[pp. 119-124 / ISSN 2422-5932 / Revistas especializadas] 121
¿No se trata, en el vigilambulismo y su desdoblamiento del ser, de la autoscopía, del
cuerpo sin órganos y de los órganos transitorios, de la diferencia de nivel (de orden, de
dominio) propio de la sensación, que pasa de un nivel a otro y nos arrastra con
ella? ¿Como qué sino como el pequeño paseo del vigilámbulo, automáta inconsciente,
podríamos comprender los esfuerzos poéticos (más monstruosos que heroicos) de los textos
de Arturo, reunidos ahora para nosotros en una línea de tiempo que salta del siglo XVIII, el
mesmerismo y el vigilambulismo hasta el qì del Tao y, por esa vía, al satori del deseo y la
escritura?
¿De qué conjunto de tensiones participa la poesía de Arturo (ese verdadero programa
de la filosofía futura)? ¿Puede haber alguna poesía (algún arte) que se declare sordo a ese
clamor no de mi tierra (territorialización paranoica), que lleva a la muerte a ese otro
vigilámbulo, el pequeño vigía lombardo, sino de La Tierra? ¿No se deja leer toda la historia
de la poesía de Arturo como un combate con (y por) la determinación del terruño y la Tierra
desasignada, la de Mahler, la de Rilke? ¿No es lo que podríamos reconocer como artúrico
ese compuesto indiscernible entre autoctonía y poiesis, infancia, naturaleza, música y
pintura?
¿Insistió Arturo, como quien dice persistió en un proyecto, o sencillamente se dejó
llevar encantado por una voz que le marcaba la dirección, la única posible, para sus
poemas? ¿No marcha Arturo desde el comienzo (“espero mi desincrustacin”) marcando,
al mismo tiempo que insiste con los faunos y los monstruitos y las divinidades tutelares, y
las parcas y los rumores, el ritmo que le dictaba la canción de la tierra? ¿Es la poesía otra
cosa que una etiqueta (la última) para esa pregunta radical sostenida en el murmullo de
los pájaros (¿lo Real es Uno o Múltiple?)? ¿Temía Arturo que lo confundieran con un
monstruo, uno de esos monstruos ctónicos como las sirenas, los minotauros, con un
faunito mefistofélico, y por eso postuló al Padre como Pared y por eso interrogó como
Dreams a sus Madres
y por eso llamó Monstruos a su propia antolorgia de la poesía
argentina?
¿No sostienen los monstruos, como la familia poética nómada, el enigma de
lo Múltiple en lo Uno: no una ética del desvío, sino una ética del abandono y la disidencia,
una política de la proliferación, una polinización?
¿Podré convencerlos hoy, a ustedes, que toleran que me formule estas preguntas
que me acosan desde hace veinte libros, de que no hay poesía que pueda pensarse
como algo diferente de un acompañamiento del paisaje y que los poetas que más
Arturo Carrera. Escrito con un nictógrafo.
Arturo Carrera. La partera canta.
Arturo Carrera. Monstruos. Antología de la joven poesía argentina.