De modo que podemos decir, rápidamente, que estamos ante tres jefes de Estado
en el momento singular en que dan cuenta de la lengua del subalterno. Los únicos
que, en el subcontinente, lo hicieron. Por esa cuerda, ya, disponemos de un indicio:
con sus sendos diccionarios de lenguas indígenas, Rosas, Mitre y Perón
asumieron el problema de la compresión del habla de las multitudes a las que se
propusieron interpelar, comprender y dirigir. Es decir: traducir. La política –y, más
en general, la conducción de los hombres– se vuelve, así, dilema del lenguaje. Más
específicamente: en sociedades plurinacionales, multilingües y multiculturales
como la nuestra la cosa pública es en principio un dilema de lenguaje. Puesto que
las múltiples lenguas habladas en el territorio de la Argentina cuyo Estado en
formación demandaba e imponía imperiosas homogeneidades, aparecían, tanto
para el joven y brioso estanciero de Los Cerrillos, como para el traductor de la
Divina Comedia y también, décadas más tarde, para el entonces Capitán Perón,
como la piedra de toque de toda inteligibilidad posible de la vida política. Tres
militantes, tres jefes de tropa, en suma: tres conductores de hombre recogen el
problema del código lingüístico con el que constituir lo propio y lo distinto; la lengua
del otro se les presenta como uno de los problemas más urgentes a asumir en
tanto que hombres de Estado (p. 10).
Ahora bien, es imperioso ver cuáles eran las demandas, las exigencias (y también,
claro está, los límites) coyunturales en cada caso: para el joven Rosas, el interés
en organizar sus conocimientos sobre las lenguas indígenas, particularmente
sobre las lenguas empleadas mayoritariamente al sur de la región pampeana
residía principalmente en su necesidad de comunicarse y de establecer una
especie de convivencia pacífica, aunque no sin esporádicas tensiones, con los
indígenas en el marco de los espacios cercanos a los saladeros donde se
producían mercaderías de exportación. Esta situación, como expone David, tuvo
lugar en la segunda mitad de la década del veinte puesto que después cesó
abruptamente en los años siguientes como consecuencia de la voluntad de Rosas
de expropiar y ocupar dichos territorios en su afán de consolidarse como caudillo.
El caso de Mitre es, para David, diferente: no solo porque cambiaron las
condiciones de producción, sino también por el interés intrínsecamente lingüístico,
filológico y etnográfico que ostentaba el para entonces ex presidente. En este
sentido, la característica más sobresaliente que presenta Mitre estriba en el
tratamiento que hace de los sectores subalternos a contrapelo de lo enunciado en
sus más famosos textos histórico-historiográficos, de tinte marcadamente
antipopular y a favor de la y opresión de las masas en aras de su impulso
modernizante. En el caso de los trabajos filológicos, predomina un perfil reparador,
en el que los indigenismos son considerados como objetos de gran valor, de una
valía preciosa y preciada debido a su condición de ser rastros de lenguas o bien