Entrevista a Piglia por Nacht Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 5 / diciembre 2018 / pp. 258-295 279 ISSN 2422-5932
Yo les voy a contar una historia que todavía me aver-
güenza, pero la voy a contar porque es muy divertida. La prime-
ra vez que vi a Borges tenía 19 años. Había entrado en la Uni-
versidad recién, o sea que era el año 1959 o 1960, y nosotros
organizamos desde el Centro de Estudiantes un ciclo de confe-
rencias. Así, empezamos a invitar gente para que todas las se-
manas vinieran a La Plata a dar charlas, y el primero que se nos
ocurrió fue Borges, y vine a verlo a Buenos Aires. Borges me
recibió muy amablemente y me dijo que sí, que iría a La Plata y
empezó a decir que le encantaba la ciudad y comenzó a contar
historias de La Plata. Yo le dije que teníamos un dinero, que le
íbamos a pagar, imaginen que le hubiera dicho en ese momento
mil pesos. Y Borges me dijo: “Ah, es mucho”. Y me quedé cor-
tado. Mire, le dije, no es nuestra la plata, que no era mucho, la
universidad nos da el dinero, etc. Entonces, él me dice que no,
que es mucho, que nos va a cobrar quinientos. Seguimos con-
versando, Borges tenía una capacidad increíble para crear cierta
intimidad cuando uno estaba con él. Entonces, yo entusiasmado
con esa intimidad que se estaba construyendo ahí, le dije que
me parecía que el final de “La forma de la espada” no estaba
bien. “¡Caramba!” me dice Borges. Yo todavía lo cuento y me
sigo avergonzando, pero estaba muy entusiasmado en ese mo-
mento y entonces le digo, “mire Borges, Ud. Fíjese”. El relato
cuenta la historia de una traición que, con un procedimiento
clásico de Borges, está contada de una manera en la que el que
cuenta es, en realidad, el traidor, pero uno no lo sabe. El traidor
tiene una cicatriz rencorosa que le cruzaba la cara, tiene una ci-
catriz que tiene la forma de una medialuna y en un momento
del relato alguien toma una cimitarra y uno se da cuenta que el
que está contando la historia es él mismo. Pero Borges después
le agrega un final donde el que está contando la historia dice:
“yo soy John Vincent Moon”, así se llama el traidor, “ahora
desprécieme”. A mí me parece que sobraba eso, entonces le di-
go: “mire, Borges, me parece que sobra”. Entonces Borges me
contestó una cosa fantástica, me dijo: “ah usted también escribe
cuentos”, como diciéndome “Ud. lee ya de una manera que no
es inocente” o “Ud. lee cómo está hecho esto”. Eso es lo que
me dijo, me pareció muy bien. Pero lo genial y esto viene muy
bien para los psicoanalistas, cuando me iba, Borges me dice: “le
he conseguido una considerable rebaja ¿no?”. Entonces, yo
pensé –es genial el tipo ¿no?– se perdió esa plata, quinientos
pesos, para que yo contara esta historia infinitamente. Creo que