Estratos de olvido: violencia epistémica y la negación de la  
afrodescendencia en la arqueología  
Strata of Forgetting: Epistemic Violence and the Denial of Afrodescendance in  
Archaeology  
DELGADO, Génesis y TRIVIÑO, Renata  
Delgado, G. y Triviño, R. (2024). Estratos de olvido: violencia epistémica y la negación de la afrodescendencia en la arqueología. RELAPAE,  
21), pp. 14-26.  
(
Resumen  
Este ejercicio examina cómo la educación superior en Ecuador, arraigada en estructuras tradicionales, continúa  
sosteniendo un racismo epistémico que también permea la arqueología. Desde nuestra posición como mujeresnegras  
y arqueólogas, analizamos los planes de estudio de las licenciaturas en arqueología públicas y privadas. Estos  
programas revelan una escasa incorporación de epistemologías propias, perpetuando una arqueología colonizada  
basada en enfoques positivistas, hallazgos fragmentados y materialidades descontextualizadas. Esta aproximación  
busca recuperar la dimensión humana de la arqueología, redirigiéndola hacia el servicio de las comunidades  
contemporáneas, con un enfoque particular en los pueblos afrodescendientes y negros del país.  
Palabras Clave: Racismo epistémico, violencia epistémica, educación superior, arqueología, pedagogía antirracista.  
Abstract  
This exercise examines how higher education in Ecuador, rooted in traditional structures, continues to uphold an  
epistemic racism that also permeates archaeology. From our position as Black women and archaeologists, we analyze  
the curricula of public and private archaeology degree programs. These programs reveal a scarce incorporation of  
indigenous epistemologies, perpetuating a colonized archaeology based on positivist approaches, fragmented findings,  
and decontextualized materialities. This approach seeks to recover the human dimension of archaeology, redirecting it  
towards serving contemporary communities, with a particular focus on the Afro-descendant and Black populations of  
the country.  
Keywords: Epistemic racism, epistemic violence, higher education, archaeology, anti-racist pedagogy.  
1
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS, CDMX), México / gidelgado@ciesas.edu.mx /  
2https://orcid.org/0009-0000-3342-1125  
Investigador Independiente / renatatriv1999@gmail.com / https://orcid.org/0009-0009-5928-8671  
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Pistas del terreno  
Desde el inicio de nuestra formación como arqueólogas, nos atrapó la falta de enfoques al abordar la afrodescendencia  
y la negritud en los estudios arqueológicos. La disciplina, dominada por una visión positivista, ha priorizado el análisis  
de materialidades frías y descontextualizadas, dejando de lado nuestra comprensión en esta larga duración (Braudel,  
1
979) de la historia humana. Este vacío es evidente en Ecuador y otros países de América Latina, con la excepción de  
Brasil , donde la arqueología de la afrodescendencia lleva más de tres décadas. Aun así, esta perspectiva permanece  
rezagada, limitando el alcance crítico de la disciplina en el resto de la región.  
El otro problema, es el trato que se da a la producción del conocimiento entendido como un privilegio, en donde desde  
la arqueología se requiere un replanteamiento de sus fundamentos epistémicos, reconociendo el extractivismo que  
surge de las experiencias de personas racializadas (Fong et al., 2022, p. 237). En contra parte, existe el enfoque de las  
teorías emanadas del feminismo negro (Crenshaw, 2013), que busca diversificar tanto los temas de investigación como  
las/os actoras/es que los desarrollan, incluyendo profesionales racializados y comunidades segregadas (Mantilla, 2007;  
Battle-Baptiste, 2011; Balanzátegui, 2018; Franklin et al., 2020). Paralelamente, se ha cuestionado cómo los discursos  
arqueológicos perpetúan asimetrías de género al naturalizarlas como inherentes al pasado, impulsando la incorporación  
de la interseccionalidad como categoría de análisis. Este giro permite confrontar violencias epistémicas que perpetúan  
la exclusión y fomenta vínculos éticos con comunidades, creando una arqueología más inclusiva, crítica y  
transformadora (Lugones, 2008; hooks, 2013; Lozano, 2016b).  
El análisis de las comunidades afroecuatorianas esclarece cómo los pueblos racializados han resistido y reconstruido  
sus mundos frente a las violencias del secuestro transatlántico. Estos espacios insurgentes, creados mediante prácticas  
como el cimarronaje, no solo aseguraron su supervivencia, sino que también transformaron territorios, estableciendo  
nuevas relaciones con la naturaleza y otros pueblos, especialmente indígenas (Lozano, 2016a, p. 23). Estas zonas  
insurgentes representan prácticas de resistencia comunitaria, como economías solidarias, gobiernos locales y  
estrategias de supervivencia (Lao Montes, 2006, p. 6). En este contexto, el cimarronaje no puede interpretarse como  
un hecho aislado; fue el encuentro anticolonial más efectivo para sostener la existencia de africanos e indígenas en el  
Pacífico sur (García Salazar, 2011, p. 21).  
En este proceso, las mujeres negras desempeñaron un papel central. Lozano (2016a, p. 37), plantea el concepto de  
mujernegra del que nos adherimos, al desafiar las categorías modernas-coloniales, mostrando que ser mujer y negra  
no puede reducirse a la suma de opresiones de género y raza, sino que constituye una experiencia indivisible. A través  
de estrategias de supervivencia, las mujeresnegras transformaron territorios y crearon comunidades resistentes,  
desafiando no solo las estructuras coloniales, condiciones de existencia digna (Lozano, 2016b, p. 234). Lo anterior,  
pensamos, puede también observarse a través de una materialidad del despojo y la resistencia, en donde la arqueología  
explora objetos, territorios y sujetos que se entrelazan en una narrativa de lucha.  
En Ecuador, la arqueología continúa ignorando las realidades humanas de los pueblos afrodescendientes e indígenas  
(
Olivo, 2023). Este distanciamiento refuerza una visión colonizada, unilateral, donde las narrativas occidentales  
predominan en los currículos universitarios. Aunque las reformas de la Constitución de la República del Ecuador del  
008 han reconocido afroecuatorianas y afroecuatorianos como parte de un Estado Plurinacional e Intercultural (Antón  
2
Sánchez, 2016), los programas académicos permanecen anclados en epistemologías hegemónicas que perpetúan  
Así, en este ejercicio, se busca problematizar estas dinámicas a partir de tres momentos. Primero, se analiza cómo las  
estructuras académicas perpetúan narrativas colonizadas a pesar de avances constitucionales; segundo, se revisa cómo  
los currículos de las universidades ecuatorianas han privilegiado epistemologías occidentales, marginando perspectivas  
locales; y finalmente, se reflexiona sobre el estado de la arqueología de la diáspora africana en Ecuador, destacando la  
urgencia de integrar epistemologías afrodescendientes en los enfoques académicos. Este proceso exige no solo sumar  
experiencias de las comunidades y les profesionales racializados, sino también cuestionar las formas en que la  
disciplina aborda o ignora las problemáticas contemporáneas que afectan a nuestras comunidades.  
3
Vease Pedro Funari (1998), Scott Allen (2000), Pedro Funari y Andrés Zarankin (2004), Tania Lima (2008), Luis Menezes (2015) y otres.  
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Prospección epistémica y marcadores latentes  
La arqueología ecuatoriana, al centrarse predominantemente en el pasado prehispánico, ha marginado las historias de  
comunidades afrodescendientes, reproduciendo estructuras de exclusión derivadas de la matriz de poder colonial. Este  
fenómeno responde a jerarquías epistémicas que invisibilizan otras formas de conocimiento desde la colonización  
(Quijano, 2000). Este enfoque prioriza narrativas históricas hegemónicas, ignorando la resistencia de las comunidades  
afrodescendientes en la configuración del territorio (Delgado, 2023, p. 31).  
2024, p. 76). Estas estructuras no solo justificaron la dominación en ese periodo, sino que aún influyen en las  
epistemologías contemporáneas (Lugones, 2008; Ribeiro, 2017). Es en este contexto donde Leila Gonzalez (2021)  
introduce el concepto de amefricanidad, visibilizando críticamente cómo lo latino se vincula a lo europeo, negando a los  
pueblos originarios y afrodescendientes. Propone un feminismo que incluya el racismo, el clasismo y la  
subversión: Améfrica Ladina (Gonzalez, 2021, p. 133). Hoy, en el mismo afán, se propone una apuesta por los  
feminismos decoloniales que incluyen una relectura crítica de la historia de la modernidad resaltando su carácter racista  
y eurocéntrico (Espinosa Miñoso, 2016).  
La violencia, entendida tanto en su dimensión subjetiva como estructural, opera como un mecanismo esencial en los  
procesos históricos de opresión, incluyendo el colonialismo. Esta se inserta en la praxis cuando se usa la fuerza para  
superar un límite, un acto necesario en las sociedades divididas en clases antagónicas, donde las respuestas violentas  
incluyen desde guerras civiles hasta agresiones externas (Sánchez Vázquez, 1972, pp. 449-  
-
20) distingue entre violencia subjetiva, que altera el "orden normal", como la simbólica del lenguaje, y violencia objetiva,  
que sostiene de manera invisible las relaciones de poder y explotación, desde formas sutiles hasta físicas. Ambas  
formas están impregnadas de una dimensión ideológica, que abarca desde amenazas hasta el genocidio, configurando  
un contexto donde la resistencia siempre se desarrolla en medio de esta dinámica.  
Frente a esta violencia, las epistemologías subalternas emergen como actos políticos de transgresión y sanación  
colectiva. Bell hooks (2013) resalta la teoría como un espacio de reparación, capaz de dignificar memorias históricas y  
desde allí que la pedagogía cimarrona esté basada en el sentipensar, como una forma de que la realidad de nuestras  
estructuras opresoras, sino que también abre caminos hacia una comprensión transformadora y colectiva de las  
realidades históricas.  
Este esfuerzo está intrínsecamente ligado a la necesidad de descolonizar el conocimiento, lo que requiere una revisión  
crítica de los marcos impuestos que reconfiguraron las dinámicas culturales y sociales de las comunidades colonizadas  
(Ngũgĩ wa Thiong o, 1981). En Ecuador, este fenómeno se manifestó en la construcción de un estado-nación que  
promovió una identidad homogénea excluyendo lo no blanco, no occidental y no capitalista (Spivak y Giraldo, 2003).  
Este modelo fortaleció el poder de las élites blancas y mestizas, generando tensiones de pertenencia que se reflejan en  
las experiencias de exclusión y resistencia de las comunidades afrodescendientes (Moreno & Wade, 2022; Nahuelpán,  
2012, pp. 120-121).  
La descolonización, sin embargo, no puede limitarse a la arqueología y debe extenderse a otros campos, como la  
educación. Walsh (2003) identifica la colonialidad del saber cómo la negación sistemática de formas de conocimiento  
no europeas, mientras que Angulo (2021) describe cómo el racismo epistémico opera en la academia a través de la  
legitimación de un pensamiento eurocéntrico. Estas dinámicas no solo limitan la producción de conocimiento crítico,  
sino que también desarticulan las estrategias de resistencia comunitaria. A pesar de estas barreras, iniciativas como la4  
etnoeducación han demostrado ser fundamentales para la recuperación de saberes afrodescendientes. Barbarita Lara  
resalta que la etnoeducación no solo permite cuestionar estas estructuras, sino que también fortalece la capacidad de  
resistencia comunitaria:  
el sistema está estructurado para que formemos seres incapaces de cuestionar, de recrear, de analizar,  
de sobrevivir, por último. Porque al menos ahora, la educación de los afrodescendientes está hecha para  
4
La Maestra Barbarita Lara es una sabia y lideresa afroecuatoriana nacida en Mascarilla que reside en La Concepción, en el Territorio Ancestral  
del Valle del Chota-Mira. Representante de CONAMUNE- C (Coordinadora Nacional de Mujeres Negras - Capítulo Carchi). La maestra es también  
co-investigadora en el proyecto colaborativo Jardín de la Memoria Martina Carrillo que forma parte del Proyecto Colaboración Arqueológica y  
Antropológica de la Diáspora Africana en el Territorio Ancestral Afroecuatoriano.  
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:
¡Chuta, les  
hemos dejado a estos es libres y se están educando! (Barbarita Lara, 2024, entrevista personal).  
Asimismo, la opresión racial y de género opera de manera interseccional en las instituciones educativas. Las  
mujeresnegras son particularmente vulnerables, ya que enfrentan una doble exclusión basada en su raza y género  
(Rodríguez Cruz, 2021), pues las jerarquías epistémicas están profundamente entrelazadas con otros sistemas de  
opresión (Moore, 1991; Viveros Vigoya, 2016), subraya cómo. A pesar de este panorama, el pensamiento ancestral y  
los vínculos espirituales con el territorio ofrecen una vía para resistir y transformar estas dinámicas. Como plantea  
Mbembe (2023), estos lazos históricos son fundamentales para reconstruir la autonomía cultural y descolonizar el  
conocimiento. En este sentido, una arqueología comprometida con los pueblos afrodescendientes, como sugiere Agbe-  
Davies (2022), puede cuestionar las narrativas hegemónicas al incorporar perspectivas interdisciplinarias y prácticas  
colaborativas.  
Fisuras de formación, capas de ausencia  
El espacio que ocupan las ciencias sociales y humanidades en las universidades ecuatorianas es limitado, lo que refleja  
una carencia de inversión e interés en disciplinas que estudian al ser humano y la sociedad (Calva, 2020). Este fenómeno  
no es aislado; responde a una visión instrumental de la educación como negocio, donde las carreras técnicas,  
consideradas rentables, desplazan disciplinas como la antropología o la arqueología. Aunque fundamentales, estas  
áreas no responden a las demandas inmediatas del mercado laboral. Este enfoque mercantilista no solo perpetúa la  
desconexión entre campos del conocimiento y las realidades sociales, sino que genera una fractura crítica entre pasado  
y presente.  
En este contexto, la arqueología se enfrenta al desafío de demostrar su relevancia en una sociedad que,  
paradójicamente, desconecta el patrimonio histórico de las problemáticas contemporáneas. Esta desconexión no es  
casual, sino que refleja una percepción limitada de la disciplina, como lo explica Gordones desde el contexto venezolano:  
En nuestro país, como en muchos otros países latinoamericanos, la imagen que la gente mantiene de los  
arqueólogos y las arqueólogas es la de personas dedicadas al estudio de restos antiguos, sin ninguna  
relevancia para las necesidades actuales de nuestras sociedades. Imagen que se corresponde con la idea  
entendernos como pueblos colonizados, afrodescendientes, indígenas, mestizos, excluidos, explotados.  
Es decir, cómo podemos dejar atrás el pasado que nos permite entender las causas de lo que somos hoy  
en día (Gordones, 2012, p. 221).  
Esta percepción refleja una fisura tanto en la narrativa histórica nacional como en la formación arqueológica, donde las  
voces afrodescendientes e indígenas han sido sistemáticamente excluidas. Además, la falta de perspectivas de género  
y una epistemología dominada por marcos externos limitan la capacidad de la arqueología para responder a las  
problemáticas sociales locales. Estas exclusiones no son incidentales, sino el resultado de estructuras históricas que  
perpetúan silencios y desigualdades.  
El problema se agrava en el contexto ecuatoriano, donde la investigación arqueológica aún está marcada por una  
dependencia de proyectos extranjeros (Delgado Espinoza, 2011, p. 18). Aunque existen instituciones nacionales  
dedicadas al desarrollo de la disciplina, la participación de arqueólogos locales en proyectos que aborden las realidades  
sociales contemporáneas sigue siendo limitada. Esta situación no solo reduce la autonomía de la arqueología  
ecuatoriana, sino que también restringe su capacidad para articularse con las necesidades de las comunidades  
actuales.  
Por otra parte, en los últimos años, ha surgido un creciente interés por las experiencias de las personas  
afrodescendientes en la arqueología (Mantilla, 2016, p. 17). Este giro crítico ha permitido cuestionar los cargas  
históricas y sociales que han estructurado la disciplina, visibilizando las ausencias de estas comunidades en los relatos  
oficiales. Sin embargo, el enfoque predominante de los textos académicos que abordan la violencia y resistencia de las  
personas afrodescendientes rara vez conecta con sus realidades contemporáneas. Pues, la narrativa histórica nacional  
continúa centrada en figuras mestizas y criollas, ignorando la continuidad histórica de las comunidades negras y  
afrodescendientes (Antón, 2019, p. 9).  
En Ecuador, Balanzátegui (2018) lideró investigaciones que analizan la materialidad de comunidades afrodescendientes  
desde perspectivas feministas, en colaboración con CONAMUNE-Carchi. Desde 2012, estas iniciativas han impulsado  
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proyectos colaborativos bajo el Proyecto Colaboración Arqueológica y Antropológica de la Diáspora Africana en el  
Territorio Ancestral Afroecuatoriano del Valle del Chota-Mira, integrando arqueología histórica, antropología y memoria  
colectiva. El proyecto Jardín de la Memoria Martina Carrillo, desarrollado en La Concepción, destacó como un espacio  
de diálogo interdisciplinario para la reparación histórica y la sanación colectiva. Este esfuerzo busca no solo estudiar  
el pasado afroecuatoriano, sino también generar acciones concretas que fortalezcan los lazos entre investigación  
científica y las realidades sociales de las comunidades afrodescendientes en territorio (Balanzátegui, Morales y Lara,  
2021, p. 79).  
Otro ejemplo significativo de iniciativas de memoria histórica es el proyecto Sitios de Memoria en el Territorio Ancestral  
del Valle del Chota-La Concepción-Salinas y Guallupe: Patrimonialización y Salvaguardia, liderado por el Centro de  
Investigación de Estudios de África y Afroamérica de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos  
Indígenas Amawtay Wasi (UINPIAW). Este proyecto tiene como objetivo reinterpretar los sitios de memoria  
afrodescendientes como espacios de resistencia frente al sistema esclavista colonial y las dinámicas históricas de  
exclusión y explotación. Con un equipo interdisciplinario que incluye maestros y maestras lideresas, sabios y sabias,  
arqueólogas/os, antropólogas/os, sociólogas/os, comunicólogas/os independientes y miembros de organizaciones clave  
como CONAMUNE-C, FECONIC y el Laboratorio de Arqueología Histórica de América Latina de la Universidad de  
Massachusetts-Boston (Chalá et al., 2023). Es importante destacar que una parte significativa del equipo casi el  
70% son afrodescendientes, y más de la mitad son habitantes del territorio ancestral, lo que refuerza el vínculo y el  
compromiso comunitario con los objetivos del proyecto.  
Sin embargo, estas iniciativas mencionadas son excepcionales, pues "la antropología nos lleva años y no es porque no  
como ideal, simplemente no se incluyen en los programas" (Chávez , 2024, Entrevista personal). La formación en  
arqueología sigue presentando limitaciones significativas. Actualmente, solo existen dos licenciaturas: una en la  
Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y otra en la Escuela Superior Politécnica del Litoral (ESPOL). Estas  
instituciones enfrentan desafíos estructurales que afectan tanto la formación de arqueólogos como el desarrollo de  
enfoques inclusivos en la práctica arqueológica. Por ejemplo, la PUCE, que comenzó ofreciendo arqueología como parte  
de la licenciatura en Antropología, logró consolidar una carrera independiente con el tiempo, pero con constantes  
transformaciones en su malla curricular. Por su parte, la ESPOL, primera universidad en ofrecer una licenciatura  
exclusiva en arqueología, tuvo interrupciones en su programa hasta su reapertura en 2017 (Calva, 2020, pp. 85-89).  
La violencia epistémica se manifiesta en la ausencia de perspectivas decoloniales que exploren de manera crítica las  
trayectorias y aportes de las poblaciones afrodescendientes en la construcción del Estado-nación. Aunque existen  
menciones ocasionales en investigaciones sobre comunidades criollas que reconocen la participación de africanos y  
afrodescendientes en actividades como la fabricación de cerámica, estas no reciben un enfoque central ni teórico en el  
análisis. En instituciones como la ESPOL  
un sesgo positivista que desatiende estas narrativas. Por su parte, la PUCE había integrado asignaturas con  
tradicionales (PUCE, s.f.).  
De ahí que, la enseñanza de la arqueología en Ecuador tiende a centrarse en la historia prehispánica, situando a los  
pueblos indígenas como actores pasivos de un pasado remoto. Este enfoque niega la continuidad de las comunidades  
indígenas contemporáneas, perpetuando una visión museística que privilegia los cuerpos muertos sobre los cuerpos  
2, p. 224).  
Así, las tendencias teórico-metodológicas investigaciones arqueológicas, influenciadas por centros de poder, se limitan  
a contextos locales, resultandos útiles para dinámicas específicas, pero insuficientes para la llamada historia universal  
desinterés en desarrollar marcos que aborden de manera integral la diáspora africana y sus implicaciones en la  
construcción del estado-  
l hombre negro en América es tan tuya como la del indio o la del  
5
Andrea Chávez, antropóloga con mención en arqueología, candidata a la maestría de Arqueología Histórica. Investigadora de varios proyectos  
6colaborativos en el Territorio Ancestral del Valle del Chota - La Concepción - Salinas y Guallupe.  
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Volviendo al aspecto crítico en ambas instituciones, es la violencia epistémica un común denominados que perpetúa la  
exclusión de las poblaciones afrodescendientes en los currículos y proyectos académicos. Como señala Olivo:  
logramos salirnos de la vorágine en la tendencia ideológica dominante, pero otros colegas y otras colegas  
no. La violencia epistémica es un problema que no sólo atañe a la arqueología o a una ciencia en sí, atañe  
a centros académicos completos. Es una tristeza total, porque hay universidades completamente ceñidas  
a programas de investigación que no son producidos desde su realidad, muy pocas tienen una visión  
contenidos y otras cuestiones de los países potencias. Las universidades, también la arqueología de  
nuestros países, tienen que responder, por supuesto, a las necesidades inmediatas de nuestros pueblos,  
de nuestra realidad, de nuestro contexto. Y esto afecta particularmente a estudiantes afrodescendientes,  
cuando en nuestras universidades se emulan temas efímeros de otras realidades, mientras la nuestra  
enfrenta ur  
afrodescendientes. Tanto que decidí salir de allí, porque es insostenible. Uno tiene el derecho de moverse  
a donde pensamos  
colonizadas. (Olivo, 2024, entrevista personal)  
El enfoque académico predominante ha llevado a la exclusión y deslegitimación de las experiencias de las comunidades  
negras en los currículos de arqueología, dando prioridad a la historia de las culturas precolombinas. Esta situación pone  
de manifiesto un racismo epistémico que se evidencia tanto en el análisis de los planes de estudio como en las tesis  
de grado producidas por instituciones como la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y la Escuela Superior  
Politécnica del Litoral (ESPOL), según un análisis de sus repositorios académicos. Desde el año 2014, la PUCE ha  
registrado la producción de 31 tesis en la carrera de Antropología con mención en Arqueología y 2 más en Arqueología ,  
abarcando temas como análisis cerámico, tipología lítica, iconografía y arqueo botánica. Por su parte, la ESPOL ha  
generado 16 tesis desde 2021, con un enfoque en iconografía, bioarqueología y tipologías líticas. En total, entre 2014  
la explotación y m  
(hasta ahora) sobre arqueología afrodescendiente en el Guayas [y el resto del país], lo que nos habla también del  
abandono y alejamiento de los centros acadé  
También es necesario señalar que, a pesar de que se percibe un incremento en la representación de mujeres en el  
campo de la arqueología, como lo reflejan los datos de registros académicos, es fundamental analizar críticamente el  
alcance de esta inclusión en un contexto marcado por la violencia epistémica y la colonialidad de género. Como señala  
Lugones (2008), la indiferencia hacia la violencia contra las mujeres dentro de las comunidades evidencia una  
resistencia estructural a transformar las dinámicas sociales, lo que resulta crucial en la lucha contra las imposiciones  
coloniales. Desde la perspectiva de la interseccionalidad, desarrollada por Kimberlé Crenshaw (2013), se hace evidente  
que las experiencias de mujeres afrodescendientes, indígenas y otras identidades marginadas suelen quedar excluidas  
de las narrativas dominantes. Esto abre interrogantes significativas: ¿Qué porcentaje de estas mujeres proviene de  
familias de clase trabajadora? ¿Cuántas son afrodescendientes o negras? ¿En qué medida sus voces tienen cabida en  
el ámbito académico? ¿Se valoran genuinamente sus contribuciones o se les asigna únicamente un espacio simbólico?  
Por otro lado, Oyéronké Oyèwùmi (2017), identifica dos procesos centrales en la colonización que han afectado  
directamente a las mujeres: por un lado, la racialización que subordinó a los africanos; y, por otro, la imposición de una  
lógica de género que excluyó a las mujeres de roles de liderazgo y les arrebató la propiedad de la tierra y otros recursos  
económicos (Lugones, 2011, p. 88). Estas reflexiones resultan clave para cuestionar si el aumento en la participación  
de mujeres en arqueología realmente implica una transformación en las estructuras de poder, o si perpetúa las  
dinámicas de exclusión bajo nuevas formas. Como menciona la Dra. Balanzátegui :  
El acceso a la profesionalización arqueológica en el Ecuador demuestra un mayor porcentaje de inclusión  
de mujeres, sin embargo, no nos queda claro su rol después de adquirir su título de licenciatura. La  
profesionalización pública de la arqueología es otro tema para tratar, es importante remarcar que las dos  
universidades de preparación arqueológica tradicionalmente han sido escuelas privadas, lo que limita el  
acceso a la educación por parte de diferentes grupos sociales. Además, esto conlleva a un análisis más  
profundo y estructural sobre las mujeres dedicadas a diversas actividades en diferentes esferas, desde  
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1
1
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12  
Profesora asistente en Antropología en una universidad de Massachusetts, especialista en arqueología histórica y colaborativa de la diáspora  
africana.  
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las públicas hasta las privadas. Actividades del cuidado, la maternidad y otras que, desde la reproducción,  
no han sido reconocidas e incorporadas en la preparación arqueológica. La arqueología ecuatoriana es  
manejada desde las voces masculinas y la consec  
veces es hacerte más hombre; no es una profesión que le apueste a aspectos asociados a las economías  
de las mujeres, que son más completas e implican esas diversas esferas (Balanzátegui, 2024, entrevista  
personal).  
A pesar de los avances hacia la profesionalización, aún persisten barreras estructurales que dificultan el reconocimiento  
hacia la violencia contra las mujeres en nuestras comunidades refleja también una apatía frente a transformaciones  
sociales profundas en las estructuras comunales, siendo esta una cuestión intrínsecamente ligada al rechazo de la  
,
mujeresnegras y arqueólogas enfrentan desafíos estructurales que  
evidencian las tensiones entre los discursos y las realidades de exclusión que configuran la labor, como queda reflejado  
en los siguientes dos testimonios:  
Siempre tuve el presentimiento de ser alguien, pero jamás la certeza de decirlo en voz alta y sin miedo  
hasta que terminé la universidad. Tuve la suerte de poder entrar a una institución de educación superior  
pública, porque en la costa, de donde vengo, las ciencias sociales y humanidades no son ofertadas  
comúnmente y no tenía el dinero para irme a la capital. Cuando estudiaba sociedades prehispánicas y un  
poco del mundo colonial y republicano, me sentía fascinada y conmovida, pero jamás conectada. La gente  
que me mostraban no se parecía a mí, y la gente que se parecía a mí, nunca la mostraban. Todo lo  
relacionado a lo negro era una incógnita que tuve que aprender sobre la marcha fuera de las aulas. Se  
supone que en la arqueología buscamos la reconstrucción de los modos de vida de sociedades a través  
de su materialidad, pero qué sucede cuando dicha materialidad, conectada a memorias y resistencia,  
nunca es tomada en cuenta y borrada casi con gusto como si lo material fuera simple polvo. Un polvo  
sucio que debe ser limpiado. Para niñas negras como yo, que anduvimos en algún momento de nuestras  
vidas perdidas, tal vez una mención de la historia de gente más parecida a nosotras, hubiera hecho las  
cosas más entendibles. Después de licenciarme, la vida profesional, no ha sido tan distinta a la  
universidad, seguimos sin estar representadas e institucionalizadas. Una vez, una exjefa me dijo que la  
institución y su equipo de trabajo no eran racistas porque nunca me trataron mal a pesar de mi color de  
piel. Al principio no sabía cómo tomármelo, luego me di cuenta que, aunque ambas fuéramos mujeres y  
arqueólogas, ella seguía siendo la blanca en un puesto de poder y yo la negra en un puesto de  
subordinación. Hoy más que nunca estoy convencida de que debemos tomarnos la educación y convertirla  
en un espacio de rebeldía, incomodidad y militancia (Testimonio 1, Arqueóloga negra).  
Desde mi adolescencia, he sido la única persona negra en los espacios educativos donde estudié en la  
urbe. Mi diferencia, siempre presente, se volvió más incandescente en la universidad, donde profesores  
y sus familiares en las oficinas intentaban tratarme como personal de servicio. Bastaba un gesto  
benevolente de un/a salvador/a blanca/o aclarando que era estudiante, para que el trato cambiara  
inmediatamente. En arqueología, jamás encontré un reflejo de personas como yo ni de nuestro devenir.  
Enfrenté hostigamientos de un par de docentes, quienes parecían incómodes no solo con mi voz, sino con  
,
donde me hacía preguntas específicas  
sobre el trabajo de otres, y a cada presentación, que era descalificada casi por defecto. A eso se sumó el  
ciberacoso, frente al cual la persona encargada de ayudarme se limitó a divulgarlo, yo quede acusada y  
no se hizo nada sabiendo los responsables. Por caprichos del destino, al terminar mi carrera, descubrí  
que el lugar donde crecí, una antigua hacienda esclavizadora, pertenecía a familiares de quienes hoy  
controlan la arqueología en el país. Esa hacienda, símbolo de poder y estatus, oculta la historia de quienes  
la habitaron, como su arqueología oculta la nuestra. Por años, me costó apalabrar la violencia, pero  
entendí que lo que más temen es la voz de una negra que se niega a desaparecer. Mi presencia en la  
arqueología no es un error ni una anomalía; debemos ennegrecerla por completo. (Testimonio 2,  
Arqueóloga negra).  
Estas experiencias personales no son casos aislados, sino síntomas de un problema estructural profundamente  
enraizado en la disciplina arqueológica. La formación de arqueólogos y arqueólogas sigue dominada por un cuerpo  
docente blanco-mestizo, perpetuando discursos hegemónicos que actúan como herramientas de exclusión. Esta  
dinámica se intensifica con la ausencia de bibliografía crítica en los programas universitarios de arqueología en el  
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mundo hispanohablante, con una formación acrítica (Ruiz Zapatero, 1998), lo que resulta en una formación  
insuficientemente dialéctica.  
Para las arqueólogas negras, estas barreras no son abstracciones: son muros que limitan, silencian y despojan. La  
invisibilización de nuestras historias en el discurso arqueológico no es casual; es una herramienta de dominación que  
debemos desmantelar. Al compartir estas vivencias, no buscamos simplemente exponer las desigualdades, sino  
encender la chispa de transformación. No se trata de pedir espacio en un sistema que nos margina, sino de agrietarlo  
irrupción, el comienzo, la emergencia, la posibilidad y también  
la existencia de lo muy otro que hace vida a pesar de y agrietando  
2016, p. 32).  
Lecturas bajo superficie y posibilidades de vida  
Para avanzar hacia una arqueología que realmente sirva a las comunidades afrodescendientes en América Latina, es  
esencial replantear las preguntas que plantea Mantilla (2016, p. 17) en su análisis sobre arqueología y comunidades  
s poblaciones negras y su materialidad? ¿Desde dónde hablamos?  
No debemos olvidar que la arqueología nació en un contexto de estado-nación positivista, colonialista, elitista, burgués  
y masculino (Battle-Baptiste, 2011). A pesar de los intentos recientes por abordar problemáticas sociales e ideológicas  
relacionadas co  
persiste en la ingenuidad. La disciplina, tal como surgió y aún se practica en muchos contextos, se mantiene como  
parte de una narrativa oficial (Acuto, 2024).  
Es crucial seguir cuestionándonos: ¿Por qué se hace arqueología?, ¿Para qué se hace arqueología?, ¿Para quiénes se  
hace arqueología?, ¿Quiénes hacen arqueología? En esta búsqueda, debemos evitar caer en la trampa de una  
arqueología simbólica que no critique las estructuras de poder que la sostienen. La arqueología debe concebirse como  
un acto de resistencia, un espacio donde la colaboración con comunidades locales no sea meramente decorativa, sino  
(Barbarita Lara, 2024, Entrevista personal).  
A pesar del creciente número de mujeres en la arqueología ecuatoriana , seguimos enfrentando desigualdades  
estructurales que limitan nuestra participación plena. Muchas de nosotras hemos vivido ciclos de deserción en  
universidades, especialmente privadas, donde el acceso equitativo para comunidades diversas es insuficiente. Además,  
nuestro rol en esferas laborales y de cuidado, como la maternidad, rara vez se integra en la formación y ejercicio  
arqueológico; esto perpetúa un campo dominado por voces masculinas que asocian la profesión con ideales  
tradicionales de masculinidad (Balanzátegui, 2024, entrevista personal).  
El trabajo en conjunto con poblaciones afrodescendientes es un paso crucial y básico hacia un cambio en la arqueología.  
Esta colaboración no debe ser vista como una mera suma de voces, sino como un proceso que construye un  
conocimiento que respete lo que ya existe en las comunidades. Sin lo anterior, nada se puede hacer. Este enfoque evita  
la alienación y fomenta un sentido ético, político y de reconocimiento. Sin embargo, este cambio no se logra  
simplemente mediante la inclusión de grupos marginalizados, va más allá, se necesita una profundización y apoyo  
complementario de otras disciplinas. Al respecto, el Dr. Olivo comenta que:  
Si bien se ha avanzado en los trabajos antropológicos respecto a los pueblos afrodescendientes, la  
arqueología tiene que empezar a abrevar de todo el conocimiento generado por la antropología, la historia  
y otras disciplinas. Entonces, la interdisciplinariedad es vital para estos estudios. Yo soy de una posición  
metodológica que llamamos Arqueología Antropológica, precisamente para eso, donde unimos y  
pensamos la relación del pasado y el presente, sus fenómenos de larga duración. Tenemos una posición  
política respecto a los pueblos marginalizados, a los pueblos escindidos de la historia. Es una posición  
integral que añade aspectos políticos, que son ultra necesarios, porque una cosa es observar cómo la  
historia fue escindida y otra cosa es observar qué problemáticas son necesarias de resolver en la historia  
afrodescendiente: la racialización, discriminación y un montón de fenómenos (Olivo, 2024, entrevista  
personal).  
13  
Actualmente, de los/las 202 arqueólogas/os registrados en el registro de profesionales del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador  
(INPC), 78 son mujeres. Ver más en: (regprof.servehttp.com)  
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Proyectar un horizonte distinto para la arqueología exige construir espacios que desafíen su sesgo histórico y  
epistemológico. Planteamos la necesidad de consolidar un Centro de Estudios o cátedras especializadas en diásporas  
africanas, donde la enseñanza y la investigación respondan a las realidades de nuestras comunidades. Este esfuerzo  
debe partir de la comunidad, de sus sabias y sabios y de académicas y académicos afrodescendientes, cuya presencia  
redefine los marcos desde los que se narra y estudia nuestro pasado. Propiciar espacios donde nos encontremos en  
modo fuga de aquellas narrativas hegemónicas de la disciplina. Así, la arqueología puede articularse como un puente  
entre la memoria y la acción colectiva. Pues:  
No solo mi escuela pública es la que debe servir a la comunidad, es la arqueología que debe estar al  
servicio de las comunidades con las cuales trabajamos... Una disciplina que sabemos que, hasta ahora,  
sigue pensando en la otredad al narrar la historia Indígena y Afrodescendiente. (Balanzátegui, 2024,  
entrevista personal)  
A pesar de los avances en la profesionalización, persisten brechas que reafirman la supremacía de una epistemología  
colonial. Es imprescindible reestructurar el enfoque académico, no como un proceso lineal de integración, sino  
reconociendo y cuestionando. Solo así podemos caminar y pensarnos desde las "pedagogías cimarronas" (García, 2018)  
en  
ciencias de Nuestra América no responden a problemáticas sustanciales de la realidad, se adoptan enfoques que no  
Notas finales  
La arqueología continúa inmersa en una lógica de violencia epistémica que atraviesa su evolución histórica y configura  
sus prácticas actuales. Es un mecanismo activo que sostiene estructuras coloniales del saber, evidenciado en la escisión  
entre la materialidad arqueológica y el despojo de nuestro devenir. La historia afrodescendiente no puede ser un anexo  
periférico en la narrativa nacional; es un eje imprescindible que debe incorporarse en todos los niveles educativos, con  
una comprensión crítica de la configuración del país.  
En este marco, la arqueología de contrato emerge como un actor problemático. Al alinearse con intereses desarrollistas  
y neo-extractivistas, ha acelerado el despojo territorial y el vaciamiento de nuestras memorias colectivas. Casos en  
Ecuador, como los conflictos en Tundayme (Sacher et al., 2016) y San Francisco de Pachijal (Contraloría General del  
Estado, 2023) ilustran cómo estas prácticas no solo alteran paisajes físicos, sino que erosionan nuestras estructuras  
sociales y modos de vida. Esta realidad demanda una redefinición urgente de la disciplina: la arqueología no es solo  
técnica, es también ética, social y política. No cuestionar nuestra complicidad con estas dinámicas equivale a reproducir  
exclusiones y violencias estructurales.  
Una transformación profunda requiere superar el confinamiento de la disciplina al análisis de un pasado desarticulado  
de las realidades actuales. Insistir en la desaparición de las sociedades pasadas desvincula la historia de nuestras  
identidades contemporáneas, deslegitimando nuestras luchas y existencias. La arqueología debe avanzar hacia  
prácticas que no solo revisen el pasado, sino que también aborden y reparen los legados de violencia, contribuyendo  
activamente a la transformación social.  
En este esfuerzo, las memorias de la diáspora africana deben ser reivindicadas por la arqueología. Este reconocimiento  
implica desafiar las narrativas coloniales y los estereotipos raciales que han definido nuestra disciplina, integrando  
enfoques interdisciplinarios que incorporen sociología, antropología y estudios culturales. La colaboración crítica puede  
generar una arqueología que enfrente las desigualdades estructurales y reoriente nuestra práctica hacia la justicia  
social. A su vez, la arqueología debe confrontar las jerarquías internas que perpetúan desigualdades de género y  
exclusión. Nosotras, las mujeres, particularmente en contextos patriarcales, enfrentamos barreras que limitan nuestra  
participación y reconocimiento. Promover una comunidad científica inclusiva, basada en la cooperación en lugar de la  
competencia, es un paso indispensable para transformar la disciplina.  
Por último, trabajar con nuestras comunidades afrodescendientes abre la posibilidad de convertir la arqueología en un  
espacio de reparación y resistencia. Reconocer nuestras memorias, estrategias de supervivencia y narrativas no solo le  
otorga sentido, sino que la convertiría en un motor fugitivo de ejercicio político. Sin embargo, esto exige abandonar  
estructuras caducas y asumir un compromiso ético. No cabe la tibieza de mantenerse al margen de las luchas  
contemporáneas contra el racismo, el extractivismo y la exclusión. Como práctica política, debe recuperar relatos  
plurales que desafíen la hegemonía occidental y se alineen con proyectos emancipatorios.  
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Fecha de recepción: 2-10-2024  
Fecha de aceptación: 21-11-2024  
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