Crespi, “El espacio filológico” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 298-314 308 ISSN 2422-5932
que, a medida que avanzan las investigaciones, se revela
profundamente artificial (1969a: 5).
Para el armado de ese equipo de trabajo de integración sintética el
Instituto de Humanidades contó en efecto con la participación activa
de investigadores locales con perfiles científicos e ideológicos
diversos (como Hernán Zucchi, Manuel Lamana, Osvaldo J. Ruda,
Ana María Barrenechea, Antonio Camarero Benito, Alfredo Llanos,
Rosa Chacel, Félix Weinberg, Jaime Rest, Manuel Lamana, Rodolfo
Casamiquela, Mario Presas, Jorge Bogliano, Juan Carlos Ghiano,
Beatriz Fontanella, Virginia Erhart, Ricardo Maliandi y Carlos
Ronchi March, Nicolás Sánchez Albornoz, Víctor Massuh o Antonio
Austral)
y también invitados extranjeros como Alexandre
Cioranescu, Lanza del Vasto, Romain Gainard. Pero todos ellos
contribuyeron a conformar un organismo de estudio integrado, que
permitió a Ciocchini reafirmar el funcionamiento de ese modelo de
investigación compleja, tanto en la formulación de proyectos como
en la coordinación y dirección de investigaciones conjuntas. Las
virtudes de ese espacio institucional eran reconocidas
internacionalmente por las autoridades de los Centros de
Investigación afines en París, Londres y Estados Unidos. Acaso po r
eso consiguió el respaldo económico e institucional del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
donde el propio Ciocchini llegaría a oficiar como Investigador
Principal. E incluso fue rápida y positivamente valorado por sus
resultados en el campo universitario nacional, tal y como se percibe
en la mención que Juan Adolfo Vázquez hace al respecto en su
Antología filosófica argentina del siglo XX, publicada por EUDEBA en
1965, donde aparece descripto como “un Instituto de Humanidades
único en su género en Argentina y ejemplar por su concepción
integradora del trabajo filosófico con el de las disciplinas
antropológicas y humanísticas”. Como se aseguraba en el acta
fundacional, el Instituto era un “Centro Síntesis” cuyos focos de
estudio se definían regularmente en un campo de relaciones abierto
Este cuerpo colegiado estaba constituido en efecto por investigadores independientes de
formación diversa; pero exhibía ciertas afinidades de base dentro de un paradigma de
continuidad, especialmente vía Lucien Febvre y Marc Bloch, con lo que había sido la
Escuela de los Annales (reunida en torno a la publicación Annales d’histoire economique et
sociale). Algunos de ellos, más informalmente y por vía de Marcel Mauss, George Bataille y
Roger Caillois, compartían además un campo de lecturas comunes en torno a la
producción del Colegio de Sociología Sagrada (Hollier, 1982).