Sozzi, Un momento de esplendor…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 10 / Julio 2021 / pp. 196-202 196 ISSN 2422-5932
AMADO ALONSO EN LA ARGENTINA.
UNA HISTORIA GLOBAL DEL
INSTITUTO DE FILOLOGÍA (1927-1946)
DE MIRANDA LIDA
Martín Sozzi
Universidad Nacional Arturo Jauretche - Universidad Nacional de Hurlingham
Profesor y Licenciado en Letras (UBA), Especialista en Lectura, Escritura y
Educación (FLACSO) y maestrando de la Maestría en Estudios Literarios
Latinoamericanos (UNTREF). Es profesor del Seminario de Literatura Argentina y
Latinoamericana Contemporánea (UNAHUR), de Literatura Latinoamericana I (UBA) y
del Taller de Lectura y Escritura (UNAJ). Publicó artículos en libros y revistas especializadas
y presentó comunicaciones en diversas reuniones académicas sobre historiografía literaria y, en
particular, sobre la figura de Pedro Henríquez Ureña. Junto con Carlos Battilana
editó Genealogías literarias y operaciones críticas en América Latina (NJ Editor,
2015).
Contacto: martin_sozzi@yahoo.com.ar
ORCID: 0000-0003-3351-0149
RESEÑAS
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UN MOMENTO DE ESPLENDOR
Este libro de Miranda Lida (doctora en Historia, investigadora del
Conicet) presenta una historia del Instituto de Filoloa de la
Universidad de Buenos Aires desde su creación, a comienzos de los
años 20, hasta su parcial disolución a mediados de la década de 1940.
En ese arco temporal de poco más de veinte años, la autora se
detiene de modo particular en el momento en que el Instituto fue
dirigido por el español Amado Alonso, entre los años 1927 y 1946,
período al que considera como el de mayor esplendor de la
institución: su momento áureo.
Ya desde el subtítulo, Lida manifiesta su objetivo central:
presentar “una historia global del Instituto. Es decir que, en esta
historia, la autora no exhibe al Instituto de Filología como una
entidad desgajada de su contexto más inmediato (o algo más
mediato), ni separada de los actores que estuvieron involucrados en
su creación y en su desarrollo, sino que lo presenta luego de un
recorrido que implica el despliegue de una serie de operaciones:
estudiar los factores político-intelectuales nacionales y foráneos que
colaboraron con su fundación y las discusiones en que se vio
envuelto; establecer la importancia que ju en el ámbito académico,
pero también en la vida cultural del país; sopesar las complejas
condiciones externas, propias de un mundo plagado de conflictos
bélicos, en contraposición con una Argentina que superó el período
de entreguerras con mayor tranquilidad; calcular las tensiones entre
los sujetos que lo crearon y consolidaron, y las condiciones político-
académicas en que estaba inmerso.
En un libro anterior, Años dorados de la cultura argentina. Los
hermanos María Rosa y Raimundo Lida y el Instituto de Filología antes del
peronismo (Eudeba, 2014), la autora había abordado también, aunque
de forma tangencial, la historia del Instituto. Miranda nieta del
destacado filólogo, crítico literario y traductor Raimundo Lida;
sobrina nieta de la filóloga, medievalista y estudiosa de la literatura
clásica María Rosa Lida presenta en os dorados una detallada
historia familiar y, como trasfondo fundamental no como un telón
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de fondo desvaído, el contexto socio-político-cultural de las
primeras décadas de la Argentina del siglo XX. Ese modo de
abordaje le permite postular que sus antecesores familiares, más que
una emanación excepcional de un genio único e irrepetible (2014:
21), fueron un producto de su tiempo y de su lugar: la ciudad de
Buenos Aires en la época de entreguerras (2014: 23). Vale decir, no
se puede explicar el destacado lugar alcanzado por los hermanos
María Rosa y Raimundo Lida en el ámbito acamico como producto
exclusivo de una cualidad individual impar, sino de ciertas
condiciones que permitieron el desarrollo de esas singularidades, de
las complejas tensiones entre los sujetos y el contexto espacio-
temporal en que les tocó vivir.
Entre los acontecimientos destacados de esos años, el Instituto
de Filología no pasó desapercibido. Fue el escenario en el que los
Lida, bajo la atenta, dedicada y afable mirada de Amado Alonso, se
formaron como filólogos, como traductores, como críticos y forjaron
una carrera que los llevaría, finalmente, y como culminación, a
instalarse en el seno de diferentes universidades extranjeras.
Amado Alonso en la Argentina, si bien retoma muchos de los
aspectos considerados ya en Años dorados, deja de lado la historia
familiar esa historia familiar que lo vuelve un libro entrañable, en
palabras de Liliana Weinberg (2018), para convertirse en un libro de
historia tout court, en el que el Instituto de Filología, las figuras de
varios de los más importantes filólogos argentinos y españoles, entre
los que destaca la de Alonso, y las circunstancias subyacentes se
transforman en objeto de estudio.
Si bien no es la primera vez que se aborda la historia del
Instituto (baste mencionar los trabajos de Guillermo Toscano y
García, 2009, 2010, 2013; o de Guillermo Toscano y García y
Fernando Degiovanni, 2010), varias son las novedades que el libro de
Lida introduce. En primer lugar, el hecho que ya mencionamos de
que se trata de una historia global, que incorpora diferentes facetas
de la vida cultural, social y política de los países involucrados en su
conformación: España y Argentina. En segundo, los archivos a los
que recurre la autora, fundamentalmente las cartas intercambiadas
entre algunos de los actores principales involucrados en la fundación
y el desarrollo del Instituto: Ramón Menéndez Pidal, Amado Alonso,
Américo Castro, Federico de Onís, Tomás Navarro Tomás, entre
otros. La inclusión de fragmentos de esa correspondencia cruzada,
citas extensas en algunos casos, permite apreciar las preocupaciones,
los temores, los entusiasmos, las promesas frustradas, los proyectos,
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los mandatos, ciertas pequeñas miserias, las susceptibilidades, el
desencanto final.
En los cinco capítulos que componen el libro, Lida presenta un
recorrido claro y preciso. El capítulo 1 revela las condiciones que
tornaron factible la creación del Instituto como producto de la
conjunción de una serie de factores: el movimiento reformista
universitario y su búsqueda de condiciones de internacionalización,
entre los principales. Esos factores posibilitaron que Ricardo Rojas
en ese momento decano de la Facultad de Filosofía y Letras
recurriera a la figura que jugó un rol fundamental y que se constituyó
en el portavoz de la avanzada española para la creación del Instituto:
Ramón Menéndez Pidal, director del Centro de Estudios Históricos
de Madrid (CEH). También jugó un rol central la fundación, en
1907, de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE). Ambas
instituciones el CEH, la JAE habilitaron un camino de
modernización de la ciencia española y, en consecuencia, una
reconsideración del lugar que ocupaba en el entorno europeo. Son
momentos de la expansión intercontinental del CEH, lo que fomenta
la fundación del departamento de español en la Universidad de
Columbia, que sería dirigido por Federico de Onís, y con el que el
Instituto de Filología y Alonso en particular encontraría fluidos
cauces de comunicación. A diferencia de lo que había sucedido
pocos años antes, en que una colaboración en términos horizontales
con España habría resultado impensable piénsese solamente en la
desilusión que sufrió Ricardo Palma al intentar introducir en el
diccionario de la RAE algunos americanismos en 1892; o los
términos coloniales con que Marcelino Menéndez Pelayo planteó su
Antología de la poetas hispano-americanos (1893-1895), elaborada a
pedido de la RAE, a partir del Centenario, y del surgimiento de un
hispanoamericanismo progresista, de acuerdo con la categoría
propuesta por Isidro Sepúlveda, se produce, como señala Lida, un
acercamiento de posiciones.
Tal como explica la autora, luego de la elección fallida de una
serie de directores, entre ellos Américo Castro, quien había sido
duramente cuestionado por su tendencia a inspeccionar el habla de
los argentinos y por menospreciar la norma rioplatense, Menéndez
Pidal decide ofrecer el cargo a un joven lingüista español de solo 30
años: Amado Alonso, quien comprendería rápidamente los
vericuetos del rol y las susceptibilidades que podría acarrear un
español que interviniera en las formas del buen decir.
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En el capítulo 2, Lida presenta la rápida inserción de Alonso en las
formas de la sociabilidad local. El Instituto no era entonces como
podría ser hoy, una institución inmersa casi exclusivamente en el
mundo académico, con una intromisión escasa en la agenda pública,
sino que participaba de una serie de debates en torno al idioma, a las
diferentes batallas por el idioma que, con sus antecedentes en el
siglo XIX, perduraban en el XX, fundamentalmente a partir de la
publicación del libro Idioma nacional de los argentinos (1900), de Lucién
Abeille, y de las intervenciones en ocasiones feroces de Arturo
Costa Álvarez, de Vicente Rossi, de Borges. La posición de Alonso
ante esas discusiones fue mucho más contemplativa que la que haa
mostrado Castro. El joven español, si bien no admite la existencia de
un idioma argentino, acepta la inclusión de localismos, a los que
estudiará en diferentes momentos de su periplo por el país.
La organización que fue adoptando el Instituto bajo la batuta de
Alonso es considerada en el capítulo 3. A partir de las gestiones de la
nueva dirección, una camada de jóvenes investigadores que
alcanzarían poco tiempo después gran renombre, se incorpora al
Instituto. Entre los principales encontramos a las figuras de Ángel
Rosenblat, Marcos Morínigo, Pedro Henríquez Ureña, Eleuterio
Tiscornia, los hermanos Lida, entre otros.
Por otra parte, si algo caracteriza de acuerdo con lo expresado
por Lida la dirección de Alonso es su capacidad para emprender
nuevos proyectos, que muchas veces resultarían difícilmente
realizables por cuestiones monetarias. Los avatares políticos, de la
década de 1930 sumaban un problema más a las actividades del
Instituto: recortes presupuestarios a un presupuesto que de por sí era
ajustado, persecuciones a dirigentes de izquierda, tornaban más
compleja la realidad general y la del Instituto en particular. Pocos
años después, la Guerra civil española incorporará un nuevo factor
de incertidumbre, dado que las instituciones que habían colaborado
en la conformación del Instituto dejaron de funcionar. No obstante,
a pesar de (o gracias a) la circunstancias nacionales e internacionales,
el Instituto de Filología logró consolidarse en tres vías de acción:
consiguió subsidios por parte del Estado argentino, que le
permitieron ampliar su radio de acción; logró un lugar de referencia
en el marco de la filología hispánica debido a la crisis general de la
ciencia española como consecuencia de la Guerra civil; estableció
vínculos sostenidos con la academia norteamericana, con fluidos
intercambios de investigadores. Con respecto a esta última cuestión,
vale la pena destacar la aparición de la Revista de Filología Hispánica,
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con el auspicio de la Universidad de Columbia; la beca Guggenheim
recibida por Raimundo Lida en 1939; la invitación que la Universidad
de Harvard realizó a Pedro Henríquez Ureña, el primer
latinoamericano en dictar las Charles Eliot Norton Lectures, en el
período 1940-1941; el doctorado Honoris causa que Alonso recibe de
parte de la Universidad de Chicago en 1941.
En el capítulo 4, Lida pone de manifiesto las redes del Instituto
con diferentes instituciones de difusión de la cultura. Los vínculos
que Alonso estableció con referentes del mundo cultural argentino
fueron fundamentales para su visibilidad y la proyección que
lograron tanto él como el Instituto. Las relaciones con Alfonso
Reyes, con Pedro Henríquez Ureña, con Victoria Ocampo y los
integrantes del grupo Sur resultaron determinantes para esa inserción
en el campo cultural, así como también los lazos con el mundo
editorial, fundamentalmente con la Editorial Losada, de Gonzalo
Losada, quien, huyendo de la Guerra civil, estableció esa casa en
Buenos Aires. La función de Losada resultó crucial por dos motivos:
por un lado, fundaba un lugar para editar las publicaciones del
Instituto; por otro; garantizaba una fuente de inserción laboral para
los exiliados españoles.
Sin embargo, y pese a todas esas iniciativas, los días del
Instituto de Filología bajo la dirección de Alonso estaban contados.
Las condiciones políticas nacionales confabulaban en su contra.
Nuestro Instituto ha dejado de existir, culmina el fragmento de
una carta de Alonso transcripta por Lida en el catulo final (y más
penoso), el 5. Luego de la intervención de la Universidad en 1943, la
situación de las altas casas de estudio en la Argentina se tornó más
compleja y pocos años después, con el ascenso del peronismo, las
cátedras se poblaron de nacionalistas católicos. Esa tendencia
nacionalista no favorecía al Instituto, a causa de la fuerte orientación
internacionalista que había adoptado. Una serie de artilugios y
difamaciones alcanzaron para desplazar a Alonso de la dirección,
entre los más viles la acusación de haber demostrado desapego a la
cultura argentina al aceptar la invitación de Harvard (2019: 167).
El libro de Miranda Lida exhibe el desenvolvimiento del
Instituto de Filología con rigurosidad, detenimiento y amabilidad.
Presenta la compleja trama en la que se imbrican el contexto y las
individualidades: el rol jugado por las condiciones políticas
nacionales e internacionales; las instituciones que contribuyeron a la
creación del Instituto; las vinculaciones entre centros académicos de
España, Estados Unidos y Argentina; el rol de los sujetos que
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cooperaron con su desarrollo (o lo boicotearon). Y en medio de
todos esos factores, la figura de Amado Alonso, quien como un hábil
estratega opera para conseguir y lograr los mejores resultados, que
convirtieron al Instituto, por esos años, en un lugar de referencia
dentro del mundo hispánico.