
manchas e inflamación (v. mal de ojos); aunque principalmente se usa en las cataratas,
aplicando directamente el látex fresco o fomentos del cocimiento de la corteza por cinco o seis
días. La leche (látex) fresca se aplica por las noches sobre el párpado o dentro del ojo para
quitar el escozor, y mezclada con jugo de mezquite, se pone en gotas para remover las nubes
de los ojos. […] En Michoacán se usa para la tsandukus (en purépecha se llama así a la
enfermedad de los ojos), que se manifiesta por una excesiva secreción (v. legañas) originada
por un cambio brusco de temperatura. En este caso, puede ser suficiente una sola aplicación.
De la misma forma se aplica en ojos irritados, aunque se sugiere ponerla por la mañana.
(Apuntes herbolarios de la Universidad Autónoma de México.)
. ¿Cuánto tiempo duró la mejoría de Mistral?
. Eran leves mejorías o autosugestión, no cura definitiva la de esa hierba
mexicana. En otras cartas se aclara que la cura citada por Alone no es s
que efecto de un malentendido: ese mismo año 1951 Mistral dirá que una
hierba india de México la está ayudando a controlar la diabetes, no los ojos.
. La medicina demoró en encontrar tratamiento para esa enfermedad
conocida como diabetes mellitus, por la miel, o como diabetes sacarina, por la
sacarosa; era la condición que Emilia Pardo Bazán había definido en una
novela de 1884 como mal “nuevo”, “muy raro” y “de última moda”.
. La muerte diabética de la novelista gallega en 1921 coincide con el
descubrimiento de la insulina que Mistral no llegaría a usar. La poeta debía de
sufrir la otra diabetes: la de las estrictas dietas que ella no seguía porque era
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golosa y la del no fumar, a la que Mistral no hacía caso según se constata en
su archivo fotográfico.
. Otra carta, esta a propósito de la noticia falsa de la muerte de Mistral. Es
octubre de 1952 y faltan todavía cinco años para su deceso en Estados
Unidos. Le escribe desde Chile su amigo, el autor anarquista José Santos
González Vera, para saludarla y aprovechar de compartir con ella una
anodina secuencia de acontecimientos recientes: la baja en el precio de la
carne y las verduras y el aumento en la dotación del Premio Nacional de
Literatura concedido a Mistral el año anterior. Pasando al pormenor político,
González Vera informa a Mistral que, entre las quinientas peticiones de
renuncia diplomática extendidas por el presidente entrante se había
formulado una a la cónsul Marta Brunet. El dilema era que la escritora cónsul
acababa de operarse en Buenos Aires: “Tiene un ojo perdido y el otro por
perder”, asegura González Vera, pero como desdiciéndose agrega que Brunet
“se está curando”. Gracias a eso, prosigue, se pudo “detener el golpe” de su
despido y conseguir una prórroga a su estancia, pues “sus curaciones le exigen
estar en B. Aires hasta el 29 de diciembre, y que quede en el Ministerio”.
. José Donoso no había cumplido los 36 cuando en 1961 fue enviado a cubrir
el arribo de Marta Brunet al puerto de Valparaíso, a bordo del Reina del Mar.
La escritora regresaba a Chile tras una larga ausencia y tenía mucho que decir
sobre el presente pero retrocede hasta 1952 para contarle a Donoso que ese
año, en Buenos Aires, estaba empezando a quedarse ciega. Al subir a la
presidencia, don Pedro Aguirre Cerda se compadeció de mi estado, y me hizo
salir al extranjero como cónsul. Durante catorce os serví en puestos
consulares y diplomáticos en Argentina. A pesar de que allá el trabajo era
menos duro, mi ceguera aumentó”. Lo que cuenta a continuación parece
contradecir la versión de González Vera respecto de lo que sucedió después,
cuando asumió Carlos Ibáñez del Campo: Tuve que abandonar mi puesto
debido a mi antiperonismo, y se agudizaron mis cataratas. Viví durante
diecisiete años rodeada de una nebulosa creciente, incapaz de ver
perspectivas”.
. ¿Por qué no se operaba Brunet? La extracción del cristalino era un
procedimiento muy antiguo que ganó aceptación en el siglo xviii y ya era
práctica regular a mediados del xx. Su problema debía ser más complejo que
las meras cataratas. Un artículo posterior a su residencia en Buenos Aires no
menciona sus cataratas congénitas sino que describe “un leve derrame
sanguíneo” que le habría provocado “un súbito ensombrecimiento en la
refracción”.
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. “Todo principió”, contará Brunet sin precisar cuándo, “un día que viajaba
en un automóvil. Pedí al chofer que manejara más prudentemente porque
había neblina. El conductor me respondió que seguramente mis lentes
estaban empañados. Los limpié, pero seguí viendo neblina, cada día se fue
haciendo más intensa y espesa hasta que quedé totalmente ciega”.
. “Era una persona que caminaba por la calle como una ciega y ya casi no
podía leer”, contaría la pintora María Tupper, amiga íntima de Brunet.
Escribir era menos arduo, Brunet se había acostumbrado “a hacerlo al tacto
porque los objetos eran para ella como sombras”.
. Esa palabra sombría es la que usa Jorge Luis Borges en sus poemas ciegos
aunque en su único ensayo sobre el asunto habla de una ceguera amarilla, del
color de la luz.
. Borges no escribía sus ensayos ni “al tacto” ni de ningún otro modo; los
decía de memoria y daba sus clases de memoria también. Tímido
empedernido, quedarse ciego tal vez lo liberara del miedo a hablar ante un
auditorio lleno de ojos. Así lo imagina Sylvia Molloy, superando “esa
dificultad […] al quedarse ciego, porque entonces no veía a su público, por
ende el público no existía”.
. Perder la mirada ajena había suprimido en Borges el pudor. Su amigo
Adolfo Bioy Casares se lo encuentra una tarde en la playa, en camiseta pero
sin pantalones ni calzoncillos y le llama la atención. Borges no se inmuta.
Otro día, o acaso el mismo, Borges entra al baño de Bioy sin cerrar la puerta y
orina fuera de la taza. Es como si llevara una máscara, comenta Silvina
Ocampo que además de ser una escritora asombrosa, de ser hermana de
Victoria y amiga de Borges estaba casada con Bioy. Es como si estuviera
protegido por la oscuridad, como si los demás ya no existieran.
. Se negaba a asistir a las inútiles revisiones médicas y era su amigo Bioy quien
lo convencía, quien lo acompañaba, quien pagaba la consulta o conseguía que
el oculista no cobrara.
. No se ha logrado establecer cuál era el origen del mal y no se entiende si era
por ignorancia del ciego o negligencia oftalmológica o si era que en un solo
par de ojos podían coexistir todos los diagnósticos que recibió Borges.
. Cataratas prematuras. Córneas ulceradas. Desprendimiento de retina. Nervio
ocular dañado en un glaucoma. Degeneración de la mácula. El ojo está malo
por donde se lo mire. Entre otras especulaciones se cuenta que el poeta del
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Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 145 ISSN 2422-5932
párpado desmayado fingía estar ciego. Que le gustaba la pose que se revelaba
en las fotografías. Alguien certifica que se dio un golpe en la cabeza al subir
por unas escaleras, que se lastimó la frente en la arista de una ventana abierta,
que la herida lo tuvo un mes debatiéndose entre la vida y la muerte, que eso
detonó su ceguera.
. Ese golpe es epifanía en un cuento de Borges pero es asimismo biográfico:
el accidente ocurrió en la verdadera ventana del departamento bonaerense de
María Luisa Bombal. La novelista chilena había partido a Argentina después
de pegarse un tiro que no tuvo consecuencia y antes de dispararle otro a su
amante en Chile. Por esa ventana que Borges no vio, el escritor estuvo al
borde de morir de una septicemia fulminante.
. Borges sobrevive ese incidente pero en él fracasan todas las intervenciones
oculares. En los ojos, por esos años, había más fracasos que triunfos.
. Brunet se somete a sucesivas pero inservibles cirugías a partir de 1945,
cuando la bruma empieza a volverse impenetrable. Si lo suyo fue o no una
intervención al cristalino o si se trató de un injerto de placenta en la córnea o
si ambas cosas eran parte de una misma operación no queda huella en los
archivos. Solo se sabe que ninguno de esos tratamientos arrojó luz sobre sus
ojos.
. Estaba ya casi ciega cuando Borges queda completamente ciego.
. No hay registro de que Brunet escribiera sobre Borges: es una excepción y
una extrañeza que no le dedicara ni una sola línea a su ciego más cercano.
. Es posible aunque improbable que no se hubieran conocido. Debieron
andar por las mismas calles, porque fueron tantos los años que Brunet pasó
en Buenos Aires, tantas las tertulias porteñas en que participó, tantas las veces
que visitó las villas de la familia Ocampo y que publicó cuentos en la revista
Sur donde Borges colaboraba con Victoria. Si no se encontraron en cenas o
cócteles o conferencias, al menos debieron toparse con motivo de la
ceremonia donde se otorgó a la escritora chilena un premio literario argentino
por Humo hacia el sur (1946). Porque en el jurado estaba el todavía vidente
Jorge Luis.
. Borges no dejó señal de haberse interesado en la obra de Brunet como se
interesó en la de Bombal. A la amiga de la ventana asesina le dedicaría unas
líneas entrañables con ocasión de una traducción al inglés. Son pocas líneas
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Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 146 ISSN 2422-5932
pero Borges aprovecha para celebrar ciegamente que la obra de María Luisa
“suele carecer de color local”.
. En el momento de ese prólogo ya Borges se dedicaba a reclutar ojos entre
quienes lo visitaban o trabajaban para él: sus seguidores, sus estudiantes, y, en
los años de la Biblioteca Nacional, sus empleadas. Pero fue su madre, la
longeva Leonor Acevedo, quien le prestó el cuerpo acompañando sus viajes y
facilitando su vida cotidiana. Borges diría que su madre fue “una verdadera
secretaria”, la que se ocupó de su correspondencia, de su dictado, de su
lectura, de sus traducciones, por más que su nombre, el de Leonor, fue
omitido incluso de las obras de Virginia Woolf que tradujeron juntos.
. Alan Pauls ha dicho que Leonor es “la madre de escritor más célebre de una
literatura que no brilla demasiado en figuras maternas”. Y si la primera mitad
de esa afirmación es certera, faltaría afilar la segunda: no es que faltaran las
madres acomo no faltaron las esposas correctoras ni las hijas amanuenses o
las que guían: alguien se encargó de borrarlas.
. Tantas manos recortadas en esas biografías para consolidar el mito del ciego
solitario y autónomo, para desligarlo de la imagen del que depende de otros.
. Como si depender de una mujer fuera una humillación.
. En 1951 Borges contrató a una mujer que venía tres o cuatro as por
semana y le leía tres o cuatro horas al día. Debió haber más que una voz en
todas esas horas, debió existir una conversación, una colaboración.
. Ese mismo año, en otro barrio de Buenos Aires, Brunet contrató a una
lectora por horas que quedó descrita en los archivos como secretaria. ¿Cuán
cercana fue esa secretaria? ¿Cuán íntima? ¿Cuán capaz de leerle el
pensamiento y de terminarle la frase? Ese es el secreto de las secretarias, de
las taquígrafas, transcriptoras, lectoras y enfermeras del ojo que posibilitan la
escritura de la ceguera.
. Debió ser por esos años que la madre de Sylvia Molloy la despidió ante el
barco que la llevaría de Buenos Aires a Francia, advirtiéndole que “en Europa
hay mujeres mayores que buscan secretarias venes pero en realidad buscan
otra cosa”.
. En México como en tantos otros lugares se estilaba la figura de la lectora:
Josefina Vicens contrató a alguien para que le leyera guiones, y cuando no
había guiones, novelas. El problema eran las noches y el amanecer: si con
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Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 147 ISSN 2422-5932
anterioridad la insomne Vicens consagraba esas horas a los libros, ahora la
ceguera le imponía una vigilia sin ese consuelo.
. ¿Si su lectora, la de Vicens, hubiera sido su compañera sentimental, no
podría haberla asistido con su voz durante las horas muertas de la
madrugada? Ahí hay otro agujero biográfico: no se habla de sus parejas
sentimentales. “Fue siempre muy reservada y discreta respecto a su vida
emocional y a su orientación sexual”, comenta un amigo suyo, y diciendo más
de lo que pretendía decir, agrega que esa reserva era “no solo por ella sino
por respeto a la privacidad de sus compañeras”. El amigo insiste en que lo
que pudieron captar los lentes de sus biógrafos “es mera deducción”.
. Se suele insistir en que estuvo casada con un traductor del que se separó sin
divorciarse; Josefina diría que se les olvidó hacer el trámite.
. Silvina Ocampo no sufría de la vista pero igualmente tuvo una secretaria que
por os pasó a máquina sus versos manuscritos en servilletas y hojas sueltas
así como las infinitas correcciones que Silvina aplicaba sobre la página.
Durante medio siglo, su secretaria le buscó palabras en el diccionario.
. Leal como nadie en la vida de Silvina, esa secretaria siguió trabajando para
ella incluso después de que murió.
. Esa secretaria no fue su amante; contra el deseo de Silvina, siempre la trató
de usted.
. Amante de Silvina fueron la madre de Bioy Casares hasta poco antes de que
se casaran y una sobrina que Silvina compartía con él. Y la arisca poeta
Alejandra Pizarnik. Es lo que revelan sus biógrafos sin ninguna convicción: la
vida de Silvina está llena de claroscuros.
. Al intempestivo matrimonio con Bioy no asistió casi nadie: los amigos de la
pareja recibieron un telegrama políglota en el que Borges, el testigo, parodiaba
el juego verbal de James Joyce: “Mucho registro civil, mucha iglesia, don’t tell
anybodini whateverano”.
. En cuanto a Gabriela Mistral: tuvo sucesivas secretarias, asistentes, lectoras,
amigas íntimas que compartieron con ella sus casas, una tras otra. Los
nombres de aquellos oficios velaban verdades privadas de luz pública.
. Forzada a la distancia por sus destinos diplomáticos, Mistral construía una
celosa cercanía con aquellas mujeres. A Doris Dana, su última compañera
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Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 148 ISSN 2422-5932
sentimental, le enviaba cartas de amor desesperado donde asumía el género
masculino. “Soy arrebatado, recuérdalo, y colérico. Tuyo, Mistral”.
. Se decía que el Mistral original que inspiró a Lucila Godoy Alcayaga en la
elección de su seudónimo era un dramaturgo francés de lengua occitana,
Frédéric Mistral o Mistrau en su original provenzano. Ese Mistral había sido
el cuarto acreedor del Premio Nobel de Literatura que Gabriela Mistral
obtendría cuatro décadas más tarde, en 1945. Pero Gabriela se encargaría de
negar que su apellido hubiera sido elegido para homenajear al Mistral o
Mistrau original. Ella adoraba el viento y Mistral le pareció una palabra llena
de soplos.
. Eliminó el Godoy y el Alcayaga: “Y el nuevo me mató al viejo: una en
maté, yo no la amaba”.
. Antes de que Gabriela liquidara a Lucila hubo otras sustitutas de su nombre:
Alma, Alguien, Soledad. Y aún antes, cuando “recién comenzaba a escribir
unas prosas muy malas” en el periódico de su pueblo, firmaba simplemente
Y.
. Lucila y Soledad son dos muchachas que quisieron ser reinas en un
conocido poema de Mistral publicado inicialmente en Sur, la editorial de
Victoria Ocampo.
. Soledad se acerca al seudónimo usado por Alone, el crítico valedor de
Mistral y de Brunet que firmaba solo o solitario en inglés.
. Silvina Ocampo firmó sus primeros textos como Sin. Pecado anglosajón.
Preposición de la ausencia en castellano.
. El nombre Josefina le disgustaba a Vicens. Hubiera preferido uno más
corto, más redondo. Marta. Olga. Esos son los ejemplos que ofrece, pero lo
que le exigía a sus cercanos era que la llamaran Peque, el mote que le pusieron
en su primer oficio por ser la más joven.
. Peque de pequeña y tal vez de pecado en la forma imperativa del mandato y
en la forma pretérita despojada de su tilde.
. Josefina: cuando eligió nombre para firmar no usó Peque sino Pepe, apodo
de todo José. De su padre que era José (Vicens) y de José (García),
protagonista de El libro vacío (1958). De José (Ferrel) que fue el traductor con
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Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 149 ISSN 2422-5932
quien estuvo para siempre casada. Jose era además la mitad masculina de su
nombre.
. Firmaría como Diógenes García sus artículos políticos y como Pepe Faroles
sus incisivas e intolerantes crónicas taurinas. Un famoso torero mexicano
mandó a un boxeador a propinarle una paliza al tal Faroles por haber escrito
una crónica adversa. El boxeador fue recibido en la redacción de la revista
por una reportera de nombre Josefina con quien conversó largamente hasta
que ella le preguntó a qué hora empezaría a pegarle.
. Eligió Faroles por su luminosidad.
. Todo seudónimo es veladura pero es también la máscara que revela.
. Para no ser descubierta por su familia, Brunet ocultó su identidad firmando
sus primeros escritos como Miriam, pero a partir de los veintitrés años su
escritura literaria llevará el sello de su propio nombre. La heteronimia solo
surge en la versátil tecla periodística de Brunet: en la revista Ecrán y en el
diario La Nación firma como Aladina; en la revista Zigzag como La dama del
antifaz; en Familia usa tanto el velo de Isabel de Santillana como el de
Hermanita Hormiga.
. Solo hay evidencia de una oportunidad en que Brunet usó un seudónimo
masculino para su obra literaria: es posible que Bonzo fuera estratégico para
ganar un concurso.
. El Mistral de Lucila emerge en 1908, seis años antes de que la poeta ganara
los Juegos Florales con un nombre que no era el propio.
. Cuando firma su carta de amor colérico con ese “tuyo, Mistral”, ya nadie se
acuerda de Lucila.
. Concluir una carta es siempre ocasión de imprimir una intensidad. Mistral
solía cerrar sus más sentidas usando un nostálgico “te pienso” del que Brunet
se hace eco: en una temprana misiva a Gabriela, Marta cierra con un “piense
que la quiero mucho” que suele dedicarle a sus amigas más íntimas.
. Despedida epistolar de Mistral a una amiga desde el hospital californiano
donde le ven el mal de los ojos. “Hasta la vista que te digo con harto dolor”.
Meruane, Las casi ciegas Revista de estudios literarios latinoamericanos
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. Mistral anota a veces un “Gabriela” al pie de las cartas enviadas a Victoria
Ocampo, otras veces tacha “Gabriela” y enmienda su seudónimo
escribiéndole encima “Tu Lucila”.
. Lucila es la patrona de los ciegos por más que esa santa se quedó sin ojos. Se
los había arrancado y ofrecido a su dios sobre una bandeja reluciente, prueba
material de que solo tenía ojos para él. Lucila o Lucía, e incluso Lina, Alina,
Elena que en árabe remiten a generosidad y en griego a brillo astral, que en
latín simplemente alumbran. Todas son una, la misma luz.
. En alguna ocasión, Gabriela deja que asome su Lucila señalando, con harto
dolor, que no ha podido escapar del paradójico presagio del rostro cegado.
. Se dice que un nombre es siempre un rumbo. ¿Pero es un nombre siempre
un destino? ¿Es premonición de lo que se avecina?
(…)