Gonzo, sobre Autorretrato… de Agamben Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 6 / julio 2019 / pp. 299-306 303 ISSN 2422-5932
Giorgio con la figura de Benjamin, en esa costumbre “malsana” de ir tras la
historia de alguien fotografiando sus casas y lugares frecuentados, esa “per-
secución de las huellas de una vida en todo caso perdida –como todas– para
siempre” (81). Al recorrer el estudio, por postales o recuerdos, se suceden
Venecia, Roma, París, Provenza en septiembre, el Monte Ventoux, Lacoste,
Rebanqué, Thouzon, el Danubio, el Hotel Chasselas, Le Thor… A su vez,
se enumeran los indirizzos de diversos estudios, por ejemplo, en Piazza dell
coppelle, en Vicolo del Giglio, en la Vía Corsini (Roma), en Rue Jacob 16
(París), en Venecia… Diversos espacios y “casas de las que no era dueño”
que, si bien han ido quedando atrás, “componen en realidad un único estu-
dio, diseminado en el espacio y en el tiempo” (95).
A esa sucesión de locaciones se yuxtaponen dos series que constitu-
yen todo espacio, especialmente el espacio del estudio. Por un lado, la insis-
tencia sobre una serie de objetos que hacen a eso que suele denominarse
ambiente: bibliotecas, libros, fotos, cuadernos, libretas, mantas, postales, re-
tratos, adornos, sillas, mesas. Por otro lado, la danza de nombres que hacen
a eso que suele denominarse atmósfera: Simone Weil, Martin Heidegger, Re-
né Char, Dominique Fourcade, Beaufrei, François Vezin, Giovanni Urbani,
Elsa Morante, Ginevra Bompiani, Pasolini, Ennio Plaiano, Alberto Moravia,
Wilcock, Caproni, Alfred Jarry, Jean-Luc Nancy, además de los ya citados
Bergamín y Benjamin, entre otros. Según Agamben, “en este libro –como
en mi vida, como en todas las vidas–, los muertos y los vivos comparten
presencia, tan cercanos y exigentes que no es fácil entender en qué medida
la presencia de unos se diferencia de la de los otros” (133). La epigénesis y
la confluencia, justamente, permite citar a Nancy, ese “coetáneo” de Agam-
ben, a quien “durante años lo sentí, en nuestros habituales encuentros en
Estrasburgo o en Italia, tan cercano a mi pensamiento que a veces tenía la
sensación de que nuestras voces se confundían” (76). En su libro Corpus,
Nancy postula que “la enunciación de ‘ego’ no solamente tiene lugar. Mejor
aún, es lugar […] los cuerpos articulan primeramente el espacio” (2016: 23-25). En
este sentido, Agamben, años más tarde, en su estudio, parece practicar ese
postulado al contar que sus archiveros de distintos estudios se mantuvieron
“idénticos en ambos lugares y, a veces, mientras buscaba un libro, me pare-
cía encontrar gestos de días pasados, como una muestra de que el estudio,
como imagen de la potencia, es algo utópico, y reúne en sí tiempos y lugares
distintos” (95). En tanto potencia, entonces, las coordenadas de la memoria
se sitúan programáticamente en ese interregno donde “la relación con los he-
chos de mi existencia que no pudieron suceder es tan importante, si no más,
cuanto la relación con los que sí sucedieron”, ya que “una auténtica auto-
biografía debería ocuparse más bien de los hechos no acontecidos” (114).