Fernández, Garione, “La ruina joven…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 15 / Diciembre 2023 / pp. 222-243 230 ISSN 2422-5932
por momentos, la constante sensación de “desencanto endógeno” y “fastidio
del espíritu” que lo aquejan. “Siento unas raras ganas de conocer a esta rara
gente. Este es Gary XXX, este el famoso beatnik escocés, estoy frente a
personajes-leyenda, uno del rock marginal, otro de la under más hip. No
imaginaba que podrían ser padre e hijo. Tengo el gancho para una gran nota,
me digo” (2019: 21). Si bien a medida que avance el relato la figura de Gary
XXX irá cobrando un mayor protagonismo, es evidente que lo que llama la
atención del narrador es ese sorprendente y productivo linaje entre el letrismo
del padre y el punk del hijo; como si Kreimer encontrara en esa escuela, que
proponía romper las palabras para apostar por la letra y el sonido despojado
de sentido, lo que da a luz a un nuevo movimiento que va a trabajar con la
desintegración de la melodía, la estética de la ruina y la destrucción. Cerca del
final, en la entrada del 6 de julio, por ejemplo, se hace referencia a una nota
de Dick Cohn que menciona a los jóvenes punk como “ángeles de la
frustración continua” y, seguido a eso, el narrador recuerda y remarca que,
en el Manifiesto Letrista (1942), Alex había escrito “La frustración continua
hace a una estética”. Y en esta misma línea, en una conversación que tiene
Kreimer con John, un amigo de Trocchi, nos enteramos que la razón inicial
detrás de su viaje era la de conocer al viejo letrista escocés y a Colin Wilson,
de quien había leído su famoso The Outsider, probablemente como El
Disconforme en la traducción de Emecé, a los 18 años. Todo esto permite, por
tanto, afirmar que, en definitiva, si De ninguna parte termina siendo una novela
sobre el punk y el under londinense de 1976 es porque ingresa por el camino
de la literatura.
En esa misma conversación con John, este le dice a Kreimer, en
referencia al fracaso de Colin (quien “contó las raíces de todo esto” pero
“después se la creyó”) que su misión tiene que ser la de “continuar la historia
de los artistas que no pudieron seguir la farsa que ellos mismos habían
contribuido a crear”, “la farsa de verse convertidos en show” (2019: 57). La
novela será entonces la materialización de esa tarea; intentará mostrar y
diseñar una forma punk de experimentar el mundo que es, por un lado, una
clara apuesta sensible, ética y política, y, por el otro, una farsa, una creación
artificial, un show que termina por devorar a quienes encarnan dicha
experiencia. Es en esa pugna entre el autodiseño como proclama de soberanía
y como trampa que pareciera condensarse no solo el complejo vínculo entre
arte y vida, factible de pensar en el linaje de las vanguardias, el dandismo y las
estéticas de fin de siglo XIX, sino también el dilema que va a acosar al punk
en un futuro no muy lejano cuando la rebeldía y la crítica social sean
deglutidas por el mercado para hacer de esa subjetividad una moda vacía que
es posible comprar.
En este sentido, la muerte de Gary traerá dos reflexiones sumamente
interesantes: una de la mano de las últimas crónicas escritas por el joven punk