83 |pp 75-90|Año XIV N°25|junio 2022 – noviembre 2022|ISSN 1852-8171| Dossier
las UE que las tienen explicitadas, oficializadas y comunicadas. No obstante, la mayoría tienen mencionados sus
objetivos, pero no los valores y principios, así como la estrategia y planes estratégicos organizacionales.
Cuando se analizó la capacidad de aprender continuamente (dimensión personal), se encontró que fue muy poco
auto valorada; situación que llama la atención siendo que se trata de individuos que trabajan creando conocimiento
y aprenden de sus investigaciones. Probablemente se trate de una actitud hacia aprender temas de gestión y
administración en particular; no obstante, se observó que hay una oportunidad para cambiar la mirada y la
disposición hacia el aprendizaje, sobre todo en las nuevas generaciones. Esto es relevante e importante en el
sentido que para adquirir conocimiento es necesario fomentar el aprendizaje como organización en las UEs. Hacer
un estilo de conducta, un modo de actuar, una forma de ser en donde todos sean trabajadores del conocimiento;
y de esta manera transformarse en una organización que aprende o inteligente (Senge, 2004).
La capacidad de innovación se ubicó por debajo del promedio en su autovaloración (3,59 vs 3,66); quedando
revelado que hay debilidad para aportar soluciones a las necesidades, problemas y demandas del mundo de la
producción, la sociedad y el ambiente; a pesar de la alta valoración obtenida en la capacidad emprendedora para
desarrollar y gestionar proyectos de I+D (contribuye al agregado de capacidad de innovación). Escenario este, que
se alínea con lo señalado por la Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación - MINCYT
– Argentina (2020); por un lado, porque el ecosistema productivo, sobre todo el de las pequeñas y medianas
empresas, no tienen la capacidad de absorción necesarias de nuevas tecnologías y porque las políticas públicas
orientadas al desarrollo de la innovación generando procesos virtuosos que derramen en beneficios sociales no son
las suficientes. Y por el otro, porque las actividades de ciencia y tecnología están desfasadas de las necesidades
socioeconómicas actuales, entonces cabe preguntarse, ¿para qué investigan los investigadores? Avanzar más allá
de estos comentarios implicaría entrar en una discusión ideológica sobre la elección de modelos de ciencia y
tecnología.
También es cierto que el sistema científico argentino valora a la carrera de los investigadores por su capacidad para
publicar. Por lo tanto, afecta la motivación y el interés de este para orientarse a proyectos de I+D, destinados a
solucionar demandas sociales o productivas de su entorno, pues les resta tiempo e influye negativamente en el
rendimiento de publicación, que puede tener graves consecuencias en su evaluación.
Asimismo, la alta valoración asociada a la capacidad emprendedora contrasta con lo señalado por la European
Commission en tanto y en cuanto que para emprender es necesario capacidad de aprendizaje para incorporar
nuevos conocimientos, que se traducen en acción para resolver con éxito las diferentes problemáticas, tanto
laborales, sociales y medioambientales (European Commission/ JRC Science for Policy Report, 2016). Posiblemente,
aquí, los investigadores asocien la capacidad emprendedora con la capacidad de gestionar sus proyectos de
investigación en diferentes condiciones socioeconómicas, relacionadas con las partidas presupuestarias que
reciben y que suelen no ser suficientes la mayoría de las veces (conseguir recursos para los proyectos). Situación
que dista bastante del rol del científico emprendedor analizado en las bases teóricas y que se enfoca en la
oportunidad de materializar sus investigaciones, en la forma de un producto elaborado con una visión de mercado
a partir de habilidades que favorezcan el interés por las iniciativas privadas desde la ciencia, generando empresas
basadas en el conocimiento y, reflejándose también en un incremento en las relaciones entre el sector científico y
el sector empresarial; avanzando hacia mercados de mayor valor añadido y más sostenibles en el tiempo. Pero
como mencionan Kantis y Angelelli (2020), los investigadores científicos están formados “(…) de un modo distinto
al de los emprendedores (…); por ejemplo, en cuanto a preferencias temáticas, el horizonte de tiempo para pasar
del pensamiento a la acción y la actitud ante el riesgo, entre otras cuestiones” (p. 7).
El hecho de que la capacidad para aprender continuamente y de tener disposición para la apertura de pensamiento
y de ideas adaptándose a un entorno cambiante, sea la habilidad menos auto valorada, junto con la innovación en
el agregado de la dimensión personal de habilidades directivas (3,35 y 3,59 respectivamente); conduce a pensar
que la transferencia de conocimiento entre el grupo etario >= 57 años hacia el grupo etario comprendido entre 41
a 56 años no se produce eficientemente. ¿Será por una cuestión de actitud o de técnica? como lo señala (Cerro
Guerrero, 2010). O como señalan Prelipcean y Bejinaru (2016), que consideran el papel estratégico que juega el
líder para incentivar a su equipo a aprender, estableciendo la cultura y los medios necesarios para el aprendizaje,