Paredes, “Tiempo para pensar…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 193-212 201 ISSN 2422-5932
Numerosos estudios sobre el archivo coinciden en que éste funciona
siempre desde el presente, actualizando los elementos del pasado
(Antelo, 2013; Mbembé, 2020; Didi-Huberman, 2021). De allí, la
reflexión más productiva para este contexto seguramente sea la que
sostiene Graciela Goldchluk, que vincula archivo, cronotopo y
fragmento: “[El espacio del archivo] Es en este caso el espacio el que
penetra el tiempo que creíamos sucesivo y lo pone a durar, lo hace
presente, pero a condición de que reparemos en su condición de liminar,
hacia fuera y hacia adentro, como un margen en la hoja, como un
tímpano” (Goldchluk: 2013: 1). La trama en Puerto Ayora, percibida
como presente, se realiza haciendo ingresar a los fragmentos del pasado
para poder recrearlos de manera actualizada. El presente paralizado de la
isla, en que el tiempo no puede avanzar, es el punto que repite
circularmente al pasado y lo recrea en un nuevo relato de la memoria.
El uso del pasado gramatical, entonces, es utilizado en los
momentos en que se relata la historia de Diermissen, como también para
narrar la vida del narrador antes de su viaje, la cual se centra
principalmente en su relación con Carolina –su pareja– y con Verónica –
su amante–. De esta forma, así como el anuncio de la muerte delimita
semánticamente los sucesos a partir de allí, los usos del pasado y del
presente gramatical funcionan también para mostrar este límite de la isla,
separando el presente en Puerto Ayora de todo pasado anterior. “Todo
lo que estoy diciendo me hace caer en la cuenta de cuán lejos estoy de
ambas y de mí mismo, también. De quién era con ellas dos, al mismo
tiempo” (Bogado, 2021: 31-32). Del otro lado, el tiempo autónomo,
paralelo o a-histórico de Puerto Ayora lleva con él su propia enunciación.
De un lado está la memoria, con la vida previa del narrador y la
historia de Diermissen, y del otro, la muerte; pasado y futuro. Desde la
arqueología de los medios, Wolfgang Ernst separa de manera tajante el
archivo, al que define como los flujos organizacionales de los
documentos, y la cultura que agrega relatos sobre éstos. El archivo no
sería, así, la memoria cultural de una sociedad o comunidad, sino su
memoria organizacional, y toda narración que surja del archivo es, según
Ernst, un excedente exterior al archivo: “El espacio de archivo se basa
en el hardware, no en un cuerpo metafórico de memorias. Su sistema
operativo es administrativo; sobre sus datos almacenados, las narraciones
(historia, ideología y otros tipos de software discursivo) se aplican sólo
desde el exterior” (Ernst: 2018: 2). Con ciertos reparos, la perspectiva de
Ernst esclarece el funcionamiento del archivo pensado como elemento
capaz de crear relatos, y profundiza –en este punto–la perspectiva de
Mbembé con la que se abrió este artículo, la cual piensa el archivo a partir
de un doble estatus: como elemento material y elemento de prueba. Ernst