Link, “Las letras de Molloy” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 1-6 5 ISSN 2422-5932
representación del deseo lesbiano y, al mismo tiempo, permite el silenciamiento
de ese deseo, su desplazamiento, su indiferencia (pág. 139)
La intervención es precisa, agudísima y parte de un cotejo de textos (Penrose,
Pizarnik) que lectores más perezosos no consideraron necesario.
Pero, sobre todo, entiende (como en Las letras de Borges, como en el
recuerdo de Pezzoni) que hay un solo texto y que ese texto total es una entrada
tanto a una estética como a una ética, un espejo de escritura-lectura, la
traducción de un gesto y, además, una cadena de afinidades, simpatías y
coexistencias, que nos arrastra incluso a quienes leemos la lectura de Sylvia, que
lee a Pizarnik, que lee a Penrose, que lee a Erzsébet Báthory.
Porque es sabia pero también amable, Sylvia no necesita subrayar para
nosotros ni esa propiedad de arrastre, ni esa forma de comprender la literatura
(y, por consiguiente, la vida): un conjunto de “menudas sabidurías” (en el texto
sobre Pezzoni) o de “pormenores lacónicos” (en el extraordinario libro sobre
Borges). Sin una sensibilidad aguda respecto de eso, la literatura está perdida.
En sus libros (no importa de qué género participen), Sylvia anula la
historia entera de la escritura como dis-positivo (como negatividad) y coloca a
la institución “las letras” bajo el signo de la conversación socrática, como si la
única existencia posible para la literatura fuera del orden sino de lo compartido,
de lo compartible.
Lo primero que un escritor debería aprender, entonces, es volverse
irreconocible a si mismo, encontrar en su lugar un espacio vacío, precisamente
lo que podría llegar a transformarlo en una potencia de vida. El texto como
espejo, en esa perspectiva, es una heterotopía
. No un lugar real, ni un espacio
utópico, sino un diferencial. El texto-espejo (se llame Borges, Pezzoni, Pizarnik
o Molloy) es una utopía, porque es un lugar sin lugar. En el espejo, me veo
donde no estoy, me miro allá donde estoy ausente.
Pero el texto-espejo es igualmente una heterotopía, en la medida en que
el espejo realmente existe y tiene un efecto de disolución sobre el lugar que ocupo.
A partir del espejo me descubro ausente en el lugar en que estoy, puesto que
me veo allá, en otra parte, en ese lugar donde Molloy quiso que yo estuviera
(leyendo a Borges, a Pizarnik o a Pezzoni, pero a través de sus gestos).
Como si se nos dijera: lo que te define no es tu encarnizamiento en tu
propia práctica, sino un cierto deseo, una inclinación, una atracción, un gusto:
¿qué otra cosa nos ha enseñado Sylvia sino que todas las inclinaciones son recíprocas?
*
Foucault, Michel. “Des espaces autres” (“De los espacios otros”), Conferencia dicada en el Cercle des études
architecturals, 14 de marzo de 1967, publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, 5 (París: octubre de 1984),
págs. 46-49. Traduc. Pablo Blitstein y Tadeo Lima. Foucault no autorizó la publicación de este texto, escrito en
Túnez en 1967, hasta la primavera de 1984.