Pineda, “Genealogía de un filólogo nihilista” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 177-205 177 ISSN 2422-5932
GENEALOGÍA DE UN FILÓLOGO
NIHILISTA: ALFONSO REYES Y EL CAMBIO
EN LA RED FILOLÓGICA
HISPANOAMERICANA DEL SIGLO XIX AL XX
GENEALOGY OF A NIHILIST PHILOLOGIST: ALFONSO REYES AND
THE CHANGE IN THE HISPANO-AMERICAN PHILOLOGICAL NETWORK
FROM THE 19TH TO THE 20TH CENTURY
Sebastián Pineda Buitrago
Universidad Iberoamericana de Puebla
Doctor en Literatura por El Colegio de México con estancia de investigación en la
Freie Universität Berlin. Profesor investigador de la Universidad Iberoamericana Puebla. Autor, entre otros
libros, de La musa crítica: teoría literaria de Alfonso Reyes (2007) y de Tensión de ideas: el
ensayo hispanoamericano de entreguerras (2016).
Contacto: sebasconection@gmail.com
ORCID: 0000-0002-0701-5892
Filologías latinoamericanas
DOSSIER
Pineda, “Genealogía de un filólogo nihilista” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 177-205 178 ISSN 2422-5932
Fecha de envío: 21/10/20 Fecha de aceptación: 12/12/20
Genealogía
Filología
Vanguardias históricas
Medios
Alfonso Reyes
Entre 1914 y 1920, en plena Revolución Mexicana y la Primera Guerra Mundial, Alfonso Reyes
participó en la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Esta participación
representó un "campo de fuerzas" que no solo se reflejó en las diferencias geográficas y metodológicas, ni
en la escritura creativa versus la crítica o filología, sino también en el cambio de sistema y redes
discursivas. Una historiografía radical de la filología indica que ésta puede ser mejor reconocida de
manera heurística (investigativa), no en estilos, temas, formas o ideas personales, sino en una red de
dispositivos, prácticas, instituciones y textos que comienzan de repente a funcionar de una manera
diferente ante la emergencia de los medios audiovisuales. Consciente de la crítica nietzscheana a la
filología sistemática, Reyes privilegió el análisis intempestivo, el estilo fragmentario e inacabado en
sintonía y en competencia con la fotografía, el fonógrafo y el cinematógrafo. Este artículo concluye con
la observación de que la teoría literaria de Reyes, El deslinde (1944), está formada por restos y escolios
ruinas que dan cuenta de la ruptura de la hegemonía de la escritura textual.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Genealogy
Phylology
Historical avant-garde
Media archeology
Alfonso Reyes
Between 1914 and 1920, in the midst of the Mexican Revolution and the First World War, Alfonso
Reyes participated in the Philology Section of the Center for Historical Studies in Madrid. This
participation represented not only reflected in geographical and methodological differences, nor in creative
writing versus critical or philological writing, but also in the change of system and discursive networks.
A radical historiography of philology indicates that philology can best be recognized in a heuristic
(investigative) way, not in personal styles, themes, forms or ideas, but in a network of devices, practices,
institutions and texts that suddenly begin to function in a different way at the edge at the emergence of
audiovisual media. Aware of the Nietzschean critique of systematic philology, Reyes privileged untimely
analysis, the fragmentary and unfinished style in tune - and in competition - with the gramophone and
the cinema. This paper concludes with the observation that Reyes' literary theory, El deslinde (1944),
is made up of remains and scholium ruins that account for the breakdown of the hegemony of textual
writing.
KEYWORDS
Pineda, “Genealogía de un filólogo nihilista” Revista de estudios literarios latinoamericanos
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Teoría literaria y nihilismo
La teoría literaria como disciplina no debería ser confundida con la
milenaria reflexión metódica sobre la literatura, cuyos antecedentes se
remontan a Platón y Aristóteles y cuyo término apareció por primera
vez acuñado en un pequeño tratado del filólogo alejandrino Dionisio
Tracio (170-90 a. C) como la última y más noble parte del
conocimiento empírico de lo dicho especialmente por poetas y
prosistas: κρίσις ποιημάτων, crítica literaria (Pfeiffer, 1981: 472). En
cambio, el concepto disciplinar de «teoría literaria» está históricamente
circunscrito en la década de entreguerras y por lo menos hasta 1940,
cuando el formalismo ruso comenzó a expandirse, fue casi
exclusivamente una invención centroeuropea y rusa que se desarrolló
en virtud de un cosmopolitismo cultural, capaz de trascender los
entusiasmos nacionalistas y el monolingüismo (Tihanov, 2019, 12). De
hecho, con la desintegración política del Imperio austrohúngaro y la
integracn de la Unión Soviética, el exilio constituye un aspecto
crucial en la formación de la teoría literaria: George Lukács peregrinó
por Budapest, Berlín, Viena y Moscú; Roman Jakobson y René Wellek
terminaron en Estados Unidos, mientras Nikolái Trubetskói en Viena;
Víktor Shklovski se exilió por algún tiempo en Berlín; en París
radicaron el rumano Lucien Goldman, el lituano Greimas, los búlgaros
Todorov y Julia Kristeva. La heteroglosia (Bajtín también padeció un
exilio en Siberia) se acuñó ante la necesidad de analizar la propia
literatura en otro idioma o refractándola a través del prisma de otra
cultura (2019: 15). Como veremos, el surgimiento de una de las
primeras teorías literarias de la lengua española en 1944, El deslinde de
Alfonso Reyes, responde tanto al exilio al que se vio sometido su autor
durante la Revolución mexicana (particularmente entre 1914 y 1920),
como al contacto con los republicanos españoles asilados en México
por mor de la Guerra Civil (1936-1939).
Basados en una historiografía radical, la relación que queremos trazar
entre filología y nihilismo se funda en el cambio de registros y valores que
supuso para la literatura la masificación de los medios audiovisuales durante
el siglo XX. El nihilismo es un movimiento histórico, y aquellos que se creen
libres de él, como Alfonso Reyes, son tal vez los que más a fondo lo
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desarrollan. La desvalorización de los valores supremos, según la
interpretación que hace Heidegger del nihilismo de Nietzsche ([1943] 2010:
193), coincide con la desvalorización de la literatura como medio hegenico
de comunicación para la expresión del discurso amoroso y patriótico. Tanto
el avión como la radio, al eliminar las grandes distancias, agudizaron la crisis
del elemento presente de la presencialidad en favor de la aprehensión
(Heidegger [1938], 2010: 87). En otras palabras, la velocidad de transmisión
y la capacidad de seducción del cinematógrafo y de la radio no sólo se puso
al servicio del Estado total, de la ideología y del sentimentalismo, sino que
obligó a la literatura, si esta quería sobresalir, ya considerarse a misma como
“high literature” (Kittler, 1990: 267). No en vano, desde su primer libro
publicado a finales de 1910, Cuestiones estéticas, Reyes abrazó el concepto de
«poesía pura» de Mallarmé, no sólo para revalorizar el esfuerzo individual del
escritor, sino también para legitimar la singularidad de un lenguaje personal,
literario, distinto del filosófico, historiográfico, pedagógico o político. Reyes
reafirmará esta defensa en 1944 en El deslinde, una teoría literaria que no le
reconoce otro límite a la literatura que el de su capacidad para estimularnos a
la transgresión. lo que esta capacidad transgresora de la literatura supone
un agotamiento de su propia especificidad, es decir, de su sentido. Dicho de
otro modo, supone un nihilismo interno, una negación de sus propósitos o
intenciones bajo la máscara de la universalidad de motivos.
Dado que Reyes fue también un creador (poeta, cuentista y hasta
ocasional dramaturgo), su nihilismo se comprendemejor en la innovación
de una forma poética amonedada por él mismo con el nombre de jitanjáfora.
En efecto, en “Las jitanjáforas”, un ensayo homónimo inicialmente
publicado en 1929 en la revista Libra, de Buenos Aires, y más tarde incluido
en 1942 en La experiencia literaria, Reyes celebró en el cubano Mariano Brull
al principal exponente de la “poesía pura”, sí, pero también implícitamente al
destructor de la sintaxis, al seguidor de parole en libertà, el término acuñado por
Marinetti el 11 de mayo de 1913 en el famoso manifiesto Immaginazione
senza fili. Parole in libertà”: la nostra ebrietà lirica deve liberamente
deformare, riplasmare le parole, tagliandole, allungandole, rinforzandone il
centro o le estremità, aumentando o diminuendo il numero delle vocali e delle
consonanti (Francesconi 2015: 336)
1
. En lo que sigue, procuraremos
mostrar que así como el formalismo ruso fue hasta cierto punto un correlato
del futurismo, tanto la filología de Reyes como sus “jitanjáforas” y su
1
Insistamos en que Reyes no citó a Marinetti en su ensayo Las jitanjáforas”, pero fue muy consciente
de que una destrucción de la sintaxis implicaba una destrucción del orden potico, y no en vano citó
entre los practicantes de aquel experimento dico-poeta a PorfirioBarba Jacob, “poeta de múltiples
nacionalidades, múltiple psicología y nombre cambiante, que ya en esto solo nos revela su conciencia de
la casualidad lingüística” (1997b: 196).
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posterior teoría literaria, El deslinde, bebieron también de la parole en libertá, y
consecuentemente responden a una filología nihilista que pone en duda y que
ya no cree en el sentido o veracidad de los discursos políticos ni patrióticos
ni ideológicos. O que, por lo menos, desea librar a la “alta literatura” del
servilismo sentimental e ideológico.
Un filólogo entre una proliferación de “escritores
La genealogía es el método empleado por Nietzsche para pensar el
origen del poder en relación con el del lenguaje (Foucault [1971], 2001:
136-156; Kittler [1979], 2018: 26-40). En el segundo apartado del
primer tratado de La genealogía de la moral, Nietzsche sentencia que el
derecho señorial de dar nombre va tan lejos que nos deberíamos
permitir comprender el origen del lenguaje mismo como la expresión
del poder de quienes ejercen el dominio sobre los demás (GM & 2;
[1887] 2015: 23). Semejante observación se puede comprobar en el
contexto histórico de Nietzsche. El Code Napoleón (1804-1807), cuya
codificación de leyes y normas suprimió la vieja autoridad monárquica,
obligó a una campaña de alfabetización universal entre los modernos
Estados nacionales a lo largo del siglo XIX. Pues, para garantizar dicha
supresión, se necesitaba asegurar la autoridad de la «ley», cuya raíz
procede de la misma etimología que la del verbo «leer», de modo que
un ciudadano lector fuese al mismo tiempo un ciudadano elector: un
votante, un sujeto de la democracia. Este sistema de alfabetizacn
universal, que Friedrich Kittler estudió en Aufschreibesystem 1800/1900
(publicado originalmente en alemán en 1985 y traducido al inglés en
1990 como Discourse Networks), sufrió un revés a finales del siglo XIX
con una proliferation of artists (Kittler, 1900: 178). Los hombres
letrados o alfabetizados ya no sólo se sintieron votantes o electores,
sino también escritores, periodistas y con frecuencia poetas
incomprendidos, desilusionados de aquel mundo alfabetizado.
El ex filólogo Nietzsche fue uno de los grandes críticos contra
aquella proliferación de escritores. En el aforismo 194 de Humano,
demasiado humano, titulado Los locos de la civilización moderna,
Nietzsche acusó a los folletinistas de ser una especie de ingeniosos,
exagerados y tontos, y sentenció que considerar el oficio de escritor
(Schriftsteller) como una profesión era un género de locura ([1878]
1996: 135). Agregó en el aforismo 87 de El caminante y su sombra que
las virtudes de leer y escribir con estilo mermaban con la masificación
de la alfabetización y que los escritores alemanes, en especial, no se
empeñaban en ser traducidos a la lengua de los vecinos ni en
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comunicar cosas dignas de ser comunicadas, alimentando una
literatura nacionalista, y tal nacionalismo era el enemigo de los buenos
europeos y de los espíritus libres ([1880] 2014: 205). En el apartado
«De leer y escribir» de la primera parte de Así habló Zaratustra, el ataque
de Nietzsche contra la alfabetización masificada no puede ser más
virulento:
Un siglo más de lectores y apestará hasta el espíritu.
El que cualquiera pueda aprender a leer, a la larga termina por
corromper no sólo el escribir, sino también el pensar
En otro tiempo el espíritu era Dios, después se convirtió en hombre,
y ahora se convierte incluso en plebe ([1885] 2014b: 52)
Desde el 28 de mayo de 1869, cuando pronunció en el Aula del Museo
Augustinergasse de Basilea la lección inaugural Homero y la filología
clásica (Homer und die klassische Philologie), Nietzsche hizo suya
una vieja expresión de Séneca: philosophia facta es quae philologia fuit [se
ha convertido en filosofía lo que un día fue filología] ([1860], 2000:
222). La publicación de El origen de la tragedia en 1871, un año después
del triunfo militar de Prusia sobre Francia, no cayó bien en el ambiente
académico de Alemania precisamente porque Nietzsche, al cuestionar
el racionalismo socrático, cuestionaba ese triunfo. Las opciones
derrotadas también podían ser las mejores: la Antigüedad no estaba
superada, y la filología clásica podría ser una subversión en contra del
presente conformista hasta la enemistad o la náusea (Puertas, 2005:
40). La alfabetización masificada había masificado también al
funcionario o burócrata, y en su segunda intempestiva, Sobre la utilidad
y el perjuicio de la historia para la vida, Nietzsche contraatacó aquel
desenfreno de efusividad crítica (2015:520) desatado por los
periódicos.
Ahora bien, si la sociedad humana ha venerado la «utilidad» como
valor supremo, y Latinoamérica no es la excepción sino todo lo
contrario, un continente positivista y en donde la profesión filológica
fue durante el siglo XIX muy a menudo arrinconada por el liberalismo
autoritario, ¿cómo pudo surgir entonces la filología, es decir, cómo se
legitimó su estudio en menor o mayor grado en el ámbito del
liberalismo? En otras palabras, si la literatura está llamada a servir a la
moral del Estado y del Poder, para disciplinar a los subordinados y
combatir de los opositores, para codificar el engaño en la obra poética-
periodística, ¿no consiste la llamada «libertad de palabra», en realidad,
en halagar al amo al que se debe servir? Es de notar que en el
liberalismo autoritario del régimen de Porfirio Díaz (1876-1911) hubo
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una efusividad crítica de periódicos y revistas literarias, es decir, una
proliferación de periodistas y de artistas y escritores, proliferación que
probablemente venía del excesivo celo concedido a la letra escrita, a
la ley jurídica y gramatical y que terminó por agotar la figura del
letrado en tanto cuanto abogado y gratico. Fue un fenómeno
generalizado en Latinoamérica.
Cuando, en 1830, Andrés Bello radicó en Santiago de Chile
comprendió que un Estado moderno debería apropiarse del discurso
escrito para enseñar la lengua oficial o de facto, a través de silabarios
y abecedarios con institutrices y en escuelas públicas. Entre 1849 y
1855 Bello elaboró el Código Civil de la República de Chile, y bajo el
imperativo de que la ley presupone la lectura, en 1847 dio a la luz una
Gramática de la lengua castellana para el uso de los americanos, cuyos alcances
se extienden hasta una Filosofía del entendimiento que apareció
póstumamente en 1881 (Alonso, 1981: xxvi-xxvii). Por su parte, el
colombiano Rufino José Cuervo se dio a buscar el significado histórico
para el léxico la oralidad de todas las naciones hispanoamericanas
en calidad de hijas de una sola madre, es decir de Castilla, y recomendó
en sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, un ensayo
originalmente escrito entre 1867 y 1872, la supresión de
provincialismos y modismos para que el castellano siguiera siendo
castellano (1907: 535).
A esta celo excesivo por la lengua no escapó el argentino
Sarmiento aun cuando propuso una escandalosa reforma ortográfica
en Ejercicios populares de la lengua castellana (Santiago de Chile, 27 de abril
de 1842), que eliminaba la H, la V, la Z y la X, de tal forma que el
alfabeto constara de 23 letras, para que aprendan a leer en cuatro días
nuestros hijos, que se desviven luchando con dificultades
insuperables; reforma que fue contestada por Bello en otro artículo
publicado en El Mercurio (mayo 12 de 1942) con el seudónimo de Un
Quídam: en las lenguas, como en la política, es indispensable que haya
un cuerpo de sabios, que así dicte las leyes convenientes a sus
necesidades, como las del habla en que ha de expresarlas; confiar al
pueblo la decisión de sus leyes, es como dejar la administración de la
justicia en manos de quien ignora las ciencias jurídicas (Rodríguez
Monegal, 1953: 164-165). La praxis cotidiana del periodismo escrito
llevó a Sarmiento a sentirse con más autoridad que los académicos de
la lengua para teorizar sobre el lenguaje o, al menos, para irrumpir
como los jacobinos en el ambiente «sagrado» donde se refugiaban,
según él, los jueces de la lengua. Pero a fuerza de escribir en los diarios
y de hacerse entender por un público cada vez más amplio, Sarmiento
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admitió que su incorrección lingüística no conducía a ninguna parte, y
en su famoso ensayo de 1845, Civilización y barbarie, además de abrir
digresiones sobre el origen de la palabra «gaucho», ejemplificó en el
caudillo Facundo el difícil proceso de alfabetización como condición
para el registro civil. Pues el gaucho Facundo, aun cuando había
aprendido a leer, no cargaba con su papeleta de conchabo cuando
alguna vez lo detuvo un juez en medio de la llanura, y entonces
aproximó su caballo en ademán de entregárselo, afectó buscar algo
en el bolsillo, y dejó tendido al juez de una palada ([1845], 1988:
133). La alfabetización o el manejo de los signos no necesariamente
eliminaba la violencia.
A despecho de rebeldías contra el imperio de ley en función de
una mayor atencn a las costumbres del pueblo, la red filológica del
siglo XIX se prolongó hasta bien entrado el XX bajo la ilusión de
enseñar el alfabeto desde un lenguaje visual desde el registrado en
los clásicos castellanos del siglo de Oro para traducirlo a un lenguaje
audible, es decir, mediante la boca de la madre (Muttermund) como la
institutriz que lleva a cabo el sueño de Cuervo de la pureza y
universalidad de los altos modismos estandarizados. Pero aquella
madre, en realidad, solamente transcribía los dictados del Estado
patriarcal: era un alma mater en el cuerpo del padre (Kittler, 1990: 55).
Esta alma mater en el cuerpo del padre resulta, para el caso de Alfonso
Reyes, muy explícita por una tremenda confesión autobiográfica a
propósito del asesinato de su progenitor. En Oracn del 9 de febrero, un
texto que el mexicano fechó en 1930, pero que permaneció inédito
hasta publicarse póstumamente en 1963, leemos: Todo lo que salga
de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo día ([1930],
1996: 32). Es decir: si todo lo que Reyes escribió después del 9 de
febrero de 1913 es imputable al asesinato de su padre, semejante
afirmación no hace sino reforzar la genealogía nietzscheana del
lenguaje mismo como expresión de poder. Y esta manifestación de
poder, Reyes la dio al despojarse o sacudirse de la vieja filología
decimonónica.
Alfonso Reyes surge en medio de esta proliferación de escritores,
pero lo hace desde la cúspide de una genealogía, es decir, desde el
poder. Era hijo del general Bernardo Reyes, el segundo hombre más
poderoso del Porfiriato, ministro de guerra entre 1900 y 1903 y
gobernador del próspero estado de Nuevo León hasta 1909 en que fue
sometido a un discreto destierro en Europa, de donde regresó en 1911
para morir asesinado en la conspiración contra el nuevo régimen de
Francisco I. Madero. Declarare escritor o poeta a secas, en el
sentido criticado por Nietzsche, no se avenía con el ambiente paterno,
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marcial y pragmático. En una carta del 19 de noviembre de 1911
dirigida a Rubén Darío, Reyes le hizo saber al sumo sacerdote del
modernismo: estudio Jurisprudencia a pesar mío, y por puro temor a
lanzarme a la vida sin profesión, lo que me la prometería un tanto
aventurada y azarosa (Mea Sánchez, 1967: 215). La coartada que
Reyes halló para no abandonar las letras fue, en lugar de hacerse
abogado, convertirse en esteta y en filólogo.
En Cuestiones estéticas, el primer libro de Reyes originalmente
publicado en París a instancias de su padre a finales de 1910 y
distribuido en México en 1911, aparece varias veces citado como
autoridad el nombre de Menéndez Pelayo. Reyes supo de este erudito
a través de su joven amigo Pedro Henríquez Ureña. El joven ensayista
dominicano había llegado a México en 1906 después de vivir cuatro
años en Nueva York, estudiando y recibiendo la influencia de una
civilización superior (2000: 64). Vio en Menéndez Pelayo un
equivalente hispano de aquellos ensayistas anglosajones como John
Ruskin, Matthew Arnold o Walter Pater, tan eruditos en el humanismo
clásico como en la literatura contemporánea, y así quiso hacérselo ver
a Reyes en una carta que le envió el 24 de febrero de 1908, retándolo
a buscar si había en México algún erudito, como no sea en historia
nacional (1986: 99).
2
En los ensayos de Cuestiones estéticas, además de
advertirse la influencia de Menéndez Pelayo, se advierte también la de
Nietzsche (Ugalde Quintana, 2019: 131-153). En el ensayo La noche
del 15 de septiembre y la novelística nacional, incluido en Cuestiones
estéticas, pero publicado originalmente en el periódico afín a Francisco
I. Madero, El Antirreleccionista (agosto de 1909), Reyes coincide con
Nietzsche: la masificación de la alfabetización había desatado el
nacionalismo, el discurso patriótico y la novela costumbrista y
patriotera, es decir, una proliferación de escritores.
Desde la cúspide del poder, Reyes y Pedro Henríquez Ureña se
unieron a los planes educativos del ministro Justo Sierra para
2
Tenía razón el dominicano. Los dos filólogos mexicanos más importantes del siglo XIX, Joaquín García
Icazbalceta (1825-1894) y Francisco Pimentel (1832-1893), se restringieron a la erudición nacional. La
obra magna de Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI (1886, reimpresa dos veces en 1954 y en
1981), contribuyó a la reconstrucción filológica del pasado novohispano, así como Apuntes para un catálogo
de escritores en lenguas indígenas de América y el Vocabulario de mexicanismos (que dejó incompletos hasta la letra
G), a la reconstrucción del prehispánico (Martínez, 1996: 26-49). Por su parte, la obra magna de
Francisco Pimentel, Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México, desde la conquista hasta nuestros días
(1885), que después corrigió y aumentó en una nueva versión que se conoce como la Historia crítica de la
poesía en México (1892) y que prosiguió con otra póstuma, Novelistas y oradores mexicanos (1904), a su vez
está precedida por otra de 1876, Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México o tratado de
filología mexicana (Garza Cuarón, 1989: 617-626).
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profesionalizar y especializar el oficio de las letras, para entonces
empantanado en la bohemia y el decadentismo. En virtud de la reciente
creación de la Universidad Nacional de México (inaugurada por el
último gobierno de Porfirio Díaz el 17 de octubre de 1910), Reyes y
Pedro planearon una cátedra de lengua y literatura española
(Garciadiego, 2000: 130). Hacia 1912, ya bajo el gobierno de Madero,
Reyes pasó a ser el profesor oficial de tal cátedra en la Escuela de Altos
Estudios, y en aras de actualizar la bibliografía del curso se puso en
contacto epistolar con Federico de Onís y Tomás Navarro Tomás, sus
futuros colegas de la Seccn de Filología del Centro de Estudios
Históricos. El 28 de marzo de 1913, además, Reyes firmó un
mecanuscrito del programa del curso de Lengua y Literatura
castellanas de la Escuela nacional de Altos Estudios, cuyo original se
conserva en la Caja 167 (AR-MAN-07811) de la Capilla Alfonsina de
la Ciudad de México. En él, al plantear un curso con una duración de
tres años, incluyó una bibliografía principal basada en cuatro
autoridades de la filología hispánica: Menéndez Pelayo, Bello, Cuervo
y Menéndez Pidal. La bibliografía del curso de Lengua y literatura
castellanas diseñado por Reyes en 1913 era, pues, la canónica: una
filología fundada en una totalidad de elementos fonéticos, más cercana
a la música y a la extrapolación de la voz maternal por lengua
materna o Muttermund (Kittler, 1990: 25-69), es decir, la matriz o
boca maternal de donde brotaba el lenguaje como de una fuente de
agua pura. Reyes no tardó mucho en sacudirse de tal herencia
maternal, patrtica y nacionalista.
En su ensayo Sobre el procedimiento ideológico de Stéphane
Mallarmé, incluido en Cuestiones estéticas, Reyes ya había insistido en
que condición del arte es la atención para la filosofía (1955: 97), no
para aplicar doctrinas o sistemas, sino para que las ideas nutrieran la
expresión no la comunicación del lenguaje. La famosa frase de
Mallarmé, il y ny a pas de prose, no existe la prosa, solo el alfabeto
y a continuación los versos (Kittler 2018: 291), indica que el verso está
presente en todo lo que tiene ritmo. Esto supone que incluso toda
escritura elaborada, aun así sea en prosa, posee un ritmo (una
versificación interior). Proust y varios novelistas del siglo XX
adhirieron esta tesis, que legitimó la poesía moderna (la poesía en
prosa o la prosa poética). Con ello, Reyes se legitimó en la producción
de géneros literarios breves y de valor fragmentario, inacabados y sin
finalidad o sin propósito, centrados en el puro juego del alfabeto.
Este tipo de literatura en prosa se acentuó durante las
vanguardias históricas, pero no fue exclusivo de ellas. Se remonta al
poema en prosa y al ensayo breve que dieron cabida a la integración de
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contrarios y a la supresn de la finalidad, es decir, a la progresiva libertad
del escritor para tocar todo tipo de temas, sin las barreras actuales de
la especialidad excesiva y sin la teleología o necesidad de un desenlace.
Tales géneros se advierten ya en la definición del poema en prosa que
dio Baudelaire, uno de sus fundadores, en la dedicatoria a Arséne
Houssaye de los Pequeños poemas en prosa o Le spleen de París: el milagro
de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, flexible y sacudida
lo bastante para ceñirse a los movimientos ricos del alma, a las
ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia (1948:
3; citado tambn por Aullón de Haro 2016: 134). La forma del poema
en prosa respondió a la vida anímica de las grandes ciudades.
Independientemente de su contenido o fin literario, filológico o
periodístico, la mayoría de textos de Reyes son poemas en prosa.
Poseen una voluntad estética. Los textos que escribió inmediatamente
después de su discreto destierro de México, primero durante su
estancia en París entre 1913 y 1914 y luego en Madrid entre 1914 y
1924, responden a la a la intensificación de la vida de los nervios (Gutiérrez
Girardot 2004: 112) producida por la Revolución mexicana y la
Primera Guerra Mundial. Sus artículos periodísticos publicados en los
diarios y semanarios madrileños están salpicados de menciones y
alusiones al futurismo y al cubismo (Marinetti, Picasso, Apollinaire) a
tal grado que, si no se datan tales referencias, se hacen truncos los
análisis de Visión de Anáhuac (escrito en 1915, publicado en 1917),
Cartones de Madrid (1917), El suicida (1917), El plano oblicuo (1920), El
cazador (1921), Simpatías y diferencias (1920-1924) y Calendario (1924).
Estos no son libros orgánicos, acabados o con una finalidad específica,
sino más bien manifestaciones fragmentarias y sin finalidad. Responden
bastante bien a la estética y praxis vanguardista (Bürger, 2009: 82).
Llegados a este punto, conviene preguntarse cómo hizo Reyes para
conciliar el oficio de filólogo, periodista y poeta.
Emancipación de Menéndez Pelayo o el cambio filológico
1800/1900
El 19 de mayo de 1914, desde París, Reyes le confesó a Pedro
Henríquez Ureña su angustia por emanciparse de la influencia de
Menéndez Pelayo: Es casi imposible, pero de imprescindible
necesidad. ¿Cómo hacer? Pedro lo tranquilizó a vuelta de correo el
30 de mayo de 1914: “Me hablas de libertarnos de don Marcelino
Pero realmente estás libre. Tu estilo no es hoy marcelinesco.
eres una de las pocas personas que escribe el castellano con soltura
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Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 177-205 188 ISSN 2422-5932
inglesa o francesa; eres de los pocos que saben hacer ensayo y fantasía
(Martínez, 1986: 328). La clave de Reyes para emanciparse de
Menéndez Pelayo, estilísticamente hablando, acaso estuvo en cambiar
el registro de una sintaxis oratoria y de largo aliento por la frase breve
y cercana al aforismo, a la glosa o al escolio. Algo parecido
experimentó José Ortega y Gasset a juzgar por su impresión de este
erudito en su primer libro publicado en 1914, Meditaciones del Quijote,
en el que confesó que de muchacho leía, transido de fe, los libros de
Menéndez Pelayo, pero que al marcharse a estudiar a Alemania se dio
cuenta de la falsedad entre claridad latina y nieblas germánicas, y se apartó
de él (1998: 126-132). Hay un corto texto de Ortega de 1916 titulado
Estética del tranvía, incluido en el primer tomo de El Espectador, en
que implora al macho ibérico mirar a las mujeres que van por la calle
con una mirada más ética por lo mismo más estética basada en los
misterios poéticos sugeridos por Mallarmé (1983: 39). Además de
coincidir en la admiracn por Mallarmé, Reyes y Ortega coincidieron
en la redacción de la revista España en medio de la Gran Guerra
europea, es decir, cuando la propaganda política requería de suma
precisión e impacto visual más que auditivo. Tanto para los
germanófilos como para los aliadófilos era necesario que los españoles
tomaran partido y se decidieran a entrar en la guerra. El 19 de marzo
de 1915, en el número 8 de la revista España, Ortega echó mano de la
retórica jestica de San Ignacio de Loyola como un ejemplo del
ejercicio de la mirada en tanto impacto visual:
Ejercicios espirituales Nada de ideas, de razonamientos con esto
no se hace mucho en España. Imágenes, imágenes materiales a
ser posibles visiones. ¡Oh, qun pudiera traer a expresión
material, visible y tangible, estos destinos que a nuestra patria
prepara el nuevo capítulo de la guerra ([1915], 2004: 852).
Semejante necesidad propagandística era un correlato de la
masificación del cine. Reyes, bajo esta misma doctrina
propagandística, comenzó a firmar en la revista España resas
cinematográficas a dos manos con Martín Luis Guzmán. Ambos se
dieron a deslizar amor al cine de acción como sinónimo de belicismo.
La razón de que semejante propaganda bélica cautivara a Ortega,
Reyes y Guzmán no sólo estaba en que estos dos últimos descendían
de padres militares que acababan de caer asesinados en los primeros
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Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 177-205 189 ISSN 2422-5932
años de la Revolución mexicana,
3
sino en la conexión histórica entre
la guerra y el cine. Para Paul Virilio, basado en Bergson (un autor muy
leído por Reyes), el cine es un arma de guerra porque está apto para
crear una sorpresa técnica y psicogica:
Autrement dit, la guerre consiste moins à remporter des victoires
«matérielles» (territoriales, économiques ... ) qu s'approprier
« l'immatériali » des champs de perception et c'est dans la mesure les
modernes belligérants étaient décidés à envahir la totalité de ces champs que
s'imposa l'idée que le véritable film de guerre ne devait pas forcément montrer
la guerre ou une quelconque bataille, puisqu'à partir du moment le cinéma
était apte à créer la surprise (technique, psychologique ... ) il entrait de facto
dans la catégorie des armes ([1984], 1991: 10).
En Visión de Anáhuac, uno de sus textos más conocidos y en el que se
ha visto una temprana influencia del cine, Reyes celebra hegelianamente
el paisaje del Valle de México en tanto cuanto ha sido modificado por
la Historia, es decir, en cuanto aztecas, españoles y criollos se unieron
para desecar el lago y extender la mancha urbana (1955: 33). El arte
positivo del pintor paisajista José María Velasco, en cuyos cuadros el
Valle de México aparece salpicado de chimeneas y ferrocarriles en
miniatura y en el que apenas se adivina la mancha urbana, en aquella
época se entendía como una celebración a la industrialización del
Porfiriato. Los cuadros paisajistas de Velasco son positivos porque
presuponen un aparato fotográfico (Debroise, 1994: 32). Reyes
buscaba una estética similar para la literatura y la filología.
Si se puede reconocer mejor una filología de manera heurística
(investigativa), no en los estilos, temas, formas o ideas personales, sino
en una red de aparatos, prácticas, instituciones y textos que de repente
comienzan a funcionar de manera radicalmente distinta a otra red
discursiva, es de notar que Reyes, al contacto con las técnicas
fonográficos y magnetofónicos de la Sección de Filología del Centro
de Estudios Históricos, que utilizaba su colega Tomás Navarro
Tomás, tuvo la habilidad de registrar en sus crónicas de Cartones de
Madrid, el parloteo y la tertulia de cualquier esquina o rincón
citadino (Colombi, 2004: 163). El campo de percepcn se había
abierto en Reyes con estos nuevos aparatos técnicos.
3
Con frecuencia a Reyes lo azotaban según quiso contarle a Martín Luis Guzmán en la carta del 17 de
mayo de 1930 que nunca le envió jaquecas terribles, consecuencia de llevar “en la sangre unos hondos
y rugidores atavismos de raza de combatientes y cazadores de hombres” (Curiel, 1991: 136).
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El fonógrafo, que Edison patentó en 1877 en Menl Park, Nueva
Jersey, quizá sea la más radical de todas las reorganizaciones
sensoriales en la modernidad (Durham Peters, 2014: 163-164). Si
durante el siglo XIX los estudios lingüísticos y literarios se
estructuraron bajo la noción de que los protocolos escritos siempre
eran selecciones de significado no intencionales, al iniciarse el XX,
gracias al fonógrafo, la ciencia lingüística y literaria estuvo por primera
vez en posesión de una máquina que grababa ruidos
independientemente de su significado (Kittler 1999: 85). Si el
fonógrafo cambió los límites que distingan el ruido de los sonidos
significativos, el cinematógrafo cambió los datos visuales aleatorios de
las secuencias de imágenes significativas, y esta alternancia entre el
primer plano y el fondo, y la correspondiente oscilación entre el
sentido y el sinsentido, emerg a nivel teórico en la forma de la
lingüística estructural de Saussure: significado y significante.
Aunque en su teoría literaria de 1944, El deslinde, Reyes apenas
mencionó una vez a Saussure (1997: 224), reconociéndole que
concibiera el lenguaje como sistema de signos sin distinguir entre el
uso vulgar y el uso literario, más que teorizar sobre el estructuralismo
o el formalismo, Reyes prefir poner en pctica la arbitrariedad de
los signos con sus jitanjáforas, esto es, con una forma poética
despreocupada del fondo o contenido o significado. Antes del texto
póstumo de Saussure de 1916, Curso de lingüística general, editado por
sus alumnos Charles Bally y Albert Sechehay, ya Marinetti había
publicado el 11 de mayo de 1913 el famoso manifiesto
Immaginazione senza fili. Parole in libertà. Es posible que Reyes
siguiera más a Marinetti que a Saussure. Sus jitanjáforas echaron por
el suelo el suo de una lingüística decimonónica y de una poesía
patriotera confiada en la transcripción fonética del alfabeto visual.
Reyes celebra en el cubano Mariano Brull al principal exponente de la
poesía pura, de las afinidades translingüísticas de Mallarmé y Valéry
(1997b: 190); pero también, implícitamente, al destructor de la
sintaxis, al seguidor de Parole en libertà. A continuación precisaremos
el impacto del futurismo en Reyes, impacto que explicaría el nihilismo
impcito de su filología y posterior teoría literaria.
El fonógrafo, la máquina de escribir y las pantuflas
bibliográficas del futurismo
Los elementos materiales del filólogo, la emergencia tecnológica de la
máquina de escribir y del fonógrafo y del cine, Reyes las experimentó
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de primera mano. En 1913, mientras residía en París en calidad de
diplomático de segunda categoría, se inspiró en un cuento del poeta y
botánico alemán de origen francés Adelbert von Chamisso (1781-
1838), Aparición (Erscheinung), en el que éste se plantea el
motivo del doble. Aunque en 1828, fecha en que Chamisso publicó su
cuento, no existían las fotos de pasaporte, las impresiones dactilares y
los bancos de datos, Chamisso parece anunciarlo en los efectos del
fantasma poético-filosófico que produjo la alfabetización
generalizada en la Europa Central (Kittler, [1985], 2018: 91). El cuento
de Reyes, como veremos, registra el impacto psicológico de la
fonograa generalizada por el aparato de Edison en la invención de
personalidades dobles. El cuento se llama Cómo Chamisso dialogó
con un aparador holandés y se publicó por primera vez en 1920 como
parte de El plano oblicuo.
Chamisso es un diplomático mexicano en París: un perfecto
burócrata que detesta las plazas y los campos abiertos en virtud de
permanecer encerrado en su despacho, tecleando y tecleando. Una
noche, en su apartamento parisino, Chamisso recibe la visita de dos
invitados, Clavijero y Noreñita, Mientras cenan, Chamisso recita
varios versos en español de tono popular que aprendió en su infancia
de boca de unos cómicos de opereta. Lo de opereta tiene mucho
sentido, ya que sugiere cierta nocn del protagonista sobre el timbre
o el grado de la voz. Para divertir o aburrir a sus invitados, Chamisso
intercala en medio de la cena otra canción sin temática concreta, cuya
letra proviene sin que él nunca lo diga de un son jarocho del poeta
veracruzano José María Esteva:
Churrimpampse casa
con la torera,
y por eso le dicen
Churrimpamplera.
Y ejito ej tan verdá.
como ver un borrico volá
por loj elementoj.
¡Ay, Churrimpamplí de mi alma!
¿Dónde te hallaré?
Y en la ejquina tomando café.
Y en la ejquina tomando café (1996: 21).
Las coplas anteriores no añaden ningún elemento temático en la trama.
Reyes prescinde del contenido o de la semántica que puedan plantear
las coplas. Lo que le interesa es salar, con mucha sutileza, cómo la
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vibración de las cuerdas vocales de Chamisso se propaga en ondas
concéntricas por el espacio de sala, a la manera de las ondas que
produce una piedra lanzada en un estanque. Chamisso trata de explicar
que en las ondas producidas por su voz casi todos los objetos de la
casa parecen naufragar, salvo aquellos con los que su voz hallaba
resistencia o chocaba:
En las doradas alas concéntricas de mi canto, naufragaban todos los objetos.
Sólo sobrevivían los puntos más iluminados: los cuatro ojos de mis
comensales; los vidrios del aparador y la mitad de su luna; un tenedor, una
media cuchara, los últimos destellos del ron. Y por un segundo, la curva de
un chorro de agua que alguien verten una copa (21).
Especialmente un objeto de la sala de su casa, una mueble de alacena
o aparador de estilo holandés, hace que la voz de Chamisso se difracte.
Del tintineo de cuchillos y tenedores guardados en el interior, del
ruido o sonido que producen, Chamisso cree percibir un lenguaje
inteligible y asegura que el mueble lo interroga: ¿Chamisso? me
dijo. ¿Se te puede hablar delante de estos señores? (21). Es entonces
cuando el mueble de estilo holandés divaga sobre cuestiones que
podrían aludir a algunos aspectos del poeta botánico Adelbert von
Chamisso (1781.1839), como el romanticismo o la hipótesis
goethiana de la planta considerada como alotropía de la hoja (21).
¿Por qué Chamisso dice al principio del cuento que ha estado recluido
treinta y cinco años en una inmensa casa? Tal casa, por sus
descripciones, se antoja parecida a un laberinto:
Vivo solo. Mi casa, esta enorme casa en que estoy recluido desde hace treinta
y cincoos, me protege contra los desperdicios callejeros, me protege de las
perspectivas ilimitadas por las que se escapa nuestra alma y nos deja solos.
¡Ay! Nadie como yo detesta las plazas y los campos abiertos. La gelatinosa
vida del ser hay que resguardarla con paredes de hierro. Mi puerta no se abre
sino para dar acceso a los pocos amigos que me toleran. Gozo del placer
infantil de perderme en los innumerables salones, en las galerías inesperadas,
en las torres cuyas ventanas miran yo no adónde. Vivo, pues, recogido, en
el centro matemático de mismo, con una estática voluptuosidad. Estática:
ni centrífuga ni centrípeta; el Universo y yo como un círculo dentro de otro,
pero sin radiaciones internas, sin clandestinos amores (18).
El texto mismo nos hace saber que el protagonista es tan consciente
del efecto astico de su vibración vocal, que su descripción parece
justificar el título general del libro, El plano oblicuo. Si él es el ser
perpendicular sobre un plano horizontal, ello quiere decir que el efecto
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de su propia música de su voz lo hace oblicuo, lo inclina a ver el
mundo desde otras perspectiva. Otra hipótesis, si se relaciona este
cuento con otros textos y filmes similares y escritos durante la misma
época, como la novela Der Golem (1915) del austríaco Gustav Meyrink,
o la película muda Der Student von Prag, (1913), deduciría que la imagen
del doble es un correlato de la formulación freudiana del
subconsciente en sintonía con la técnica cinematográfica, cuyo
principal efecto es precisamente la duplicación o triplicación del
narcisismo (Kittler, 1999: 169). La relación con las jitanjáforas viene
de nuevo a reforzar el interés por la fonética acústica que Reyes obtuvo
del contacto con los experimentos que llevaba a cabo en Madrid con
su antiguo colega Navarro Tomás de la Sección de Filología del Centro
de Estudios Históricos.
Reyes cabalga sobre el lomo de varios cambios de paradigma
tecnológico, y hasta alcanzó a conocer la teoría de la cibernética. En
un ensayo de madurez, Respeto a la materia (1948), dibu este
cambio de sistemas de escritura (Aufschreibesystem) en una anécdota de
Menéndez Pelayo:
Don Francisco A. de Icaza me contaba que, allá por los días en que don
Marcelino Menéndez y Pelayo dirigía la Biblioteca Nacional de Madrid [1898-
1912], lo sorprendió un día en plena labor. Es todo un retrato de época. Las
cuartillas se habían ido al suelo. Los libros hacían amenazadoras torres de Pisa
encima de la mesa. El tintero se había volcado y la tinta chorreaba
generosamente hasta el piso. Don Marcelino se había cortado un dedo con la
pluma: las plumas de entonces eran verdaderos cuchillos. Y, angustiado por
dar término a alguno de aquellos majestuosos párrafos que, en carga
cerrada, le salían del alma cabalgando en el número ciceroniano y armados en
facundia latina, por no interrumpir el hilo del discurso mojaba la tinta en
su propia sangre y seguía escribiendo con esa apretada letrita que ha de
perdurar de siglo en siglo (2000: 47-48).
En el El descastado, un poema fechado en Madrid en 1916 y
publicado por primera vez en San José de Costa Rica en 1919 en la
revista Repertorio Americano, que dirigía el editor Joaquín García Monge,
Reyes alude a un filólogo que, encerrado en su estudio, se ve asaltado
por la inspiración poética:
¿QUIEN, a la hora del duende, no vio escaparse la esfera,
rodando, de la mano del sabio?
Con zancadas de muerte en zancos échase a correr el
compás, acuchillando los libros que el cuidado olvien la
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mesa.
Así se nos han de escapar las máquinas de precisión, las
balanzas de Filología,
mientras las pantuflas bibliográficas nos pegan a la tierra los pies ([1919],
1996: 70).
La imagen de las pantuflas bibliográficas Reyes la tomó literalmente
de un manifiesto de Marinetti, Le Music-Hall, que éste firmó en Milán
el 26 de septiembre de 1913. En él, además de exaltar el music-hall
como performance futurista donde la solemnidad del teatro se funde con
la improvisación de canciones, chistes y bailes (Charles Chaplin, por
ejemplo, se iniciaba para entonces en el music-hall), Marinetti
recomendaba abofetear a aquel pobre hombre que sufre de gota en
zapatillas de bibliófilo y que duerme con 3 espejos que lo miran: “gifles
jaunes [bofetadas amarillas] à ce podagreux en pantoufles bibliophiles qui
sommeille 3 mirroirs le regardeer (Marinetti [1913], 1973: 62). En una
carta del 20 de febrero de 1914, en efecto, Reyes le confesó a Pedro
Henríquez Ureña que esa expresión de Marinetti, pantoufles
bibliophiles, no sólo lo había impulsado a escribir un ensayo, sino
incluso a modificar sus hábitos hogaros y burgueses: Las pantuflas
ya las desterré, y aun las he injuriado repitiendo una frase de Marinetti
(pantuflas bibliográficas) en un notable aunque breve ensayo que he
hecho y se llama El misticismo, condicn de la vida activa
(Martínez, 1986: 277). El ensayo apareció en 1917 dentro de su libro
El suicida y con el título de El misticismo activo. Huyamos nos
dice Reyes allí de esa sala de tapices, de esa biblioteca bien surtida,
de esa bata y esas bibliográficas pantuflas ([1917], 1996: 277). Si bien no
llegaba al extremo del décimo punto del primer Manifiesto futurista,
destruir los museos, las bibliotecas y las academias de todo tipo
(Marinetti [1909], 1997: 137), es evidente la simpatía de Reyes por este
desafío al intelectualismo decadente.
En otro ensayo incluido en El cazador, un libro publicado en
Madrid en 1921, Reyes citó al erudito alemán Otfried Müller
(arqueólogo y filólogo) para justificar el incendio de la famosa
biblioteca de Alejandría, ya que si tan abrumadora copia de libros
hubiera llegado hasta nosotros, el nacimiento de la literatura moderna
hubiera sido imposible: ¿Q hubiera añadido Marinetti? […]
Muchos, finalmente, nos hemos salvado por haber tenido que
separarnos de nuestros libros (158-159) ¿Nos hemos salvado por tener
que separarnos de nuestros libros? ¿A quién se refería Reyes con ese
nosotros? Cuando, el 30 de agosto de 1914 Reyes se encontraba en
París, zepelines de la fuerza aérea alemana sobrevolaban la Torre
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Eiffel como en una imagen futurista, arrojando panfletos
propagandísticos que advertían a la poblacn que no había sino que
rendirse: las tropas del Kaiser estaban ad portas de la ciudad (Lawson,
1996: 40). La noche del 2 de septiembre de 1914, según contó Reyes
en Rumbo al Sur”, una crónica que publicó por primera vez en Las
vísperas de España (Buenos Aires, 1937), él y su familia lograron ponerse
a salvo dentro de un tren en la Gare de Orléans (hoy Gare
dAusterlitz): Se o un estrépito de cien bombas que estallaron a un
tiempo sobre la Gare dOrléans. Nunca he sabido lo que fue (1995:
144). El tren, fletado para los diplomáticos hispanoamericanos, se
echó a Burdeos siguiendo la caravana de trenes que el gobierno francés
de Poincaré enfilaba hacia el sur a manera de resguardo. Reyes no
podía regresarse a México. El ejército Constitucionalista de
Venustiano Carranza había depuesto el gobierno de Victoriano Huerta
y había declarado a todos sus funcionarios unos traidores a la causa de
Madero. Casi toda Europa estaba incendiada por el estallido de la
Primera Guerra Mundial. España se presentaba en el horizonte como
el único país neutral.
En el número de junio de 1911 de la revista Prometeo de Madrid,
que dirigía Ramón Gómez de la Serna, Marinetti publi un texto
programático, Contra la España amante del pasado, en el que
rechazó el círculo vicioso de curas, toreros y músicos de serenata
(Verdone, 1997: 15). De modo que Gómez de la Serna, en aquella
España a la que llegó Reyes, era el corresponsal más cercano para
dialogar en torno al futurismo. A él, precisamente, Reyes le hizo saber
en carta en carta del 15 de mayo de 1916:
El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. ¿Lo recuerda Ud.? En hay un
Jekyll que hace filología y un Hyde que escribe con tinta de varios colores;
otro que a ambos los admira, el que de todos juntos se ríe, y otro
¿finalmente? que a todos los justifica y se echa a dormir después tan
tranquilo. No, no hablemos de hipocresía: los nombres hechos de las cosas
impiden entenderlas y valorarlas. No se trata de eso, sino de algo como un
caso de doble fecundación múltiple. Un solo cuerpo se ha encargado de varias
almas que nacieron a un tiempo (citado por Bockus Aponte, 1972: 17).
Más tarde, en La sagrada cripta de Pombo, Gómez de la Serna recordó
que toda la tragedia de Reyes al principio de su estancia en España
obedea a que su biblioteca y sus librerías preferidas se habían
quedado en París: Reyes nos lo repetía con la voz gangosa de niño
gordo que cuenta lo que le ha pasado en un dedo del pie” (citado por
Martínez Gómez 1993: 189). A pesar de que citó al filólogo alemán
Pineda, “Genealogía de un filólogo nihilista” Revista de estudios literarios latinoamericanos
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Otfried Müller para justificar el incendio de la famosa biblioteca de
Alejandría y que simpatizó inicialmente con Marinetti, la imagen de
Reyes ha sido la de un bibliófilo y la de un erudito, es decir, la imagen
horrenda de la inmovilidad. Así quedó dibujado en el famoso cuento
de Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, donde Reyes aparece como
uno de los filólogos hispanoamericanos que buscan, en varias
enciclopedias, la mención exacta de un planeta desconocido (1985:
113; citado también por Conn, 2002: 175). Pero, en realidad, Borges
ya había sospechado en el primer número de la revista ntesis (junio
de 1927), cuando reseñó Reloj de sol (reseña que más tarde incluyó
como parte de El idioma de los argentinos), que el mexicano no creía de
veras en la dedicación por entero a la literatura, y hasta lo comparó
con los dadaístas (García, 2010: 69). Reyes, que acababa de llegar a
Buenos Aires en calidad de Embajador Extraordinario y
Plenipotenciario, tras leer tal reseña de inmediato le respondió a
Borges, el 12 de julio de 1927, cómo lo habían afectado las
insinuaciones finales: usted me ha clavado el hilo de acero en plena
conciencia (citado por García, 2010: 70). Reyes se sintió descubierto.
En otras palabras, Borges apartó la máscara diplomática de Reyes
para vislumbrar al filólogo nihilista que nunca estuvo interesado en ser
escritor a secas. Una de las afirmaciones más nihilistas de El deslinde
es la de que no existe literatura que viva sin alimentarse de la no-
literatura(1997: 109). Al defender la ilimitación temática y la
mudanza incesante de la literatura (Barrera Enderle, 2002), en
realidad, Reyes no sólo buscaba contrarrestar la excesiva especialidad
o autonomía de la filología y la lingüística, sino también diluir
(¿anular?) el sentido de la literatura y de la filología decimonónicas
como sinónimos de identidad nacional. Los nombres de los países, de las
instituciones, de las razones sociales, de las asociaciones, de las empresas
nombres por las que los hombres hasta se matan son, según la teoría literaria
de Reyes, ficciones de tipo mitológicos literario-lingüísticos, figuras de
prosopopeya o antropomorfismo que se supone viven y obran como otros
tantos señores determinados, “sin lo cual la realidad íntima que así se
representa sería inmanejable, carecería de asa por donde agarrarla” (94). No
es la fenomenología o «fenomenografía» aquella corriente filosófica que se
supone estructura la teoría de Reyes (Rangel Guerra, 1993). Es más bien un
nihilismo nietzscheano en reacción contra la vieja filología decimonónica en
una era en que se ha perdido la hegemonía textual por la irrupción de
los medios audiovisuales.
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Conclusiones
La vasta obra de Reyes está diluida en los géneros breves: juegos
poéticos, crítica y anécdotas literarias que responden a una vida
trasnacional entre México, Madrid, París, Buenos Aires y o de
Janeiro. Visn de Anáhuac, el famoso texto que él escribió desde el
exilio madrileño en 1915, explora la identidad nacional mexicana
desde una perspectiva igualmente nihilista: no soy de los que sueñan
en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío
demasiado en perpetuaciones de la española (1955: 34), para
proponer un mestizaje fundado en la desecación de los lagos
(¿ecocidio?) del Valle de México. Para resumir, el nihilismo filológico
que Borges desenmascara en Reyes en 1927, responde a dos cosas: 1)
a la proliferación de escritores y escuelas literarias por mor de la
alfabetización generalizada, proliferación que aumentó durante las
vanguardias históricas de entreguerras (el surrealismo, el ultraísmo, el
estridentismo, etc.), escuelas que Reyes miró con poca simpatía en la
medida en buscaban darle sentido a la sinrazón en una época
totalmente dominada por la técnica. 2) Al asesinato de su padre el 9
de febrero de 1913 y a su destitución de la Legación mexicana en París
por el Ejército constitucionalista de Venustiano Carranza en julio de
1914, lo que lo llevó a sentir muy poca simpatía por el sentido de
reivindicación o redención social de la Revolucn mexicana.
Llegados a este punto, la pregunta que aflora ahora es la de cómo
pudo Reyes permanecer casi seis años, desde octubre de 1914 hasta
junio de 1920, en la Sección de Filología del Centro de Estudios
Históricos en Madrid, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal y
en compañía de Federico de Onís, Américo Castro, Tomás Navarro
Tomás, Amado y Dámaso Alonso. La respuesta podría estar en que
asumió su labor filológica de una manera fragmentaria. Si bien levantó
ediciones críticas de Juan Ruiz de Alarcón, prologó antologías y
bibliografías del Arcipreste, de Quevedo, de Lope y de Góngora,
además de firmar un agudo análisis sobre La vida es sueño de Calderón
y de prosificar el Poema del Cid, Reyes no urdió una monografía
sistemática sobre un autor o corriente en particular; tampoco dejó
manuales de fonética ni mucho menos de gramática.
En realidad, Reyes nunca se halló a sus anchas en tal Sección de
Filología. Lamentó que Menéndez Pidal hubiera volcado los estudios
literarios españoles hacia la Edad Media quizás en oposición a
Menéndez Pelayo bajo una óptica más nacionalista, pues había
entonces la creencia de que la edad media contenía el secreto del alma
española (Morón Arroyo, 1983: 28). A la diferencia de perspectivas
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temáticas se juntaba la diferencia de métodos de trabajo, esto es, los
modos de asumir la cultura. En una carta del 7 de febrero de 1916,
Reyes se que con Pedro Henríquez Ureña de que todos sus artículos
para la Revista de Filología Española los considerara perdidos, porque la
exigencia erudita o académica lo obligaba a un estilo opaco. Tal vicio
academicista lo veía también en sus colegas del Centro de Estudios
Históricos, Américo Castro, Federico de Onís, Amado Alonso y
Tomás Navarro Tomás:
Los discípulos de M. Pidal han exagerado la “escuela” y se olvidan de que su
maestro tiene alas cuando quiere. Han dado a la Revista un carácter
impersonal, seco, brutal, simbólico y esquemático, y tienen secuestrado a su
maestro. Yo poco o nunca lo veo. Que, por lo demás, no hay para qué: es
hombre sin jugo en la charla y que parece haber olvidado que la conversación
es una manifestación intelectual más inmediata, vital y necesaria que la
escritura ese abuso de la palabra (Lara 1983: 228).
En Carta a mi doble, un escrito fechado probablemente hacia 1958
y publicado póstumamente en 1960 como plogo de Al yunque, Reyes
confesó que había escrito El deslinde movido por un an de venganza
contra el gesto romántico de escribir sobre la poesía en tono poético,
como si el tono científico o discursivo fuera una afrenta (2000b: 249).
Es de notar que esta confesión de Reyes, probablemente, haya sido a
consecuencia de su lectura no confesa de El arco y la lira de Paz, cuya
primera edición se publicó igualmente por El Colegio de México en
1955. Pues el libro de Paz ejemplifica lo que a Reyes tanto le
incomodaba: el escribir sobre la poesía en tono poético. Basta citar las
dos primeras oraciones de El arco y la lira para comprobarlo: La poesía
es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de
cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por
naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberacn interior
(2010: 41). Para Paz, no hay método teórico ni crítico por más
racionalista que sea capaz de captar la esencia última del poema”, de
suerte que abraza la idea hermenéutica de situarse en el plano del lector,
no del crítico, ya que para él la lectura del poema ostenta una gran
semejanza con la creación poética: el poeta crea imágenes, poemas; y
el poema hace del lector imagen, poesía (2010: 51). Si Reyes trata de
deslindar la literatura de la historia, de la ciencia, de la teología y de la
matemática, Paz, peligrosamente, confunde la experiencia poética con
la mística y la erótica (Stanton 1993: 377), además de reducir el
fenómeno poético a los géneros líricos.
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Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 177-205 199 ISSN 2422-5932
Sugiere muchas interpretaciones el hecho de que el epígrafe
inicial de El deslinde esté tomado de la Crítica de la ran pura de Kant:
no es engrandecer, sino desfigurar las ciencias, el confundir sus
límites (1997: 8). Pues, en realidad, Reyes no parece reconocer otro
valor a los límites como no sea su capacidad de estimular la
transgresión. El mexicano toma de la crítica kantiana la distinción
entre un conocimiento teórico y un conocimiento práctico, para aplicar una
distinción entre la literatura en pureza la determinada a priori en la
triada teórica de rica, épica y dramática y la literatura ancilar la de
los géneros ensasticos, uniendo ambas bajo la noción de que no hay
literatura que viva sin alimentarse de lo que no es literatura, es decir,
de la historia y de la ciencia. Pero, a diferencia de tales epistemologías,
insistió en que la literatura no está preocupada por la veracidad de las
fuentes y mucho menos por la simpatía ideológica. En las conclusiones
de El deslinde, Reyes llega a decir: se entiende que la estimacn
literaria sea tal vez el único tribunal desde donde el eclecticismo no
resulta una ramplonería (1997: 418).
Con cierto an lógico y hasta cierto punto afín a la filosofía
analítica basada en Bertrand Russell, Reyes teorizó sobre las similitudes
y diferencias entre la literatura y la matemática. Dató, para referirse a
los géneros ensayísticos, el término Centauro de los géneros (1997:
38). No aclaró que esa expresn venía de la carta de Nietzsche a Erwin
Rohde: Ciencia, arte y filosofía crecen ahora simultáneamente en
que engendran centauros (Sloterdijk, 2000: 38). Quizá no lo aclaró
para evitar al fantasma nihilista y vanguardista que se asomaba por su
máscara de, en se momento, presidente de El Colegio de México.
Nietzsche sólo aparece citado en El deslinde en una sola ocasión a
propósito de la matemática: [] para poder calcular, tenemos que
comenzar por la ficción (1997: 352). Aunque Reyes no indicó la
fuente exacta, es muy probable que la haya tomado del parágrafo 16
de la segunda parte de La genealogía de la moral, donde Nietzsche
sostiene que la «mala conciencia» fue una exigencia para vivir en
sociedad, es decir, para desterrar las instintos animales y reducirse a
calcular. Con lo cual la ciencia, agregaría en el pasaje 23, “es un
escondrijo para toda clase de malhumor y descreimiento (Nietzsche
2014: 136).
Los Científicos del Porfiriato, representantes del positivismo
decimonónico, habían provocado entre los literatos finiseculares el
decadentismo y el l'art pour lart. Reyes, en un discurso de juventud que
dio para sus condiscípulos de la Escuela Nacional Preparatoria en
1907, contraatacó a los literatos finiseculares acusándolos, basado en
el Zaratustra de Nietzsche, de no despojarse del espíritu de la
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Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 177-205 200 ISSN 2422-5932
pesadez, pues la Escuela es lo mejor que tenemos compañeros
míos ([febrero de 1907], 1955: 313-324). En 1907, ingenuamente,
Reyes concebía una escuela preparatoria como un lugar ideal de
discusión y plática, sin la pesadez de la vida bohemia y
desinstitucionalizada. Pero en 1944, como presidente de un centro de
posgrados y altos estudios, El Colegio de México, Reyes ya no podía
llamar a despojarse del espíritu de la pesadez. De ahí que El deslinde
de 1944 haya terminado por ser, en lugar de un punto de partida para
elaborar un pensamiento sistemático que justificara el estudio de la
literatura, un punto de llegada, un agotamiento, una ofuscación. La
mala recepción entre sus contemporáneos de semejante teoría lo
desanimó por el resto de sus días del pensamiento sistemático.
La ausencia de Nietzsche en El deslinde, en contraste con la
presencia que tiene en sus primeros textos, es muy significativa.
Ayudaría a explicar cierto temor que experimentó el mexicano de
continuar el juego vanguardista de su época de filogo en el Centro
de Estudios Históricos en Madrid. Pues, en parte, tal juego es una
negación de la finalidad o teleología de un significado. El esfuerzo
metodológico de El deslinde es tan desgastante en el an de elevar la
literatura a un plano trico y abstracto, que condena sin querer el
juego crítico o ensayístico a un plano particular y limitado. La excesiva
institucionalidad de la filología, de profesionalizar los estudios
literarios, le exigió a Reyes establecer la autosuficiencia del objeto
literario. Esta exigencia aparece en la carta que Amado Alonso, su
colega del Centro de Estudios Histórico, le envió el 29 de noviembre
de 1940, conocida como «Carta a Alfonso Reyes sobre la estilística», y
publicada póstumamente en el famoso libro de Alonso, Materia y forma
en poesía (Madrid, Gredos, 1955). Pero Reyes vaciló de concederle una
autosuficiencia teórica al objeto literario.
Reyes se percata de que la teoría que simultáneamente está confeccionando
en extenso en El deslinde, con la ayuda de las reducciones que le suministran
los paréntesis husserlianos, no tiene nada que ver con la ciencia ‘antigua’ de
la literatura, la del siglo XIX, ya que, al contrario de aquella, esta nueva lo
fuerza a él a construir un objeto deshistorizado y desubjetivizado […] Reyes
no es el adelantado del cientificismo de cierta teoría crítica latinoamericana
de los os sesenta y setenta del siglo XX, sino el adelantado del desencuentro
que hoy nos despierta ese cientificismo y que es el único horizonte aceptable
para la teoría crítica latinoamericana de hoy. […] Reyes no es el adelantado
del cientificismo de cierta teoría crítica latinoamericana de los años sesenta y
setenta del siglo XX, sino el adelantado del desencuentro que hoy nos
despierta ese cientificismo y que es el único horizonte aceptable para la teoría
crítica latinoamericana de hoy (Rojo 2012: 144).
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La filología vanguardista, que Reyes trató de fundar tanto a través de
sus artículos académicos como sobre todo de sus ensayos más
creativos, podría haber dialogado con una teoría post-hermenéutica a
la que ya no le interesara el sentido, sino el mero juego. Pues la
hermenéutica surge de un entrenamiento coordinado de los ojos, los
oídos y las cuerdas vocales de los niños: es una disciplina del cuerpo
(Kittler 1990: 67). Los aparatos de poder que almacenan, transmiten,
reproducen y determinan las condiciones de los hechos discursivos, y
la proliferación de artistas, de escritores, de fotógrafos y de cineastas
es proporcional a los medios técnicos disponibles. Estas cuestiones,
sin embargo, carecieron de cabida en la teoría literaria tanto de escuela
estructuralista como formalista, dada un desesperado anhelo de falso
cientificismo, es decir, de hermenéutica interpretativa o preocupada
por la mera forma (estilística y formalismo) o el mero contenido
(estructuralismo).
Ahora bien, el humanismo literario planteado por Reyes no es un
anacronismo renacentista ni decimonónico. Se trata de un humanismo
que ya ha pasado por la criba de la violencia de la Revolución mexicana
y de la Primera Guerra Mundial, de las que él fue testigo directo tanto
en la Ciudad de México como en París, y que responde o es una
consecuencia del desafío de las vanguardias históricas (el cubismo y el
futurismo principalmente) para hacer del arte en general y literario en
particular algo mucho más exigente. Es decir: el humanismo literario
de Reyes hasta cierto punto se corresponde con lo que en 1923 planteó
Ortega: una deshumanización del arte, que Reyes replantea como una
desentimentación de la literatura, esto es, como una condición para que
esta sea más característicamente humana y apele más directamente a la
inteligencia o a la sensibilidad excelsa, y procure huir del bajo
chantaje o fraude sentimental fundado en estímulos biológicos (1997:
41). Para Reyes, que también fue crítico de cine, la pornografía o el
patetismo de una película romántica” o de una telenovela sentimental
son, para el caso, menos humanista que el desafío intelectual que
plantea un thriller policial o de crime-fiction. Vayamos concluyendo, por
tanto, que la filología ni la teoría literaria se oponen a los fenómenos
no-textuales o culturales (cine, danzas, folclorismos, etc.), sino que los
engloban como parte del fenómeno literario por cuanto, según Reyes,
toda mente opera literariamente sin saberlo (1997: 43). Lo que Reyes
olvidó en su teoría literaria, además de las intempestivas de Nietzsche,
fue legitimar con más ahínco lo fragmentario, lo ancilar, lo inacabado.
En otras palabras, la posibilidad de una post-hermenéutica
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despreocupada del contenido y de la mera forma, y más interesada en
las posibilidades epistemológicas de la ficción literaria.
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