Meruane, “Las casi ciegas” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 132-150 139 ISSN 2422-5932
. La cuestión de los ojos se manifiesta en la correspondencia de Brunet y
Mistral recién en la década del cuarenta. Tal vez sea 1945, tal vez 1944 o 1943
(la hoja no está fechada) cuando, rondando los cincuenta años, Marta
responde una misiva de Mistral diciendo lo siguiente: “Me llega su carta tan
solo hoy Gabriela, con un retardo de trenes que no empalman, de censura y
otros inesperados acontecimientos propios de los tristes tiempos que
andamos viviendo”. Brunet no se detiene en las difíciles circunstancias de la
segunda guerra europea que inunda los mares sino en su cruzada ocular. “No
escribo tanto como quisiera, porque me quita mucho tiempo la oficina y mis
ojos, como los suyos, no dan para muchas horas de trabajo”.
. En otra carta de esa época, Brunet vuelve sobre los ojos mistralianos: “Me
han dicho que sus ojitos –tan lindos de verde, color verde de ojo de gato– no
andan muy bien. Usted sabe que esa ha sido mi tragedia desde jovencita,
agravada por los años, el trabajo, las malas condiciones de luz, de aire”.
. Verdes, observa sin haberlos visto pero aunque hubiera conocido a Mistral
no se puede confiar en la endeble vista de Brunet, que, como tanta gente, cree
ver lo que no necesariamente está ahí. El recuerdo de lo admirado a menudo
sufre de daltonismo.
. No falta quien describa los grandes ojos de Mistral como celestes o grises.
Un cronista de la época los llama divinos.
. Entre divinos y adivinos hay solo una letra.
. La evocación de los pobres ojos gatunos y verdosos de Mistral se vuelve la
oportunidad de un acercamiento. Esos ojos comparten el color o su
confusión, y el cansancio y la bruma; la dificultad las iguala o eso parece creer
Brunet, que aprovecha su carta para recomendarle a la poeta una terapia
ocular que ella está probando. “Cuando llegué a Buenos Aires” –Brunet
escribe desde su puesto consular– “andaba tan mal que desde hacía ocho
años que no iba al cine; leía, fatigándome a tal extremo que tuve que tomar a
una secretaria que me leyera, lo que para mí es muy cansador, porque me
distraigo, me exaspero, me enervo, me adormezco. Vivía con dolor de cabeza,
cuando no intoxicada con los analgésicos. Los médicos me decían que tuviera
paciencia, me aumentaban el grosor de los cristales y me daban la remota
esperanza de que al llegar a veinte dioptrías me operarían el cristalino, y
posiblemente recuperara la vista: el caso es que aquí […] me puse en manos
de una muchacha alemana, especializada en el tratamiento del doctor Bates.
Después de tres años tengo, en resumen, los siguientes resultados; jamás
padezco dolor de cabeza, puedo mover los ojos, rotarlos, mirar de reojo (a