Vélez Escallón, “The desertmakers…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 10 / Julio 2021 / pp. 179-185 184 ISSN 2422-5932
latinoamericanos, una lógica que las élites del final del xix abrazaron
como propia, pues les permitió consolidarse en un cuadro que les
ofrecía el poder como resultado de una inserción dependiente en el
capitalismo global. De ese modo, enfatiza Javier Uriarte, no hay una
solución simple de las antinomias entre lo externo y lo interno, la
pertenencia o la extranjería, pues las guerras intestinas manifiestan
ese marco global y hacen profundamente ambigua la identificación
de los pueblos bestializados: los indígenas descritos por Moreno, por
ejemplo, ¿son o no son argentinos? Y los sertanejos de Antonio
Conselheiro, rebeldes contra la joven República del Brasil, ¿son
brasileños? La solución se da a través de la doctrina de tierra
arrasada a la que frecuentemente llamamos “modernidad”, pues es
con la desertificación producida por la guerra que esas comunidades,
con sus temporalidades y espacios singulares, son capturadas afuera
como excepcionalidad absoluta en relación con una interioridad y
una nacionalidad proyectivas y, en el largo plazo, producidas como
homogeneidad simbólica desde la centralidad administrativa de las
grandes ciudades latinoamericanas. La integración de esos espacios
—que presupone su mapeamiento, su gestión y su ocupación por los
símbolos del progreso— es también un proceso de conquista, de
erradicación de culturas, de limpieza étnica y hasta de genocidio, lo
que acerca este estudio del momento contemporáneo, en que cada
vez de manera más clara el capitalismo dependiente evidencia que las
bases de su realización son la destrucción de la naturaleza, del ser
humano y de sus relaciones sociales.
Por otra parte, ¿se hace esto de una manera cínica? La respuesta
de The Desertmakers es negativa: progreso y nostalgia no son ideas
mutuamente excluyentes, antes bien, son complementarias, pues la
tristeza por pasados perdidos apunta hacia la necesidad de la
construcción de un futuro. Confortable en su sentimiento trágico, el
escritor viajero elaborado como paradigma por Uriarte no raramente
usa una “retórica del desvanecimiento”, que hace de la memoria de
las ruinas —producidas, recordémoslo— la carga del hombre blanco,
es decir, la precisa constatación de la necesidad del progreso y de la
inexorabilidad del paso del tiempo. De ese modo, la ruina escrita
impide la percepción del otro y de los espacios-otros, pues esa
retórica dota a sus objetos de un sentido de necesidad que impide
incluso que la guerra sea visibilizada y representada como guerra.
En ese sentido, insiste el autor, la escritura se torna ella misma
un escenario de lucha: lucha contra la dificultad de decir la guerra,
lucha contra la dura constatación de que la violencia es el