sociedad, su organización social, política y económica están ahí: “In nuce”,
como diría Benedetto Croce, en una nuez.
Lingüísticamente hablando, los imperativos de la colonización llevada a
cabo por el imperio lusitano se diseminaban por la carta de Caminha a través
de la metáfora semilla – ya decodificada por su lado espiritual en el Nuevo
Testamento que, a su vez, también recalcaba el significado material del
vocablo. Se fortalecía, al mismo tiempo, el sentimiento del lector/profesor que
oscilaba entre la indispensable catequización del gentío y la fastuosa tierra
ubérrima (“donde todo lo sembrado fructificará”, como se lee en la Carta).
Paralelamente a la metáfora semilla, tomé otra, que servía para
caracterizar al indígena, desconocido de los portugueses. Aún en lengua latina,
los jesuitas dirán que él era “tanquam tabula rasa” (era como tabla rasa). Ya en
ese momento, mi buen ayudante era el entonces desconocido libro de
Mecenas Dourado, A conversão do gentio (1950), hallado en la biblioteca de la
Universidad de New Mexico.
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El simulacro analítico de la carta de Caminha asocia la metáfora de la
semilla a la metáfora de la tabla rasa para ofrecerle al lector el relato colonial
en su verdad histórica: la palabra de Dios se imprimía con toda la facilidad en
la página en blanco de la mente indígena. Tal como rearmado
hermenéuticamente por las metáforas de alto poder colonizador, el modo de
pensar, de observar y de escribir de Vaz de Caminha predetermina el
encuentro imprevisible entre dos etnias, entre dos pueblos que se desconocían
mutuamente. No había posibilidad de conflicto sanguinario.
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Hasta que no se
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Cf.: “[…] los indios son tanquam tabula rasa para imprimirles todo el bien; [...] pocas
letras bastarían aquí, porque todo es papel blanco y no hay que hacer otra cosa, sino
escribir a gusto las virtudes más necesarias […]”. Apud Mecenas Dourado, A
conversão do gentio. Rio de Janeiro, São José, 1958.
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En uno de los más polémicos libros sobre el primer siglo colonial, La société contre
l’état, Pierre Clastres reabre la posibilidad de una Antropología política, aventando la
hipótesis de que hayan existido organizaciones sociales que se estructuran sin la
violencia inherente al “poder coercitivo”, esto es, sociedades humanas que no
conocieron procesos de jerarquización impuestos desde arriba. En la Antropología
tradicional, en virtud de la ceguera etnocéntrica, era imposible vislumbrar una
sociedad donde la organización social no dependiera del uso de la fuerza y de la
violencia como causa de la aglutinación. Es importante constatar que Pierre Clastres
va a encontrar, en los primeros documentos descriptivos de la región recién
descubierta por los portugueses, los indicios de que el modelo político no-coercitivo