Djament, “La literatura de Sylvia…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 65-71 67 ISSN 2422-5932
“‘precario’ significa aquello que se obtiene a través de una plegaria
[…] y por ello es frágil y aventurero. Y aventurera y precaria es la
literatura si quiere mantenerse en una relación justa con el mist erio.
El escritor procede […] entre el olvido y la memoria” (2014: 15). Y
por allí habría que buscar la potencia de estos textos. Los desechos,
entonces, los restos, precarios y frágiles, son los materiales a partir
de los cuales quizá se pueda construir algo nuevo. Pero deberemos
indagar qué es ese “algo nuevo”. No se trata de reparar esos restos,
de reconstruirlos, de recuperar una organicidad perdida (ese trabajo
se sabe fracasado de antemano), sino de estar atentos a lo que esos
restos liberan: se trata de vislumbrar cuál es el saber del resto que
estos textos proponen. Podríamos decir, entonces, que la literatura
de Molloy propone un saber del resto, pero el resto pensado no
como fragmentos de un todo sino como lo piensa la tradición
mesiánica, como concepto salvador: aquellas astillas que, tal vez,
posibilitarán la redención
.
La literatura de Molloy, entonces, como plegaria (profana,
claro) que no pide nada, no pide por el pasado perdido, por la
memoria que se resquebrajó, sino que en tanto es proferida, sin
proponérselo, abre posibilidades, abre mundos, abre temporalidades,
siempre inestables, con el olvido y la memoria como su materia
prima. Así, hay episodios donde los personajes regresan a lugares que
habitaron en el pasado, revisitando su infancia. También, en
dirección opuesta, aparecen repentinamente recuerdos que llegan al
presente y recién entonces algún personaje comprende una situación
de abuso vivido en la niñez (Molloy, 2003). Y hay otras situaciones
donde no se viaja al pasado ni el pasado viaja al presente, sino que
las temporalidades y los lugares se superponen, se acoplan, se
espejan:
Ahora es abril, pero a veces creo que estamos en septiembre. Sé
que estamos por entrar en verano pero hay días en que algo me dice
que está por llegar el invierno, con sus lluvias y humedades, casi lo
presiento en el viento fresco que a veces sopla por la tarde. Y
también lo presiento en el ladrido desolado de un perro que me llega
desde el fondo de (la) manzana, que es el de aquel perro de la casa
del fondo, en Olivos, que ladraba de tarde cuando tenía frío. Estoy
en Buenos Aires, me digo, estoy en casa de mis padres. No, no me he
ido. Está refrescando, mejor que entre (Molloy, 2003: 104-105).
Para una (o varias) teorías del “resto” mesiánico cfr. Agamben (2006 y 2013).