García López, sobre El taller de Hugo Gola Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 6 / julio 2019 / pp. 312-321 314 ISSN 2422-5932
Coleridge buscaba hacer un todo de la narrativa, “hacer que los
hechos adoptaran un movimiento circular” y Gola hacía algo pa-
recido. Para él la poesía era una especie de recorrido en curva […]. En
una lectura de poemas, ya de vuelta en Argentina, que se difunde
por YouTube, Hugo narra, con el tono y la lógica que siempre lo
caracterizaron, pasajes de su juventud en un tren de segunda que
iba de Santa Fe a Pilar y en cuyos solitarios trayectos escribió el
único poema en prosa que se le conoce. Al finalizar, cuenta que
todas esas imágenes vivieron con él toda una vida logrando, como
las de Coleridge, formar un todo circular (Bailey Jáuregui, 2017:
17 y 28. Yo subrayo).
Es sorprendente que la autora perciba ese movimiento curvo a
partir del trato regular en clases, porque el signo de la poesía de
Gola es sin duda la elipse, la rotación, el giro, la resonancia, la
espiral, como lo intuyó tempranamente Eduardo Milán y como
lo fue desarrollando Jorge Monteleone. Me permito, sin embar-
go, discrepar un poco. Revisé de nuevo el video referido y no
hay alusión alguna a “esas imágenes [que] vivieron con él toda
una vida” hasta “formar un todo circular”. Y no la hay, segura-
mente, porque no hay círculo en Gola. Hay “el círculo de fue-
go”, hay “los círculos rojos del alba”, hay los “círculos fragan-
tes” de ciertas esferas, hay los “círculos perfectos” de los vuelos
celestes, hay el “círculo puro” como “indicio”, “augurio” o
“clave”, pero todas esas alusiones remiten a un plano mitificado
y en equilibrio, distante –por lo menos en la obra de Gola– de
las posibilidades humanas. No hay esa forma en equilibrio que
es el círculo, sino una especie de recorrido en curva. No hay “un todo
circular” para el poema, sino “vueltas y revueltas de la sangre”
(Gola, 2011: 13), borras en espiral sobre la página. Gola, como
dice la autora, hace algo parecido al círculo, pero es en esa mínima
diferencia donde el poema se libera y cifra su marcha. Del pri-
mero al último libro, lo que vuelve es lo natal, pero no como
vuelta perfecta, sino como ritornelo: envuelto en bucles, giros,
nudos que, “en función de las fuerzas activas que albergan”, se
abren al futuro al hilo de una canción (Deleuze y Guattari,
2002: 318ss).
Con todo, la impresión de la autora evidencia una sensibi-
lidad muy aguda. Es interesante cómo va tejiendo sus atisbos
memoriosos –tanto aquellos sobre Gola como los propios a la luz
del “eco” de su maestro–, cómo se van mezclando conjeturas y