Gasparini, “El ensayo como escucha apátrida…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 11 / Julio 2021 / pp. 79-96 82 ISSN 2422-5932
del escritor sudamericano con la tradición literaria europea),
el caso de
Nabokov enfatizaría no sólo el sonoro y deslumbrante paso de una
lengua a otra, del ruso al inglés (y viceversa), sino, primordialmente, su
desplazamiento corporal-territorial. Se trata de alguien que, como el
propio Steiner, como Adorno y como Flusser, atraviesan el Atlántico en
busca del espacio de preservación física que representaría América. En
estos trayectos se abre una escisión biográfica ya subrayada por Edward
Said en su ensayo “Reflexiones sobre el exilio”. En este brillante y
potente texto el intelectual palestino nos exhorta a ver la violenta realidad
de un “poeta en el exilio” (Said, 2005: 104), aquella que se evidencia
concretamente en la fracturada vida de refugiados, desplazados, y
emigrados. Puede sorprender que Said nos aconseje “dejar de lado a
Joyce y Nabokov” (104) pero si lo hace no es en razón de la inmensa
obra de estos autores sino por cierta perspectiva teórica que haría del
exilio un “motivo redentor”, un fetiche que obstaculiza su llamado a
“cartografiar territorios de experiencia más allá de los territorios
cartografiados por la propia literatura del exilio” (104). En este sentido,
vemos aquí una crítica a Steiner, una crítica al riesgo de hacer del exilio
una mera metáfora, algo metafísica, del desplazamiento y aun una
experiencia de ciertas ganancias. Recordemos que para Steiner Nabokov
es un Hotelmensch (es decir, un desplazado, una “víctima de la barbarie
política del siglo”, pero también un escritor que pasa “de una lengua a
otra como un turista millonario” (2002: 21).
Diferentemente de Nabokov, Adorno, o el propio Steiner, Flusser
emigra a América del Sur (São Paulo, Brasil), un territorio que
A partir de un ensayo de Thorstein Vebeln, un economista y sociólogo institucionalista estadounidense,
Borges, en “El escritor argentino y la tradición” sostiene que “la preeminencia de los judíos en la cultura
occidental”, obedece a que “actúan dentro de esa cultura y al mismo tiempo no se sienten atados a ella
por una devoción especial” (Borges, 1981: 272). Lo mismo sostiene (curiosamente como Steiner) de los
irlandeses: “Tratándose de los irlandeses, no tenemos por qué suponer que la profusión de nombres
irlandeses en la literatura y la filosofía británicas se deba a una preeminencia racial, porque muchos de
esos irlandeses ilustres (Shaw, Berkeley, Swift) fueron descendientes de ingleses, fueron personas que no
tenían sangre celta; sin embargo, les bastó el hecho de sentirse irlandeses, distintos, para innovar en la
cultura inglesa” (273). Como sabemos tales ejemplos serán utilizados para ilustrar la forma en que los
escritores argentinos, y los sudamericanos en general, podrían manejar de forma irreverente y sin
supersticiones (esa es la manera en que Borges pondera la “exterioridad”) todos los temas europeos. En
un ensayo también célebre sobre la condición de las literaturas escritas en castellano, portugués e inglés
en el continente americano, Octavio Paz (1991) sostiene la singularidad de estas literaturas en el hecho
de estar escritas en lenguas no americanas ya que “La lengua que hablamos es una lengua desterrada de
su lugar de origen” (51), lo cual haría, de acuerdo a la lógica de Steiner, de todo escritor americano un
“extraterritorial”. Quizás este hubiera sido un buen argumento para explicar la “extraterritorialidad” de
Borges pero el pensamiento de Steiner, en ocasiones un tanto conservador, no abunda en
consideraciones que hoy entenderíamos como poscoloniales.