Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 95 ISSN 2422-5932
CRÍTICA Y CONTAGIO
Gabriel Giorgi
New York University
Profesor del departamento de Lengua y Literatura Española y Portuguesa de la Universidad de Nueva York y
profesor visitante de la Universidad de San Andrés (Argentina). Previamente, también fue profesor durante seis
años en University of Southern California. Ha publicado Sueños de exterminio. Homosexualidad y
representación en la literatura argentina (Beatriz Viterbo, Rosario, 2004), Formas comunes.
Animalidad, cultura, biopolítica (Eterna Cadencia, 2014), junto a Ana Kiffer publicó Las vueltas del
odio: Gestos, escrituras, políticas (Eterna Cadencia, 2020). Ha coeditado con Fermín
Rodríguez Excesos de vida. Ensayos sobre biopolítica (Paidós, 2007).
Contacto: gabriel.giorgi@nyu.edu
Todo sobre Molloy
NÚMERO
ESPECIAL
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 96 ISSN 2422-5932
Desleer para leer: esa consigna abre la lectura que Sylvia hace de La
vorágine, y se vuelve un gesto recurrente en sus lecturas críticas.
Desmontar, escribe Sylvia, esa red taxonómica que se ha ido
tejiendo alrededor y a veces a la vera del texto para enfrentar su
letra (1987: 746). Leer, ahí, es antes que nada desmontar, desarmar
los marcos, las taxonomías, las fijaciones de lo ya-leído, ese
repertorio de las lecturas que se asientan como sedimentos y se
vuelve automatismo de la crítica, de la pedagogía, de las categorías de
lectura. Gesto a la vez necesario y, añade, imposible: en esa
revocación, siquiera tangencial, empieza Contagio narrativo y
gesticulación retórica en La vorágine, un texto crítico de Sylvia de
1987, un momento, podemos pensar, de inflexión de la crítica que se
producía desde EEUU (Sylvia estaba en ese momento en Yale; el
texto sale en Revista Iberoamericana) donde los debates en torno al
Boom y al testimonio, que fueron dominantes durante las décadas
previas, empezaban a hacerle lugar a nuevos vocabularios críticos, y
donde el culto del autor como filtro de toda lectura tan
determinante de los instructivos de lectura que se gestaron en torno
al Boom empezaba a desfondarse para hacer ver las operaciones del
texto y de la escritura. El artículo de Sylvia es, sin embargo, menos
un recambio de vocabularios y de modos de leer que el registro y el
mapeo de una sensibilidad crítica. Una sensibilidad crítica hecha,
claro, de lecturas, pero sobre todo de un posicionamiento en tanto
que lectora: el trazado de un lugar desde donde leer, que es
inseparable de una pregunta por la forma literaria, o mejor dicho, por
lo informe literario.
Cada época necesita sus prácticas de deslectura; hay que saber
dónde desleer para activar los sentidos más urgentes, los más
relevantes, los que se abren a lo Nuevo. Molloy encontró esto
además de los modernistas y Borges, por ejemplo en Rivera, un
Rivera sepultado por los efectos de la nueva novela
latinoamericana, que redujo La vorágine a, digamos, todo lo que el
Boom no era: regional, realista, decimonónico, en una palabra: viejo.
Demasiado novelesca y al mismo tiempo desquiciada, contra la
prolijidad formal a la que aspiraba un Vargas Llosa, por caso. Una
manera de leer que hacía de La vorágine un texto embrionario y
monstruoso a la vez, leído como antecedente de algo que solo
sucederá en la segunda mitad del siglo XX y bajo el signo del Boom.
Lectura teleológica, y siempre de tintes organicista en torno a la
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 97 ISSN 2422-5932
maduración de las formas, en la que textos como La vorágine serán
perpetuamente inmaduros, de desarrollo trabado, en todo caso
menores respecto del modelo terminado.
La lectura de Molloy desactiva ese repertorio previsible y con
ello no sólo abre la posibilidad de releer La vorágine, sino también la
del retorno de eso que se gestaba allí, en esa madeja insalubre y
potente, el retorno de esos restos del XIX que a finales del XX
trazarían los trazos de una sensibilidad que se volverá, en gran
medida y siempre en reverberación, la nuestra. La venganza de lo
viejo es ésa: la de volverse, implacablemente, nuevo, en sus propios
términos.
¿Qué se arma en esta lectura de La vorágine? Un modo de leer
que se conjuga en torno a las fricciones formales, las fallas. Ante las
lecturas del texto de Rivera que señalaban su desequilibrio formal,
sus excesos, sus fallos narrativos, Molloy elige no leer la novela a
pesar de sus fallas, no por encima de ellas, sino en esas fallas (esas
quiebras) mismas (1987: 747). Se trata de un gesto similar que
encontramos en otros lugares de las lecturas de Molloy contra la
simetría borgeana, por ejemplo: el de una lectura que se posiciona
contra la idea de laobra entendida como cierre formal y como
principio de equilibrio interno sobre el que descansaban modos de
leer en los que se escucha una cierta concepción de la modernidad
estética sobre su valor fundamental: la autonomía, la forma como
fundamento de la autonomía estética. Y donde también se escucha el
impacto duradero del Boom como educación de la lectura: la idea de
que la novela (género privilegiado, desde luego) había llegado a su
madurez en América Latina guiada por esos varones blancos,
presumidamente irreverentes, cuya insurrección moderada tenía en
su poder la capacidad de totalizar lengua, literatura, historia e
identidad bajo el signo de una autonomía formal constituida en valor
literario. Esas instrucciones de lectura implicaron, por ejemplo, no
poder leer a Clarice Lispector (¿dónde situar Agua viva en esa
secuencia?), que necesitará esperar demasiado para poder ser leída en
el resto de América Latina. Así, ese modo de leer desde y en torno al
Boom, además del escritor superestrella que tan eficazmente había
identificado Jean Franco, era también obturar procedimientos
formales que el archivo literario latinoamericano cultivó y potenció,
y que necesitaban ser relegados a una antecedencia del momento de
madurez formal que era, se nos decía, el momento de afirmación de
una identidad cultural, política, económica. Imaginarios, podríamos
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 98 ISSN 2422-5932
decir, desarrollistas de la lectura: el vértice de la madurez, en la
teleología del crecimiento y su narrativa de las etapas. (Creo que la
crítica latinoamericana, dicho sea de paso, se debe todavía un análisis
de la relación entre modos de leer e imaginarios desarrollistas hasta
al menos los 80s, imaginarios menos estudiados que sus
contrapartidas o complementos revolucionarios.)
Contra eso, a contrapelo de ese movimiento, la falla.En el
doble sentido escribe Sylvia de quiebra y de defecto (1987:
747). No leer la falla para corregirla, para alisarla desde un futuro de
su reparación, sino leer desde ella, leer su productividad, su desafío
pero también su capacidad para generar lo nuevo. ¿En qué consisten
las fallas de las que se acusaba al texto de Rivera? Resultan más o
menos imaginables: una acumulación de registros literarios, que
friccionan herencias modernistas con momentos naturalistas;
deficiencias narrativas, que no terminan de componer la legibilidad
del relato (incluso había críticos que protestaban contra el final sin
cierre reconocible!); confusiones y esto divierte mucho a Sylvia
entre Cova y Rivera, en esas lecturas irremediablemente biografiantes
que recurren al delirio crítico para sostenerse; el gesto posado,
performático de los personajes sobre todo Cova, ese personaje
teatral en el corazón de la novela latinoamericana, contra toda
verosimilitud novelesca (la gesticulación retórica del título ya
señala la dirección de esa naturaleza performática del texto.) Los
cargos siguen: La vorágine como texto fallido, un repertorio de lo que
la literatura latinoamericana no terminaba de poder alcanzar.
Contra esa lectura que, insisto, no presuponía solamente un
cierto ideal formal sino que también contaba una historia literaria de
su presente, la lectura de Sylvia apuesta por la falla. Leer en y desde
la falla es apostar al valor y la potencia de lo informe, de lo que no
cierra, lo que en ese quiebre y ese desvío se conecta con fuerzas que
ninguna forma termina de domesticar. Leer desde ahí. Ahí se juega
una ética a partir de la lectura: encontrar un lugar para leer,
posicionarse en un lugar de lectura es trazar un lugar de relación con
el sentido y con la experiencia. La falla: es ahí desde donde se quiere
leer, ahí me vuelvo lectora.
La vorágine, claro, responde al llamado, y con creces.
Lógica del contagio
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 99 ISSN 2422-5932
¿Qué se abre en estas fallas? ¿Qué aparece, o emerge, en esas placas
inestables que componen el texto de Rivera? Sylvia encuentra una
categoría apta: el contagio. Contagio narrativo, dice el título, y creo
que en esa marcación se traza un itinerario crítico que será
perdurable en el modo de leer que Sylvia inyectó en nuestras
prácticas críticas. Contagio aquí es a la vez una operación formal y
un pathos de los cuerpos: ningún cuerpo sano, ningún texto limpio. La
salud es el diseño de un ideal normativo lejano a la vida de los
cuerpos; la transparencia del significado es una lectura que no sirve
para activar la escritura, sino que al contrario la obtura y la cristaliza.
La escritura que interesa transcurre en los recorridos que se abren
desde esa doble repudio, el de la salud como horizonte de la norma y
el de la transparencia como ideal de la lectura. Por eso contagio
viene de la mano de otra noción clave de las lecturas de Sylvia:
contaminación. Contagio y contaminación trazan el desafío que se
le lanza a las lecturas que hacen de La vorágine una especie de canon
fallido de la literatura latinoamericana.
Aquí aparecen al menos dos desplazamientos. Por un lado y
esto adquiere, a la luz de debates recientes, una nueva relevancia lo
que La vorágine dramatiza es un desmontaje literario de la Naturaleza
como reservorio de salud, de norma vital, de pureza, y a la vez de las
convenciones literarias y culturales que componen el repertorio de la
naturaleza latinoamericana. Molloy se desplaza aquí de las lecturas
tan enfocadas en la novela de la tierra que se organizan en torno a
lalucha entre hombre y naturaleza esa épica de la extracción,
cuyas consecuencias ya se escenifican en La vorágine sino en las
potencias de desvío, de corrupción, de erosión del poder masculino
arrojado al territorio de la selva:
El buen contacto con una naturaleza convencional y risueña ha sido
suplantado por el contagio: la selva donde se interna Cova es un
lugar enfermo, donde la vida misma es muerte, la procreación
monstruosa y, de antemano, teñida de podredumbre (Molloy: 1987:
754).
La naturaleza como terreno de la convención literaria y cultural: el
contagio es el operador de un desmontaje sistemático de
convenciones literarias heredadas del modernismo (donde, por
supuesto, se condensan muchas de sus pulsiones estéticas), dado que
aquí la naturaleza, encarnada en la selva, se desmarca hacia lo tóxico,
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 100 ISSN 2422-5932
lo enfermizo, la monstruosidad expansiva. Pero a la vez, hay otro
impulso operando aquí, que creo reverbera en otros lugares: un
cierto salto de escala en la figuración de la selva, donde en lugar del
repertorio del exceso hiperbólico propio de la naturaleza
latinoamericana, aquí pasamos más bien al foco sobre fuerzas
invisibles, de escala biológica, que pasan por los contagios, por esos
saltos y préstamos que pasan entre los cuerpos y que eluden la escala
de lo perceptible. Eso se pesca en La vorágine: la fuerza enfebrecida
de una naturaleza que opera por infección (espacio infectado, dice
Sylvia), a través de fluidos (leche, semen, fluido vital que son a la
vez manifestación de vida y de destrucción) donde toda distancia
que podría operar como paisaje es suprimida en una retórica de la
inmersión, de fuerzas ambientales, una selva activa que avanza
sobre un sujeto inerme (1987: 756).
El contagio que viene con la naturaleza selvática vuelve
imposible toda diferenciación entre la vida y la muerte, entre
reproducción y destrucción, entre impulso vital e impulso letal. Ese
umbral se recorta nítidamente contra concepciones en la literatura,
en la ciencia, en la política de la naturaleza como umbral de
afirmación pura de la vida, de la salud, de la cura y la reparación.
Nada de eso aquí: la naturaleza es un agente ambivalente, que afirma
una ley que no es necesariamente la de la vida humana. Esta
ambivalencia reaparecerá en las lecturas del modernismo y la
decadencia: el doble discurso del modernismoen el que la decadencia
aparece a la vez como progresiva y regresiva, como regeneradora y
degenerado, como buena e insalubre (2012: 26).
Se trata de un agente activo: es, dice Sylvia, elocuente y no
víctima. Esa agencia selvática no opera solamente como fuerza
biológica: es fuerza de lenguaje, en el lenguaje: La selva se propone
como un conjunto heteróclito de ruidos que se resisten a configurar
un lenguaje coherente como a someterse a la clasificación retórica
(1987: 755). El ruido contamina el lenguaje y esa contaminación se
vuelve literatura: trabajo sobre el umbral del sentido en el que el
cuerpo se enlaza a intensidades no necesariamente reconocibles
como representación, palabra o significado. Ahí opera La vorágine, ahí
es donde el contagio se despliega como activador crítico, como
notación que permite armar una lectura que es inseparable de una
escucha del texto.
(Se advierte aquí, dicho sea de paso, cuánto de las discusiones
recientes sobre actantes no humanos, postantropocentrismos y
escenarios antropocénicos ya estaba operando en el archivo
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 101 ISSN 2422-5932
latinoamericano desde hace décadas. Esto ni significa que Molloy
haya anticipado los debates sobre antropoceno ni mucho menos.
Significa algo más interesante: que la lectura atenta de las escrituras
de la extracción intensificada en América Latina ya articulaban las
inscripciones de lo que en las primeras décadas del siglo XXI se
formulará bajo el signo de la catástrofe ambiental y hubris del capital.
Eso ya estaba operando en el archivo latinoamericano: las temporalidades de
este archivo, típicamente obturadas desde las lecturas globales, son
las que se pueden movilizar desde la crítica, cuya memoria, como
este artículo de Sylvia, arma la secuencia de una reflexión en sus
propios términos. Para ello, claro, hay que hacer lo que hizo Sylvia:
quebrar las teleologías históricas, trabajar las fallas del tiempo,
operar, como escribe Juan Cárdenas otro gran lector de Rivera, en
el temblor del tiempo humano.)
Escribir es contaminar: en La vorágine a Sylvia le interesa
especialmente la yuxtaposición e invasión de voces, esa
“contaminación de enunciaciones que incluyen, como vimos, a la
selva misma y que habla de los límites inestables, los marcos
quebrados, la falla de la distinción entre enunciaciones, géneros,
niveles narrativos. Contagio textual, dice. Los cuerpos físicos y el
cuerpo del texto se desarticulan (palabra que volverá como título
muchos años después, en un sentido comparable) como rituales
espacios enfermizos (1987: 763) que se despliegan como texto. La
vorágine registra en su letra la enfermedad, la lesión, el contagio.
Texto que reflexiona sobre la enfermedad es, todo él, un texto
enfermo (1987: 758). ¿Qué se juega aquí en torno a este texto
enfermo? ¿Qué afirma el contagio? El tema de la enfermedad abre
aquí la posibilidad de afirmar el desafío de lo informe: las fuerzas que en
su desafío a la forma legible, a su demarcación y a su transparencia,
afirman lo que la forma busca sublimar, disciplinar o, de lo contrario
niega: la potencia de un exceso, de un desborde, que reclama otras
configuraciones, otras narrativas, otras enunciaciones y otras formas
de leer para explorar sus posibilidades inmanentes. Ese desarreglo,
esa falla, es lo que en la lectura de Molloy se vuelve trazo de una
sensibilidad, esto es, de una capacidad no solo de percepción sino de
relación con las intensidades, las fuerzas, las líneas que arrastran a
los cuerpos más allá de sus contornos, de sus representaciones, de su
salud, de su identidad, y los exponen a ese contagio desde el cual
enfrentará las formas dadas de la realidad.
Giorgi, Crítica y contagio Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número especial / Mayo 2021 / pp. 95-102 102 ISSN 2422-5932
Hacia el final del ensayo, la pregunta por el contagio como
entrada de lectura se enfoca en uno de los finales de La vorágine,
cuando Cova deja su manuscrito en la selva y se pierde, junto a lxs
otrxs, en la selva que famosamente los devorará. El manuscrito,
subraya la lectura, queda desplegado donde Cova lo deja. Esa escena
del manuscrito abandonado, sin lector/a a la vista, como una
reliquia y un emblema (1987: 765) es sin duda representativa de lo
que se pone en juego aquí: un modo de leer en el que la lectura es
contagio, donde leer es contagiarse pero también contagiar, donde
ese préstamo anómalo entre los cuerpos que en nuestros días ha
puesto al planeta entero ante sus propios límites no es sólo
escenificado en el lenguaje, sino también potenciado, afirmado,
desde esa ejercicio de desvío que llamamos lectura. Leer los
contagios, leer desde los contagios: imposible sustraerse a esa
potencia de lectura.
BIBLIOGRAFÍA
MOLLOY, SYLVIA. “Contagio narrativo y gesticulación retórica en La vorágine”,
Revista Iberoamericana, vol. LIII, núm. 141, 1987.
---. Poses de fin de siglo. Desbordes del género en la modernidad. Bs As: Eterna Cadencia,
2012.