potenciando su autorreflexividad. Así, según De Rosso, Levrero recurre al
policial porque, “a diferencia de otros campos y géneros que también practicó
[…], el policial, por toda su ‘clausura’, […] obliga a una forma, permite la
narración aun si esa misma estructura aparece desbordada” (162). Uno de
esos “campos y géneros” es, precisamente, el de la ciencia ficción, cuyas
conexiones con la obra levreriana indaga el ensayo “Mario Levrero, la ciencia y
la literatura”. Sin resignar el tono ensayístico, el texto de Martinez muestra
especial cuidado en su estructura lógica, la cual nos conduce –a menudo, a
través de interrogantes ramificados– desde la Edad de Oro de la ciencia ficción
y la New Wave hasta la mística y la parapsicología. Así es como la obra de
Levrero queda inscrita en tramas que resultan inusuales en relación con el
resto del libro; Ballard, Dick, Huxley, son algunos de los nombres que integran
este nuevo (y muy interesante) mapa onomástico.
La máquina de pensar en Mario no abunda en referencias que de
inmediato se reconozcan como “teóricas”, aunque es cierto que tampoco las
necesita. Aun así, especialmente en los últimos ensayos se advierte la puesta en
juego –tan pertinente como productiva– de conceptos comúnmente asociados a
los ámbitos de la teoría literaria y la filosofía. Encontramos, sí, breves menciones
a autores como Barthes, De Certeau, Agamben, Nietzsche, Kermode, Kant,
Deleuze, Blanchot, Pirandello, Freud, Panofsky, Kuhn, Simone Weil o el
Baudrillard de los simulacros (también Ángel Rama, a propósito de “los raros”),
aunque estas referencias no suelen desempeñar –excepciones aparte– un rol
central en el andamiaje expositivo y/o argumentativo de los textos. Tal es el
caso, en cambio, de la mayoría de las referencias “literarias” –muy numerosas,
por cierto– que recorren el libro. No sorprende que Carroll y Kafka sean dos de
los escritores a quienes con mayor frecuencia aluden los textos. De Rosso se
hace eco de esta tendencia, inspirada generalmente por el onirismo
característico de los relatos de Levrero. Este “aire kafkiano” –que De Rosso
reconoce también en autores como Felisberto (aunque no es seguro, aclara,
que éste hubiese leído a Kafka), Virgilio Piñera y Bellatin– nos remitiría a una
lectura “pobre”, literal de la obra del escritor checo; una lectura que, contra
Borges, no encuentra en Kafka al “cuentista de la paradoja, sino al novelista del
procedimiento y del empobrecimiento tanto de la descripción como de la
peripecia” (13). El mismo Felisberto constituye una presencia constante a