Claudia Kozak. Escribir la lectura Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 4 / diciembre 2017 / pp. 37-51 ISSN 2422-5932
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ESCRIBIR LA LECTURA.
HACIA UNA LITERATURA FUERA DE SÍ
Claudia Kozak
lectura
Barthes
literatura digital
El artículo reflexiona en torno de la lectura, en particular en rela-
ción con la construcción de objetos de lectura por parte de la crítica
literaria. Se toman como disparadores apreciaciones sobre la lectura
de Roland Barthes y Josefina Ludmer para establecer posición
acerca de la crítica literaria como escritura. Al mismo tiempo, se
recorren algunos tópicos clave en la enseñanza de Ludmer: la rela-
ción teoría/crítica como no aplicación, la necesidad de ir hacia los
no leídos en la tradición crítica, la redefinición de los objetos de la
crítica. Desde ese marco se propone la lectura de la literatura digital
como nuevo objeto crítico expandido.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
reading
Barthes
Digital literature
This article discusses the notion of reading, particularly regarding
the construction of readable objects from the perspective of literary
studies. The appreciations about reading formulated by Roland
Barthes and Josefina Ludmer were used as triggers to take a stance
on literary criticism as writing. Moreover, the article returns to
some of the most important topics of Ludmer teachings, such as a
connection between theory and criticism that escapes the notion of
application, the necessity to approach the ‘non read’ by the critical
tradition and the redefinition of the objects of literary criticism.
From this theoretical frame, the article suggests the reading of di-
gital literature as a new and expanded critical object.
ABSTRACT
KEYWORDS
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Se trata de la lectura, en efecto. Pero también de la escritura. Y
de las derivas de la letra fuera de sí. Escribir la lectura (Bar-
thes, 1994) es el título que Roland Barthes dio a un breve texto
publicado en 1970 en un suplemento literario dominical en el
que reflexionaba acerca de cómo había concebido su lectura de
Sarracine de Balzac en el S/Z. Su reflexión apunta allí no tanto,
o no sólo, a su lectura particular de un texto poco leído de Bal-
zac, sino más bien a su idea de la lectura en general. Como si se
tratara de una teoría de la lectura. Sólo que Barthes a esta al-
tura, o a lo sumo cinco años después, cuando lee en una confe-
rencia en 1975 un texto denominado Sobre la lectura (Ba-
rthes, 1994), ya no cree en la posibilidad de una teoría de la
lectura. Sí cree, en cambio, en la lectura como resto, ámbito del
desborde a partir de un texto que de todas maneras siempre se
esforzará por darle un marco, por contenerla.
Mi aproximación, que revisita el título de Barthes en arti-
culación con algunas ideas acerca de la lectura que me han lle-
gado desde la voz de Josefina Ludmer, no pretende formularse
ni como copia, ni como ajuste, mucho menos como usurpación.
El título lo tiene Barthes solo bien merecido como para que
pretenda hacerlo mío. Aun así, el título convoca una experiencia
que muchas veces he hecho mía y resuena en lo que me interesa
de la lectura. Por una parte, la idea de que ciertos textos hacen
que leamos levantando la cabeza, es decir, hacen que interrumpa-
mos la lectura una y otra vez para perdernos en un más allá de
mirada lejana, indeterminada, no porque nos resulten faltos de
interés, sino muy por el contrario, porque nos resultan dema-
siado interesantes. Tanto que nos conducen a la propia escri-
tura, a nuestro propio deseo de escritura que anida en los textos
que leemos. Y como derivación mediada por Josefina Ludmer:
la crítica literaria no es sólo lectura sino escritura; existen diversos
placeres de la lectura y uno de ellos es el que la convierte en de-
seo de escritura. Nada más le pediría a un texto de lectura en este
momento. Que me lleve a levantar la cabeza con frecuencia y
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que provoque mi propio deseo de escritura. El resultado será en
todo caso otro texto, otra escritura.
La crítica podría ser entendida así como la resolución, o
mejor, la búsqueda, de un deseo de escritura. No sería entonces
una mediación entre el lector y el texto. Menos aún a reposición
de un sentido del texto. Sencillamente, sería otro texto. Y creo
que, en los mejores casos, un texto que reserva para sí su
vecindad menos con el paper que con el ensayo. Podría pregun-
tarse si se trataría de otro texto necesario. Su necesidad no difiere
de la necesidad del texto que lo convirtió en espacio de un de-
seo. Hay quienes sostienen que los críticos no son más que es-
critores fracasados. Yo diría en cambio que los críticos así en-
tendida la crítica son escritores que sólo logran seguir su deseo
de escritura a partir de la letra, no a partir del mundo, de la reali-
dad o de lo que sea que esté fuera de la letra. Josefina Ludmer
fue una crítica en ese sentido. Si se quiere, concedo, los críticos
son personas sin imaginación por fuera de la letra, lo que no es
poco. Del mismo modo que muchos escritores que nadie juzga-
ría fracasados: Borges no sería mal ejemplo. Raymond Roussel
podría ser otro. El reconocimiento que la obra de este último
experimentó desde los años sesenta del siglo XX en adelante
habla de ello. Reconocimiento de una literatura cuya imagina-
ción es sólo imaginación de la letra. Literal. Un apego a la letra
que, paradójicamente, le da la mayor libertad para la creación de
mundos. A pesar de la gran cantidad de países visitados en sus
viajes alrededor del mundo, la imaginación de Roussel es sólo
lingüística porque no inventa mundos a partir de los mundos vi-
sitados, sino sólo a partir del sonido de ciertas palabras. Sus
historias, sus descripciones, surgen de palabras que él mismo se
impone, o que el lenguaje le impone, a modo de restricción
compositiva. Palabras o frases de igual sonido (o parecido) que
pueden convocar sentidos diferentes: el mundo representado,
en todo caso, dependerá de la existencia en la lengua de ese tipo
de palabras. Como en sus cuentos de juventud en los que el re-
lato sólo se hacía posible gracias a la transformación de una
frase inicial con un significado, en otra frase fonéticamente
idéntica o similar, pero con significado diferente: Les lettres du
blanc sur le band de vieux billard convertida en Les lettres du blanc
sur le band de vieux pillard (Roussel, 1973). Sabemos que en la
primera frase lettres significa letras o signos tipográficos; y en la
segunda, cartas. También en la primera frase, blanc refiere al
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blanco de la tiza con la que un personaje dibuja signos sobre las
bandas de un billar; en la segunda, en cambio, a un hombre de
raza blanca que escribe cartas sobre/acerca de/ las bandas
(hordas) del viejo pillo (pillard): el rey negro que, en la novela de
Roussel Impresiones de África, será el rey Tallú. El relato, la es-
critura, surge así de la transformación de la primera frase en la
segunda. En suma, también Roussel, un escritor, escribe una
lectura, la lectura de una palabra o de una frase. Y además, des-
vía su sentido.
Lo que viene a dar como resultado que no sólo ciertos crí-
ticos, sino también ciertos escritores sólo toman como fuente
para su escritura otros textos. La teoría literaria ha dado a esto
el nombre de intertextualidad. Pero reducirlo a ello nos quita
ese resto, esa indeterminación de ojos levantados a la que se re-
fería Barthes. Se trata s bien de una imaginación del texto y un
deseo de letra. Siempre que no se entienda indeterminación de la
lectura como un reclamo de espontaneidad o de intuición lec-
tora/escritora. Barthes no tenía necesidad de aclararlo.
1
La bata-
lla contra el impresionismo en la lectura crítica lo había tenido
como uno de sus guerreros más renombrados. Incluso la cons-
titución de una ciencia de la literatura, de una teoría de la es-
critura, de la sistematización de la estructura de todo relato. El
resto no es indeterminado porque la lectura sea el resultado de
una impresión. Sino porque ninguna lectura queda agotada des-
pués del punto final. Y porque todo buen texto literario des-
borda lecturas.
Por dónde comenzar
Cabría preguntarse también cómo se instituye cada particular
deseo de escritura de la lectura crítica. La vieja cuestión de qué
pone el texto y qué el lector reaparece aquí. Y no sólo ésa.
También la pregunta por los modos de leer. Qué se lee y cómo se
lee fueron preguntas insistentes que Josefina Ludmer, en su ac-
tividad crítica y pedagógica instaló entre nosotros. ¿Cómo leer?
¿Es posible formular métodos de lectura? El Barthes estructu-
ralista creía hasta cierto punto que sí. Separar primero unidades
mínimas a partir de recurrencias en distintos niveles del texto,
redistribuirlas luego de modo de hacer surgir la estructura. Pero
señalé más arriba que ya hacia 1975 el mismo Barthes descree
1
Como yo no soy Barthes, obviamente, tengo entonces que aclararlo.
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de un modo de leer textos que sólo permite encontrar lo que ya
se sabía se iba a encontrar en ellos. En cada relato particular la
estructura de todo relato. Porque de ese modo el texto y la lec-
tura del texto pierden su resto. Contra la aplicación de la teoría,
Ludmer insistía en clases universitarias, en reuniones de cáte-
dra, en cursos de extensión en el Centro Cultural Ricardo Rojas,
que el destino de la teoría no era el de ser aplicada o volcada
sobre los textos sino, pienso ahora, refundada en cada lectura a
partir de un pensamiento algo más libre, con algún margen de
creatividad. Cierto es que cuando se trata de literatura, o
cuando se trata de leer la letra, las recurrencias del texto nos
guían la mirada, llaman a nuestra lectura y suelen ser buenos lu-
gares por donde comenzar. Ludmer ponía esto en práctica en
todas sus lecturas, pero como un comienzo a desandar, a partir
de un paciente trabajo de desarmado y armado textual.
¿Por dónde comenzar? Se preguntaban así los maestros. Di-
cho de otra manera: de esos métodos que no debíamos aplicar
nos ha quedado la idea de que el texto, la letra del texto, avala
ciertas filtraciones del propio deseo de lectura/escritura pero
quizá no otras. O no otras, para distintos lectores. Son esos re-
cortes del texto, esas unidades mínimas, los que titilan, nos titi-
lan, encienden nuestra lectura. Y en general, aunque nos pese,
son recurrencias también en distintos niveles textuales tal
como, según enseñaba Ludmer, reconocía el estructuralismo:
un fonema, una palabra, un sintagma, una disposición de par-
tes... La pulsión lectora/escritora nos lleva sin embargo bas-
tante más allá. Eso también lo enseñaban Ludmer y Barthes:
La lectura sería precisamente el lugar donde la estructura se
trastorna (Barthes, 1994: 49).
Por otra parte, el problema de la lectura no es sólo de
método cómo leer, sino también de objeto: qué leer. ¿Qué
objetos interpelan nuestra lectura? La historia moderna de la teo-
ría y crítica literarias puede escandirse en el tiempo en relación
con el énfasis puesto en algún objeto de lectura: primero se leyó
al autor, luego al texto o en su defecto al contexto y recién
luego al lector. Es una idea de Terry Eagleton (Eagleton, 1983).
Y si se lee al lector se lee también la lectura. Cuando qué leer se
convierte en leer la lectura, estamos ya avanzados el siglo XX y
quizá también frente a una gran transformación. Nos pregun-
tamos por la lectura justo cuando la lectura de literatura ha de-
jado de ser un hecho que demos por sentado. Hemos empezado
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a preguntarnos por la historia de la lectura, y también por la
historia del libro, justamente cuando esos objetos ya no pueden
darse por sentados. Es una idea de Nora Catelli (Catelli, 2001).
La preocupación por el canon tan a la orden del día desde las
últimas décadas del siglo XX forma parte del mismo contexto
de incerteza que nos lleva a preguntarnos por la lectura (Gui-
llory, 1993). Una indeterminación que considero uno de los
grandes problemas de la literatura del siglo XX: el problema de
sus límites (Kozak, 2006). ¿Qué es y cómo leer literatura en el
presente? Ludmer se ocupó de eso también en años más o me-
nos recientes trayendo el concepto de posautonomía (Ludmer,
2006). Pero desde mucho antes, se preocupó por lo que llamaba
objetos literarios. De hecho, mi propia práctica de lec-
tura/escritura se ha vinculado con bastante frecuencia a nuevos
objetos literarios, a eso que está un poco en los márgenes. Una
vocación del merodeo por los márgenes del canon que podría
articularse con el modo en que Ludmer entendía la historia lite-
raria: había que leer a los no leídos, decía, a los olvidados. Aun
cuando ella hubiera leído también a los muy leídos, para dar
vuelta todas las lecturas. Ya lo anticipé: Barthes mismo había
leído Sarracine, un texto poco leído de Balzac. En mi caso, no se
trató de los no leídos porque fueran los olvidados, sino porque se
salían de los bordes de la literatura, para dar lugar a una litera-
tura fuera de sí, desaforada. Literatura que, por un lado, ha perdido
sus fueros sus privilegios en la cultura, debido a que ya nadie
le concede el rol de gran organizadora letrada de la sociedad y,
por otro lado, se desborda en deseos de letra más allá de sus ca-
bales.
2
Desaforada, irreconocible y sin embargo, aun persistente
como impulso y deseo de letra.
Hacia una literatura fuera de sí
Esa indeterminación de la lectura por el lado de objetos literarios
inciertos o fuera de sí arrastra entonces a su desplazamiento hacia
otras zonas de producción material de signos. Aunque la litera-
tura de libros no cese, puesto que se siguen escribiendo y le-
yendo, viene desde hace bastante tiempo como sostuvo Bor-
2
Leí hace tiempo las poéticas del rock y las discursividades breves del graffiti en las que pude encontrar
formas fijas poéticas del pasado, epigramáticas por ejemplo, y hasta poemas visuales urbanos. Desde
hace ya diez años leo la literatura experimental en diversas variantes, entre ellas, la electrónica/digital.
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ges cortejando su propio fin.
3
Ya en ese texto de 1975 Barthes
consideraba irritante ociosa, quizá la pregunta acerca del mo-
tivo que hacía que el 50 % de los franceses no tuviera deseo de
leer. La pregunta en efecto no es tanto por qué sino qué. Qué se
lee y cómo se lee.
Frente a esa situación me interesa leer al mismo tiempo la
literatura que se sigue escribiendo y su expansión, la conviven-
cia extraña y forzosa de distintos regímenes de escritura y de
lectura. Leer la letra no sólo en la literatura convencionalmente
considerada como tal sino también fuera de ella. Sacar a la lite-
ratura fuera de sí hace visible una incertidumbre básica y consti-
tutiva que ha recorrido todo el siglo XX. Por una parte, en rela-
ción con el pasaje de las culturas centralmente letradas a las
centralmente audiovisuales, pero también, en relación con la in-
flación de una palabra instrumental que no aspira siquiera a
proponer formas de juntura de lo que vive en el lenguaje. La
pura voz como experiencia viviente (Agamben, 2007).
El gran período letrado de la civilización occidental, en
efecto, suele delimitarse como lo hace George Steiner (1978,
1982, 1990) en el marco del afianzamiento de la institución li-
teraria y del libro como soporte material. De la (re)invención de
la imprenta de tipos móviles hacia 1450 a la hegemonía de la
cultura audiovisual desde 1950. Pensar en cambio en una litera-
tura expandida algo menos letrada y fuera de sí me convoca en forma
constante, con diversas modulaciones, como modo de delinear
las orientaciones que va adquiriendo la literatura desde el desa-
rrollo de lo que Bifo Berardi llama las generaciones video-elec-
trónica, primero, e info-conectiva, más adelante (Berardi, 2007).
(Me permito un paréntesis autobiográfico porque da
cuenta de cómo la voz de Josefina motivó para mí la delimita-
ción de estos nuevos objetos críticos.
4
La primera vez que uti-
3
Ignoro si la música sabe desesperar de la música y si el mármol del mármol, pero la literatura es un
arte que sabe profetizar aquel tiempo en el que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y
enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin.” (Borges, 1985: 202).
4
Algo que no advertí hasta mucho tiempo después: a comienzos de 1983 un grupo de jóvenes
estudiantes de Letras llegamos a la casa de Josefina, a sus grupos de estudio, casi al filo de una época.
Éramos jóvenes, y llegábamos un poco tarde a la universidad fuera de la universidad. Y porque éramos
jóvenes, y llegábamos un poco tarde, llegábamos también temprano, o en el momento justo, para el
comienzo de algo. Josefina, creo, percibió que a algunos de nosotros podía orientarnos hacia nuevos
objetos críticos, hacia la lectura de lo que aún no se había leído en la Argentina. Y que era necesario
hacerlo desde una posicionalidad joven. No creo que haya encontrado en en particular esa
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licé la noción de literatura fuera de sí fue en 1993, en una po-
nencia titulada Discursos mediados. Hacia una literatura fuera
de sí.
5
Y desde entonces la he retomado en algunas ocasiones
porque da la medida en forma quizá inmejorable de mis indaga-
ciones por territorios literarios expandidos. El libro Deslindes.
Ensayos sobre la literatura y sus límites en el siglo XX (Kozak, 2006)
que compilé como resultado de investigaciones que tuvieron
como núcleo la cátedra de Literatura del Siglo XX de la UBA,
cuyo profesor a cargo es Daniel Link, se iba a titular justamente
Fuera de sí. Pero antes de su publicación supe que Ticio Escobar
había publicado hacía poco tiempo, en 2004, su libro El arte
fuera de . De modo que decidí modificarlo puesto que nuestro
libro se había macerado durante años sin conocer las indagacio-
nes como las que en parte llevaba adelante Escobar en ese libro.
Reservé el título, que me era bien querido, para la última sec-
ción del libro.).
6
Como sea, se trata de la lectura, de la escritura y, todavía,
de un impulso literario que puede encontrarse fuera de los li-
bros. En 1928, Walter Benjamin ya lo había advertido (Benja-
min, 1987). Una migración del texto y de lo literario desde el li-
bro impreso con sus letras pegadas horizontalmente a la página,
acostadas sobre ella, como sugiere Benjamin, hacia una vertica-
lidad plástica y excéntrica, fuera de centro, que busca una tridi-
mensionalidad quizá utópica en la que se agazapa, sin embargo,
un deseo de letra que no se desvanece del todo.
Si pensamos por ejemplo en la literatura digital contempo-
ránea, en particular la poesía digital de la que me he venido
ocupando desde hace un tiempo, resulta territorio adecuado
para poner a prueba mis anteriores elucubraciones sobre la lec-
tura/escritura. A condición de que no vayamos a ella por mera
novedad tecnológica sino como modo de asumir el presente, eva-
disposición sino que fui yo quien la encontró a partir de alguna sugerencia supongo. Mientras que otros
en el grupo no lo hicieron, ni tenían por qué hacerlo.
5
Leída en el Primer Congreso Internacional de Crítica Literaria Argentina y Latinoamericana
"Literatura Latinoamericana y Minorías Culturales" organizado por el Departamento de Letras de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. La ponencia planteaba cuestiones que estaba desarrollando en
esa época para la elaboración de mi tesis de doctorado, cuyo proyecto inicial había surgido de las becas
de investigación de CONICET en las que Josefina me había dirigido.
6
Y así siguiendo: el título del programa que dicté en el posgrado de UNTREF en 2013 y 2014 era
justamente el mismo que el subtítulo del presente artículo. Por fin, en 2016 publiqué un capítulo, en un
libro compilado por Alejandra Torres y Magdalena Pérez Balbi, que se tituló “Por una literatura fuera de
. IBM de Omar Gancedo” (Kozak, 2016).
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diendo a la vez los circuitos de sentido más hegemónicos de la
cultura digital contemporánea.
La literatura digital es un tipo de práctica artística por lo
general multimedia que evidencia un alto grado de implicación
aunque no exclusiva del lenguaje verbal con función poética,
inscribiéndose marginalmente en la institución literaria a partir
de un diálogo más o menos específico con la historia literaria en
general y con la literatura tecno-experimental en particular. A
diferencia de la literatura asociada al medio libro, es literatura
generada en/por/desde/hacia dispositivos electrónicos, actual-
mente digitales, es decir, por fuera de medios electrónicos ana-
lógicos (la radio, la televisión, el video analógico grabado en
cintas magnéticas, por ejemplo). Literatura programada en có-
digo binario a través de la creación y uso de diversos software y
experimentada en vinculación con interfaces digitales. No es li-
teratura digitalizada, como traslado de textos desde el medio
impreso a la pantalla, sino nacida digital y en cuyos procedi-
mientos la creación o utilización del código digital informático
es intrínseca.
El fuerte grado de implicación del lenguaje verbal con fun-
ción poética es lo que especifica a esta práctica en relación con
las artes digitales en sentido amplio, en las que lo verbal podría
no tener relevancia. Claro que, por su carácter multimedia, las
artes electrónicas digitales invitan a difuminar las lindes entre
lenguajes, lo que viene desde hace tiempo empujando a las dis-
tintas disciplinas artísticas a un corrimiento demites, a una
desdiferenciación. Ya no tanto entonces artes visuales, artes so-
noras, artes audiovisuales, artes escénicas, artes proyectuales,
artes de la palabra. Y sin embargo, me interesa ponderar aquí,
en este concierto, el espacio literario.
Separo lo noción de novedad, asociada fácilmente a un re-
cambio constante que sigue a menudo la lógica del reemplazo
de mercancías en el mercado, de la noción de lo nuevo como
experiencia de un acontecimiento (Deleuze, 1987; Lazzarato, 2006;
Agamben, 2007).
7
En ese sentido, podría decirse, el lenguaje
7
Agamben vincula su noción de experiencia, como infancia del hombre, con la del experimentum linguae
que lee en la literatura moderna por excelencia, experiencia del decir el lenguaje, que le permite además
vincular experiencia, lenguaje y comunidad. Para llegar a eso se sostiene de la aproximación a Blanchot
que realiza Foucault en El pensamiento del afuera”, quien da una imagen de la literatura moderna
como aquella que hace de la experiencia del lenguaje su objeto. Un lenguaje que sin embargo no es el
lenguaje de tal o cual autor, el lenguaje de tal o cual grupo, sino el hecho de la existencia misma del
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poético ha tendido siempre hacia una experiencia tal. Hacia la
apertura de lo radicalmente nuevo e irrepresentable, que no se deja
avasallar por las novedades del día. ¿Por qué involucrarlo en-
tonces con el ámbito de producción de esas novedades? Porque
al menos parte de la poesía digital puede leerse como un modo
de intervenir, interrumpiéndolo desde dentro, el sensorium he-
gemónico de los dispositivos tecno-políticos que dominan la
vida cotidiana de una porción importante de la población del
planeta. Asumiendo así la época desde un régimen de insumisión
(Brea, 1997). Podrá decirse que existen otros modos de ir en di-
rección de una experiencia del acontecimiento en/del lenguaje.
No lo niego. Se sigue escribiendo poesía sin recurso al mundo
digital, obviamente.
Podrá preguntarse también en qué sentido se dice de esto
que es poesía. En principio, como ya adelanté, debido a su diá-
logo con la poesía anterior, según los casos, tanto versificada
inclusive dentro del canon,
8
como no versificada, es decir,
poesía visual, concreta, sonora con fuerte énfasis en la materia-
lidad de sus elementos constitutivos. Al mismo tiempo, debido
a su tendencia a enfatizar la experiencia del acontecimiento de la pala-
bra, la capacidad de la palabra de llamar la atención sobre sí
misma y, desde allí, desencadenar procesos de sentido no co-
rrientes en la cultura digital. Muchas de estas obras, por ejem-
plo, juegan en contra de las rutas estandarizadas que habitual-
mente seguimos en nuestras navegaciones por el espacio globa-
lizado de Internet, dando lugar a debates por hegemonías lin-
güísticas, enfatizando lenguajes desviados, políticas del error,
legibilidades amenazadas o comprometidas y sinsentidos en el
entorno digital.
Otras obras, o las mismas, desnaturalizan nuestros modos
habituales de interactuar con las interfaces digitales. A esta al-
lenguaje. Con todo lo lejana que las literaturas fuera de puedan estar de la literatura moderna, me
interesan aquellas en la que podemos seguir diciendo, junto a Agamben, que “El contenido del
experimentum es sólo que hay lenguaje y que nosotros no podemos representarlo, según el modelo que ha
dominado nuestra cultura, como una lengua, un estado o un patrimonio de nombres y de reglas que
cada pueblo transmite de generación en generación; más bien sería la inlatencia imposible de presuponer
que los hombres desde siempre habitan y dentro de la cual, hablando, respiran y se mueven.”
(AGAMBEN, 2007: 221).
8
Un ejemplo, entre muchos otros: la reescritura digital de T. S. Eliot en obras de dos
artistas/poetas/programadores argentinos, Iván Marino y Milton Läufer. Así en la serie Eliotians de
Marino o en varias de las obras incluidas en WriterTools™ de Läufer. Ver: http://ivan-marino.net/ y
http://www.miltonlaufer.com.ar/figurative/.
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tura, cliquear en hipervínculos, expandir o retraer en forma tác-
til una pantalla, manejar el mouse, abrir o cerrar ventanas, ba-
rrer con la mirada una pantalla para identificar regiones centra-
les de interés y otras interacciones similares, estandarizan nues -
tras lecturas. De algún modo estas obras, no siempre por su-
puesto, apuestan sin embargo a poéticas del fracaso o de la
frustración (Bootz, 2008). Se nos resisten, materialmente, pero
al mismo tiempo habilitan nuestra persistencia lectora como ex-
periencia fuera del libro. Lo que no es poco.
Coda
Sin realizar aquí análisis alguno de obras de literatura digital,
puesto que no es el contexto para hacerlo, señalo simplemente
un listado de sitios web ya sea vínculos a obras específicas o a
sitios de artistas que en parte incluyen literatura digital latinoa-
mericana, para quien quiera aventurarse por una experiencia de
lectura alternativa a la de los libros:
http://belengache.net/
http://collection.eliterature.org/3/work.html?work=anacron
http://entalpia.pe/
http://ip-poetry.findelmundo.com.ar/
http://ivan-marino.net/
http://motorhueso.net/
https://www.miltonlaufer.com.ar/
http://www.peronismo.net46.net/
http://postal.free.fr
http://rescate.gabrielagolder.com/
http://solaas.com.ar/works/migraciones/migraciones.htm
http://untitledocument.com.ar/#
Claudia Kozak
Universidad de Buenos Aires
Universidad Nacional de Tres de Febrero
CONICET
Contacto: claudiakozak@yahoo.com.ar
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Recibido: 4/8/2017
Aceptado: 5/9/2017
Bibliografía:
AGAMBEN, GIORGIO. Experimentum linguae, incluido en Infancia
e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia. Buenos
Aires, Adriana Hidalgo, 2007.
BARTHES, ROLAND. Escribir la lectura y Sobre la lectura, in-
cluidos en El susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós, 1994.
BENJAMIN, WALTER. Censor jurado de libros, incluido en Direc-
ción única. Madrid, Alfaguara, 1987.
BERARDI, FRANCO (BIFO). Generación post-alfa. Patologías e imaginarios
en el semiocapitalismo. Buenos Aires, Tinta Limón, 2007.
BOOTZ, PHILIPPE. Une poétique fondée sur léchec, Passage
dencres, n° 33, 2008.
BORGES, JORGE LUIS. La supersticiosa ética del lector, incluido
en Discusión. Obras completas. 1923-1972. Buenos Aires, Emecé,
1985.
CATELLI, NORA. Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la
narrativa moderna. Barcelona, Anagrama, 2001.
DE CERTEAU, MICHEL. Leer: una cacería furtiva, incluido en La
invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer. México, Universidad Ibe-
roamericana, 1996.
DELEUZE, GILLES. Leibniz, 07/04/1987, Lógica del aconteci-
miento, incluido en Les cours de Gilles Deleuze.
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