Jorge Panesi. Los seminarios de Ludmer… Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 4 / diciembre 2017 / pp. 23-28 ISSN 2422-5932
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LOS SEMINARIOS DE LUDMER:
LA VIDA MISMA
Jorge Panesi
seminarios
visibilidad
desconocido
crítica
¿Qué íbamos a buscar, se pregunta en este ensayo Jorge Panesi, a
los Seminarios de Ludmer y qué siguieron buscando sus alumnos?
Y responde: lo que todavía no se hacía visible, lo que no estaba,
aquello que había que conquistar, lo que había que inventar y que,
como un punto desconocido o secreto, creíamos tener en nosotros
mismos. Pero al mismo tiempo, Ludmer se iba transformando. Por
ello el ensayo revisa el recorrido de esa obra para sostener que
Ludmer terminó reinventándose a misma y se volvió escritora a
secas, así, sin más rótulos.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
seminars
visibility
unknown
criticism
What were we looking for in Ludmer’s seminars? And, what do
students continue searching in them? In this essay, Jorge Panesi
asks these questions and answers himself: ‘We were looking for
what was not visible, what was not there, those things that we had
to conquer, that we had to invent and that, as an unknown or secret
element, we thought it had to be within ourselves. However, at the
same time, Ludmer was changing. That is the reason why this essay
revisits her work in order to state that Ludmer ended up re-
inventing herself and became purely a writer.
ABSTRACT
KEYWORDS
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No solamente allí. No solamente en aquellos seminarios, los de
la reinventada carrera de Letras en la década del ochenta, y an-
teriormente, en aquellos otros, los de las catacumbas culturales
de la dictadura militar de los años setenta. No solamente allí, en
esos contextos apabullantemente políticos, ya sea por su peso
constrictor, o con la euforia liberadora de la democracia, Jose-
fina Ludmer marcó con su enseñanza las posibilidades ciertas
de un futuro para quienes académicamente nos dedicamos a la
literatura. Diría que, como ocurre con el pensamiento que ver-
daderamente transforma nuestras realidades, ella ha estado
siempre presente, o de manera virtual, en todos los contextos
significativos de los últimos cuarenta años de la cultura argen-
tina. Subrayo estos dos momentos, por razones autobiográficas
o generacionales, pero también por su razón fundadora, o re-
fundadora en relación con esta Facultad de Filosofía y Letras.
Durante la dictadura, y gracias a la mediación de Alan Pauls, la
conocí, aunque como ocurre entre la vida y la letra escrita, los
que nos dedicamos a la literatura, solemos comenzar por la le-
tra, por la lectura. Y así ocurrió: en realidad ya había conocido a
Josefina a la distancia, leyéndola en esa otra euforia política, la
del 73, que ella llama la fiesta, la fiestita o también la Fa-
cultad montonera. Alguien, con la petulante voz de los enten-
didos, me había dicho tenés que leer las clases de esta mina, y
las leí (se trataba de la cátedra de Literatura Latinoamericana),
como leí casi al mismo tiempo, durante mi fugaz pasaje por la
Universidad de Rosario en aquellos mismos años de fiesta, su
impecable y juvenil trabajo de degollamiento sobre Ernesto Sá-
bato.
Como las ideas de Ludmer han pasado a ser parte del hori-
zonte con el cual leemos, no podría explicar a los jóvenes estu-
diantes de hoy el desborde de admiración y de felicidad que esa
lectura me produjo. No sé si lo dije, no sé si lo pensé siquiera,
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pero sentía algo muy determinante y decidido, algo así como un
mensaje perentorio que me mandaba a mí mismo:yo tengo
que conocer a Josefina Ludmer. Y así fue, y para sintetizar la
experiencia que me volvió a colocar afortunadamente en el
lugar de estudiante, cuando en el afuera de la literatura y en la
literatura misma era todo miedo y muerte, me gusta citar a
Matilde Sánchez: Josefina Ludmer es ella sola toda una
universidad. Parece una hipérbole, una de esas frases con la
que los amigos entre bromas y veras rinden tributo a la amistad,
pero hay un núcleo de verdad en la frase, pues el conocimiento
universitario debería predominantemente volver a inventar lo
dado. Y Josefina, siempre al tanto de lo que se escribía y
pensaba aquí, más allá de aquí y en todas partes (recordemos:
son los años de plomo, y ciertos estados de la cuestión eran
casi inabordables), inventaba, pero no de manera espontánea,
sino como resultado de un trabajo de descubrimiento
(descubrir, es, desde luego, un trabajo, un esfuerzo, una suma
de paciencias).
Por eso digo que su influjo se ha desplegado en esos con-
textos fundadores y también en cada giro o movimiento de los
estudios literarios en Argentina. No era solamente esa especie
de sed que el saber universitario sentía por la razón teórica y
que ella encarnaba agitando la zona menos adocenada de la teo-
ría literaria: a Josefina la teoría le servía para inventar, y esto
significaba llevar el aparato teórico hacia un límite inesperado
en el que se relanzaba y era otra cosa. En esos tiempos se me
antojaba que Ludmer realmente era la única que sabía qué hacer
con la teoría literaria. Pero la operación era doble: también el
objeto leído, pongamos por ejemplo su Onetti (1977), se trans-
formaba: después de su lectura, los futuros lectores del corpus
Onetti estaban obligados a leer de otra manera, quizá no a lo
Ludmer, pero sí al evitar la solidez de una costa monolítica, el
necesario ir para otro rumbo.
Lo mismo podríamos decir de El género gauchesco (1988), o
de cada una de sus intervenciones en forma de libro que refor-
mularon el campo en el cual se insertaban. Es que, verdaderos
ejercicios de vida intelectual (de preparación, de ensayos, de
tentativas, de felices hallazgos milimétricos u holísticos), como
todos los buenos libros son mucho más que libros. La vida de
los libros, la vida misma.
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¿Qué íbamos a buscar a sus seminarios y qué siguieron
buscando ya refundada la carrera de Letras, los alumnos de la
Facultad de Filosofía? Íbamos, iban, a buscar lo que todavía no
se hacía visible, lo que no estaba, aquello que había que con-
quistar, lo que había que inventar y que, como un punto desco-
nocido o secreto, creíamos tener en nosotros mismos. Buscá-
bamos algo así como el reflejo de potencialidades escondidas,
buscábamos y encontrábamos una maestra, esto es, la concreta
encarnación de todas las posibilidades que imaginábamos. Por-
que no son los maestros quienes eligen a sus discípulos, sino los
discípulos los que eligen, en una relación indestructible, a sus
maestros. Y elegimos bien.
Corolario de los tiempos represivos y fruto de las fiestas
políticas de los años setenta, en sus clases de Teoría Literaria,
ya instalada aquí, en esta Facultad, cuando todo parecía recon-
quistado, y ya corrían los tiempos entusiastas de los años
ochenta, Josefina, ensayaba una suerte de enseñanza anti-jerár-
quica, gesto utópico y anárquico mirado de soslayo aún por los
capitostes democráticos de la universidad. Lo digo sin nostalgia,
sino como inventario, porque la nostalgia lleva implícito un
dejo de penuria y de derrota, y porque aquella sigue siendo una
alegría, la del tiempo recobrado, la alegría de algo que valía la
pena vivirse. Enseñanza de la transgresión ha dicho ella, mucho
tiempo después sobre este período inicial de la democracia. Era
una enseñanza de las normas y los sistemas, al mismo tiempo
que una especie de enseñanza de la transgresión. Las teorías
no son eternas.
En efecto: como un ropaje inadecuado, como un hábito
que no se vacila en desechar, en Josefina poco quedó de la ra-
zón teórica de aquellos años. Pero subsistió irreductible un nú-
cleo de extrema desnudez, lo que estuvo desde siempre en ella,
el rigor de la reflexión y la invención reflexiva, algo que la teo-
ría puede ejercitar pero nunca donar. Podríamos decir que son
todas las formas del relato las que han ocupado el lugar de la
teoría, desde El cuerpo del delito (1999) hasta Aquí, América latina
(2010). Creo que de tanto inventar modos de leer, Josefina
terminó reinventándose a sí misma. En otro contexto acadé-
mico más solemne la ceremonia del honoris causa- se me ocurrió
un título para la convencional laudatio en su honor, un título
que buscaba delinear su retrato literario: Verse como otra. ¿Y
qué otro discurso podría brindarle la perpetua mutación sino el
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literario, la escritura que llamamos con cierta resignación o im-
potencia literaria? En broma (con la infantil seriedad de las
bromas) ha declarado que le hubiese gustado ser actriz (su de-
seo histérico). En el camino, entre la seriedad y la travesura, sin
embargo, Josefina se ha vuelto más ella misma, lo que siempre
ha sido, más allá de los análisis teóricos, y las especulaciones
críticas, o junto con todo eso, se ha encontrado siendo escri-
tora, así, a secas, sin más rótulos. Una certeza que, según con-
fiesa, comenzó con El género gauchesco: puedo construir algo que
pueda ser diferente y al mismo tiempo integrar el aspecto litera-
rio de la crítica. Aquí aparece la crítica como imaginación ver-
bal.
La imaginación verbal ni se vende ni se presta, se exhibe
sin énfasis, como al descuido, sin saberse, y se contempla con lo
que es uno de los esquivos pilares de la literatura: el entu-
siasmo. La imaginación produce entusiasmo. Y eso era, me pa-
rece hoy, todo lo que buscábamos y todo lo que seguimos en-
contrado en Josefina, en sus clases o en sus libros, el entu-
siasmo, la imaginación verbal. La vida de los libros, la vida
misma.
Jorge Panesi
Universidad de Buenos Aires
Recibido: 23/8/2017
Aceptado: 28/10/2017