Lida, “Movilidad social, ‘barbarismos’…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 11 / Diciembre 2021 / pp. 97-117 108 ISSN 2422-5932
que el Pescatore se haya detenido en este aspecto que ponía en juego la imagen
social de las instituciones democráticas:
El Parlamento Nacional, animado por el excelente propósito de dar a
conocer en todos los ámbitos de nuestra dilatada república todos los
insultos, ultrajes, afrentas, ofensas, injurias, calumnias, insidias,
improperios, denuestos, invectivas, groserías, sarcasmos, descortesías,
insolencias, desvergüenzas, apóstrofes, blasfemias, imprecaciones,
oprobios, contumelias, amenazas y en fin todas las palabras gruesas [...]
ha instalado en su recinto la radiotelefonía. (El Hogar, 25/9/1925: 70).
Así, pues, la columna de Ortiga Anckermann fue un neto producto de las
transformaciones sociales, políticas y culturales del período que transcurrió
entre el fin de la primera guerra mundial y el ascenso del peronismo, signado
por el avance democrático, por un lado, y la aparición a su vez de resistencias
que este mismo avance despertaría en diferentes actores sociales y políticos
(Halperín Donghi, 2007). Se inscribe, claro está, en el marco del proceso de
expansión de los magazines dirigidos, fundamental pero no exclusivamente,
a la mujer en la primera mitad del siglo XX. El Hogar apareció en 1904 bajo
la batuta de Alberto Haynes, y Atlántida fue fundada a su vez por Constancio
Vigil. Se han estudiado muchos aspectos de estas revistas, en relación con la
expansión del consumo, con los cambios en el papel de la mujer, y suele
reconocérseles un lugar destacado en la historia de los medios de
comunicación (Bontempo, 2011 y 2012); se ha señalado asimismo que
además de ser una vidriera para las familias de alta sociedad que salían
retratadas a través de sus páginas de eventos sociales, estas revistas eran
también consumidas por crecientes sectores medios en ascenso que habrían
emulado a estos últimos en ocasiones (Díaz, 1999, III: 47-87). Si las revistas
contribuyeron en alguna medida a tornear los gustos, las modas, los
consumos y las prácticas sociales, no menos importante fue su tarea de
proyectar al público las letras argentinas –es conocida la asidua colaboración
de Roberto Arlt o Jorge Luis Borges en El Hogar (Borges, 2000; Saítta, 2000;
Juárez, 2008)–, así como también cumplieron una importante función al
intentar familiarizar a los autores entre los lectores (así, por ejemplo, a través
de su columna “Noticias de nuestro mundo literario” donde por medio de
pequeñas viñetas se retrataba cada escritor, su obra, su mundo, sus proyectos
literarios). Atlántida, en efecto, imaginó este mismo perfil cultivado para su
“lector ideal” promedio, según puede advertirse en un aviso publicitario de
la revista que rezaba: “Un lector de Atlántida es un hombre culto. Supóngase
el caudal de cultura que se atesora en un año leyendo una revista que en
cualquiera de sus ediciones ofrece un material de lectura variado, rico,
ameno” (Atlántida, 28/10/1926: 18).