Bello/rodríguez freire, “Bosquejo del origen” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 38-56 48 ISSN 2422-5932
podemos llamar naturales, vinieron, otros, en que empezó ya a
descubrirse algo de convencional i arbitrario, i en que tomando por
modelo el proceder del habla, se imajinó representar un objeto por su
concomitante, el todo por la parte, el fin por los medios, el contenido
por el continente, lo abstracto por lo concreto, i en una palabra, los
tropos del lenguaje ordinario se trasladaron a la pintura. Una cuna, v.
gv, querría decir el nazimiento, una urna sepulcral la muerte, una flor
la primavera, una espiga el estío, una corona la dignidad real, un
incensario el sacerdocio, un anillo el matrimonio, una lengua el habla,
una huella del pié humano el camino, como en algunos jeroglíficos
mejicanos, una flecha la velozidad, el laurel la victoria i la oliva la paz,
como en las representaciones emblemáticas de los romanos i de los
pueblos modernos. Llamanse trópicos estos caracteres; i cuando la
analojia entre el signo i el significado era oscura, i solamente conozida
de aquellos que estaban iniciados en los secretos del arte, se les
denominaba enigmáticos. Así fué emblema de la eternidad la periferia
del círculo, porque careze de principio i de fin.
La introducción de los signos trópicos señala la segunda época
de la escritura, Los enigmáticos pueden considerarse como una especie
de cifra, empleada por aquellos que tenían interés en ocultar ciertos
conozimientos, o para sacar provecho de su posesión esclusiva, o para
dar importancia i conciliar el respeto, con este aparato misterioso, a lo
que divulgado cayera en menosprecio.
Multiplicados los caracteres trópicos, era forzoso que se
estableziesen ciertas reglas convencionales para su explicación, i para
la representación de las ideas complexas; i la inteligencia de ellos fué
haziéndose mas i mas difízil. Llegó pues a ser necesaria una instrucción
preliminar, tanto para comprender el sentido de estos caracteres, como
para espresar las ideas en ellos: en otros términos, hubo ya un arte de
leer i escribir. Pero aquella escritura se diferenciaba notablemente de
la nuestra. La primera representaba immediatamente las ideas: la
nuestra indica los sonidos de que nos valemos para declararlas
hablando, i es propiamente un sistema de signos en que se traduze
otro sistema del mismo jénero.
Es natural que el lenguaje ejerziese cierta influencia sobre la
escritura ideográfica. Hecha una vez por los hombres la análisis del
pensamiento mediante el habla, no pudo menos de servir de base al
nuevo idioma, destinado a hablar a los ojos, como el otro al oído. La
gramática de ambos, si es lícito dezirlo así, debia ser en gran parte una
misma, i la traducción del uno en el otro obvia i fázil. Era posible,
empero, que el idioma óptico, cultivado por una larga serie de siglos, i