Rodriguez Montiel, “La incomodidad” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / Diciembre 2019 / pp. 139-162 155 ISSN 2422-5932
sobra: a diferencia del hombre de vida ocupada, el dandi considera
todos los días como “si fueran una fiesta” (Balzac, 2013: 77), o mejor
aún, una función de teatro en la que pone en práctica, noche tras
noche y de manera rigurosa, su coreografía de la simplicidad: la
palabra medida y pensada, el andar ligero y dominante, la pose
sobria, a la vez inmóvil y expresiva. Una doctrina del vivir elegante
que se desprende de una manera específica de ser:
El dandi no tiene el amor como fin especial […] tampoco aspira al dinero
como algo esencial; un crédito indefinido podría bastarle; abandona esta
grosera pasión a los mortales vulgares. El dandismo no es siquiera, como
muchas personas poco reflexivas parecen creer, un gusto desmesurado por
el vestido y por la elegancia material. Esas cosas son para el perfecto dandi
más que un símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu.
Igualmente, ante sus ojos, prendados ante todo de la distinción, la perfección
del vestido consiste en la simplicidad absoluta, que es en efecto la mejor
manera de distinguirse ¿Qué es pues esta pasión que, convertida en
doctrina, ha hecho adeptos dominadores, esta institución no escrita que ha
formado una casta tan altiva? Es, ante todo, la necesidad ardiente de hacerse
una originalidad, contenida en los límites exteriores de las conveniencias
[…] Se hagan llamar refinados, increíbles, bellos, leones o dandis, todos
proceden de un mismo origen; todos son representantes de lo que hay de
mejor en el orgullo humano, de esta necesidad, demasiado rara entre los de
hoy, de combatir y destruir la trivialidad (Baudelaire 2013: 237-239)
Vuelta sensibilidad o, directamente, una actitud, el dandismo hoy
encuentra asilo en el arte, en aquellas operaciones estéticas
promovidas por la fuerza de la inadecuación. Una “comunidad” o
“legión” integrada, al decir de Pauls, por: Warhol, Duchamp, John
Cage, William Burroughs, Djuna Barnes, Yves Klein “y criaturas más
indefinidas, difíciles de clasificar, para-artistas que pululan en esa
franja incierta donde se dan cita agitadores, provocadores,
animadores sociales, happeners, performers, personalidades, celebrities…”
(2013a: 16).
Así pues, retornando al principio, las propiedades que hacen a
la estética de Historia del llanto encontrarían su fundamento, la razón
de su materialización, en la cualidad dandi de la política literaria que
las estructura, ya que es desde esta incomodidad, desde este
desmarque respecto de ciertos modos cristalizados de fabricación de
la memoria en un contexto socio-histórico global caracterizado por
la museificación de la vida, desde donde la novela celebra el
anacronismo, la distancia y la ficción. Una condición que, si