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/ pp 99-116 / Año 9 Nº17 / DICIEMBRE 2022 – JUNIO 2023 / ISSN 2408-4573 / SECCIÓN GENERAL
Coulon, citado por Panaia y Delfino, (2019, p 34) expresa que “la transición del secundario al superior es un momento
delicado porque es un período de rupturas y cambios, que van desde la ruptura del espacio, hasta la distribución del
tiempo, la vida familiar y la pérdida de amigos”. Es por ello que la capacidad de resiliencia que tengan tanto la institución
como los estudiantes puede ser un factor importante en el proceso que tiene el estudiante hasta lograr su “ciudadanía
universitaria”. La resiliencia, entendida como la capacidad de sostenerse frente al impacto de lo nuevo, ayudará a este
estudiante a sortear con éxito el proceso de adopción de una socialización universitaria.
Rodríguez (2017) señala que existe una correlación positiva entre la resiliencia académica y la resistencia frente al
estrés, entendida aquella como la adopción de estrategias eficaces para afrontar situaciones estresantes en contextos
como el escolar y el de pares. Cuando no se adoptan estrategias adecuadas para afrontar dichas situaciones de estrés,
puede producirse el burnout académico, definido como un estado de agotamiento físico, emocional y cognitivo como
consecuencia del involucramiento prolongado en situaciones generadoras de estrés el cual estaría relacionado con el
mal desempeño académico (Vizoso-Gómez & Arias-Gundín, 2018).
Una proporción sustancial de estudiantes experimenta niveles notables de estrés durante el año académico,
especialmente en los primeros años de su carrera (Gustems-Carnicer et al., 2019). Las situaciones de estrés a la que
están sometidos los estudiantes no sólo tienen que ver con la inserción en un entorno educativo desconocido y la
necesidad de enfrentar lo nuevo. Muchas veces el entorno es hostil, sobre todo cuando existe maltrato por parte de los
docentes y más aún si este maltrato se da en situaciones de exámenes (Paz y Abdala, 2022).
Existe evidencia científica que ha encontrado una relación directa entre el burnout académico y la intención de
abandonar los estudios (Bumbacco y Scharfe, 2020; Caballero Dominguez et al., 2018; López-Aguilar y Álvarez-Pérez,
2021)
Sobre esta premisa, podríamos asociar el abandono como un mecanismo de defensa del estudiante frente a una
situación que lo afecta física y psicológicamente. “No todos los abandonos universitarios tienen la misma motivación ni
el mismo significado” (Panaia y Delfino, 2019. p 38). El estudiante puede tener una visión totalmente opuesta de este
hecho si la comparamos con la institución universitaria (la cual analiza este hecho con preocupación). El estudiante
puede estar “rescatándose” de una situación que lo afecta. Como bien lo expresa Tinto:
Aunque un observador, tal como el funcionario universitario, puede definir el abandono como un fracaso
en completar un programa de estudios, los estudiantes pueden interpretar su abandono como un paso
positivo hacia la consecución de una meta; sus interpretaciones de un determinado abandono son
distintas porque sus metas e intereses difieren de los del funcionario (Tinto, 1989. p 1).
La connotación negativa que tiene la palabra “abandono” puede cambiar si pensamos que, en realidad, dicho proceso
puede significar la salida de una situación que sólo produce estancamiento en el estudiante, un “auto-rescatarse”. El
abandono puede significar el paso a una nueva instancia en el desarrollo personal del estudiante que tiene que ver con
su maduración cognitiva e intelectual.
Vemos entonces que, como bien lo expresa Aparicio (2019), la complejidad del fenómeno del abandono no puede ser
abordado desde enfoques reduccionistas. Es por ello que propone condicionantes tanto estructurales como
socioculturales e institucionales.
Si hacemos intervenir en el análisis los condicionantes institucionales, como propone Aparicio, ¿podríamos considerar
el abandono como una expulsión?, ¿es el estudiante el que abandona o es la institución la que lo expulsa?
Aquí, el interrogante alude a que la evasión es una decisión del sujeto mientras que la expulsión es un
evento forzado desde el exterior. Así, la deserción desnuda no sólo los problemas individuales de los
estudiantes para hacer frente a la carrera, sino también dificultades institucionales y sociales en relación
con la permanencia” (Seminara & Aparicio, 2018. p 54).
Tomando esta idea como punto de partida, y siguiendo a González Tirado (1989), nos centraremos entonces para este
trabajo en el sistema institucional. En el componente institucional entran en juego dos factores diferenciados. Por una
parte, los docentes y por la otra la institución, en la cual englobamos el plan de estudios, las normas y disposiciones,
los mecanismos de contención, etc. Hace ya cuarenta años Tinto (1982) señalaba que parecía poco probable que
pudiéramos reducir en gran medida la deserción sin algunos cambios masivos y de gran alcance en el sistema de
educación superior, cambios que van más allá de la mera reestructuración superficial. Probablemente aún hoy estamos
enfrentando los mismos, o parecidos, problemas en el sistema universitario.