[pp. 98-104 / ISSN 2422-5932 / Revistas especializadas] 105
La humillación sería buena para el muchacho, cada mañana, en los
cuarteles… En cambio, entre los lanzamientos de día o noche, falto de
sueño, a horas intempestivas, sufría los sádicos castigos del capitán
(2002: 150).
Por su parte, Katje, la dulce Gretel, también se atiene a los arbitrarios deseos
de Blicero: en una ocasión, se viste con los uniformes de Gottfried para simular
ser un muchacho; en otras ocasiones, recupera “el tradicional uniforme
masoquista, el vestido de criada francesa…” (2002: 152). En todo caso, Katje
juega a jugar y se pone en un rol de dominatriz o de dominada. Las
representaciones de escenas de poder y dominación proliferan en el Horno (a
la del eje Roma-Berlín, se le suma la del “inquisidor español” ante quien se
confiesan los niños “arrodillados, rodillas frías y doloridas” (2002: 148)) y los
lugares son intercambiables aunque el capitán Blicero es el que establece las
reglas del juego.
El Horno de los niños se constituye como una “heterotopía” (FOUCAULT,
1967), una suerte de contraemplazamiento en el que los emplazamientos
reales están “a la vez representados, cuestionados e invertidos”. En esta línea,
esta casa perversa de Hansel y Gretel produce un hueco en la red de poder de
los Estados que se destruyen en los tiempos de guerra y crea, como lo señala
el sexto principio de la heterotopología foucaulteana, otro espacio “real, tan
perfecto, tan meticuloso, tan bien ordenado, como el nuestro es desordenado,
mal administrado y embrollado”. En la novela, la construcción y función de esta
heterotopía se condensa en estas palabras:
parecía que Katje, Gottfried y el capitán Blicero estaban de acuerdo
en que vivir esta antigua narración septentrional (Hänsel y Gretel)…
sería su rutina protectora, su refugio contra lo que, en el exterior,
ninguno de ellos podía soportar: la Guerra, la ley absoluta de la
casualidad, su lamentable contingencia en aquel lugar, en medio de
ella (2002: 150).
En esta frase se condensa la referencia al cuento tradicional que Pynchon
pervierte, la oposición del Horno, un espacio de sexo, a la Guerra y la
necesidad de reponer un orden perdido en este sitio. La casita del capitán
Blicero abre la posibilidad de un uso diferente de los cuerpos, en la estela del
sadomasoquismo y la representación ficcional; su destrucción implicaría la