DEBATES SOBRE LA IDENTIDAD ARGENTINA Y LA
FIGURA DEL INMIGRANTE DURANTE LA ÉPOCA DE
INMIGRACIÓN MASIVA (1880-1930)
DEBATES ON ARGENTINE IDENTITY AND THE FIGURE OF THE
IMMIGRANT DURING THE PERIOD OF MASS IMMIGRATION
(1880-1930)
SYLVESTRE, Vanina Verónica1
Sylvestre, V. V. (2024). Debates sobre la identidad argentina y la figura del inmigrante
durante la época de inmigración masiva (1880-1930). Revista INNOVA, Revista
argentina de Ciencia y Tecnología, 14.
RESUMEN
Este trabajo examina los debates entre las élites intelectuales y políticas
argentinas en torno a la construcción de una identidad nacional durante el
período de inmigración masiva (1880-1930). Se analiza la evolución de las
posturas desde la idea inicial de promover la inmigración europea como medio
para "civilizar" a la población local (pueblos originarios, gauchos, criollos) hasta las
preocupaciones posteriores por la escasa integración de las comunidades
inmigrantes, y las propuestas para superar estas dificultades, en una sociedad
1Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), Argentina / vanina.sylvestre@gmail.com /
ORCID:https://orcid.org/0009-0000-6330-9513
14.aEdición | DICIEMBRE 2024 | ISSN 2618-1894 | Artículos Cultura y Arte
que aún estaba definiendo su identidad. Asimismo, se explora cómo estas
distintas posiciones también se manifestaron en algunas representaciones
culturales de fines del siglo XIX y principios del XX, con un enfoque particular en la
literatura y el teatro.
PALABRAS CLAVE
Inmigración de masas, identidad nacional, literatura, teatro
ABSTRACT
This paper examines the debates among Argentine intellectual and political elites
about the construction of a national identity during the period of mass immigration
(1880-1930). It analyses the evolution of positions from the initial idea of promoting
European immigration as a means of civilising’ the local population (native peoples,
gauchos, criollos) to later concerns about the poor integration of immigrant
communities, and the difficulties this generated in a society that was still defining its
identity. It also explores how these different positions manifested themselves in cultural
representations of the immigrant in the late nineteenth and early twentieth centuries,
with a particular focus on literature and theatre.
KEYWORDS
Mass immigration, national identity, literature, theatre
14.aEdición | DICIEMBRE 2024 | ISSN 2618-1894 | Artículos Cultura y Arte
Contexto
Este artículo fue realizado como parte del Seminario “Cultura e Identidad en la
Globalización”, a cargo del Prof. Bruno Ollivier, Université des Antilles.
Introducción
La inmigración ha jugado un papel central en la construcción de la identidad
argentina. Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, el país
experimentó un proceso migratorio sin precedentes que transformó
profundamente la composición demográfica, social y cultural de sus ciudades más
importantes.
Para Devoto (2003), el abordaje de la historia de la inmigración en Argentina
presenta enormes dificultades. Por momentos, se confunde con la historia del
país todo. En otras ocasiones, la sumatoria de grupos tan diversos hace imposible
englobarlos en un relato común.
Según Germani (2010), tres aspectos caracterizan este período de inmigración
hacia Argentina:
El volumen de inmigrantes en relación con la población nativa fue sin
precedentes a nivel mundial.
La inmigración fue el resultado de una política deliberada de las élites
dirigentes para fomentarla, entre 1852 y 1880.
Esta visión transformó a la inmigración en una pieza clave del proceso de
modernización de la sociedad argentina.
Pero este fenómeno sin precedentes en la historia argentina no solo transformó
la demografía del país, sino que también desató intensos debates sobre la
construcción de la identidad nacional y el porvenir de la nación, influyendo de
manera significativa en su cultura. El objetivo de este trabajo es, por tanto,
analizar cómo la figura del inmigrante se convirtió en un punto de disputa dentro
de las representaciones culturales, especialmente durante el período de mayor
afluencia de extranjeros, entre 1880 y 1930. En particular, se examinarán cómo
estas tensiones y debates quedaron plasmados en ciertas producciones literarias
y teatrales de la época.
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Objetivos
Analizar los debates en torno al papel de la inmigración en la construcción de la
identidad nacional argentina durante el período de inmigración masiva entre las
últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.
Analizar la representación de la figura del inmigrante en las representaciones
culturales de la época, especialmente en el teatro y la literatura.
Resultados y discusión
1. Contexto histórico de la inmigración en Argentina
1.1 Volumen de la inmigración e impacto social
Si bien la necesidad de poblar el país de inmigrantes ya se asentaba en el
momento mismo de nuestra liberación de España2, fue a partir de la segunda
mitad del siglo XIX que ésta se convierte en una política estatal dirigida por las
élites gobernantes. Es así que, una vez superados los conflictos internos, la
inmigración se convertirá en uno de los medios principales para modernizar el
país y ocupar el territorio recientemente conquistado. Así lo dejaron asentado en
la Constitución Nacional de 18533y en la ley 817 de “Inmigración y
Colonización” (1876), iniciativa del entonces presidente Nicolás Avellaneda, cuyo
objetivo prioritario fue poblar las grandes extensiones de tierra de nuestro país a
través de incentivos a la radicación agrícola4.
Si bien estas políticas de incentivo a la inmigración ya habían declinado hacia
1880, fue durante este período que la llegada de extranjeros adquiere lo que
4El apartado 15° del Artículo 3 mencionaba, entre las funciones del Departamento General de
Inmigración, el dirigir la inmigración a los puntos que el Poder Ejecutivo, de acuerdo con la Oficina de
Tierras y Colonias, designen para colonizar. En 1856 se crearon las primeras colonias agrícolas en la
provincia de Santa Fe.
3El artículo 25 de la CN lo explicita claramente: “El gobierno federal fomentará la inmigración europea y
no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los
extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir las ciencias y las
artes”.
2La Primera Junta de 1810 indicaba que “todos los extranjeros de países que no estén en guerra con
nosotros” podían trasladarse al país, donde gozarían de todos los derechos de los ciudadanos” (Devoto,
2003:211) y en 1812, el primer triunvirato dicta un decreto que declara la necesidad de la inmigración al
ser “la población el principio de la industria y el fundamento de la felicidad de los Estados (Panettieri,
1970:9).
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Romero lla “su faz aluvial”5, que continuó casi ininterrumpidamente hasta la
década de 1930, período de descenso de este arribo –debido a la crisis económica
mundial, los conflictos bélicos y algunas políticas restriccionistas del gobierno
argentino–, recomponiéndose luego y prolongándose hasta mediados de la
década de 1950. Este fenómeno inmigratorio constituyó la base fundamental
para el crecimiento poblacional y uno de los principales factores de los procesos
de cambio social y cultural, distribución espacial de la población y urbanización,
especialmente de Buenos Aires y las ciudades del Litoral argentino.
Argentina se inscribe entre los países que mayor cantidad de inmigración europea
recibió: el 10,1% del total de 65 millones de inmigrantes que dejaron Europa entre
1830 y 1950 (Cornblit, 1965, citado en Herrera, 2010). Y si bien ocupó el tercer
lugar después de Estados Unidos y Canadá en números totales, en términos
relativos fue el país que mayor extranjeros recibió en proporción con su población
nativa, que era escasa6.
Las cifras son elocuentes y reflejan claramente el impacto (al menos cuantitativo)
del proceso migratorio. A modo de ejemplo, en el censo nacional de 1895, una de
cada cuatro personas era extranjera7y en el de 1914, una de cada tres8. Pero,
además, la inmigración no se distribuyó uniformemente, sino que fue un
fenómeno esencialmente urbano, y la aglomeración metropolitana del Gran
Buenos Aires concentró, a lo largo del período 1869-1960, entre el 40 y el 60% de
la población extranjera total (Germani, 2010).
En este sentido, dice Germani (2010):
(...) la intensidad y el volumen de la inmigración, en relación con la población
nativa residente, fue tal que en un sentido no metafórico podría hablarse de una
renovación sustancial de la población del país, en particular en las zonas de mayor
significación económica, social y política (...)”
8La población total había alcanzado los 7.885.000, siendo los extranjeros un 29,9%. Fuente: INDEC
7En ese momento, el país alcanzaba los casi 4 millones de habitantes y los extranjeros constituían el
25,2% de ellos. Fuente: INDEC
6Mientras en Estados Unidos los inmigrantes constituían el 14,7% de la población total en 1890, en
Argentina eran el 25,2% en el censo de 1895 (Devoto, 2003)
5Romero (2013) definió como aluvial a este período de nuestra historia, queriendo comparar las
características que se le atribuyen a los «aluviones» (sedimentos diversos arrastrados por una corriente
de agua violenta y repentina), con la llegada de gran cantidad de inmigrantes, procedentes de distintas
culturas, niveles sociales y características raciales.
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2. Políticas inmigratorias y debates ideológicos
2.1 El proyecto de la Generación del '37
Como se mencionó, la inmigración masiva hacia Argentina no fue un fenómeno
espontáneo, sino el resultado de un proyecto deliberadamente pensado por un
grupo de intelectuales y dirigentes argentinos que tuvo crucial importancia en el
período conocido como de Organización Nacional9(1852 a 1880): la llamada
Generación del ’3710.
Centralizado el Estado en Buenos Aires, esta élite dirigente se encontraría con la
posibilidad de planificar una nueva sociedad a través del aporte europeo. Es decir,
tenían la intención de crear una nueva identidad nacional, eliminando la ‘barbarie’
indígena, la haraganería del gaucho y el oscurantismo español por un Otro ideal:
el ciudadano de Europa del norte. Para estos intelectuales, el liberalismo y el
positivismo eran el símbolo del progreso y la modernidad (Erausquin, 2012).
Entonces, el papel de la inmigración –y las exigencias hacia ella– será s vasto
que simplemente poblar las tierras recientemente conquistadas: la inmigración
debía dotar de una nueva identidad a los habitantes del suelo argentino. En este
sentido, Alberdi, en su obra Bases y puntos de partida para la organización nacional
(1852), ejemplificaba este pensamiento al afirmar: "En América todo lo que no es
europeo es bárbaro". Esta visión de Alberdi fue muy influyente y se plasmó luego
en políticas concretas, como la Constitución Nacional y la ley 817 de
"Inmigración y Colonización".
En otras palabras, se buscaba construir de manera 'artificial' la identidad de la
joven nación —o al menos influir considerablemente en ella— integrando a los
inmigrantes europeos, pero excluyendo a ciertos habitantes del territorio: el
indígena, el gaucho, y los afrodescendientes (los 'bárbaros'). En este contexto, se
10 La Generación del '37 fue un movimiento intelectual argentino de mediados del siglo XIX, que
propugnaba el abandono de los modos monárquicos heredados de la colonia española y la instalación de
una democracia que garantizara los derechos de los ciudadanos. Sus principales exponentes fueron
Sarmiento, Alberdi, Mitre, Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría. Su nombre proviene del año 1837,
en que se creó el Salón Literario, al que pertenecían la mayor parte de sus miembros. Sus obras,
especialmente las de Sarmiento y Alberdi, sirvieron de inspiración a la hora de sancionar la Constitución
Nacional de 1853.
9Organización Nacional es el nombre que recibe en la historia de la Argentina el período comprendido
entre la derrota del régimen rosista en la Batalla de Caseros, ocurrida en 1852, y el acceso al poder de la
llamada Generación del 80, alrededor del año 1880. En este período se definió el enfrentamiento
histórico entre el Partido Federal y el Partido Unitario, enfrentados en las guerras civiles argentinas,
organizándose definitivamente el país como una federación de provincias.
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puede pensar que esta eliminación no solo se llevó a cabo mediante la exclusión
física —concretada a través de la Campaña del Desierto liderada por el presidente
Roca—, sino también en el plano simbólico, ya que ni el indígena ni el
afrodescendiente fueron representados en la historia oficial (Erausquin, 2005).
En esta línea, los efectos de estos discursos tendrían gran influencia no sólo en las
políticas aplicadas en materia inmigratoria, sino especialmente en el imaginario
colectivo acerca de las bondades de la inmigración europea para el desarrollo del
país.
Este imaginario persistió a lo largo de gran parte de nuestra historia y aún se
manifiesta en los discursos sobre la conformación de la identidad nacional,
particularmente en las nociones del 'crisol de razas' o dichos como el que “los
argentinos descendemos de los barcos”. Sin embargo, también es posible inferir
que este imaginario desempeñó un papel crucial en el proceso de integración
social de los inmigrantes y su relación con los nativos, dado que, a pesar de la
notable aglomeración urbana durante algunas décadas, no se registraron
grandes conflictos en la vida cotidiana de las ciudades.
2.2 Cambios en la percepción de la inmigración hacia fines del siglo XIX
Sin embargo, hacia 1880, la concepción hegemónica de una nación liberal y
cosmopolita comienza a resquebrajarse. Surgen grupos, en el campo de la
discusión política, que defienden una concepción esencialista de la identidad
nacional, previa al aluvión inmigratorio.
Varios factores contribuyeron a este cambio de paradigma. Por un lado, y para
desconcierto de las elites del ‘37, los contingentes de inmigrantes no provenían,
en su mayoría, del norte de Europa, con las características sociales y culturales
deseadas, sino de los países más pobres. Además, una abrumadora mayoría
procedía de Italia y España, aspecto que contradecía el deseo de los dirigentes de
evitar el predominio de algún grupo étnico por sobre los demás (Marrone y
Moyano Walker, 2006) 11.
Por otra parte, los extranjeros se asentaron principalmente en áreas urbanas, en
lugar de las grandes extensiones para las cuales habían sido atraídos. La razón de
11 Para contrarrestar este efecto y reorientar los distintos componentes nacionales que llegaban al país,
uno de los proyectos fue subsidiar una inmigración deseada (de Europa del Norte). Este proyecto
demostró enseguida su fracaso (Devoto, 2003).
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este ‘fracaso de la inmigración agraria se debió, en gran parte, a las deficiencias
en el régimen de distribución de la tierra12 y a que grandes ciudades como Buenos
Aires ofrecían mejores oportunidades de trabajo, especialmente para las
actividades de servicios, construcción y producción. Por este motivo, muchos de
los inmigrantes rurales abandonaron sus labores agrícolas y se instalaron en los
suburbios urbanos.
El propio Sarmiento, uno de los principales impulsores de esta inmigración,
expresaría décadas después (en 1887):
“Cuando se ven llegar millares de hombres al día, todos sienten el malestar de
la situación, como una amenaza de sofocación, como si hubiera de faltar el aire y
el espacio para tanta muchedumbre13
Esta sensación de "sofoco" mencionada por Sarmiento ilustra el cambio de
percepción de las élites gobernantes e intelectuales hacia finales del siglo XIX y
principios del XX (la llamada Generación del ’80)14, con respecto a la anterior
(Generación del ‘37), ante una Buenos Aires que recibía la mayor parte del aluvión
inmigratorio. Estos intelectuales ya no veían a la inmigración como un fenómeno
civilizatorio, sino como un posible factor de desintegración de la identidad
nacional. Incluso Alberdi, en un apéndice a las Bases en 1873, expresa que
gobernar es poblar si se educa y civiliza como en Estados Unidos, pero que en
Argentina, “poblar es envenenar un país cuando en vez de poblarlo con la flor y la
nata de la población trabajadora, se la puebla con la basura de la Europa atrasada
o menos culta” (en Herrera, 2010).
Por otra parte, a principios del siglo XX comenzaron los primeros conflictos
sociales: reclamos de colonos, inquilinos, huelgas y protestas por parte de la masa
obrera –en su mayoría extranjera– anarquista o socialista, provocando que los
inmigrantes dejen de ser una esperanza para convertirse en una amenaza. Ya en
1902, la “Ley de Residencia”, que autorizaba al gobierno a deportar extranjeros
sentó un precedente que se completó luego con la “Ley de defensa social”.
14 La Generación del ‘80 fue un grupo de la élite gobernante de la República Argentina entre los años
1880 y 1916. Sin embargo, el nombre comenzó a tomar fuerza recién en la década de 1920. Estaba
compuesta, entre otros, por Miguel Cané hijo, Lucio Mansilla, Eduardo Wilde y Paul Groussac y el
positivismo argentino: José María Ramos Mejía, José Ingenieros y Carlos Octavio Bunge.
13 Sarmiento, El Diario, 10 de septiembre de 1887, en Condición de extranjero en América, (1994).
12 La creación de grandes latifundios, el aumento del valor de la tierra, la escasa ayuda por parte del
Estado y el otorgamiento a compañías con fines de lucro para la subdivisión de las tierras y la
organización de las colonias, dificultó el acceso de muchos inmigrantes a la actividad agropecuaria, tal
como les había sido prometido por los agentes en Europa.
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A estos planteos se sumarían, también, las preocupaciones por la escasa
integración de las comunidades inmigrantes. Por lo general, el idioma empleado
era el de origen, leían periódicos comunitarios, se casaban con sus connacionales
y en sus asociaciones se fomentaba la adhesión a la patria de ultramar. Además, la
política de naturalización de los extranjeros residentes en el país había fracasado.
Tal como lo afirma Bertoni (2001),
“En la Argentina parecía confirmarse la abrumadora tendencia de los
extranjeros a no naturalizarse. Esto permitía a los hijos nacidos en la Argentina
conservar la nacionalidad de los padres (…) Estos hijos, reclamados como
propios por las naciones de origen y educados en otros idiomas, adquirían
conciencia de otra nacionalidad, mientras que en el país la propia nacionalidad
se diluía cada vez más, a medida que aquella cobraba fuerza. Esto le planteaba
al país una vulnerabilidad potencial” (p.28)
Sin embargo, los debates sobre el valor positivo o negativo de la inmigración no
se reflejaban con frecuencia en la vida cotidiana, donde las relaciones eran
generalmente fluidas a pesar de la masiva presencia de extranjeros en las
principales ciudades argentinas. En cambio, estas disputas se daban
principalmente en el plano simbólico y político (Bertoni, 2001).
2.3 La construcción de una identidad nacional en tiempos de inmigración
Estas preocupaciones generaron, en los años cercanos al Centenario de la
Independencia, un clima de tensión en torno a la percepción de la identidad
nacional. Algunos sectores comenzaron a revalorizar elementos culturales previos
a la inmigración masiva: la herencia hispánica, la figura del gaucho y el criollismo,
que habían sido negados en etapas anteriores. Se trataba de una identidad
establecida en el pasado, fuertemente esencialista, que incluía una lengua común,
un arte, una raza y costumbres propias. En otras palabras, se buscaba afirmar que
la Nación Argentina ya estaba consolidada antes del aluvión inmigratorio. Para los
intelectuales de la Generación del ’80, esa era una oportunidad para desarrollar
una identidad nacional más homogénea, a pesar de la creciente diversidad de
orígenes en el país.
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Con este fin, se implementaron políticas orientadas a superar la heterogeneidad
social y generar un sentido de cohesión entre los inmigrantes, pero especialmente
entre sus hijos nacidos en Argentina, mediante lo que Hobsbawm (2002)
denominó la ‘invención de la tradición’. Esto implicaba la creación de un relato
común, con símbolos y emblemas compartidos (Baczko, 1991), que moldeara una
identidad nacional promovida por las clases dirigentes y transmitida a través de
instrumentos del Estado, como la escolaridad laica, gratuita y obligatoria (para
contrarrestar la influencia de las escuelas de colectividades) y el servicio militar
obligatorio, pero también a través de piezas culturales y medios de
comunicación. Esta reglamentación incluía la celebración de fechas patrias, el uso
de banderas y escudos, y la creación de un panteón de héroes nacionales.
De este modo, se fue configurando un imaginario del crisol de razas’ y la idea de
una cultura mestiza bajo una nueva identidad nacional. Este fenómeno, lejos de
ser un elemento pasajero propio de una sociedad en formación, se consolidó
como un sistema de respuestas culturales’ que perduró, al menos, hasta la
década de 1950 (Sarlo, 1988).
A pesar de que para los dirigentes nacionales de finales del siglo XIX y principios
del XX los inmigrantes habían dejado de ser considerados un instrumento
civilizatorio y para ser vistos como un objeto a civilizar, coincidimos con Devoto
(2003) en que el intento de construir una identidad nacional homogénea pudo
haber contribuido a una integración social significativa. Esto merece ser valorado,
ya que, como hemos mencionado, no se registraban grandes conflictos en la vida
cotidiana y el crisol de razas’ se mantuvo como un imaginario social positivo en la
historia argentina.
3. La representación del inmigrante en la esfera cultural
En coincidencia con lo desarrollado anteriormente, Sarlo (1988) afirma que estas
posturas fueron las fuentes principales de las que se alimentó la historia cultural
argentina: por un lado, los elementos culturales del criollismo y, por el otro, los
relacionados con la modernización, que implicaron “una descomunal importación
de bienes, discursos y prácticas simbólicas”.
Es decir que, en el campo de la cultura, estas corrientes aparecen representadas
en una gran cantidad de obras durante el período de 1880 a 1930, especialmente
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de la literatura y del teatro (y, posteriormente, en las primeras producciones del
cine argentino).
De este modo, podemos afirmar que comienza a emerger una figura social y
literaria del inmigrante en la que la representación del Otro se convierte en una
estrategia discursiva para argumentar, desde diferentes perspectivas, sobre los
beneficios o los peligros de las políticas inmigratorias."
3.1 El campo literario
En la literatura de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX se encuentran
muchas historias de ficción que retratan la vida del extranjero en el país: sus
éxitos y fracasos, sus proyectos y sus relaciones, amistosas o conflictivas, con los
nativos. De este esquema surgen dos tesis contrapuestas: o bien que la presencia
del extranjero es positiva para el país, o bien que dicha presencia es nociva y que
la decisión de abrir las puertas al extranjero constituyó un gran error.
3.2 Visiones negativas: el inmigrante como amenaza
Las visiones negativas de la presencia del extranjero provienen de figuras
procedentes de familias tradicionales, con una ideología de corte nacionalista o
católica, que ven con mayor hostilidad al aluvión inmigratorio. En este sentido,
podemos mencionar dos corrientes: la de fines del siglo XIX: Julián Martel (La
Bolsa, 1891), Antonio Argerich (Inocentes o culpables, 1884) y Eugenio Cambaceres
(En la sangre, 1887); y la de la década del ‘30, tal es el caso de Manuel Gálvez, Hugo
Wast (seudónimo de Gustavo Martínez Zuviría), como los más reconocidos.
A fines del siglo XIX, encontramos una generación de escritores que plantean las
consecuencias negativas de la inmigración, como consecuencia del aluvión de
extranjeros arribados al país, las promesas incumplidas de la Generación del ‘37 y
un clima de época antiinmigratorio. Argerich, crítico especialmente de la
inmigración italiana, expone abiertamente su postura en el prólogo a su obra
Inocentes o Culpables (1884), lo que evidencia la relación entre política y literatura:
“En mi obra, me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea,
que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe
aspirar la República Argentina” (Argerich, 1884)
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Mientras que Julián Martel (seudónimo del escritor José María Miró) propone
teorías abiertamente antisemitas. En su obra La Bolsa (1891) sostiene que fueron
los judíos los agentes especuladores y contaminadores que llevaron a la Argentina
a la severa crisis económica argentina de fines de siglo XIX.
En los años ’30, los nacionalistas, fuertes en el gobierno, reivindican a Manuel
Gálvez y Hugo Wast, quienes critican el "desequilibrio" que la inmigración
supuestamente causó en la sociedad argentina. Ambos autores muestran
preocupaciones sobre la identidad nacional en riesgo y, como todos los
nacionalistas, son portavoces de una tradición que asimila al Otro a lo negativo, a
lo imperfecto (Erausquin, 2012).
Gálvez publica, en 1934, artículos en el diario La Nación bajo el título de Este pueblo
necesita… luego editadas en formato de libro. En esta obra, Gálvez, de corte
católico, expresa una preocupación por el peligro que la inmigración europea
pudiera causar en la moral y las instituciones del país, pero sobre todo arremete
contra el liberalismo internacional.
Sin embargo, las observaciones del autor son contradictorias ya que, si bien suele
idealizar el pasado criollo frente a la modernidad liberal, también realiza una
crítica hacia el argentino de las primeras décadas del siglo XX, a quien lo observa
como poco afecto al sacrificio y la austeridad. En su texto menciona que el
argentino sólo piensa en los placeres materiales. Mientras en otros pueblos la
juventud es austera, fuerte y laboriosa (...) aquí es sibarita o pretende serlo; aquí
sólo vive para el amor fácil, para el tango sensual o la muestra mediocre de la vida
en sociedad” (Gálvez, 1934. p.8). Y en otro pasaje insta a (...) Sacudir de nuestro
espíritu la modorra colonial que aún perdura” (Gálvez, 1934. p.11). En el texto,
Gálvez demuestra su admiración por el fascismo de Mussolini, los primeros años
de la Alemania nazi y deja en claro que los argentinos tomaron de Francia lo peor:
no su laboriosidad y trabajo duro sino sus placeres fáciles.
Por su parte, Martínez Zubiría muestra una posición similar en ensayos agrupados
bajo el título El becerro de oro, que aparecen luego en su libro Nave, oro, sueños,
impreso en 1936. Esta novela aborda temas como la corrupción y los males
sociales que, según el autor, acompañaron el crecimiento económico y el influjo
masivo de inmigrantes, desde una perspectiva católica y conservadora. Hay que
destacar el claro antisemitismo en algunos de sus escritos, en particular, El Kahal
(1935), en el que arremete contra los que prefieren el becerro de oro”, lo material,
antes de que seguir a Dios. La obra fue un éxito entre los crecientes círculos
antisemitas y nacionalistas de Argentina durante la década del ‘30.
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Dentro del grupo crítico a las políticas inmigratorias, también se encuentran los
que idealizaban el pasado gauchesco, con el Martín Fierro como ejemplo
paradigmático. Es el caso de Leopoldo Lugones, una de las figuras más
influyentes dentro de este clima de ideas hostil hacia la inmigración. Lugones
realizaba un inversión de la dicotomía de Civilización o Barbarie sarmientina. Para
él, el campesino europeo no era un agente de la civilización, sino un ser inferior
(Devoto, 2003), mientras que el gaucho encarnaba al hombre libre y el coraje. Este
personaje, además, representaba la excepcionalidad de la cultura argentina en el
contexto americano de civilizaciones indígenas.
Como podemos observar, entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, la
literatura reflejaba la postura de ciertos sectores críticos de la política inmigratoria
estimulada durante las décadas anteriores, frente a la gran masa de inmigrantes
pobres, urbanos y a menudo militantes políticos de izquierda.
En este sentido, si a fines del siglo XIX encontramos escritores de familias
tradicionales alineados con la postura de la Generación del ‘80, que criticaban las
políticas pro inmigratorias delineadas en las décadas pasadas y denunciaban que
ninguna de sus promesas habían sido cumplidas; en los años ‘30, con los
nacionalistas al poder, se reviven las posturas más bien católicas y tradicionales a
la hora de analizar al Otro como el que corrompe los valores morales de la
sociedad. En cualquier caso, el atraso, la brutalidad, la avaricia e ignorancia,
sustituyen al esperanzado papel civilizador europeo (Aínsa, 2000).
3.1 Visiones positivas: el "crisol de razas" y la tierra prometida
Sin embargo, también aparecen obras de la literatura, sobre todo popular, que
continúan con el imaginario positivo de la inmigración y el crisol de razas como
parte fundamental de la conformación identitaria argentina y destacan la
capacidad de integración cultural del país. Dentro de ellas, se encuentran
especialmente obras de la cultura popular, como Bianchetto, de Adolfo Saldías
(1896); Promisión, de Carlos María Ocantos (1897); Libro extraño, de Francisco
Sicardi (1894-1902); Los gauchos judíos, de Alberto Gerchunoff (1910); El casamiento
de Laucha, de Roberto Payró (1906) y La gringa, de Florencio Sánchez (1904), entre
otros.
En estas obras, la mezcla de idiosincrasias que existía en los conventillos
constituyó una gran fuente de inspiración. Las comidas sencillas, el griterío y la
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mezcla idiomática, el sentido de la familia, la capacidad de adaptación y el trabajo
duro eran los tópicos que ilustraban la convivencia entre extranjeros y criollos, en
un tono costumbrista y quizás demasiado idealizado, pero cargados de
optimismo.
Detrás de este tipo de literatura también aparece el mito de la tierra prometida,
especialmente representado por obras como Los gauchos judíos yBianchetto que,
si bien no incluían toda la complejidad que conllevaba el proceso migratorio,
representaba la esperanza de un futuro en Argentina. Estas obras, escritas en su
mayoría por inmigrantes, incluían un mito esperanzador, gracias al cual puede
comprenderse no sólo la emigración, sino también la asimilación, integración y
transculturación cultural operada en la sociedad argentina (Aínsa, 2000).
Saldías publica en 1896 la novela Bianchetto, la patria del trabajo, en la que
establece un diálogo con el pasado, comenzando el relato durante la presidencia
de Sarmiento. En ella un niño huérfano deja los suburbios de Génova para
transformarse en un verdadero gaucho argentino, virtuoso y patriota, en un
campo presentado como tierra de trabajo, prosperidad y realización plena del
crisol de razas (Villanueva, 2000). Según López (2018), esta obra parece responder
a la novela crítica a la inmigración En la sangre (1887) de Eugenio Cambaceres, ya
que si bien Bianchetto contrasta con Génaro (un italiano caricaturizado como
violento e ignorante por Cambaceres), ambas novelas abordan un tema central
para los intelectuales de la época: el ascenso social.
4. El inmigrante en el teatro argentino
4.1 El sainete criollo y los estereotipos del inmigrante
En el Río de la Plata, los sainetes15 o el género chico fueron las primeras obras
teatrales en representar al inmigrante. La primera inclusión de un extranjero se
puede remontar hacia fines del siglo XVIII, con El amor de la estanciera16 (Parola,
2006), una de las obras fundacionales del teatro argentino, que ya incorpora a un
pirata portugués junto con la figura del gaucho.
16 Se trata del portugués Marcos Figueira, que disputa el amor de una mujer con el paisano protagonista.
La obra fue escrita en verso entre 1780 y 1795 y pertenece al género popular chico. De autor anónimo,
es la pieza más antigua conocida del teatro argentino.
15 Los sainetes eran obras cómicas breves (de uno o dos actos) de comicidad directa, escritas en lenguaje
coloquial. El actor y dramaturgo Lope de Rueda los popularizó en España durante el siglo XVI y su éxito
se debió a la preferencia del público por espectáculos menos extensos y costosos.
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Sin embargo, fue durante las primeras décadas del siglo XX que el sainete criollo17
se convirtió en el género teatral popular por excelencia, en el que las diversas
nacionalidades eran retratadas a través de personajes estereotipados o tipos”
fácilmente reconocibles por el público que, a su vez, estaba compuesto también
por inmigrantes que se veían representados en esas caricaturas (Núñez Seixas,
1999). Por lo general, eran obras breves (de uno o dos actos) de comicidad directa,
escritas en lenguaje coloquial, en los que la otredad podía ser utilizada para la
burla: al pintoresquismo, la inocencia y los modales de otros lugares, frente a la
hegemonía cultural de los nativos de la ciudad (Valdez, 2000). Sin embargo, a
pesar del estereotipo o las representaciones maniqueas, “Se trataba de un mundo
en el que, si aparecía el conflicto, los personajes lograban, a pesar de todo,
convivir. Un mundo en el que conflicto e integración son las dos caras de la misma
moneda” (Villanueva, 2000).
En Argentina, el sainete criollo fue en un verdadero hito cultural durante las
primeras décadas del siglo XX con más de tres mil obras escritas, una elevada
cantidad de compañías y autores teatrales18 y gran aceptación del público.
Además, sus piezas no sólo se representaban en escena, sino que también se
distribuían en forma impresa como folletines o literatura de cordel, lo que podía
facilitar la alfabetización o aprendizaje del idioma castellano.
Otro subgénero teatral con gran inclusión de inmigrantes fue el denominado
grotesco criollo, una derivación local del grotesco italiano, que incluía
manifestaciones también del sainete y cuyas obras principales se encuentran
entre las cadas de 1920 y 1930.
Por esa época, existía en nuestro país un público de teatro cada vez más
numeroso, compuesto en gran parte por inmigrantes que necesitaban una
imagen de su propia realidad que superar la incluida en los sainetes. Incluso, el
propio género chico fue transformándose en tragicómico con piezas como El
movimiento continuo (1916), de Armando Discépolo, Mario Folco y Rafael José de
Rosa, o Mustafá (1921), de Discépolo y de Rosa.
El grotesco criollo, un subgénero dramático, cuyo principal exponente fue
Armando Discépolo, subrayaba la situación de miseria económica y moral en la
que vivían las clases bajas, restándole todo el optimismo de integración que
18 Algunos de los más famosos fueron Nemesio Trejo, Alberto Vaccarezza, Florencio Sánchez, Carlos M.
Pacheco.
17 El sainete español combinado con las formas del circo, dio como resultado una modalidad original del
Río de la Plata conocida como sainete criollo”.
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podría incluir las otras obras populares. El autor construía personajes
angustiados, fruto del fenómeno migratorio.
Si bien, tanto en Mateo como Stéfano el protagonista era un inmigrante italiano,
sus obras eran descripciones que excedían al inmigrante en para incluir a toda
la sociedad: el concepto de cambalache, amontonamiento y confusión. Sin
embargo, el público popular no acompañó a este tipo de obras y tampoco
surgieron otros autores, quedando la obra de Discépolo como parte del “teatro
culto” (Parola, 2006).
En este sentido, podemos considerar que, con sus diferencias, tanto el sainete
como el grotesco fueron géneros en los que los sectores populares, y
especialmente los inmigrantes, tuvieron su lugar en la representación.
Conclusión
Los debates sobre la identidad nacional durante el proceso migratorio generaron
tensiones y negociaciones constantes entre quienes idealizaban un pasado criollo
y quienes veían en la inmigración un aporte fundamental para su conformación y
futuro. Estas divergencias se plasmaron en la literatura y el teatro de finales del
siglo XIX y primeras décadas del XX, contribuyendo a la construcción de una
identidad nacional compleja y dinámica, que aún continúa.
Hall (1997) ha destacado el gran impacto de las representaciones en la
configuración identitaria de la sociedad, ya que éstas construyen imágenes,
nociones y mentalidades que son compartidas por determinados grupos. Por lo
tanto, resulta crucial preguntarse entonces qué representaciones predominaban
en la producción cultural de la época de inmigración de masas al país.
En este sentido, observamos que los autores provenientes de familias
tradicionales, a menudo, expresaban en sus obras una valoración negativa hacia
la inmigración, prevalente en sus clases sociales. Ya sea quienes adscribían a las
ideas de la Generación del ‘80 reivindicando el pasado criollo o los que
simpatizaban con las ideas nacionalistas de los años ‘30, por lo general estos
autores veían al inmigrante como una amenaza a la homogeneidad idealizada en
un pasado heróico o una identidad de carácter esencialista.
En contraste, las obras de la cultura popular, mayormente escritas por
inmigrantes, fueron las primeras en darle voz y protagonismo al extranjero, voz
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relegada por la alta literatura. De esta manera, puede suponerse que estas obras,
si bien cargadas de estereotipos, se convirtieron en un vehículo para la
integración y transculturación de los inmigrantes en una sociedad que les
resultaba ajena.
Mientras el grotesco criollo denunciaba la miseria en la que vivían muchos
extranjeros de las clases bajas; géneros como el sainete criollo y las novelas
populares, a pesar de sus simplificaciones, jugaron un papel relevante en la
integración cultural. Estas últimas, incluyeron la temática del crisol de razas como
manera de superar las tensiones existentes en la sociedad y construir el futuro
identitario de nuestro país.
En última instancia, este período de inmigración masiva, y las representaciones
culturales que generó, demuestran cómo la identidad nacional argentina se forjó
en el calor de debates y experiencias, creando una narrativa compleja que escapa
a ciertas ideas simplificadas de un pasado sin tensiones.
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Fecha de recepción:15/9/2024
Fecha de aceptación: 18/10/2024
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