
Milone, “Notas para una eventual lingüística…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 11 / Diciembre 2021 / pp. 37-58 46 ISSN 2422-5932
lingüístico, antropológico; pero dirá que “el historiador de todo esto” es
“Uno viviente. La misma lengua. Ella responde todo. Pregúntesele” (1988:
55). Esa lengua viva, que habla en primera persona, en esta teoría es la
lengua del Edén; y es, más precisamente, el aymará. Lengua primitiva viva,
el aymará es un “documento hablante” (1988: 59) en la medida en que
posee nombres cuyos sonidos son más onomatopéyicos que los de otras
lenguas, lo cual la vuelve indudablemente (para este lingüista) la lengua
edénica. Desde aquí, la argumentación de Villamil pareciera ser
formalmente irreprochable, en la medida en que sostiene que el Edén no
existió sino que existe, habla en aymará y está en Bolivia (más precisamente,
en su pueblo natal: Sorata). La pluralidad de lenguas no se debe al episodio
babélico sino que se explica por las migraciones que han llevado el aymará
a los distintos lugares de la tierra. Esta hipótesis se completa con una
apuesta gloto-política total: si logramos remontar el camino de esas
migraciones y garantizar el acceso a la zona (mediante la propuesta de un
trazado nuevo de vías de ferrocarriles), quedará abierta al mundo la región
edénica. No se trata de un proyecto turístico, sino que evidencia un plan
que podríamos calificar como de lingüística sincrónica total: el Edén está en
el presente (en Sorata) y La Lengua (el aymará) no es ni una lengua que
habló uno solo, ni es una lengua única perdida, ni está muerta. Es gracias
al dibujo de las líneas del ferrocarril, del trazado de paralelas en geografías
diversas con un destino único, que podríamos acceder al origen que no
está en el pasado sino que ebulle en el presente. Acceder a la tierra de la
lengua total (o lo que es lo mismo: apre(he)nder el aymará en Sorata) es la
posibilidad de hablar (en) el Edén, en presente. Por eso, no se trata de una
cierta recuperación del paraíso perdido sino que es el acceso a una lengua
que está viva pero con una vida que desconocemos: un presente continuo.
En Sorata, al pie del Illampu, se localiza el Edén y allí están las raícen del
aymará, “ovario perenne de la lengua” (Villamil da Rada, 1988: 70). Hay
que buscar esas raíces, hacerlas brotar mediante las pruebas de los
“parecidos sonoros”.
Compañero americano de otro lingüista díscolo del siglo XIX como
lo fue Jean-Pierre Brisset, Villamil procederá por homofonías, analizando
desde lo que llama “irradiaciones glosológicas del aymará a otras lenguas”
(1988: 37). En este sentido, podría decirse que esta teoría sería de algún
modo antibabélica, no sólo porque la lengua única es reconocible en un
que en la fiebre del oro californiana habría fundado un periódico en cuatro idiomas, que habría sido
aparapita en Australia. Lo que sí se sabe con precisión es que ocupó varios cargos políticos, que sufrió
el exilio, que al regresar a su país y tras varias situaciones políticas complejas, es nombrado comisario
nacional de límites y actúa en la frontera con el entonces Imperio de Brasil. Viviendo en total precariedad,
dedica sus últimos años de vida a la escritura de su obra filológica y a la promoción de caminos y vías
férreas nuevas. En Brasil finalmente se suicida, arrojándose al mar en Río de Janeiro.