Iriarte, “Ruinas de la modernidad” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 7 / diciembre 2019 / pp. 93-120 98 ISSN 2422-5932
Onfray muestra que los muros, edificios, casas, incluso los
símbolos que les dieron sentido, todo, todo se arruina. Pero al
mismo tiempo, las ruinas se reciclan. El cristianismo recicla el
paganismo, al que primero asesina; cuando las masas toman la
Bastilla, los pedazos que quedan después de su destrucción se
convierten en un gran negocio para el jacobino Pierre-François
Palloy, quien hace anillos con fragmentos de las piedras que saca
de los muros. “Todo se recicla, las maderas, la herrería, las
piedras” (18). Incluso el mismo Palloy se recicla, ya que, después
de la Restauración, se vuelve realista. “Ruinas paganas, ruinas
romanas, ruinas revolucionarias, la historia del judeocristianismo
sigue la historia de las ruinas que lo acompañan” (19). Tras el
muro de Berlín, las ruinas no dejan de amontonarse, porque para
Onfray se trata del comienzo del fin de la civilización
judeocristiana. Las ruinas de las guerras mundiales, las ruinas
nazis, las ruinas bolcheviques, incluso la ruina tecnológica de
Chérnobyl, y otras ruinas que Onfray no menciona, como el pozo
superprofundo de Kola o las ruinas de Hiroshima y Nagasaki, se
suman a las ruinas paganas y romanas, se amontonan digamos,
como testimonio de que la civilización judeocristiana se agota. Su
ruina póstuma, dice en Decadencia, es la Sagrada Familia de
Barcelona. Antoni Gaudí la proyectó en 1883, en la misma época
que Friedrich Nietzsche publica Así hablaba Zarathustra (1883). A
la fecha, sin embargo, la catedral está sin terminar. Onfray hace
una comparación maliciosamente certera: en veinte años, entre
1065 y 1083, Guillermo el Conquistador levantó dos abadías con
los medios del genio civil de la época medieval, mientras que la
Sagrada Familia, comenzada en 1883, todavía está sin terminar,
ciento treinta años más tarde (21). “Ese proyecto catalán atraviesa
tres siglos, del XIX al XXI, sin completarse. El soberano pontífice
ha consagrado pues en persona una iglesia que los hombres no
consiguen terminar. El símbolo es fuerte” (21). Y lo es por lo
siguiente:
La potencia de una civilización siempre va pareja con la potencia de
la religión que la legitima. Cuando la religión está en una fase
ascendente, la civilización también lo está; cuando la religión decae,
la civilización declina. Cuando la religión muere, la civilización
fallece con ella. El ateo que soy no se ofusca por ello ni tampoco se
regocija: constato, como haría un médico, una descamación o una
fractura, un infarto o un cáncer. La civilización judeocristiana
europea se encuentra en fase terminal (21-22).