Paredes, “La universidad de las catacumbas…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 15 / Diciembre 2023 / pp. 288-292 288 ISSN 2422-5932
SOBRE
LA UNIVERSIDAD DE LAS CATACUMBAS:
FILOSOFÍA Y LETRAS EN DICTADURA
MARÍA EUGENIA VILLALONGA
Eudeba, 2022
por
Lautaro Paredes
Universidad de Buenos Aires - FFyL
Licenciado en Letras por la UBA. Actualmente es integrante de la tedra Libre de Estudios
Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña” y forma parte del consejo de redacción de la
Nueva Revista de Literaturas Populares. Colaboró como becario durante el 2021-2022 en el
marco del proyecto de UBACyT “Archivo y diagrama de lo viviente (siglo XX)”.
Correo electrónico: lautaroo.paredes@gmail.com
ORCID: 0000-0002-3070-8080
DOI: 10.5281/zenodo.10433561
RESEÑAS
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Pura es la palabra. Requiere fuego. Hay ahí ceniza, eso es lo que toma sitio
dejando sitio, para dar a oír: nada habrá tenido lugar salvo el lugar.
Jacques Derrida, La difunta ceniza
El testimonio trae consigo vida. Cuando Giorgio Agamben estudia los relatos
sobre los campos de concentración de la Alemania del Tercer Reich y elabora
su teoría sobre el testimonio en Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo
(Homo saccer III), sostiene que “[s]i no hay articulación entre el viviente y el
lenguaje, si el yo queda suspendido en esta separación, entonces puede darse
testimonio(2014: 137). El testimonio encuentra su espacio en el no-lugar
de la articulación entre el lenguaje y la vida, la bíos y la zoé, lo humano y lo in-
humano, en el no-lugar que (no) existe entre la lírica y el horror, generando
un diálogo posible. En este no-lugar se ubica la reciente publicación de María
Eugenia Villalonga, la cual estudia el campo intelectual y sus producciones
durante la represión cultural que se dio en la última dictadura cívico-militar
en la Argentina (1976-1983), recogiendo voces, experiencias, testimonios de
una contra-cultura que se tejía en los márgenes del horror totalitario. Desde
allí, su estudio propone poner estos testimonios a circular, retratar el cuadro
de una época y, al calor de estos relatos, ver la vida cómo ocurre.
Villalonga pone el foco en los cursos parainstitucionales que se dieron
en el área de las Humanidades (literatura, lingüística, filosofía e historia,
principalmente) como una respuesta a la represión y pobreza cultural en la
enseñanza oficial de aquellos años. Sostiene que
Los cursos dictados por Eduardo Romano, Beatriz Sarlo, Josefina Ludmer,
Beatriz Lavandera, Nicolás Rosa y los numerosos cursos que muchos
intelectuales dieron sobre estructuralismo, estética, sociología del arte,
filosofía, psicoanálisis lacaniano, historia, economía y marxismo y que
proliferaron en la ciudad de Buenos Aires son el núcleo de una experiencia
pedagógica que se desarrolló durante el periodo más sangriento y represivo
de nuestra historia: un rompecabezas que se irá armando a partir de las voces
de muchos de los que lo atravesaron (2022: 36)
Sólo el inventario de los cursos (que puede leerse entre las páginas 44-45) ya
es riquísimo. Éste registra las clases de Josefina Ludmer sobre Teoría literaria,
de León Rozitchner sobre Filosofía o el curso de Ricardo Piglia sobre Crítica
literaria, pero a la vez, da cuenta de una falta: la ausencia de los docentes y de
los alumnos que asistieron a varios de estos cursos. Esta irreductibilidad de
la parte con el todo, entre los cursos que sí se conocen y la “universidad de
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las catacumbas”, es lo que hace posible y da vida a los testimonios que esta
investigación analiza, y es el motor para realizar una cartografía de la
enseñanza no oficial en dictadura.
En el primer capítulo se realiza un mapeo de las manifestaciones
culturales durante la dictadura militar iniciada en 1976. Para hacerlo,
Villalonga retoma el concepto de resistencia molecular de Carlos Brocato (1986).
Según éste, la represión cultural del período generó una atomización de la
cultura, por lo que sus manifestaciones se habrían dado de manera escindida
y en ámbitos diversos. Las revistas subterráneas (como Punto de vista), las
publicaciones del Centro Editor de América Latina (CEAL) y la literatura del
período fueron las formas en que la resistencia cultural se realizó durante la
dictadura, pero también los grupos de estudio en los que intelectuales,
escritores y estudiantes se reunían para superar la decadencia de la enseñanza
institucional. Este capítulo sitúa y desarrolla estas distintas formas de
resistencia que se realizan en un campo cultural que se encuentra
“doblemente fracturado”, afirma la autora retomando a Sarlo (2014).
El segundo capítulo aborda los cursos clandestinos del área de
Humanidades que se realizaron durante el Proceso de Reorganización
Nacional. Inicia reponiendo los antecedentes en Argentina de cursos
parainstitucionales que la “universidad de las catacumbastuvo, para luego
entrar de lleno en el estudio de los grupos de estudio que se formaron durante
la dictadura iniciada en 1976.
1
En este momento de la investigación,
Villalonga lista los cursos que pudo identificar y centra su estudio en cuatro
casos en particular: las clases de Literatura y política de Eduardo Romano;
los cursos trianuales de Josefina Ludmer sobre Teoría literaria; los cursos de
Beatriz Sarlo sobre Literatura argentina y Teoría literaria; y el curso de
Lingüística de Beatriz Lavarden. Este capítulo reúne los testimonios de
quienes entonces asistieron a sus clases y de algunos de sus docentes para
reponer no sólo los contenidos, sino también el campo de relaciones que se
articulaba en torno a estos grupos de estudio. Se recuperan los mecanismos
mediante los cuales se organizaban estos cursos, los espacios que los
contuvieron, y el ámbito que se iba forjando para reflexionar sobre un tiempo
incierto. Villalonga también pone de manifiesto la amplia diferencia de estos
cursos con respecto a las clases en la UBA, dado que la “universidad de las
catacumbas” trataba temas que estaban ausentes en la facultad, desde una
1
Villalonga rastrea dos antecedentes cercanos a la “universidad de las catacumbas: por un lado, los
intentos de una universidad paralela realizados luego de la Noche de los Bastones Largos, durante el
gobierno de facto de Juan Carlos Onganía y, por otro lado, los cursos clandestinos que se realizan por la
intervención y cierre de universidades de la “Misión Ivannisevich”, realizada durante el tercer gobierno
peronista.
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perspectiva crítica que, a la vez, se hacía desde un marco teórico actualizado,
y no desde el enfoque estancado que circulaba en la FFyL por aquellos años.
El siguiente capítulo se centra en las clases que se dictaban en la
Facultad de Filosofía y Letras durante la dictadura:
Las opiniones negativas de los alumnos son unánimes: un nivel académico
pésimo de sus profesores, salvo excepciones; ausencia de perspectivas
teóricas; análisis literarios contenidistas y biografistas; imposibilidad de
ejercer la investigación; un sistema muy rígido de aprobación con materias
anuales y una importante carga horaria de lenguas clásicas, obligatoria para
todas las orientaciones (Villalonga, 2022: 71)
Los cursos parainstitucionales en los que Villalonga se centra se levantaron
como una respuesta a la decadencia académica que se vivía al interior de la
UBA. Según los testimonios recogidos, los grupos de estudio no sólo
abordaban contenido más actual e interesante que en la facultad, sino que a
la vez se realizaba desde una pedagogía crítica que tenía la reflexión y el
diálogo docente-alumno como horizonte gnóstico.
En el cuarto capítulo se despliega el marco teórico para pensar la
resistencia cultural y la labor intelectual, el cual se pone a funcionar y se
relaciona con la “universidad de las catacumbas” en el quinto y último
capítulo. Toma como marco general los planteos de Pierre Bourdieu (1983)
para pensar las relaciones entre campo intelectual y campo de poder, y el
aparato conceptual elaborado por Michel de Certeau en La invención de lo
cotidiano (2000). De Certeau comprende la cultura como un territorio en
disputa, por ello utiliza nociones de la teoría militar. Desde allí, Villalonga
retoma los conceptos de táctica y estrategia, y propone pensarlos como “dos
modos opuestos de construcción del saber: la estrategia que, desde el poder,
postula un lugar propio que sirva de base al manejo de sus relaciones, y la
táctica como un cálculo que no puede contar con un lugar propio, porque su
lugar es el del otro” (101). Catalogar los grupos de estudio que se dieron
durante la dictadura como “resistencia” significa pensar que no hallaban su
lugar en el territorio nacional. La noción de táctica permite estudiar las
prácticas con las que estos cursos hacían circular la cultura como hábitos que
se realizaban en terreno impropio, enemigo o ajeno a ellos. En este capítulo
se desarrollan, por un lado, varias de estas prácticas, como las traducciones
caseras de libros extranjeros, fotocopias, préstamos del material y reuniones
marginales y, por el otro lado, las tácticas para habitar un espacio impropio.
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“Nada habrá tenido lugar salvo el lugar” afirma Derrida (2009: 23) al
recorrer la poesía de Paul Celan y sostener que ésta fue un resto de los campos
de concentración. En esta dirección, Agamben propone que el sentido del
testimonio no se encuentra en aquello a lo que su enunciado refiere, sino a
su propia existencia como testimonio: “La huella, que la lengua cree
transcribir a partir de lo intestimoniado, no es su palabra. Es la palabra de la
lengua, la que nace cuando la lengua no está ya en sus inicios, baja de punto
para sencillamente testimoniar” (2014: 39-40). El testimonio opera entre
una posibilidad de decir y su tener lugar, vale por la contingencia que le permite
dar cuenta de una ausencia, siendo que éste podría no haber sido. Los
testimonios que se reúnen en La universidad de las catacumbas: Filosofía y Letras
en dictadura recuperan el no-lugar que ocupó buena parte de la intelectualidad
durante el gobierno militar y exhiben la falta de perspectiva cultural en las
instituciones. Esta publicación pone a circular esas voces, y le da un lugar a
la ausencia que se inscribe en ellas: la falta cultural en el ámbito público, sí,
pero además estos testimonios recuperan a las catacumbas como espacio que
funcionó a la periferia de 30.000 testigos imposibles.
Bibliografía
AGAMBEN, GIORGIO. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo (Homo
saccer III). Valencia: Pre-textos, 2014.
BOURDIEU, PIERRE. Campo de poder, campo intelectual. Buenos Aires: Folios,
1983.
BROCATO, CARLOS. El exilio es el nuestro. Buenos Aires: Sudamericana-
Planeta,1986
DE CERTEAU, MICHEL. La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer. México:
Universidad Iberoamericana, 2000.
DERRIDA, JACQUES. La difunta ceniza - Feu la cendre. Buenos Aires: Ediciones
La Cebra, 2009.
SARLO, BEATRIZ. “El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado”,
en Sosnowski, Saúl (comp.), en Represión y reconstrucción de una cultura: el
caso argentino. Buenos Aires: Eudeba, 2014.