simplemente lo que él ha hecho: aprender, agradar, cuadrar, constituir y resultar. La
selección es también elocuente en su orden. Se aprende antes de agradar, como
quien evalúa el terreno donde se desarrollará la acción; y nada resulta sin haber
constituido algo antes, porque siempre hay “algo” antes: nadie crea de la nada. Otra
chinería de Darío.
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Y no obstante articular todo esto con enfáticas y reiteradas
marcas de primera persona (aprendía lo que me agradaba y me agradaba lo que
cuadraba a mi sed de novedad y mi delirio de arte...), el mecanismo descrito es
notablemente impersonal y, sobre todo, de impersonalización: en primer lugar, se
trata de tomar tal o cual elemento no por la autoridad o jerarquía que tenga o que le
haya concedido quien los ha producido sino sólo por el deseo de quien los toma; en
segundo lugar, se trata de hacer de esos “elementos”, es decir, de esos meros
“componentes” (sin firma ni conjunto de sentido) “un medio” posible de expresión
individual, vale decir, de manifestación de aquel deseo como unidad de sentido y,
más aún, de sentido propio. “Y el caso es que resulté original”. Ciertamente, de
recomponer un sentido o hacer que un conjunto de elementos más o menos
arbitrariamente preferidos lo adquiera a “resultar original”, el pasaje no es tan simple,
sobre todo porque supone algo distinto de lo individual y del deseo y sentido propios.
Como bien dice Darío, si Azul... resultó un “libro revolucionario” a punto de dar “la
nota inicial”, ese fenómeno no puede desligarse de las “sonrisas oficiales” que lo
precedieron, y luego acompañaron y encumbraron. Y a tal punto, que Péladan,
escritor francés, “imitó francamente mi Canción del oro” (2013: 309). Es notable no
sólo que, ahora sí, el verbo sea “imitar”, sino que se encuentre acompañado de
“francamente”: imitar francamente es lo que hace cualquiera, cualquier lector
deseoso que –además- escribe, pues eso que francamente imita –incluso si no se
da cuenta de que imita- es lo que ha cuadrado a su sed de novedad y a su delirio de
arte, sed y delirio que lavan francamente lo imitado de nombres propios; pero
también, según como se entone el “francamente”, imitar francamente es copiar
palmaria y hasta deliberadamente, imitar tan sin cuidado que cualquiera –
francamente- podría notarlo. La diferencia en cualquier caso ya no es estética, o ya
no es sólo estética, pues es también o sobre todo ética, ya que supone el modo en
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La estrategia china –apoyarse en el potencial (noción de shi) inscripto en la situación o configuración
(noción de xing) para dejarse llevar por él en el curso de su evolución– supone una operación previa
de evaluación o cómputo (noción de xiao). “Se sale así de una lógica del modelaje (la del plan-modelo
que da información sobre las cosas), lo mismo que de la encarnación (una idea-proyecto que viene a
concretarse con el tiempo), para entrar en una lógica del desarrollo: dejar que el efecto implicado se
desarrolle por sí mismo, en virtud del proceso iniciado” (Jullien, 1999: 32-34).