Guerra, “Materiales precarios” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 8 / Julio 2020/ pp. 136-153 150 ISSN 2422-5932
perversión –como Lamborghini–
sino de la hipérbole, el disparate
y, en definitiva, el reencantamiento del mundo. Sobre la superficie
del horror contemporáneo, Aira teje una red de aventuras que, bajo
las formas que toma prestadas del relato tradicional –cuento oriental,
cuento de hadas–, le imprime a lo real una faceta que, en última
instancia, podría funcionar como una promesa de felicidad. Esta
poética de Aira opone, a los mandatos de la responsabilidad en el
arte, la superficie de la precariedad. Y lo hace por medio de un
desasimiento del juicio valorativo, en el sentido de que buena parte
de la política de la literatura involucrada en la operación que realiza
Aira se sostiene sobre una retirada del ethos de la valoración. No
recurre a la idealización ni a la denuncia, sino que toma lo real, es
decir, constata la existencia de algo que es del orden de lo real, y
realiza a partir de ahí una operación de envoltura: la miseria social se
transmuta en potencia inventiva, en materia para la construcción del
relato y ya no en objeto para la construcción de un juicio.
Parafraseando a Lamborghini, se podría decir que Aira lanza la
pregunta: ¿por qué salir como un estúpido a decir que estoy en contra de la
pobreza?
¿No es, además, esa pobreza, una realidad demasiado
evidente, material, incontestable? ¿No basta, para percibirla, con
simplemente arrojar una mirada? En última instancia, la novela no
viene a reparar nada –no tendría por qué hacerlo–: no clausura la
pobreza ni el hambre ni la delincuencia ni la corrupción policial; se
podría decir que, incluso, en el plano de la ficción, las intensifica y
las lleva al paroxismo.
Finalmente, lo que Aira logra es conferirle a
la villa miseria la posibilidad de redimir su destino de pobreza, delito,
Cortés Rocca dice que las narrativas villeras del nuevo milenio son relatos cínicos que “actúan una
aceptación perversa del estado de cosas y lo eyectan hacia el futuro” (2018: 226), incluyendo en esa
descripción tanto a La villa como a La virgen cabeza y La boliviana. En nuestra lectura, no habría
perversión en la novela de Aira, sino una transvaloración que subraya el elemento del encantamiento,
en un sentido similar a lo que plantea Contreras (2014: 14-16) cuando analiza la forma en que Aira
reescribe la Excursión de Mansilla de acuerdo con un imaginario de la felicidad.
En una entrevista célebre, ante la pregunta de qué se proponía hacer en “El niño proletario”,
Osvaldo Lamborghini responde lo siguiente: “Yo me proponía cosas tales como: ¿por qué salir como
un estúpido a decir que estoy en contra de la burguesía? ¿Por qué no llevar a los límites y volver
manifiesto lo que sería el discurso de la burguesía?” (1980: 48).
Este deslinde es planteado por Daniel Link en los siguientes términos: “En la obra de Aira abundan
las referencias a nuestra realidad más inmediata, tratados como pormenores lacónicos de larga
proyección semántica: cartoneros, ‘viejos putos’, albañiles, las últimas novedades del
posestructuralismo. En Yo era una chica moderna aparecen, como si nada, las ‘empresas privatizadas’ en
una de las cuales la narradora trabaja. No hace falta decir mucho más (Aira lo sabe), porque en relación
con eso ya está todo dicho y es el Estado, en todo caso, el que debe pronunciar palabras más o menos
graves sobre esas empresas, nunca el arte” (2006: 258).