Alan Pauls. Fiesta china Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 4 / diciembre 2017 / pp. 18-22 ISSN 2422-5932
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excepción bueno, entusiasta, jugoso, magnético, inesperado... Yo
me veo yendo a dar clase en los “Seminarios Ludmer” y la
combinación de fervor y de pánico que me empuja vuelve a de-
jarme helado. ¿Un “seminario” para 500, 800, 1000 estudiantes?
Otra que Barthes y sus falansterios de la rue d'Ulm. Sí, ése era
un punto experimental fuerte de la fiesta: aparear la lógica mi-
noritaria y resistente de una institución privada (el “grupo de
estudio”) con la lógica pública, monumental, de una institución
universitaria de masas. Esa apuesta a la desproporción era exi-
gente, pero no creo que fuera lo que más a la intemperie nos
dejaba. Lo peor –lo mejor– era que no sabíamos nada. En 1984,
a punto de entrar a enseñar en la universidad, nadie sabía nada.
No sabíamos cómo se hacían las cosas. Así que, a la manera del
punk, nos pusimos a hacer eso: a enseñar no lo que sabíamos
(eso lo hace cualquiera), no lo que “traíamos” de otro lado (los
grupos de estudio), no nuestro capitalcito de egresados de la
“universidad de las catacumbas”, sino lo que no sabíamos, lo
que nos moríamos por saber, lo que alucinábamos que era saber
en el contexto específico de la institución universitaria.
Éramos un equipo. Es una palabra que vuelve mucho:
“equipo”. Nos llamábamos a nosotros mismos así: “el equipo”.
“Entonces el equipo va el lunes al teórico y dice...”, “El equipo
se presenta y después de repartir el texto de Tinianov...”. Nos
veo avanzando por los pasillos de Marcelo T. todos en hilera,
casi coreografiados, cargados de fotocopias hasta reventar, con
el dejo insobornable de Los Intocables y algo, mucho, de la
convicción de una brigada de boy scouts dispuestos a todo, pero
sobre todo a matar y a morir por la teoría. Porque no sabíamos
nada pero teníamos una misión, o dos: razonar la creencia en la
literatura (una) y (dos) hacer visible el inconsciente de la teoría,
de toda teoría, de todas las teorías, y poner todos esos dobles
fondos en contacto, no tanto para que dialogaran (dialogar no
era un verbo de la época) como para que discutieran, se
pelearan, se sacaran chispas. Promovíamos todas las disidencias;
nada nos reconfortaba más que el cisma, la secesión, el dife-
rendo. Nuestra misión era ilustrada y beligerante: queríamos la
verdad verdadera (la del inconsciente), no queríamos la recon-
ciliación. (Reconciliar era un verbo de la época).
Unos pesados.
Pero así son los que sucumben a la pasión de producir
efectos.