[pp. 45-65 / ISSN 2422-5932 / Revistas especializadas] 62
letrada que exhibe) se ponen de manifiesto, en el contexto del gran estallido
neobarroco de fin de siglo en los estudios latinoamericanos, los efectos y las
implicancias de descartar el Barroco como variable válida para concebir otra
modernidad latinoamericana: juvenil, nietzscheana, antimimética, etc.
En la necesidad de esa crítica a Rama, el Barroco señala, una vez
más, el rol diferencial de América como espacio de pensamiento. Por ello, la
relación de España y América a través del Barroco a lo largo de la segunda
mitad del siglo XX no es sino una lenta (demorada, siempre inminente)
escucha y asunción de las implicancias de la gran consigna americana:
barroco, “arte de la contraconquista” (LEZAMA LIMA, 1957: 80). Si la consigna
no siempre pudo ser plenamente escuchada, o si su escucha nunca termina
de suceder, es, entre otras razones, porque no sólo hace del Barroco un
“origen” de la expresión americana que arruina la relación con España, sino
también porque hace de América el auténtico destino del Barroco, incluso del
gongorino. En efecto, “nuestro barroco es un puro recomenzar”. Es decir, “es
en América” donde, según Lezama, se registra la auténtica potencia (tensión,
plutonismo) del Barroco. La razón, en última instancia, es que, a diferencia de
lo que ocurre en España, aquí la política (la geopolítica) no puede desligarse
de la ética (“un vivir completo”), creación del señor barroco americano.
Esa fuerza explica que el Neobarroco haya sido una vocación que
conoció en América Latina sus despliegues más significativos y obliga a
integrar el franquismo a la historia del sequestro del Barroco (al menos de
ese otro Barroco que el siglo XX había inventado): una fuerza de depuración
que durante la Segunda Guerra mundial será total en Europa (bombardeos
aliados, neoclasicismo nazi-fascista). Lo borrado, en el caso español, es una
tradición que con Federico García Lorca, Gerardo Diego y Dámaso Dámaso
había alcanzado (como rescate de un secuestro que llevaba siglos) su
máxima fuerza (una fuerza que Lezama, precisamente, retoma), entre otras
cosas a partir de la contaminación de lo español (en el caso de la variable
“Rama, como sabemos, también aludirá al Atlántico como área de fusión / difusión
transregional pero, como no comparte con Glauber la idea de que los elementos de la ficción
modernizadora sean puras fuerzas de confrontación que, por obedecer a una lógica circular,
representen todas las posiciones posibles en el interior del sistema de la violencia, habrá
siempre en sus juicios, a pesar de la plasticidad cultural reivindicada, el contrapeso de la
mediación racional de la ‘ciudad letrada’, que verticaliza las opciones, haciéndolas
homogéneas y disciplinadoras” (ANTELO, 2008: 214).