Djament, La literatura de Sylvia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 65-71 65 ISSN 2422-5932
LA LITERATURA DE SYLVIA
MOLLOY: UN SABER DEL RESTO
Leonora Djament
Universidad de Buenos Aires
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Participó en congresos nacionales e internacionales.
Publicó artículos sobre teoría y crítica literaria en revistas y en libros. Publicó el libro de ensayo La vacilación
afortunada. H. A. Murena: un intelectual subversivo (Colihue, 2007). Participó y coordinó mesas
redondas sobre literatura y sobre el mundo de la edición. Dicta clases en la materia Teoría y análisis literario en
la UBA desde el año 1996. Trabaja en el sector editorial desde comienzos de 1996. Hizo prensa y fue editora
de las líneas de ensayo en Alfaguara. Desde enero de 2000 hasta octubre de 2007 estuvo a cargo de la
Dirección Editorial de Grupo Editorial Norma. Desde noviembre de 2007, es Directora Editorial de Eterna
Cadencia Editora. Fue docente de la Diplomatura en Edición de la Universidad Pedagógica. Es docente del
Magíster de Edición de la Universidad Diego Portales (Chile). Durante la Feria Internacional del Libro de
Buenos Aires de 2015 fue distinguida con el Premio a la Editora del Año
Contacto: ldjament@gmail.com
Todo sobre Molloy
NÚMERO
ESPECIAL
Djament, La literatura de Sylvia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 65-71 66 ISSN 2422-5932
Restos
Ruinas visitadas en Misiones, restos de iglesias, casas demolidas, una
(o varias) urnas con cenizas, un billete de un peso, cajitas de
fósforos, “pedacitos de vida descompuesta (2011: 14), retazos de
géneros (plumetí, broderíe, tafeta, falla, gro) (2003: 21). Toda la
narrativa de Sylvia Molloy puede ser pensada como un diario
descosido (2011: 165) o, mejor, un desorden costurero (2003: 21)
que trabaja con restos, retazos, reliquias, ruinas. Molloy construye su
literatura a partir de las hilachas o harapos que la memoria olvida a
su paso. Enfermedades, modernizaciones urbanas, muertes, van
dejando despojos detrás de quien narra.
Ahora bien, sería una tentación decir que la literatura de Molloy
funciona contra la fugacidad de la memoria, contra el paso del tiempo,
como modo de reparación o torniquete contra el olvido. Sin embargo,
estos textos no quieren reparar nada, no hay (solo) una memoria
olvidadiza, quebrada, fragmentada que eventualmente pueda ser
enmendada, reconstruida en sus lagunas. La memoria es un don
elusivo (14), le advierte la madre al protagonista de El común olvido y
Samuel, a su vez, le reprocha: Y a vos qué te importa que se
mezclen los recuerdos () No hay memoria pura (214). Estos
textos, en cambio, reclaman ser pensados como un arte hecho con
restos, un arte de lo precario. Al modo de la alegoría barroca, tal
como la lee Benjamin: se trata de ruinas, fragmentos arrancados o
desprendidos de un todo irrecuperable (o inexistente), que a un
tiempo son historia petrificada y naturaleza en decadencia y se
caracterizan por su fragilidad y transitoriedad, pues sus sentidos son
absolutamente provisorios, plurales. Por eso, estas narracion es no
son textos contra el olvido, sino textos precarios precariamente
construidos y articulados-, donde por más que aparezca un nuevo
recuerdo, un nuevo retazo, no hay posibilidad de completar totalidad
alguna, the whole picture.
1
Me siento precaria (2003: 11, el subrayado es o) dice
justamente la narradora de Varia imaginación antes de emprender un
viaje a la Argentina. Me siento muy solo en Buenos Aires, también
frágil (2011: 75, el subrayado eso), comenta el narrador de El
común olvido al llegar a la Argentina. Es Agamben quien recuerda que
1
Como le dice Simón a Daniel (2011: 30).
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precario significa aquello que se obtiene a través de una plegaria
[] y por ello es frágil y aventurero. Y aventurera y precaria es la
literatura si quiere mantenerse en una relación justa con el mist erio.
El escritor procede [] entre el olvido y la memoria (2014: 15). Y
por allí habría que buscar la potencia de estos textos. Los desechos,
entonces, los restos, precarios y frágiles, son los materiales a partir
de los cuales quizá se pueda construir algo nuevo. Pero deberemos
indagar qué es ese algo nuevo. No se trata de reparar esos restos,
de reconstruirlos, de recuperar una organicidad perdida (ese trabajo
se sabe fracasado de antemano), sino de estar atentos a lo que esos
restos liberan: se trata de vislumbrar cuál es el saber del resto que
estos textos proponen. Podríamos decir, entonces, que la literatura
de Molloy propone un saber del resto, pero el resto pensado no
como fragmentos de un todo sino como lo piensa la tradición
mesiánica, como concepto salvador: aquellas astillas que, tal vez,
posibilitarán la redención
2
.
La literatura de Molloy, entonces, como plegaria (profana,
claro) que no pide nada, no pide por el pasado perdido, por la
memoria que se resquebrajó, sino que en tanto es proferida, sin
proponérselo, abre posibilidades, abre mundos, abre temporalidades,
siempre inestables, con el olvido y la memoria como su materia
prima. Así, hay episodios donde los personajes regresan a lugares que
habitaron en el pasado, revisitando su infancia. También, en
dirección opuesta, aparecen repentinamente recuerdos que llegan al
presente y recién entonces algún personaje comprende una situación
de abuso vivido en la niñez (Molloy, 2003). Y hay otras situaciones
donde no se viaja al pasado ni el pasado viaja al presente, sino que
las temporalidades y los lugares se superponen, se acoplan, se
espejan:
Ahora es abril, pero a veces creo que estamos en septiembre. Sé
que estamos por entrar en verano pero hay días en que algo me dice
que está por llegar el invierno, con sus lluvias y humedades, casi lo
presiento en el viento fresco que a veces sopla por la tarde. Y
también lo presiento en el ladrido desolado de un perro que me llega
desde el fondo de (la) manzana, que es el de aquel perro de la casa
del fondo, en Olivos, que ladraba de tarde cuando tenía frío. Estoy
en Buenos Aires, me digo, estoy en casa de mis padres. No, no me he
ido. Está refrescando, mejor que entre (Molloy, 2003: 104-105).
2
Para una (o varias) teorías del “resto” mesiánico cfr. Agamben (2006 y 2013).
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Temporalidades espejadas y arte precario. Estamos ante una
literatura construida con desechos; textos hechos con sobras. (Es
más, solo a través de las fracturas es que se puede comprender algo:
literalmente es gracias a la fractura de un brazo que Daniel, el
protagonista de El común olvido, se entera de una fractura anterior en
ese mismo brazo, de un accidente que lo involucró y de los amores
secretos de su madre.) Y las temporalidades espejadas y estos restos,
con sus sentidos precarios, inestables, lo que proponen, quizá, sea
simplemente (o nada más y nada menos que) una perspectiva: como
Daniel, en El común olvido, sopesando las justificaciones del exilio de
su madre: en momentos más piadosos, la justifico: me digo que su
reescritura de la historia no era simplemente un gesto vanidoso sino
que respondía a una necesidad vital, la de dar cabida a su pasado
argentino dentro de una perspectiva que solo adquirió al irse (2011:
58-59). (También es una perspectiva distinta de su propio cuerpo,
en este caso lo que consigue Daniel, de adolescente, en el baño de
su casa, sentado desnudo entre dos espejos enfrentados.) A lo mejor
todo se trata de conseguir perspectivas. Theodor Adorno sostenía en
Mínima moralia:
El único modo que aún le queda a la filosofía de responsabilizarse a
la vista de la desesperación es intentar ver las cosas tal como
aparecen desde la perspectiva de la redención. El conocimiento no
tiene otra luz iluminadora del mundo que la que arroja la idea de la
redención: todo lo demás se agota en reconstrucciones y se reduce a
mera técnica. Es preciso fijar perspectivas en las que el mundo
aparezca trastocado, enajenado, mostrando sus grietas y desgarros,
menesteroso y deforme en el grado en que aparece bajo la luz
mesiánica (1998: 250).
Me gusta esta idea que propone Adorno donde la redención
3
no es la
salvación real, el advenimiento de un paraíso prometido, sino que es
un punto de vista, una perspectiva. La luz redentora no proyecta
imaginarios paraísos extraterrenales, sino nuestra vida precaria y frágil.
Pero ades, como indica la cita, el punto de vista de la redención es
justamente un punto de vista, una perspectiva, más que un contenido.
La luz redentora funcionaría como un ligero extrañamiento sobre
nuestra vida cotidiana, como la mirada de Daniel sobre el pasado de
su madre o las temporalidades espejadas.
3
Para un desarrollo de la idea de redención en Adorno ver mi artículo “Nuestro principio de esperanza.
Ensayo y mesianismo a comienzos de siglo” (2018).
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Sumas
Si bien los personajes de estas narraciones se quejan porque no ata[n]
cabos”, es curioso cómo la contabilidad entreteje los textos de Sylvia
Molloy. Hay en Desarticulaciones un capítulo que se llama justamente
Finanzas, donde tres mujeres esperan al contador. Siguiendo esta
pista, cuando en El común olvido se habla del pasado, el narrador
liquida cuentas, o bien hace inventario de la casa de su madre,
empaqueta, lleva a depósito y al final de la novela sopesa pérdidas
y ganancias. Algunas veces en estos textos, como ya vimos, un
recuerdo del pasado vuelve repentinamente al presente y cobra otro
sentido. (¿Qué pagaremos cuando aparece el sentido? ¿El precio del
resto que queda en la sombra?) Otras veces, calculando cuánto dinero
le queda para continuar una estancia en Buenos Aires prolongada más
de lo previsto, Daniel comenta: ya he entrado en mis reservas (2011:
86). (Reservas que tal vez sean a un tiempo tanto sumas económicas
como secretos). En una ocasión, a la narradora de Desarticulaciones le
ocurre un episodio raro y necesita anotarlo. Entonces dice: Tuvo
un episodio raro, lo consigno aquí (2010: 69. El subrayado es mío).
Ahora bien, ¿qué pasaría si leemos el verbo consignar no ya como
sinimo de dejar anotado”, firmar”, sino en su matiz comercial?
Consignar, dice el diccionario, es dejar mercadería en depósito.
Dejar mercadería en consignación significa dejar objetos para su
futura venta, pero sin certeza de si se van a vender o no. (Justamente
el modo en que los editores enviamos los libros a las librerías.) La
consignación establece, entonces, una relación específica con el
futuro: puede que sí, puede que no. Toda la escritura de Molloy, me
parece, funciona como un envío al futuro, sin certezas. Por eso me
resulta interesante pensar estos textos en su reenvío al futuro y no al
pasado. No pensar ya la relación de estos textos con la memoria, con
el pasado a reconstruir, sino observar, en cambio, la apertura que
dibujan. Como la plegaria profana, frágil y aventurera, que abre
posibilidades.
Acaso es una de las palabras que probablemente más insisten
de principio a fin en estos textos que estamos leyendo (a tal punto que
se podría decir que es otro de los hilos que entretejen estas novelas).
Pero este acaso no funciona simplemente como sinónimo de tal
vez. Se trata, me parece, de un acaso ominoso, el mismo que
aparece, por ejemplo, al final de El sur, el cuento de Borges donde
Dalhmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá
manejar y sale a la llanura para pelear contra su contrincante (Borges,
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1974: 530). ¿Por qué acaso? Si Dalhmann es un bibliotecario porteño
(como Daniel, por cierto) que no tiene ningún conocimiento práctico
sobre el mundo de los gauchos. ¿Acaso sí sabrá, contra todo
pronóstico o lógica? Literalmente, sobre el final de El común olvido, el
protagonista desliza:acaso, ¿por qué no?... (2011: 344). Estamos
ante una apertura incierta, sin certezas, que dibuja nuevas
perspectivas. Y por eso mismo, estos momentos solo pueden narrarse
en presente, abismándose a lo que pueda venir. (Efectivamente tanto
el final de “El Sur como los finales de Varia imaginación y
Desarticulaciones están narrados en presente.) Y tal vez ese sea parte del
aprendizaje de estos textos: no hay sentido final, definitivo. No hay
que esperar la gran revelación. “Pedazos nimios, claro está. No
reclamo para ellos el valor de revelaciones que me aclaren la existencia
o que den sentido a mi vida presente (2011: 35). No hay the whole
picture. Como los objetos, casi educidos por la esperanza (2011: 84)
que Daniel debe envolver al levantar la casa de su madre, recordando
los hrönir borgeanos, y que luego probablemente no tendrán sentido
fuera del contexto de la casa materna.
Proyecto mesiánico, si se quiere, donde los restos son el lugar de
una posible fuerza salvadora
4
o promesa; pero mesianismo escéptico
5
,
porque sabe de sus limitaciones. O acaso
Creo que la literatura de Sylvia Molloy puede ser lda desde esta
perspectiva. Son textos que trabajan con el pasado, pero solo para
calcular pérdidas y ganancias (tarea imposible, por cierto) y posibilitar
a partir de un pasado astillado la apertura de otras temporalidades, la
llegada de un futuro incalculable. Para seguir adelante (2010: 9) reza
¿otra plegaria? el epígrafe de Desarticulaciones. Literatura hecha de
restos que confían en ese naufragio en el que viven. Ruinas que
celebran la felicidad y el saber del resto.
4
“¿Y cómo explicarles (…) que la traducción, descubierta en la universidad como técnica, fue mi
salvación?” (2010: 34. El subrayado es mío)
5
Para un desarrollo de la idea de “mesianismo escéptico” cfr. Djament (2018).
Djament, La literatura de Sylvia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
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BIBLIOGRAFÍA
Adorno, Theodor. Minima Moralia, Madrid, Taurus, 1998.
Agamben, Giorgio. El fuego y el relato. México: Sexto piso, 2014.
---. El tiempo que resta. Madrid: Trotta, 2006 y
Djament, Leonora (2018). “Nuestro principio de esperanza. Ensayo y mesianismo
a comienzos de siglo”, en Dossier, núm. 37, año 13.
Molloy, Sylvia. El común olvido. Bs As: Eterna Cadencia, 2011.
---. Molloy, Sylvia, Desarticulaciones, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2010
---. Varia imaginación. Bs As: Beatriz Viterbo, 2003.
Taub, Emmanuel. Mesianismo y redención. Buenos Aires: Minio y Davila, 2013