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Elegía a la ilusión cosmopolita en un singular poema dariano de sus últimos
años
Susana Zanetti
1
Mírame transparentemente, con tu marido,
y guárdame lo que tú puedas del olvido.
2
“Mírame transparentemente...” Así concluye la “Epístola a la señora de Leopoldo
Lugones”. ¿Podemos realmente soslayar las anfractuosidades de sonoridad y
sintaxis en esta imagen aparentemente llana y tan limitada a la cotidianidad del
artista, del poeta mayor en lengua castellana como lo era Darío cuando escribe el
poema?, decía yo en un artículo anterior sobre el tema (ver Leer
119-130), y
agregaba: ¿cómo podemos interpretar una expresión de la intimidad tan ceñida a las
modulaciones de la ironía, la parodia y el sarcasmo, configurada además siguiendo
de cerca modelos de larga tradición culta? ¿Hasta dónde podemos ampararnos en
estos rasgos para concluir que estamos ante la reversión firme del sostenido
cosmopolitismo de Darío en un peregrinaje carente de sentido, dejando de lado el
tratamiento tan diverso de esta cuestión en textos de sus últimos años?
Ahora vuelvo al poema luego de la lectura de “Dones y contradones en la
poesía de Rubén Darío” y del diálogo con su autora, Marcela Zanín, para
1
N. del Ed.: como recuerdo de nuestra maestra, fallecida en 2013, difundimos uno de sus artículos
más significativos, al que la investigadora argentina supo volver para ampliar y reescribir sus
conclusionesen reiteradas oportunidades. El interés de Susana Zanetti por la “Epístola” dariana se
remonta al célebre Congreso Internacional Fin(es) de siglo y modernismo organizado en 1996 por la
Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de La Plata y la Universitat de les Illes Balears,
en cuyas actas encontramos el primer borrador de un work in progress retomado sin cansancio
durante el largo período de más de una década. Cf. “‘... y guárdame lo que puedas del olvido’. La
imagen dariana en ‘Epístola a la Sra. de Lugones’”, en María Payeras Grau y Luis Miguel Fernández
Ripoll (eds.), Fin(es) de siglo y modernismo, Palma: Univ. de les Illes Balears, 2001; “La pérdida del
reino y los Cantos de vida y esperanza”, Anales de Literatura Hispanoamericana 35 (2006): 21-30; y
“Rubén Darío, cosmopolitismo y errancia: ‘Epístola a la señora de Leopoldo Lugones’”, Revista del
CELEHIS 19, 2008. Esta versión del ensayo la última y quizá más acabada fue publicada por
Jeffrey Browitt y Werner Mackenbach (eds.) en el volumen Rubén Darío: cosmopolita arraigado,
Managua, Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica - Universidad Centroamericana, 2010,
56-81. Agradezco la generosidad de la Dra. Carolina Sancholuz, entrañable amiga de Susana y
continuadora de su legado en la Cátedra de Literatura latinoamericana I de la Universidad Nacional
de La Plata, quien ha cedido estas páginas para cerrar esta sección de nuestro número especial.
2
En adelante y para todas las citas de versos que tomo de la edición de Poesías completas (1954)
de Darío realizada por Alfonso Méndez Plancarte–, se consigna sólo el número de página entre
paréntesis. Para la “Epístola” utilizo, entonces, el texto publicado en El Imparcial, incluidos por lo tanto
los dieciocho versos que Darío suprime en El canto errante (1907).
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preguntarme sobre el mismo asunto atendiendo a las significaciones de los dones
recibidos de la epístola clásica y los que pareciera dar aquí Darío a la poesía
hispanoamericana futura:
lejos de la figura del scholar clásico que no sabe de la singularidad de una
posición para hablar con las presencias espectrales de otros poetas, la voz
dariana se alza desde un vínculo de singular filiación [,] [...] construye un sitio
de experiencia desde el que ordena la intervención de otras voces. Interpela,
llama, interroga desde una actitud imperiosa el peso de diferentes figuras
paternas, a las cuales disputa sus lugares a través de un cruce complejo de
filiaciones y hermandades; complejo porque, si por una parte muestra la
heterogeneidad de esa experiencia, por otra, habla de la cualidad inestable de
toda herencia poética en este caso-, de cómo debe ser actualizada, cada
vez, en las elecciones puestas en juego (Zanín, 2005: 4).
3
Constancia del peregrinaje del poeta moderno
Con fracturas, desilusiones y pérdidas se escribe la “Epístola”, como augurando n
en el libro errante la poesía posible del poeta posible. El título y la fecha de escritura
(1906) con un itinerario (Anvers-Buenos Aires-París-Palma de Mallorca) anotado al
pie, derivan el poema hacia la carta, relato de sus viajes entre julio y diciembre –su
actuación como secretario de la delegación de Nicaragua en la Tercera Conferencia
Panamericana en Brasil, donde recita su criticada “Salutación al águila” (“Et pour
cause. Yo pan-americanicé / con un vago temor y con muy poca fe”, 850); la visita a
Buenos Aires y el agasajo de La Nación con un banquete; la escala en París, antes
de su estadía en Palma de Mallorca para recuperar su salud, malograda por la
moderna enfermedad de la neurosis.
4
Pocos poemas escribe Darío que ponen en
escena con esta intensidad el desencanto del ansia de horizontes más amplios para
su poesía, soñados desde que era apenas un adolescente el “inteligente joven
pobre”- que comenzaba ese peregrinaje cosmopolita, mucho más modestamente,
con el continuo desplazamiento por Centroamérica obligado por la necesidad de
ganarse la vida.
5
3
El texto citado de Marcela Zanín es su tesis de maestría, que yo he dirigido, defendida en la
Universidad de Mar del Plata en 2005. En ella, a partir de la paradoja planteada en Dar (el) tiempo. I.
La moneda falsa por Jacques Derrida acerca del don, del tratamiento de lo recibido sin encerrarlo en
la reciprocidad o la racionalidad del intercambio, Marcela Zanín analiza el amplio espectro que la
cuestión abre para pensar la poesía de Darío.
4
La Nación reproduce el 25 de agosto de 1906 “Salutación al águila”. El 19 de agosto está en Buenos
Aires, enfermo por el alcohol.
5
Me refiero a la resolución del Senado de Nicaragua en la que se rechaza el proyecto de ley
presentado a fines de 1881 por la Cámara de Diputados de enviar becado a España a Darío. El texto
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Publicada en Los Lunes” de El Imparcial de Madrid en 1907, la “Epístola” es
un largo poema de 216 alejandrinos, medida de verso con la que lograra poemas de
sonoridad magistral. Vuelve entonces a una forma predilecta, pero la quiebra, la
presiona ahogando las posibilidades sonoras armoniosas de antaño, con finales de
rima insólitos y rudos encabalgamientos ya utilizados en sus últimos libros, aunque
no con esta densidad. Y, en un poema autobiográfico como es éste, un ritmo tal
señala una continuidad forzada, a tropezones, que habla del desasosiego ante un
deambular, un peregrinaje que parece alcanzar sentido sólo en lo fragmentario, en
los trabajos y los días del artista asediado por la pérdida del reino –como expresaba
en el segundo Nocturno de Cantos de vida y esperanza-, de un reino interior, el de sí
mismo, y el de la poesía.
Estamos, sin embargo, ante un poema extenso, no habitual en Darío,
semejante y opuesto (¿o complemento tardío de su condición de poeta moderno?) al
poema central de Prosas profanas, el “Coloquio de los centauros”, también en
alejandrinos pareados, concentrado en la escucha del poeta de la armonía de lo
contrario y lo disperso, eje del sentido de la vida, que revelan esas figuras
monstruosas, a la vez animales y divinas. Y si se llega como aquí a una Isla de Oro
6
que podemos vincular con la breve estadía en Mallorca del final de la Epístola, es
para abandonarla poco después por las obligaciones laborales y volver a París,
punto de llegada real que el texto calla.
Los dones de la alta poesía
La elección de la intertextualidad con la elegía clásica, aunque muy en pugna con
los ejemplos anteriores, no es una opción sorpresiva: ha recurrido Darío varias veces
a la epístola poética y más a menudo a los “envíos”. El apego a las tradiciones
latinas y españolas de la temprana “Epístola a un labriego” (el motivo del beatus ille,
el uso del terceto encadenado de matriz petrarquista, etcétera)
7
se afianza en
expresa lo siguiente: “El Gobierno hará colocar por cuenta de la Nación al inteligente joven pobre, don
Rubén Darío, en el plantel de enseñanza que se estime más conveniente para completar su
educación” (Sequeiro 569).
6
Hago referencia a los versos iniciales de Coloquio de los centauros”: “En la isla en que detiene su
esquife el argonauta / del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta / de las eternas liras se escucha:
Isla de Oro / en que el tritón erige su caracol sonoro / y la sirena blanca va a ver el sol, un día / se
oye un tropel vibrante de fuerza y harmonía” (641).
7
Andrés R. Quintian señala las relaciones intertextuales de la “Epístola a un labriego” con poetas
españoles de los Siglos de Oro (Fray Luis de León, Lupercio Leonardo de Argensola, Andrés
Fernández de Andrada, entre otros).
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Epístolas y poemas (1885), cuya primera sección se desliza de la celebración a las
musas y a Juan Montalvo a la extensa e irónica respuesta (127 tercetos) al crítico
mexicano Ricardo Contreras.
8
Pero ya en la madurez se vuelve la ironía ácido
sarcasmo hacia mismo, como ocurre, entre muchos otros ejemplos, en el
brevísimo envío no recogido en libro, el “Autorretrato a su hermana Lola”, muy
cercano a la “Epístola” y a otros poemas de una madurez sentida como vejez
temprana:
Este viajero que ves,
es tu hermano errante. Pues
aún suspira y aún existe,
no como le conociste,
sino como ahora es:
viejo, feo, gordo y triste (447).
En estos años son numerosos los poemas en que se dirige a poetas amigos,
a veces relacionados con el viaje narrado en la “Epístola”, junto a las dedicatorias de
muchos otros, índices de la squeda de un vínculo directo de diálogo que se suma
al sentido que da a su poesía.
9
La “Epístola” es un momento significativo de las
modulaciones de esa comunicación (a través de ella, de los dones de Darío) y de la
modalidad elegida, pues, por una parte, coloca al lector en el interior de un texto
personal, privado, en tanto que, por otra, enmascara la confesión en la parodia de
textos y modelos de alta tradición literaria.
10
Esta motivación se conjuga no sólo con
la perspectiva y el tratamiento de los tópicos del género, también vuelve relevante
las ausencias de ellos, pues, como sabemos, a pesar de las propuestas de
espontaneidad, la epístola poética es un modelo altamente retorizado, si bien sujeto
a la gran variedad de combinaciones de sus diferentes tópicos, metros y tonos
presentes en la historia literaria. Se puede fácilmente reparar en el desarrollo clásico
de las partes del modelo (salutatio, exordio, corpo, coda, petitio y conclusio) para
8
“A Ricardo Contreras”, texto publicado en El Diario Nicaragüense el 24 de octubre de 1884, es
respuesta a la crítica del mexicano a la oda “La ley escrita” de Darío, aparecida dos días antes, el 22.
Cito las estrofas finales para que el lector aprecie el tenor de la epístola: “Tu indicación, con toda el
alma acepto: / al férreo yunque agregaré la lima / y habré de repulir todo concepto. // [...] // ¡Hacen al
bien decir tantos ultrajes, / y al sentido común! Diles horrores, / lanza agudas saetas, sin ambages; //
y así dejen de céfiros y flores, / y se oiga en armonía soberana / el dulce lamentar de los pastores / y
las odas viriles de Quintana” (390).
9
Cito la primera estrofa de “Al partir Mayorga Rivas”: “Román, ya te vas al pensil / de Centro-América,
el edén / que yo, desde aquí, del Brasil, / contemplo cual perdido bien” (1133).
10
Entre otros trabajos críticos sobre el tema, creo muy útil el volumen La epístola, editado por Begoña
López Bueno.
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poner en evidencia el respeto o la ausencia singular de algunas de ellas en esta de
Darío. Apuntemos también que a partir de las epístolas de Lope de Vega el género
se inclina a lo recién vivido del sujeto emisor, distanciándose de la reflexión moral,
rasgos compartidos por la “Epístola” dariana, que no elide los clásicos temas
metapoéticos tanto como el ideal de superación de las pasiones.
Es importante para la interpretación de la “Epístola” recordar que Darío no
acordaba con el poema circunscripto a la experiencia individual; insistía en separar
al hombre concreto del poeta y su escritura, según concepciones estéticas que, con
cambios, mantiene sin embargo en sus producciones mayores, de Prosas profanas
a El canto errante, en cuyo prólogo aclara largamente sus convicciones sobre estas
cuestiones:
He meditado ante el problema de la existencia y he procurado ir hacia la más
alta idealidad. He expresado lo expresable de mi alma y he querido penetrar
en el alma de los demás, y hundirme en la vasta alma universal. [...] Como
hombre, he vivido en lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues
siempre he tendido a la eternidad (792-793).
Eludió además muchas veces la afirmación de su liderazgo poético, de su papel
rector, actitud en sintonía con su concepción del don de la poesía y la continuidad de
su trama en los textos, sustentada en el prólogo recién citado de El canto errante y
en muchos poemas del libro.
11
En este punto y en relación con el tratamiento de los
modelos de la epístola poética, interesan sus actitudes acerca del reconocimiento de
sus padres poéticos, de sus pares y de su descendencia, muy presente en las
dedicatorias de sus poemas, en sus artículos críticos y en los numerosos prólogos
que escribe para apoyar la producción de escritores hispanoamericanos
11
Me interesa volver a los presupuestos expresados en la introducción de la tesis de Marcela Zanín,
a partir del cuento “El velo de la reina Mab”: sustraída de la lógica del intercambio, la escena supone
en el mismo acto de entrega su disolución inmediata; el valor que superpone a los materiales del
artista no es uno de cambio sino otro tan ingrávido e impalpable como el de la misma ‘visión azul’ que
alienta. El velo azul (el ‘sueño azul’) que le permite fabular a Darío [...] lo que puede llamarse la
escena central de don. Una escena que repetida y sostenida en cada uno de sus libros bajo
diferentes máscaras y circunstancias- parece modular, y situar centralmente, su palabra poética; de
manera que más que pensar cada uno de éstos como un momento de culminación puedan leerse
como procesos abiertos en los que se anudan, cada vez, distintos núcleos líricos en el marco del
homenaje. Puede hablarse de la obra poética dariana como de una que vendrá atenta siempre a las
irrupciones de lo nuevo, a su metamorfosis, a su reelaboración constante- en la que las palabras de
homenaje, las dedicatorias, los diálogos, las epístolas, ofrecen, tal como el velo de la reina Mab, la
posibilidad de inventar un orbe un porvenir poético- capaz de transitar por sobre las miserias de la
propia vida del artista y de abrir brechas y desvíos en la vieja y fosilizada tradición recibida(Zanín,
2005: 1-2).
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contemporáneos.
12
No escapa al tema la elección del componente primordial y determinante de
la carta, el destinatario, que define el tratamiento de tópicos y tonos. Estamos ante
un receptor expreso, individualizado, la señora de Lugones, mencionado como es
habitual al comienzo
13
y escogido aparentemente por la confianza en la comprensión
femenina de una amiga culta e informada sobre las prácticas del escritor y del
mundillo intelectual de Buenos Aires. La “Epístola” no está dirigida a su amigo
Leopoldo Lugones, ahora poeta faro como Darío, que gozaba de la continua
reproducción de sus textos en importantes revistas del modernismo (La Revista
Moderna de México, El Cojo Ilustrado de Caracas, etcétera), sino a su esposa,
llamada por su nombre de pila, Juana, en otra estrofa, que retira en la edición en
libro. Revierte también con esta dedicatoria la despedida de las epístolas clásicas,
en las cuales es un amigo el destinatario y entonces se extienden a la esposa los
buenos deseos del saludo final. Es ejemplo el final de la epístola de Lope de Vega
“Al doctor Gregorio de Angulo”:
Por casas buenas y las nieves llora
alguno, que no dice lo que siente,
ese ángel, vuestra esposa y mi señora,
os guarde Dios, y estado y gusto aumente (284).
Carmen Ruiz Barrionuevo desarrolla el lazo de esta epístola dariana con una
anterior de Leopoldo Lugones, en la cual son bien evidentes las alusiones a la nota
crítica de Darío sobre el poeta argentino, que además no incluyó en Los raros
(1896):
14
Parece también seguro que su redacción respondiera realmente al juego
epistolar amistoso y que el poeta nicaragüense emulara de esta manera otro
poema de Leopoldo Lugones titulado “A Rubén Darío”, incluido en las
12
He tratado este tema en “Rubén Darío y el legado posible”, capítulo de mi libro Leer en América
Latina, y en “El periplo del artista en ‘Historia de un sobretodo’ de Rubén Darío”.
13
Recordemos la mención inicial en la “Elegía segunda”, “Aquí Boscán, donde el buen troyano...y
“Señor Boscán, quien tanto gusto tiene...”, de la “Epístola” de Garcilaso de la Vega. Como sabemos,
con su “Epístola” (1534) Garcilaso introduce en la poesía española el género de la epístola en verso
suelto, sin seguir el terceto encadenado de Dante y Petrarca, que respeta en la “Elegía segunda”.
Eduardo Zepeda-Henríquez ve en la “Epístola” de Darío tonos y motivos semejantes a la Égloga
segunda de Garcilaso de la Vega búsqueda de la soledad, itinerario, alusiones mitológicas junto a
un lenguaje familiar de descuido estudiado, enriquecido por el trabajo con las sensaciones (cf.
Zepeda-Henríquez, 1967: 407).
14
“Un poeta socialista. Leopoldo Lugones”, semblanza aparecida en El Tiempo el 12 de mayo de
1896 (Mapes, 1938: 102-108).
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Poesías completas del autor y aparecido en Athenas de Córdoba (Argentina)
el 8 de enero de 1903, aunque la composición pueda datar en su origen de
1897, año del nacimiento del único hijo de Lugones, cuyo tema ocupa la mitad
de los versos. Resulta por lo menos curioso que ambos poemas sean
epístolas, que estén escritas en el mismo metro, alejandrinos pareados, y que
ambas presenten algunos puntos en común. [...] El argentino procede con la
misma intención dialogante, coloquial y humorística: el abandono del mundo
griego por parte de Darío, alusiones personales a su propio socialismo que
hay que leer al hilo del texto “Un poeta socialista. Leopoldo Lugones”, que
Darío dedicó al joven cordobés en 1896 [...], referencias más o menos
veladas y jocosas a los tópicos del modernismo que practicaban uno y otro
poeta, pero con todo, el tema de la carta, en su mayor parte, está destinado a
referirle la novedad familiar, [...] el nacimiento y primeros meses de su hijo
[...], para terminar con un resumen de lo dicho en la epístola y una salutatio en
términos latinizados y humorísticos: Jungamos dextras, o démonos las manos
(2002: 134).
La comparación afianza la sospecha de que el recuerdo de este texto
perduraba en Darío, permitiendo al mismo tiempo reflexionar acerca de las
diferencias marcadas entre la intimidad de la vida familiar en la carta del amigo y la
reserva de Darío sobre la propia (la muerte reciente de su hijo es un dato notable),
así como pensar que, oblicuamente, la “Epístola” está destinada a Lugones. Darío
dirige y escribe una carta a la Sra. de Lugones, y no a Lugones, pero el destinatario
implícito (el que se oculta y desoculta en la prosecución de los versos) es el poeta
cordobés, el poeta de quien Darío dice, o subraya, más precisamente, ser su par, su
hermano.
15
Las distancias del poeta moderno
Indudablemente la “Epístola” se interna en el claroscuro de sus reticencias:
pretendida confesión y parodia de modelos, exhibición y clausura de las fronteras
entre vida y literatura, entre la carta privada y la carta abierta. Escudada en el control
de los límites de la franqueza que se tiene con una amiga, cuida atemperar, como
para no abrumarla, las reflexiones amargas sobre sus males mediante el intento de
disolverlas en un amplio espectro de modalidades de lo cómico. Pero si esta es la
excusa para encarar quejas sobre las imposiciones de su oficio y responder a las
críticas sobre sus comportamientos, el sentido del texto va más allá.
Los nuevos horizontes abiertos por la adhesión del artista al cosmopolitismo
de la modernidad, aquí representado por el viaje, tienen en esta epístola una inédita
15
Marcela Zanín (2005: 99) considera en su análisis el artículo de Darío publicado en El Tiempo de
Buenos Aires.
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intensidad y crudeza. Al amparo de los elementos satíricos diseñados ya por las
epístolas de Horacio, el cosmopolitismo dariano presenta ahora sin ambages las
aristas tajantes, cortantes, de la condición del poeta moderno, parodiando
ambiguamente tanto la epístola moral –las virtudes aconsejadas, las costumbres
morigeradas, la dorada medianía o la elección de la vida retirada- como la vertiente
de lo familiar y muy privado, pues nada dice de los conflictos afectivos (se negocia
en ese momento su separación legal de Rosario Murillo), no menciona su hogar con
Francisca Sánchez ni se refiere a los textos que escribe por entonces. se vale
claramente del tono coloquial, del uso de diversas libertades.
16
La ironía de la primera referencia a Lugones (“Mi ditirambo brasileño es
ditirambo / que aprobaría tu marido. Arcades ambo”, 850) y la reticencia en el pedido
final circunscripto a la esposa de Lugones son indicativos. Al dejar de lado muy
singularmente al receptor integrante de un círculo selecto de escritores
esencialmente masculino, propio del modelo horaciano, preferido también por la
epístola renacentista española (Garcilaso, Boscán, Hurtado de Mendoza),
caracterizado además por el elogio de la amistad, se intensifican los sentimientos de
soledad no explicitados, pero muy presentes en el texto, como puede verse en el
hecho de que ni en el inicio ni en la despedida expresa el reclamo de respuesta a la
carta, pedido habitual en las epístolas clásicas. No se trata de una búsqueda de
soledad, sino de una soledad impuesta. Otros poemas y prosas coetáneos a la
“Epístola” nos dicen una experiencia mucho menos solitaria, como la novela
inconclusa La Isla de Oro que comienza a publicar en La Nación en abril de 1907,
relato en clave con evidentes elementos autobiográficos de su estancia en Mallorca,
sobre todo respecto de los vínculos que teje con escritores del lugar. Poco antes, el
23 de febrero del mismo año, también en La Nación y desde Palma de Mallorca,
lleno de optimismo comenta y apoya la fundación de la Sociedad de Escritores en
Buenos Aires, como una agrupación preocupada por los problemas de los derechos
de autor, a partir de la afirmación de un nosotros, ausente en la “Epístola”:
El trabajo intelectual necesita también, como los otros trabajos, sindicarse,
mantenerse en orden activo, representarse. La labor periodística está entre
nosotros los periodistas de la prensa argentina mejor establecida y arreglada
que en otros países; mas no así la producción exclusivamente literaria, de
16
La intromisión de la nota al pie o el uso del paréntesis, la marcación de las pausas y la
continuación, dan cuenta de ello.
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libro o de revista (“La Sociedad” 4).
A ello se agrega que constantemente subraya la distancia entre emisor y
receptor. Nuestra “Epístola” se diferencia claramente de la continuidad del lazo y de
los afectos que pone en escena el emisor de cartas de este tipo (literarias o no) que,
si bien centrado en un momento (en el relato de circunstancias más o menos
inmediatas), se encarga de dar cuenta de otras cartas anteriores y futuras. Este
motivo está totalmente ausente. Pero, por otra parte, el diálogo fingido que el género
supone recae una y otra vez aquí en el monólogo ensimismado: nada pregunta a la
destinataria sobre su vida en los últimos tiempos, tampoco le pide noticias de ella y
su familia o de Buenos Aires. A lo cual se añade el hecho de que enseguida y de
pronto la “Epístolase interrumpe, sin que medie conclusión alguna, salvo el pedido
de no ser olvidado y una enigmática referencia al tiempo. La singularidad se
acentúa, además, porque los desplazamientos del viaje se refractan sin descanso en
la escritura de la epístola, sin referirse a un espacio propio amable, desde el cual se
escribe o al que finalmente se llega, al que se desea llegar.
Frente a la pertenencia a metrópolis imperiales como Roma o Madrid de los
poetas latinos y del Siglo de Oro español –de las cuales obligadamente o por
elección estaban separados, sea el exilio de Ovidio o el placer de la vida retirada en
Horacio o Fray Luis de León, entre tantos otros
17
-, Darío provenía de una nación
marginal, pobre y de arcaica cultura, a la que no espera volver ni lo ansía en la
“Epístola”. No desea retornar a Nicaragua ni a otro lugar, menos aún aquí, en
nuestro texto, a París, la ciudad que por entonces había vuelto a echar a andar el
mundo en ese espacio cosmopolita de culturas y mentalidades, triunfante con la
modernidad impuesta desde el siglo XVIII por las nuevas potencias coloniales o
neocoloniales.
¿Cómo este estar fuera se ampara en el poema? ¿Es la epístola el diseño
de un nuevo territorio? ¿O es aceptación por momentos melancólica de una
expulsión? Porque la carta se inicia (“j’ai commencé ces vers”), se deja, se retoma
(“iba a proseguir”, “Tal continué en París lo empezado en Anvers. Hoy, heme aquí en
Mallorca”), tan adherida a los avatares de lo circunstancial y a la puntualización del
17
Baste recordar un ejemplo muy repetido, la alabanza a la vida retirada de la Epístola primera de
Horacio, según la traducción de Miguel Antonio Caro: “Mecenas, al pequeño basta poco. / Yo por mi
parte en la opulenta Roma / a esparcirme no acierto, y más me gozo / en la callada soledad del Tíbur,
/ de Tarento en el seno deleitoso”.
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presente de la escritura que con sus pausas y recomienzos sostienen el poema
largo en esa andadura fragmentaria-, que se vale de la exacerbación de los lazos
tradicionales del género con la égloga, la oda o la sátira. Apoyado en el lirismo o el
humor, Darío los usa todos, pero rehúsa privilegiar alguna de estas flexiones para
ensamblar las significaciones del poema, si bien éstas tienden a rozar la elegía, el
canto a un espacio ilusorio y, por ende, perdido.
Este rasgo acentúa la ausencia de pretensiones de totalidad, del intento de
dar un sentido a la entera experiencia vivida. Reducido al cáustico enunciado de sus
comportamientos en el ámbito profesional, de la diplomacia y el periodismo, el poeta
recobra conceptos fundamentales de su poética solamente en un territorio ajeno,
conformado a partir de la reformulación del tópico del locus amoenus, contradicho
además por las rimas antitéticas de los dísticos del inicio del tratamiento del motivo:
¿Por qué mi vida errante no me trajo a estas sanas
costas antes de que las prematuras canas
de alma y cabeza hicieran de mí la mezcolanza
formada de tristeza, de vida y esperanza?
[...]
Hay en mí un griego antiguo que aquí descansó un día
después que le dejaron loco de melodía
las sirenas rosadas que atrajeron su barca (856).
Elegía de una pastoral de vida retirada que siente hoy como mero tópico,
espacio imposible ya para el artista sometido al mercado, al progreso del intercambio
económico moderno de un cosmopolitismo “acaparado” por la circulación de la
mercancía y la preminencia del dinero, que vuelven a dislocar los vínculos entre
ritmo y sintaxis:
Calma, calma. Esto es mucha poesía, señora.
Ahora hay comerciantes muy modernos. Ahora
mandan barcos prosaicos la dorada Valencia,
Marsella, Barcelona y Génova. La ciencia
comercial es hoy fuerte y lo acapara todo (856).
Poco antes, al comenzar este comentario sobre la felicidad sencilla de la
estadía en Mallorca,
Hay un mar tan azul como el Partenopeo;
el azul celestial, vasto como un deseo,
su techo cristalino bruñe con sol de oro.
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Aquí todo es alegre, fino, sano y sonoro (853).
explicita la impronta paródica, pretendiendo diluir la sinceridad de la carta íntima:
A veces me dirijo al mercado, que está
en la Plaza Mayor. (¿Qué Coppée, no es verdá?) (853).
La “Epístola” y El canto errante
Como en El canto errante (1907), que incluye la “Epístola a la señora de Leopoldo
Lugones”, en ella lo aleatorio predomina. El libro reúne sobre todo poemas de muy
distintas épocas en buena medida ocasionales, de homenaje o de elogio (a
Bartolomé Mitre, fundador del diario La Nación en el cual es periodista, a Valle
Inclán, etcétera).
18
Rodeada, casi atrapada por ellos, surge la “Epístola” como para
señalar el vasallaje que la circunstancia impone al poeta:
Mis dolencias se van en ilusión y espuma.
Me recetan que no haga nada ni piense en nada,
que me retire al campo a ver la madrugada [...]
¿Y mi trabajo diario y preciso y fatal? (850).
Sólo un pequeño número de poemas se ocupa de poesía y sostiene la
potencia del poeta siempre afirmada por Darío. Entre ellos “El canto errante”, que da
título al libro, pareciera posibilitar a la “Epístola” alguna trascendencia al celebrar el
viaje como incitación o como el peregrinaje indispensable de todo poeta, cuya
experiencia fructifica en la poesía. Si persiste el poeta como intérprete de lo vario en
lo uno, de la conjunción armoniosa de lo múltiple encarnada en la sabiduría de los
pliegues sonoros en algunos pocos poemas, la “Epístola”, sin dudas el texto central
del libro por su extensión y por sus singularidades de toda índole, insiste sin
embargo en la errancia falta de meta, fracturando, mediante las disonancias de
léxico, de tonos, de los encabalgamientos abruptos, de la irregularidad de los
acentos, etcétera, la posible conjunción de destino y sentido, que se disuelve en el
trasiego de un cosmopolitismo sin horizonte. La tensión entre el movimiento, como
18
El libro incluye otros dos poemas pertenecientes al género epistolar, “A Remy de Gourmont” y
“Esquela a Charles de Soussens”, de muy diferente tono al dedicado a la señora de Lugones. En la
publicación en Blanco y Negro (21 de setiembre de 1907) titula el primer poema mencionado
“Epístola a R. de G.”.
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detenido por los paralelismos y la partición en dísticos, frente a la notación temporal
que subraya la fugacidad, acentúa un vaivén sin salida.
Y aquí debemos reparar en que no ha elegido los tercetos encadenados del
modelo clásico, que acentúan la continuidad del discurso, sino una rima en versos
pareados y valiéndose con suma frecuencia de partículas átonas como finales de
verso, anómalas en la métrica española, que tiñen las significaciones al fracturar, al
dislocar, la relación entre ritmo y sintaxis, como puede ejemplificar el siguiente
fragmento, referido a su breve estadía en Río de Janeiro:
Mas al calor de ese Brasil maravilloso,
tan fecundo, tan grande, tan rico, tan hermoso,
a pesar de Tijuca y del cielo opulento,
a pesar de Nabuco, embajador, y de
los delegados panamericanos que
hicieron lo posible por hacer cosas buenas,
saboreé lo ácido del saco de mis penas;
quiero decir que me enfermé. La neurastenia
es un don que me vino con mi obra primigenia (850).
En ese momento Brasil lo consagraba a Darío como poeta de América y enseguida
en Buenos Aires se le brindaron diversos homenajes. Son estos años de
consagración los que la “Epístola” se cuida de mencionar, consagración corroborada
durante su estadía en España y sobre todo con la edición de Cantos de vida y
esperanza en 1905, poemario que tiene vínculos significativos con El canto errante.
La “Epístola” en cambio se distancia, sobre todo de “Yo soy aquel”, del
tratamiento que da al autorretrato en este poema inicial, escrito lo un año antes,
en febrero de 1904.
19
En él afirmaba una travesía, libre de prejuicios provincianos,
por experiencias individuales y búsquedas estéticas en un amplio universo
cosmopolita, con que se había convertido en indiscutible poeta de América, al mismo
tiempo que limaba las contradicciones de esa trayectoria con el ritmo cadencioso y
envolvente, el complejo tramado de las distancias temporales (“Yo soy aquel”) y la
gradación que atemperaba las oposiciones valiéndose muchas veces del pasaje por
construcciones trimembres apoyadas en la sonoridad: “sentimental, sensible,
19
En carta del 15 de enero de 1907 y recién publicada la “Epístola”, Amado Nervo corrobora esa
consagración. En ella le pide que vuelva a España: “Aquí tiene usted muchos corazones devotos y
ahora especialmente advierto, con harta complacencia, que su nombre llega a un merecido apogeo
en Madrid. Hay para usted un lugar solo, aislado, único, y un reconocimiento fervoroso de lo que
usted vale”. Al concluir señala la recepción de la “Epístola”: “Sus versos a la mujer de Lugones
removieron el agua... Mejor que mejor. Yo los hallé deliciosos(Ghiraldo, 1943: 151-152).
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sensitivo”. O bien por la repetición unificadora: “El dueño fui de mi jardín de sueño, /
lleno de rosas y de cisnes vagos; / el dueño de las tórtolas, el dueño/ de góndolas y
liras en los lagos”. Y, entre otros, el tan citado “y muy siglo diez y ocho, y muy
antiguo / y muy moderno” (705-706). En la “Epístola” a veces el ritmo regresa a este
movimiento acompasado y tranquilo, con el respeto a la cesura más corriente del
alejandrino, pero por momentos para insistir en la percepción irónica de la amarga
experiencia vital del campo literario:
A mi rincón me llegan a buscar las intrigas,
las pequeñas miserias, las traiciones amigas (851).
La insistencia en el reconocimiento español de su magisterio en la poesía moderna
en lengua castellana de todo El canto errante se vuelve ácido desencanto del
cosmopolitismo deseado, vivido entre la errancia y el cerco del “meteco”, como
expresa en el prólogo, titulado “Dilucidaciones” y publicado antes en “Los Lunes” de
El Imparcial de Madrid.
20
Cuando dice acudir a la máscara como resguardo de su subjetividad
amenazada y del exilio en el ahora funesto París, insiste en los encabalgamientos
fuertes, como si pudiera quebrar las figuras obsesivas, persecutorias, de los
adjetivos y sustantivos finales e iniciales (enemigo, terrible, ombligo, locura, salvaje,
encerrado), confiado en ese “voluntario aislamiento en esta selva humana
parisiense”, como expresa en una crónica de La Nación el 28 de enero de 1911,
para concluir en la rima irónica que cierra la oración (Marivaux, yo):
y me volví a París. Me volví al enemigo
terrible, centro de la neurosis, ombligo
de la locura, foco de todo surmenage
donde hago buenamente mi papel de sauvage
encerrado en mi celda de la rue Marivaux,
confiando sólo en mí y resguardando el yo (851).
“Inmigrante intelectual”, lo ha llamado Ángel Rama en Las máscaras
democráticas del Modernismo (112). En “El ejemplo de Zola”, necrológica incluida en
Opiniones (1906), así como en los capítulos agregados a la segunda edición de Los
raros (1905), se detiene en el inventario de la estrechez económica en la que se
formaron muchos artistas modernos que parecen expresar las carencias vividas en
20
Apareció en tres entregas, el 18 y 15 de febrero y el 4 de marzo de 1907.
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la propia historia individual
21
y que se conjugan con el “ansia de París” del Darío
adolescente en la Nicaragua natal. Así lo recuerda en La vida de Rubén Darío
escrita por el mismo, publicada por entregas en 1912:
Yo soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis oraciones
rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París era para mí
como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la
tierra. Era la ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y, sobre todo, era la
capital del Amor, el reino del Ensueño (147).
Al mismo tiempo, en otros textos coetáneos presenta a París como un espejismo
que seduce –y amenaza- a los jóvenes hispanoamericanos. Estos ejemplos y
muchos otros de sus crónicas y su poesía evidencian que la “Epístola” indica uno de
los momentos de crisis vividos a partir de 1900, cuando ha llegado a España como
corresponsal de La Nación para informar sobre las consecuencias de la pérdida de
sus últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). Esta doble mirada al
cosmopolitismo se refleja claramente en los títulos elegidos para algunas de sus
series de crónicas de viaje –“Tierras solares”, seguida de “Horas errantes”, ambas
de 1904- como también en los de recopilaciones en libro de otras de este género,
Peregrinaciones (1901) o La caravana pasa (1902).
La antigua fe en la sensualidad y en lo fugaz como potenciadores de la
creación cede en la “Epístola” ante lo contingente, vaciado de dimensiones ideales,
trascendentes, entrañables en Darío:
Entre tanto respiro mi salitre y mi yodo
brindados por las brisas de aqueste golfo inmenso,
y a un tiempo, como Kant y como el asno, pienso.
Es lo mejor (856).
La antigua energía irrumpe por momentos en el movimiento obsesivo que se
condensa en la simultaneidad de los opuestos, en el regodeo de vastos placeres
materiales que derivan al sarcasmo, acentuado por la apelación a la expresión
prosaica:
21
“Los problemas de la vida, la práctica prosaica de la existencia de quien no ha nacido en la riqueza,
el pegaso del ensueño que la necesidad hiere con sus espuelas; estudios mediocres, contra la
vocación; familia a cuestas; los dolorosos préstamos a los amigos” (“El ejemplo” 10). Similares son las
referencias a la formación de Máximo Gorki en la crónica con este título, recogida en el mismo libro.
Ambas crónicas son de 1902.
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¡Y he vivido tan mal, y tan bien, cómo y tanto!
¡Y tan buen comedor guardo bajo mi manto!
¡Y tan buen bebedor tengo bajo mi capa!
¡Y he gustado bocados de cardenal y papa...!
¡Y he exprimido la ubre cerebral tantas veces,
que estoy grave. Esto es mucho ruido y pocas nueces (850).
Mientras este poeta dice que escribe, se dice con una potencia casi
desvanecida para cumplir el mandato de Raimundo Lulio, quien pide un Hércules
que haga renacer la poesía en lengua española. Es evidente, sin embargo, que con
la “Epístola” está haciéndose cargo de la demanda, sin recurrir a enunciados
programáticos, estéticos o morales. Sólo se limita a poner algunas cuestiones en
escena, como cuando parodia, valiéndose además de los materiales lujosos
privilegiados en Prosas profanas, el consejo remanido de asentar en las
peculiaridades del paisaje americano –el trópico sobre todo- en una voz propia para
nuestra poesía:
En Río de Janeiro iba yo a proseguir
poniendo en cada verso el oro y el zafir
y la esmeralda de esos pájaros-moscas
que temen los que temen el cruel vómito negro.
Ya no existe allá fiebre amarilla. ¡Me alegro! (849).
O como cuando, recuperando la lección de los viejos maestros, retoma la égloga
para celebrar la sencillez campesina, la dimensión arcádica enraizada en lo humilde.
El canto a la arcadia perdida
La estadía en Palma de Mallorca es ese momento de la “alabanza de aldea”, al que
destina cuatro de las siete partes de la “Epístola”. En ella se serena la discordancia
entre sintaxis y rima: las oraciones con frecuencia abarcan casi regularmente dos
versos, con pocos encabalgamientos. Pero además, si en todo el poema alternan,
de modo irregular, las rimas agudas y graves, creando un ritmo que se intensifica en
los fragmentos dolorosos, en el relato de la etapa mallorquina no sólo cede esta
tensión, sino que en secuencias relativamente extensas deja de lado la rima aguda.
Se entrega entonces al disfrute de lo menudo, goce que posibilita el reencuentro
momentáneo de la unidad del sujeto, que recupera deseos, impulsos y elecciones de
un pasado que abreva en la ascendencia legendaria de Ulises:
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Hay en mí un griego antiguo que aquí descansó un día
después que lo dejaron loco de melodía
las sirenas rosadas que atrajeron su barca (856).
Vuelven entonces la plasticidad y musicalidad de antaño. Diversos matices del rojo
instalan casi por única vez el color, hablando de una fructificación hasta entonces
negada:
entre los cestos llenos de patatas y coles,
pimientos de corales, tomates de arreboles;
sonrosadas cebollas, melones y sandías (853-854).
La descripción armoniza símbolos de alto valor en Darío con lo simple y lo prosaico,
y con la acotación risueña:
Veo el vuelo gracioso de las velas de lona,
y los barcos que vienen de Argel y Barcelona.
Tengo arbolitos verdes llenos de mandarinas;
tengo varios conejos y unas cuantas gallinas
[...]
A veces me dirijo al mercado, que está
en la Plaza Mayor. (¿Qué Coppée, no es verdá?)
Me rozo con un núcleo crespo de muchedumbre
que viene por la carne, la fruta y la legumbre (853).
En la descripción de las verduras que sigue a estos versos parece referir
metonímicamente la sensualidad de la mujer mallorquina (“entre los cestos llenos de
patatas y coles, / pimientos de corales, tomates de arreboles; / sonrosadas cebollas,
melones y sandías / que hablan de las Arabias y las Andalucías”, 853-854), que
atempera, como en otros fragmentos, con comentarios irónicos metapoéticos
(“calabazas y nabos para ofrecer asuntos / a Madame de Noailles y a Francis
Jammes juntos”, 853-854). Aquí, además, hace convivir el modo cortés de
tratamiento y el tuteo hacia la señora de Lugones, con lo que logra la “Epístola” los
rasgos propios de una conversación, propiciando una atmósfera de juego,
apartándose de la confesión dramática marcada con insistencia en la tercera parte,
dedicada a la vida parisina.
El cuerpo del poeta, tan presente en sus necesidades y deseos en todo el
poema, se compenetra, se deja penetrar por los elementos más simples del paisaje
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mallorquino que se proyecta a dimensiones extensas en el espacio y en el tiempo,
del mar Mediterráneo y el mundo griego:
A veces me detengo en la plaza de abastos
como si respirase soplos de vientos vastos,
como si se me entrase con el respiro el mundo.
[...]
¡Oh, cómo gustaría sal del mar, miel de aurora,
al sentir como en un caracol en mi cráneo
el divino y eterno rumor mediterráneo! (854-856).
Es cierto, al mismo tiempo, que estas reminiscencias pertenecen a la ensoñación,
una significación privilegiada en la concepción dariana de la poesía. Allí reside la
nostalgia, en tanto que no hay recuerdos de lo vivido que suavicen la desazón del
presente, como pudo ser la lejana Nicaragua, a la que recupera en sus otros últimos
libros.
El poema se circunscribe al pasado inmediato, a esa travesía que no
promete futuro, que no propicia proyectos. Es sólo tránsito, transitoriedad,
anunciados desde el mismo inicio, con la mención del carillón de Anvers que recala
en la rima cómica de la “fuga de Bach”, pues el prometedor tintineo no abre rumbo,
sino una marcha sofocada por la condición del poeta moderno que casi reniega del
poeta consagrado que logró imponerse en un medio hostil, Madrid, como apunta en
el prólogo: “El movimiento que en buena parte de las flamantes letras españolas me
tocó iniciar, a pesar de mi condición de meteco’, echada en cara de cuando en
cuando por escritores poco avisados, ha hecho que El Imparcial me haya pedido
estas dilucidaciones” (786). Meteco, sauvage, extranjero, cercado por la alienación,
pareciera que vislumbra Rubén Darío derroteros de la poesía que vendrá y a la
que entrega su lección, en la que ha hecho renacer la poesía en lengua española,
como pedía el poeta mallorquino.
Por otra parte, en artículos y menciones insistentes en textos de estos
últimos años, vemos un Darío que se siente cada vez más próximo a un espectro
amplio y diferente de artistas modernos, de Martí a Rimbaud y Mallarmé, o de Zola a
Gorki, que merecen una consideración detenida, sobre todo si reparamos en el
hecho de que la “Epístola” se interrumpe de pronto, sin que medie conclusión
alguna, salvo el pedido de no ser olvidado y una enigmática referencia al tiempo:
Y aquí mi epístola concluye.
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Hay un ansia de tiempo que de mi pluma fluye
a veces, como hay veces de enorme economía.
“Si hay, he dicho, señora, alma clara, es la mía”.
Mírame transparentemente, con tu marido,
Y guárdame lo que tú puedas del olvido (857).
Poco queda ya en la “Epístola” del poeta a la espera de “Yo persigo una forma”,
desprendido de todo correlato concreto en esa atmósfera de encantamiento que
armonizaba movimiento y reposo, que atenuaba el dramático riesgo de los versos
inicial y final, borroneados por el reaseguro del fluir de la fuente y del fluir del ritmo
sosegado que atraviesa con levedad la partición de cuartetos y tercetos. Lo que
fluye ahora de su pluma es esa “ansia de tiempo” del final, donde melancólica pero
sosegadamente parece afirmar su condición de poeta moderno, en el marco del
irremediable fluir temporal que a partir del romanticismo se vuelve elegía u obsesión,
con sólo recordar aquel verso de “Le goût du néant”: “Et le Temps m’engloutit minute
par minute”, de Baudelaire.
Darío parece desprenderse del “poeta que viene de lejos y va al porvenir”.
No puede ahora cumplir con el mandato de Raimundo Lulio, a cuya admiración
dedica un largo fragmento del poema; pero también podemos pensar que lo hace,
sin dar lecciones, sólo indicando la precariedad de su condición de poeta moderno.
Pues mientras dice buscar la perduración endeble, modesta, en la memoria
individual de la amiga lejana, la mujer de otro, dice en verdad otra cosa. Si se refugia
en la intimidad de la carta para contar un viaje que no se roza ya con la ilusión de la
aventura del cosmopolitismo, lo hace para asumirlo como destino, un conflictivo
lugar, un territorio que entrega como se entrega al olvido.
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