colocan en un más allá respecto de las líneas de corte, de fisura, de ruptura que
nos atraviesan y nos constituyen.
El tamaño de nuestra felicidad (de nuestra esclavitud, de nuestra
pena) no se mide respecto de hipotéticos resultados de una guerra imperial, sino
en relación con la errancia, la intermitencia, la renuncia y la intemperie. La
comunidad que imaginan los libros de Fernández Retamar atraviesa las eras, los
mares y los continentes: disuelve las arrogancias imperiales, los juegos de guerra
y las políticas corporativas porque la imaginación novomundana no sigue ya las
líneas de corte de Tordesillas, el Río Bravo o el Océano Atlántico, sino las líneas
de fuga o de ruptura representadas por la persistencia de los arcaísmos
americanos, los movimientos migratorios, los flujos de lo que vive en movimiento.
Y así, de novomundana pasa a ser novomundista.
Un poco por eso, Fernández Retamar, cuando fundó el Programa de
Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos, insistió en que
aquella idea de Martí sobre Nuestra América que se extiende desde el Río
Bravo hasta la Patagonia, ya hoy no puede mantenerse por la cantidad de
latinoamericanos o descendientes de ellos en el seno de los EE.UU., una
minoría considerable que va a crecer en el tiempo y se calcula que para
mediados del siglo, la presencia latina o hispánica en los EE.UU. será
ampliamente poderosa. La Casa de las Américas ha creado este Programa de
Estudios porque se trata prácticamente de otro país de Nuestra América en el
seno de los EE.UU.
Sabemos que la distancia entre “lo hispanoamericano” y lo
“latinoamericano” es inmediatamente política, sin que queden dudas sobre el
sentido de lo político: la continuación de una guerra o, si se prefiere, la
realización en el plano de lo imaginario de una guerra. En esa guerra las
potencias enemigas son Europa (que dice “Hispanoamérica”) y los Estados
Unidos (que dice “Latinoamérica”), y nuestro subcontinente su escenario (o su
botín). Se trata, por cierto, de una guerra imperial que no pretende eliminar la
dicotomía “liberación o dependencia” sino decidir quién ocupara el lugar rector
en las cosas de este mundo.
Pensar políticamente, para nosotros, ciudadanos de países
novoamericanos, significa pensar ya no en términos de un dilema (“civilización
o barbarie”, “liberación o dependencia”, “Ariel” o “Calibán”, etc…), sino en
términos de un trilema, donde lo norteamericano, por la dinámica de los
procesos migratorios y de la globalización, ocupa un lugar indisimulable. Como