Vanney, “Sobre La doble rendija” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 9 / Diciembre 2020 / pp. 404-410 407 ISSN 2422-5932
clave en el planteo de Martínez, tampoco es azarosa: la palabra
scientia, explica la autora, expone en su etimología una serie de
relaciones que quedaron excluidas de lo que se consideró el
conocimiento en la modernidad y, a su vez, supone una relación
entre lo inasible, la ciencia y la religión que el Romanticismo
recupera. Así, el acto de conocer supone una idea de creación activa,
que no se detiene en un mero registro y acumulación de diversos
datos. Por lo tanto, para la epistemología romántica, se considera
conocimiento aquello que la imaginación puede crear. Así lo formula
William Blake: “Mas a los ojos del hombre de imaginación la
naturaleza es la imaginación misma […] Estáis equivocado
ciertamente al decir que las visiones de fantasía no se encuentran en
este mundo; para mí este mundo es una incesante visión de fantasía
o imaginación” (Blake citado por Cernuda, 1986: 28). La imaginación
es el poder supremo en el hombre y en el mundo, porque la
imaginación es la facultad de visión. En esta dirección, el
Romanticismo propone, además, la formación de un tipo de sujeto:
un yo que sirva de acceso al universo y que, a su vez, sepa cuál es el
lugar que ocupa ahí. Genealogía a la que, indudablemente, podríamos
agregar la estela averroísta que señala tanto Giorgio Agamben como
Emanuel Coccia en su Filosofía de la imaginación.
Por otra parte, la vinculación de los temas de la mística con
explicaciones científicas es una cuestión que, tal como se encarga de
demostrar Martínez, se encuentra ya presente en las reflexiones de
Phillip K. Dick, así como también la autora lo encontrará presente en
las narrativas de Mario Levrero y Marcelo Cohen. Según Dick, los
delirios y alucinaciones, producto de un estado de conciencia
alterado, dan lugar a percepciones más exactas de lo real que no
pueden tener lugar en el marco de una percepción normal. Esto es
Giorgio Agamben en el estudio preliminar a la Filosofía de la imaginación (2007) de Coccia
explica: “Para definir el averroísmo no basta con la proposición subversiva “no soy yo
quien piensa lo que pienso”, sino que es preciso integrarla al apéndice igualmente
inopinado: “pienso irregularmente, con agujeros, con intermitencias”. “El averroísmo
enseña que la detención del pensamiento y su ausencia, y no su actividad continua e
indefectible, son las que muestran su más verdadera naturaleza (ver p. 133). Sin embargo,
no se entiende el problema del averroísmo si no se comprende que en estas intermitencias
del pensamiento, en la imposibilidad de pensar que estas signan, radica su facultad más
íntima y abstrusa, más fascinante y más odiada, la única que acaso define propiamente lo
humano: se trata de la facultad de la imaginación” (15). En efecto, más adelante explica
Coccia: “Serán entonces los propios fantasmas y las imaginaciones humanas, y no las
cosas, los que definirán la verdad de los pensamientos. Antes que todo porque la
experiencia propia de la razón no está constituida ya por cosas sino por imágenes, del
mismo modo en que las formas existen cuando son pensables” (314).