Aby Warburg. La pervivencia de las imágenes. Buenos Aires, Miluno, 2015.
Prólogo, traducción y notas de Felisa Santos
Aby Warburg se propuso (y lo logró) dar cuenta de la “vuelta a la vida de lo
antiguo”. Para ello, creó un monstruo. Es el Dr. Frankestein de la historia del arte,
entre la erudición y la locura, y uniendo partes pergeñó el Atlas Mnemosyne, un
conjunto enorme de imágenes con el sentido de probar distintos tipos de
relaciones entre ellas: reapariciones y permanencias de una forma desde la
Antigüedad hasta el Renacimiento.
Las tablas que forman este Atlas, paneles negros en los que pegaba las
imágenes, también, llegan hasta el presente. El de Warburg, que coincide con los
años ´20 del siglo que había empezado en 1914 con una guerra mundial, según
coinciden filósofos e historiadores, y la que va influir en sus proyectos, en
particular, y en la vida de muchos, en general. Abraham Moritz Warburg había
nacido en 1866 y se definía a sí mismo como “hamburgués de corazón, hebreo de
sangre, de alma, florentino”. Una triangulación muy elocuente que indica un
derrotero particular en esos años y una forma de pensamiento que se abre en
dendritas de sentidos y que, a primera vista, exhibe un humanismo finisecular.
Luego de su viaje a los Estados Unidos en 1896 para extender sus estudios
antropológicos y la vinculación del pensamiento mágico con el racional, regresó a
Alemania. En 1909 comenzó a organizar su archivo hasta que, como se dijo, la
guerra primero y su internación en la clínica neurológica de Ludwig Binswanger,
entre 1916 hasta 1923, detuvo su tarea pero sólo por un tiempo. Entre 1924 y
1929, el hijo de un banquero judío alemán que había renunciado a seguir con la
empresa familiar salió del tratamiento psiquiátrico y se volvió a encerrar. Esta vez,
en su biblioteca de más de 60.000 ejemplares a imaginar una nueva manera de
memoria. Tras su muerte, que ocurrió en Hamburgo el 26 de octubre de 1929, a
causa de un infarto, y ante el ascenso al poder del nazismo, Fritz Saxl, un
historiador de arte que estaba en la organización de ese instituto desde el
comienzo, logró, con el apoyo del gobierno británico, trasladar esos libros y
paneles a su actual sede en la Woburn Square de Londres.