Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 135 ISSN 2422-5932
LITERATURA Y NACIÓN: TENSIONES Y
TRANSCRIPCIONES DE DOS CAMPOS
DISCIPLINARIOS
LITERATURE AND NATION: TENSIONS AND
TRANSCRIPTS OF TWO DISCIPLINARY FIELDS
Martina Guevara
Universidad de Buenos Aires-CONICET
Doctora en Literatura (UBA), Licenciada en Letras (UBA), Profesora de Enseñanza Media y Superior en
Letras (UBA) y Técnica en Guion Cinematográfico (FUC). Se especializó en el estudio de configuraciones identitarias
en la narrativa de Juan Filloy de la década de 1930. Actualmente, se desempeña como JTP de la materia Teoría
Sociológica y Teoría Literaria en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y como becaria posdoctoral del
CONICET. Integra el equipo de investigación UBACyT “Lo policial como género en la literatura y el cine
argentinos” dirigido por Román Setton y del Proyecto de Investigación Científica de la FUC “Géneros
Cinematográficos en Latinoamérica”, dirigido por Setton y Patricio Fontana. Es autora de Juan Filloy en la década
del 30. Configuraciones de la Nación y sus identidades.
Contacto: guevaramartina@gmail.com
ORCID: 0000-0003-3108-174X
DOI: https://zenodo.org/record/8212637
ARTÍCULOS
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 136 ISSN 2422-5932
Fecha de envío: 29/08/2022 Fecha de aceptación: 01/03/2023
Nación
Disciplinas sociales
Estudios literarios
Literatura argentina
Identidad/ alteridad
Este artículo propone un análisis interdisciplinario a partir de una de las categorías provenientes de
las ciencias sociales con la que más dialogaron los estudios literarios: la de nación y sus fenómenos
asociados, identidad nacional y nacionalismo, que podemos englobar en el sintagma (más impreciso)
de “lo nacional”. Para ello, dividimos el artículo en cuatro apartados. El primero, revisa críticamente
los principales estudios de corte histórico/sociológico que enmarcaron gran parte de los abordajes
literarios en torno al problema de lo nacional. El segundo, se centra en la noción asociada de idioma
nacional, vínculo clave entre los enfoques sociales y literarios. En el tercero, damos cuenta de estudios
literarios en los que la dinámica literatura-nación se piensa en relación con obras ficcionales argentinas
que sirvieron de soporte de modelos de Nación. En el cuarto apartado, invertimos la perspectiva, para
revisitar los estudios que se preguntaron sobre la identidad de la literatura argentina, dentro de los que
cobra especial relevancia el concepto de alteridad y la relación centro-periferia. Concluimos que
problematizar los textos críticos citados a partir del marco teórico que les sirvió de base permite un
mejor ordenamiento y comprensión del eje literatura- nación en el campo literario argentino.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Nation
Social Disciplines
Literary Studies
Argentine Literature
Identity/Otherness
This paper presents an interdisciplinary analysis based on one social sciences category that has been
frequently discussed in literary studies: nation and its associated concepts, national identity and
nationalism, which can be included in the (more imprecise) syntagm of "the national question". To
this end, we divide the paper into four sections. The first one reviews the main historical-sociological
studies that have framed most of the literary approaches to the problem of "the national question".
The second section focuses on the associated notion of national language, a key link between social
and literary approaches. In the third section, we give an insight into literary studies in which the
literature-nation dynamic is explored in relation to the Argentine fiction that served as support for
Nations models. In the fourth section, we reverse the perspective to revisit the studies that questioned
Argentine literature identity, within which the concept of otherness and the center-periphery
relationship gain special relevance. We conclude that the problematization of the critical texts cited
above, taking into account the theoretical framework that served as their basis, allows us to better
classify and understand the literature-nation axis in the Argentine literary field
.
KEYWORDS
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 137 ISSN 2422-5932
Naciones y Nacionalismos: ¿gastronomía o geología?
Cuando en 1990 Hobsbawm definió la nación como un fenómeno
inherentemente moderno, y antes de que esa caracterización adquiriese
la forma de una máxima en los estudios sobre el tema, la mirada
antigenealógica (Palti, 2006) sobre la nación ya contaba con una extensa
trayectoria. En otras palabras, la idea de que la nación más que un
fenómeno fundado en supuestas características inherentes de las
sociedades o en su sustrato étnico (como consideran las teoas
genealógicas) poseía un origen preciso demarcado por las coordenadas
histórico-políticas de fines del siglo XVIII tenía, para el año en que
Hobsbawm publica su famoso libro Naciones y Nacionalismo desde 1780,
una considerable aceptación en el campo académico. De hecho, podría
decirse que “la explosión discursiva sobre el concepto de identidad, que
para Stuart Hall ([1996] 2003: 13) distingue a los últimos os del siglo
XX, es resaltada previamente por el propio Hobsbawm, aun si para
hacerlo recurre a un interrogante muy poco ortodoxo: ¿qué pasaría si un
historiador intergaláctico intentase comprender el significado de
nación, ya que, “después de estudiar un poco, sacaría la conclusión de
que los últimos dos siglos de la historia humana del planeta Tierra son
incomprensibles si no se entiende un poco el término nación
(Hobsbawm, [1990] 2012: 9)?
Si bien la nación, la nacionalidad, el nacionalismo son términos que
han resultado notoriamente difíciles de definir (Anderson, 1993: 19), ese
supuesto historiador extraterrestre encontraría una aproximación a la
respuesta en los abundantes textos sobre el tema escritos entre 1968 y
1988. En esa etapa, el número de obras que verdaderamente esclarecen
lo que son las naciones y los movimientos nacionales (y su papel en el
devenir histórico) es mayor que en cualquier período anterior con el
doble de duración(Hobsbawm, 2012: 12). Sin agotar la lista, Hobsbawm
menciona
1
a Joshua Fishman (1968), John W. Cole y Eric R. Wolf (1974),
Charles Tilly (1975), Jenö Szücs (1981), John A. Armstrong (1982), John
Breuilly (1982), Ernest Gellner (1983), Benedict Anderson (1983),
Anthony D. Smith (1983), Miroslav Hroch (1985) y Eric Hobsbawm y
Terence Ranger (1989).
1
Como antecedentes de este período, Hobsbawm destaca los trabajos pioneros de Ernest Renan (1882),
Carleton B. Hayes (1926) y Hans Kohn (1944).
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No obstante, esta pluralidad de textos críticos sobre la nación
necesita de una segunda distinción que complemente la diferenciación,
guiada por Palti (2006), entre teorías antigenealógicas y genealógicas.
Este aporte puede ser realizado de la mano del teórico inglés Anthony
Smith. En “¿Gastronomía o geología? El rol del nacionalismo en la
reconstrucción de las naciones” (2000) Smith escinde entre
acercamientos geológicos y gastronómicos de la nación. Los
primeros, al que el propio Smith dice haber llamado perennialistas en
versiones anteriores,
2
consideran que el pasado étnico explica el presente
nacional. Por lo tanto, al igual que la sucesión de estructuras geológicas,
el desarrollo moderno de la nación no puede comprenderse sin
aprehender las diferentes etapas de las formaciones sociales previas. Por
el contrario, las teorías gastronómicas entienden la nación moderna
como un “artefacto compuesto ensamblado con una rica variedad de
fuentes culturales (Smith, 2000: 187), entre ellas se encuentran la
historia, los símbolos, los mitos y las lenguas. Hasta a, la propuesta no
es muy distante de la Palti. La diferencia es que Smith remarca la brecha
existente entre las teorías gastronómicas. Sostiene que los primeros
enfoques modernistas sobre la nación asumían que las naciones, una vez
formadas, eran comunidades reales de cultura y poder. En cambio, en su
versión s radical (Smith, 2000: 185) las aproximaciones
gastronómicas a la nación sostienen la condición imaginaria de la
comunidad nacional y la naturaleza ficticia de los mitos unificadores.
Aun teniendo presente la anterior distinción, importa establecer
una serie de continuidades. Entre los títulos citados por Hobsbawm, se
encuentra Naciones y nacionalismo de Gellner, ya en 1983, se había
advertido que es el nacionalismo lo que engendra las naciones y no a
la inversa. Concretamente, y como se evidencia en la similitud entre
ambos títulos, la teoría de Gellner es la base de Naciones y Nacionalismos
desde 1780. Hobsbawm retomará de su predecesor el elemento de
artefacto, invención e ingeniería social que interviene en la construcción
de naciones; también, la idea de que la nación responde a una necesidad
de homogeneización coherente con los procesos de modernización de
los Estados europeos. No obstante, si para Gellner el principal objetivo
de la construcción nacional era impulsar la movilidad en la estructura
ocupacional que exigía la sociedad industrializada a partir de una masa
trabajadora cualificada, móvil e intercambiable, Hobsbawm, sin dejar de
reconocer este componente, hace hincapié en la dimensión política del
fenómeno al subrayar “el proceso de invención e ingeniería social que
2
Al respecto véase Smith (1983 y 1998). En el segundo ensayo, Smith divide entre teorías perennialistas,
modernistas y posmodernistas.
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interviene en la construcción de las naciones por parte de los estados y
los nacionalismos (Hobsbawm, 2012: 18). Nos interesa remarcar que la
principal crítica que Hobsbawm realiza a la teoría de Gellner es que
sostiene una perspectiva desde arriba de la modernización y por esto
no presta la debida atención a su contraria, la visión desde abajo”. Con
este cambio de mirada, se refiere a la nación tal como la ven, no los
gobernantes y los portavoces y activistas de movimientos nacionalistas
(o no nacionalistas), sino las personas normales y corrientes que son
objeto de los actos y la propaganda de aquéllos (Hobsbawm, 2012: 19).
En consecuencia, no existe para Hobsbawm una correspondencia
necesaria entre, por un lado, el pensamiento de las ideoloas oficiales y,
por el otro, el de sus ciudadanos o partidarios; del mismo modo,
considera erróneo escindir la identificación nacional del resto de las
construcciones identitarias que conviven en un individuo. Finalmente, el
historiador marxista inglés entiende la identificación nacional como un
fenómeno mutable acorde a la diversidad social y regional, y cuyos
deslizamientos pueden incluso percibirse en períodos acotados de
tiempo. Al realizar un seguimiento del uso social y político del concepto
de nación, Hobsbawm comprueba, a la vez que su modernidad, la
permeabilidad de su significado a lo largo del tiempo.
Como señalamos, tanto la teoría de Gellner como la de Hobsbawm
forman parte (si nos abstenemos de la clasificación de Palti) de las teorías
antigenealógicas que sostienen el presupuesto de la modernidad y el
carácter de constructo del concepto de nación. Estas concepciones
proliferan luego de la Primera Guerra Mundial y gracias al afianzamiento
de una noción de temporalidad que rompe con la idea de procesos
teleológicamente ordenados al pensar la existencia de quiebres
cualitativos permanentes en el orden y la estructura del mundo. En
consecuencia, la identidad nacional moderna no estaría determinada
según un sustrato cultural objetivo, sino que sus basamentos responden
a una articulación contingente de discursos que crean una ficción
homogeneizadora a fines del siglo XVII (Palti, 2006). No obstante, esta
nueva figuración de origen presenta mayor fortaleza y un nivel de
consenso s elevado en las teoas de las últimas décadas del siglo XX,
en las que no solo las ideas modernas de la nacionalidad se evidenciarían
como constructos ideológicos, sino que también lo haa toda forma de
comunidad nacional (Palti, 2006). En estos derivados se afianzan las
aproximaciones gastronómicas descriptas por Smith.
El clásico libro de Anderson, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre
el origen y la difusión del Nacionalismo ([1983] 1993), pertenece a este
próspero peodo de teoas sobre la nación. Su enorme influencia en el
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campo de los estudios culturales y en los estudios argentinos dedicados
a la literatura amerita que nos detengamos brevemente en algunas de las
conceptualizaciones que despliega.
Anderson define la nación como una comunidad política
imaginada inherentemente limitada y soberana (Anderson, 1993: 23). Si
bien la teoría de Anderson es harto conocida, esto no impidió que la
definición fuese varias veces víctima de un reduccionismo alentado, entre
otros factores, por el tulo de la obra. Más que como inherentemente
limitada y soberana la concepción de nación de Anderson quedó
muchas veces circunscripta a la idea de imaginación. Caer en el olvido de
la frase completa no deja de ser tentador para el campo de los estudios
literarios, ya que permite asimilar la imaginación poética a los imaginarios
nacionales y, en breve cuenta, asumir que las operaciones esticas
desplegadas en un texto literario temáticamente acorde son escenarios
privilegiados para construcciones identitarias nacionales. Esta
presunción no es en sí misma ni cierta ni errada. El problema es que la
solución a su ambivalencia no reside únicamente en mesurar el salto entre
la esfera social y la literaria. Más aún porque Anderson dedica gran parte
de su obra a explicar la incidencia de la temporalidad de la novela
moderna en la aprehensión de la nación como una comunidad. Según
explica, la nación moderna se configura alrededor de una concepción del
tiempo transverso instrumentado por la novela en el XVIII. Basándose
en la clasificación de Walter Benjamin del tiempo homogéneo, vacíoy
en la idea de simultaneidad de Eric Auerbach, entiende que la
construcción de un lector omnisciente capaz de conocer la conexión,
oculta para sus protagonistas, entre peripecias que suceden al mismo
tiempo genera el imaginario de un conjunto cohesionado socialmente, es
decir, produce la idea de una nación en tantouna comunidad sólida que
avanza sostenidamente de un lado a otro de la historia (Anderson, 1993:
48). Pensamos que, como en tantas otras problemáticas del campo
cultural, la dinámica entre la individualidad creadora y el resto de las
discursividades con las que dialoga que exceden el universo literario
matiza las proyecciones voluntaristas de las configuraciones de tinte
nacional. En otras palabras, no toda obra que tematice sobre la nación
funda o configura necesariamente una construcción identitaria ni
tampoco funciona como elemento de validación o socavamiento de las
conformaciones comunitarias consensuales de los Estados-nación. En
este sentido, vale recordar la advertencia que Palti (2006) hace sobre el
aspecto imaginativo presente en la definición de Anderson y que deriva
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de la diferenciación que el propio teórico irlandés realiza con posturas
como las de Gellner, que confunden invención con falsedad:
3
La construcción imaginaria de una comunidad indica, en última
instancia, las condiciones para la plausibilidad o no, en cada caso, de las
apelaciones ideológicas respectivas de los nacionalistas, pero no se
confunde con estas, puesto que las precede. La idea de comunidad
imaginada no refiere, pues, a la nación en tanto construcción ideológica,
como suele interpretarse, sino que remite al sujeto de tal construcción
(el pueblo) (Palti, 2006: 113).
Para Anderson una nación es imaginada en tanto sus miembros se
imaginan aun sin conocerse como parte de una misma comunidad. En
este punto, la teoría de Anderson converge y refuerza la preocupación
de Hobsbawm por la “visión desde abajo de lo nacional. Los otros dos
términos de la definición de Anderson (las características de limitada
y soberana de la nación) son consecuentes con esta perspectiva. La
nación se considera como limitada porque los miembros de una
comunidad se piensan dentro de fronteras finitas más allá de las cuales
se encuentran otras naciones (Anderson, 1993: 25). Además, se piensa
como soberana por depender de la potestad del Estado y no ya de un
poder ontológico derivado de una autoridad divina. A su vez, para el caso
de las naciones latinoamericanas, es interesante prestar atención al
capítulo X El censo, el mapa y el museo que Anderson agrega en su
segunda edición de 1991. En este catulo, suma a su análisis sobre los
cambios en la aprehensión del tiempo las modificaciones producidas en
la concepción del espacio luego de la llegada de los europeos a América.
Según su hipótesis, el censo, el mapa y el museo son las formas en el
que el Estado colonial, al querer asir sus nuevos territorios y a sus
habitantes, termina engendrando de manera inconsciente y dialéctica la
gramática de los nacionalismos que, a la postre, surgió para combatirlos
(Anderson, 1993: 15).
El otro clásico de las teorías antigenealógicas según la clasificación
de Palti (2003) o gastronómicas según categoriza Smith (1995) que
comparte con el libro de Anderson la primacía en los estudios literarios
sobre lo nacional es Nación y Narración de Homi Bhabha ([1990] 2010).
Este libro ya se inserta dentro de las perspectivas tricas del
poscolonialismo. Surgidas en el ámbito académico de Inglaterra y
3
Anderson observa que la idea de invención de las naciones que expone Gellner en Naciones y nacionalismo
conduce a una contraposición entre naciones “verdaderas” y naciones “falsas”. Para Anderson, por el
contrario, las naciones deben distinguirse según el “estilo” con el que son imaginadas.
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Estados Unidos, con el aporte fundamental de tricos nacidos en el
tercer mundo pero emigrados a Inglaterra: Edward Said, palestino, y
Homi Bhabha, de origen persa, pusieron el foco en las miradas cruzadas
entre Oriente y Occidente, en cómo hablar de o representar al otro y
en el estatus del sujeto subalterno”. En este sentido, podríamos decir
que la “visión desde abajo se “desmembra: las teorías sobre la nación
desde una perspectiva poscolonial ya no piensan el pueblo en tanto
colectivo uniforme; por el contrario, lo perciben como un cuerpo
heterogéneo, mutable y fragmentario. Esto lleva a Smith (1998) a
catalogar Nación y Narración dentro de las teorías que van más allá
(beyond) de la modernidad. En otras palabras, son teorías que pueden
circunscribirse, si bien aclara que de una manera un tanto laxa, dentro de
un paradigma posmoderno. Por lo tanto, al problematizar la asunción
de la dimensión sociológica y el poder de las ideologías nacionalistas en
la conformación de las naciones, ya no pretenden producir una teoría
general causal sobre el surgimiento de las naciones anclada en la
estructura social. Sin subvertir el paradigma modernista (como sí lo
hace el perennialismo), extienden su preocupación hacia lo que
consideran una fase posmoderna del desarrollo social. De este modo, la
descomposición de la idea de “nación y “nacionalismo abre camino a
la asunción de la nación como un artefacto cultural que lejos de ser
unívoco es plausible de ser deconstruido desde perspectivas múltiples.
Algunas de sus preocupaciones centrales son la inmigración y la
hibridación; la descomposición de las narrativas tradicionales en los
procesos de descolonización; el rol de las divisiones de género en las
construcciones de la nación; las relaciones entre globalización,
supranacionalidad e identidad nacional, y la participación de los grupos
subalternos en la creación de la nación.
En efecto, el centro de interés de Bhabha no son los movimientos
nacionalistas, sino las tradiciones de escritura que han “procurado
construir narrativas de lo imaginario del pueblo-nacional (Bhabha,
2010: 400). Para Bhabha, la nación es un sistema de significación fundado
sobre todo en la narración del “pueblo, al que define como una
estratégica retórica compleja de referencia social. Las narrativas del
pueblo operan guiadas por una doble y escindida significación que
erosiona la imagen de una identidad nacional homogénea. Así, el
pueblo está atravesado por un tiempo doble: el tiempo pedagógico
continuista y acumulativo que constituye a sus integrantes como
objetos de un a priori fundado en la tradición (en un origen ya dado) y
el tiempo performativo continuamente repetido y escenificado al
decir de Chatterjee (2008) en su perspectiva sobre Bhabha que le
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confiere el rol de “sujetos de un proceso de significación marcado por
el presente enunciativo. La permanente oscilación que se produce entre
la nación como algo al mismo tiempo objetivo y construido refuta
cualquier derecho de supremacía cultural. Dado que la significación de la
nación es, por lo tanto, incompleta y en constante elaboración, las
fronteras o los límites que la circunscriben (y que construyen la distancia
entre un nosotros y los otros) se convierten en espacios
intermedios a través de los cuales se negocian los significados de la
autoridad cultural y política (Bhabha, 2010: 15). La consecuencia de este
espacio de liminalidad que produce el sistema de significación
ambivalente de la nación es que “la minoría, el exiliado, el marginal y el
emergente se trasladen del afuera fronterizo al adentro del pueblo
nacional; es decir, que la diferencia cultural deje de ser la amenaza de un
pueblo ajeno para convertirse enuna cuestión de la otredad del pueblo-
como-uno (Bhabha, 2010: 397). Es por eso que las minorías no se
relacionan con el discurso pedagógico de la nación de manera
confrontativa, sino que se adhieren a ese discurso como un suplemento
que obstaculiza su capacidad generalizadora. Por lo tanto, la fuerza de la
diferencia cultural reside en la renegociación constante de las tradiciones
que constituyen la narración nacional.
Como podemos observar, Bhabha comparte con Anderson la
preocupación por las imágenes construidas de lo nacional; sin
embargo, marca una diferencia que será crucial para el desarrollo crítico
posterior. Esta es el abandono de la concepción de un origen constitutivo
y fundacional de la idea de nación para pasar a pensarla desde una
dimensión performativa en constante actualización y negociación.
Siguiendo el camino abierto por Bhabha y también desde la
perspectiva de los estudios poscoloniales y desde la realidad de su India
natal, Partha Chatterjee ([2006] 2008) considera que el espacio-tiempo
vacío y homoneo propio de la modernidad y el capitalismo que
define la comunidad nacional según Anderson (1983) difiere del tiempo
real de la vida moderna. Para el teórico indio, la idea de un tiempo
homogéneo es una utopía eurocentrista
4
y propone, por el contrario,
pensar la nación desde la realidad del mundo poscolonial al que considera
la mayoría del mundo moderno (Chatterjee, 2008: 116). Reestablecer
un marco político utópico no es una opción para un mundo poscolonial
que emerge cuando el espacio-tiempo épico y mítico de la modernidad
ha quedado como rémora del pasado y cuando las asimetrías producidas
y legitimadas por los universalismos del nacionalismo han quedado
4
Además, Chatterjee entiende que asociar la modernidad al capitalismo produce una caracterización de
las resistencias como arcaicas o atrasadas.
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evidenciadas. La potencia de la fragmentación y del otro invisibilizado
por el discurso homogeneizador de lo nacional diagnóstico propio de
las teorías posmodernista se ancla en el caso de Chatterjee en una
dimensión fuertemente política. El tiempo real es denso y heteroneo,
ya que está enmarcado dentro de prácticas políticas de la
gubernamentalidad. Este concepto, elaborado por Foucault (2006),
implica una reversión de las políticas de los nacionalismos estatales: más
que en el análisis de las ideologías sobre las que se respaldaron, busca su
foco en las estrategias e instituciones constituidas como dispositivos de
control sobre la población (Topuzian, 2017). La gubernamentalidad
opera así sobre un cuerpo social heterogéneo al actuar sobre múltiples
grupos de población hacia los que desarrolla diversas estrategias. En este
sentido, se opone al ejercicio igualitario y uniforme de los derechos,
derivado de la noción de ciudadanía constituida por el ideal universal de
la nación. Es decir, contrasta con el modelo occidental que los Estados
poscoloniales asumieron luego de lograr su independencia. Las categorías
propias de la gubernamentalidad los “Refugiados, campesinos sin tierra,
trabajadores eventuales, personas sin techo bajo la nea de la pobreza
(Chatterjee, 2008: 133) son las únicas capaces de articular las
reivindicaciones políticas de los subalternos al señalar las contradicciones
de un orden capitalista que tiene que mantener el dominio de clase bajo
las condiciones de la democracia de masas (Chatterjee, 2008: 188). Por
lo tanto, para Chatterjee, tanto el teórico poscolonial como el novelista
poscolonial tienen necesariamente [que] ensuciarse las manos en el
complicado mundo de las políticas de la gubernamentalidad (Chatterjee,
2008: 85). Su construcción identitaria nacional se funda en la idea de una
“sociedad política
5
y no civil y en un tiempo desigual que responde a las
diferentes experiencias de los distintos grupos sociales y en los que
participan también formas comunitarias
6
precapitalistas que fueron
excluidas de los Estados nacionales contemporáneos. De esta forma, el
nacionalismo anticolonial, su imaginación nacionalista, radica no solo en
una identidad diferente, sino en una diferencia respecto a los formatos
modulares conformadores de sociedades nacionales propagados por el
Occidente moderno (Chatterjee, 2008: 92). Por eso, el nacionalismo
anticolonial forja su propio espacio de soberanía dentro de la sociedad
colonial mucho antes de iniciar su lucha política anticolonial. Lo logra al
5
En su introducción al libro de Chatterjee (2008), Víctor Vich define la concepción de sociedad política
de Chatterjee como “la presencia nunca unificada de los ciudadanos: a grupos fragmentados, con
intereses particulares, los cuales son también interpelados fragmentariamente” (Chatterjee, 2008: 11).
6
Para Chatterjee solo hay comunidad en la medida en que hay otro que posee un poder que la excluye
(Vich, 2008).
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dividir el mundo de las instituciones y las prácticas sociales en dos
campos: el material y el espiritual. El material (de la econoa, de lo
estatal, de la ciencia y de la tecnología) al que Chatterjee denomina el
campo de lo exterior es el que queda bajo el dominio del Estado
colonial; el campo espiritual o interior, si bien se ve alterado por los
procesos de colonización, se mantiene fuera de los dominios del Estado
colonial. Es esta característica la que particulariza de manera
históricamente significativa los nacionalismos de la periferia debido a
que, “en su dominio verdadero y esencial, la nación puede ser soberana,
aun cuando el Estado esté en manos del poder colonial (Chatterjee,
2008: 94). Finalmente, la ambición de Chatterjee no es solo mostrar una
divergencia entre la “narrativa de la comunidad y la narrativas del
capitalismo (Vich, 2008) (a la vez que evitar la oposición entre
cosmopolitismo global y chauvinismo étnico), sino imaginar nuevas
formas del Estado Moderno que generen un lenguaje teórico que permita
hablar sobre comunidad y Estado al mismo tiempo (Chatterjee, 2008:
101).
Las teorías antigeneagicas no se limitan a las que recuperamos en
este apartado. Si decidimos ceñirnos a las conceptualizaciones de
Hobsbawm, Anderson, Bhabha y Chatterjee es porque vemos en ellas
herramientas teóricas productivas para el análisis crítico del complejo
universo de las configuraciones identitarias de cacter nacional dentro del
campo literario y, en concreto, argentino. En específico, nos interesa la idea
de visión desde abajo de la nacionalidad, diferenciada de la de las
ideologías oficiales y de los movimientos poticos (Hobsbawm, 2012); la
percepción de que los instrumentos materiales de la producción cultural
posibilitan la imaginación de las comunidades nacionales (Anderson,1993);
la atención a las narrativas de la nacionalidad atravesadas por una doble
temporalidad que subsume a la nación a una tensión permanente y en la que
las minoas son capaces de negociar sus significados (Bhabha, 2010) y,
finalmente, la particularizacn de los nacionalismos de la periferia por fuera
de las modulaciones europeas y desde la conformacn de narrativas
comunitarias opuestas a las formas del Estado capitalista pero no
necesariamente de todo tipo de Estado (Chatterjee, 2008).
El idioma nacional
La idea de que la identidad nacional argentina se aleja no solo de
explicaciones de orden geológico, sino también de un único momento
fundacional es un punto general de concordancia en la crítica dedicada
al análisis de las relaciones entre literatura y nación de nuestro país. En
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gran parte, esta suerte de tensión identitaria respecto de las concepciones
normalizadoras y pedagógicas de lo nacional es propia de la realidad
latinoamericana: está marcada principalmente por las contradicciones
inherentes a la generación de una literatura nacional a partir de una
lengua heredada por el Estado colonial.
7
La lengua y la identidad nacional, si bien no necesariamente
convergentes, son dos nociones asociadas de manera indiscutible. En
mayor o menor medida, la lengua es una de las fuentes culturales que
componen el artefacto que es la nación moderna. Dentro de las páginas
que, tanto desde el ámbito de la crítica literaria como en el de la
lingüística, se han ocupado del tema,
8
nos interesa destacar las realizadas
por Itamar Even-Zohar. El teórico israelí parte del formalismo
9
para
plantear que la literatura debe entenderse como un polisistema que se
vincula y se transforma con relación a una serie heteronea de
elementos dinámicos pertenecientes al resto de las actividades humanas:
estratificación de los sistemas centrales y periféricos; repertorios (leyes y
elementos que rigen la producción de textos) canonizados y no
canonizados; canonicidades estáticas y canonicidades dinámicas; tipos de
repertorios primarios (innovadores) y secundarios (conservadores); y
relaciones de transferencia y transformación. En resumen, por
literatura el teórico israelí entiende todo un conjunto de actividades,
solo parte de las cuales son los textos para ser leídos, o textos para ser
escuchados, o incluso comprendidos [] estas actividades incluyen la
producción y el consumo, el mercado y las relaciones de negociación
entre normas (Even-Zohar, 1994: 362). Por lo tanto, el (poli)sistema
literario pertenece, a su vez, a un (poli)sistema mayor que es el de la
cultura. Ambos polisistemas son de naturaleza isomórfica:
7
Susana Santos (2000) da cuenta de que la dualidad quechua-español lleva a José Carlos Mariátegui a
reforzar su idea de la que la relación nación-literatura se basa en elementos unificadores que descansan
en conceptos homogeneizadores acorde al orden capitalista. Para Mariátegui, el vínculo literatura nación
construido como un fenómeno natural resulta arbitrario, puesto que “no sólo configura historias de
literaturas nacionales como objetos cerrados en correspondencia con límites de fronteras, que son meros
trazados políticos, sino que también no observa ningún criterio estético que valore la cualidad literaria”
(Santos, 2000: 133).
8
Sobre este punto, véase, por ejemplo, Narvaja de Arnoux, E. y R. Bein (1999) y Narvaja de Arnoux, E.;
Bein, R. y C. Luis (2003).
9
Según Even-Zohar (1990) la idea de que los fenómenos semióticos pueden entenderse y estudiarse de
modo más adecuado si se los considera como sistemas posee dos tradiciones principales, a saber, la
teoría de sistemas estáticos y teoría de sistemas dinámicos. La primera tiene su base en la escuela de
Ginebra, la segunda tiene sus raíces en los trabajos de los formalistas rusos y de los estructuralistas
checos.
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 147 ISSN 2422-5932
Ya no es necesario asumir que los hechos sociales, por ejemplo, han de
encontrar una expresión inmediata, unidireccional y unívoca en el nivel
del repertorio literario, como a la sociología primitiva a la Historia de las
Ideas, Marxismo (ortodoxo) incluido, les gustaa que creyésemos. Las
intrincadas correlaciones entre estos sistemas culturales, si se los
contempla como de naturaleza isomórfica y como funcionales lo en el
seno de un todo cultural, pueden observarse sobre la base de sus
intercambios mutuos, que a menudo ocurren de modo oblicuo, esto es
por medio de mecanismos de transmisión, y a menudo a través de
periferias. (Even-Zohar, 1990: 15)
La perspectiva sistémica de Even-Zohar le permite analizar el papel de
la literatura y de la lengua en la cohesión socio-cultural necesaria para la
fundación de Estados nacionales. En consonancia con la dinámica tensa
entre sistemas centrales y periféricos dentro de la literatura, comprueba
una diferenciación en el lenguaje entre su implementación como
herramienta administrativa del Estado y su concepción en tanto
veculo cargado de valor simbólico (Even-Zohar, 2007: 188). El
centro de su interrogación está puesto en la jerarquía de los factores que
operan en el vínculo generado entre los mecanismos semióticos y los
mecanismos culturales. Según su hipótesis, las ideologías que determinan
los objetivos de una sociedad son los organizadores de nivel superior.
Dado que, desde el siglo XVIII, la ideología más poderosa es la
nacionalidad, la lengua (como un elemento cultural disponible pero
especialmente eficaz) fue elegida el vehículo privilegiado para lograr una
identidad nacional común entre grupos heterogéneos. Por esta razón,
Even-Zohar sostiene que la diversidad lingüística es capaz de ser
aceptada pacíficamente como un hecho de la realidad cultural, siempre y
cuando no entre en conflicto con la ideología de los organizadores
semióticos de nivel superior. Al mismo tiempo, y por la misma causa,
indica que mediante la adopción de una lengua determinada, una
determinada población o un determinado grupo de la sociedad manifiesta
qué identidad desea mostrarse a sí misma y qué identidad desea mostrar
al resto del mundo (Even-Zohar, 2007: 188). Ambas afirmaciones
convergen en una última conclusión: una ideología alternativa con
respecto a la nacionalidad podría también convertir a la lengua en una
herramienta de lucha.
Encontramos también necesario reseñar algunas observaciones al
respecto en las teorías gastronómicas ya anotadas y presentar una
breve reconstrucción del tema en la Argentina.
En principio, es notorio observar que las perspectivas que, por un
lado, defienden de manera taxativa la idea de la nación como una
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 148 ISSN 2422-5932
construcción propiamente moderna, por el otro, resultan más
ambivalentes respecto del rol de la lengua en las configuraciones
identitarias de la nación. Para Hobsbawm (2012) si bien es evidente que
la lengua en el sentido herderiano, hablada por el Volk (pueblo),
10
no
era un elemento indispensable en la formación del protonacionalismo,
sin embargo,no era necesariamente ajena a [él]” (Hobsbawm, 2012: 68).
A saber, aunque considera que la lengua de un pueblo es en gran parte
un artefacto cultural (Hobsbawm, 2012: 121), advierte que
[] indirectamente llegaría a ser central para la definición moderna de la
nacionalidad y, por ende, también para su percepción popular. Porque
donde existe una lengua literaria o administrativa de élite, por pequeño
que sea el número de los que la usan, puede convertirse en un elemento
importante de cohesión protonacional. (Hobsbawm, 2012: 68)
Anderson es s contundente respecto del rol de la lengua en la
conformación de las naciones al entender que forma la base desde la que
puede concebirse una comunidad como la nación. Señala que el concepto
herderiano de la lengua del Volk ejerció una amplia influencia “sobre el
desarrollo teórico subsecuente acerca de la naturaleza del nacionalismo
(Anderson, 1993: 103). Sin embargo, el papel que ocupó la lengua en las
comunidades antiguas, que la baja alfabetización ayudaba a sostener
como sagrado, dista de su rol en las comunidades imaginadas de la nación
moderna. Para que la lengua se convirtiese en la base de una comunidad
nacional moderna enmarcada en la transformación que produjo el
capitalismo de imprenta,
11
la sociedad tuvo que pasar de considerarla
como depositaria del saber ontológico a reconocer su paridad con las
lenguas vernáculas. De ahí que en Europa haya sido fundamental la
degradación (Anderson, 1993: 37) del latín y la extensión de la
alfabetización para la conformación de la nación moderna.
Según Bhabha (2010), del mismo modo que la temporalidad cultural
de la nación se inscribe en una realidad social mucho más transitoria que
10
La relación entre literatura y nacionalismo tiene un sustrato anterior a los nacionalismos culturales en
la noción herderiana de Volkgeist que influyó profundamente en los románticos e impulsó el giro hacia
la valorización de las lenguas vernáculas y el estudio de las literaturas nacionales (Gramuglio, 2013: 69).
Herder define la nación desde una perspectiva organicista atravesada por una fuerza interior, un instinto
“natural y popular”, el Volksgeist, superior a todos los individuos, y que se traduce en su lengua (Jurt,
2016: 19).
11
De acuerdo con Anderson (1993), el capitalismo de imprenta impulsó la concepción del tiempo
homogéneo y simultaneo necesario para la imaginación de la comunidad nacional moderna. La
convergencia del capitalismo y la tecnología impresa hizo posible una forma de comunidad ante la
diversidad de las lenguas vernáculas.
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 149 ISSN 2422-5932
la que sienta su emergencia en la modernidad, las narrativas de la nación
deben entenderse desde la performatividad del lenguaje y no desde el
presente primitivode la lengua hablada por el Volk o de la plenitud
del tiempo narrativo visualizado en el cronotopo de lo local que, según
Bajn (1986), describe el tiempo-espacio del discurso nacional. En
consecuencia, la relación entre nación y lengua dista de entenderse desde
el imaginario de un tiempo homoneo y vacío para ligarse al lugar de
enunciación, inestable, del sujeto subalterno.
Finalmente, Chatterjee (2008) demuestra que el desarrollo de la
lengua bengalí moderna se dio por fuera de las estructuras del Estado
colonizador y de los modelos literarios importados.
12
La elite bilingüe
recurre al bengalí como parte de su proyecto cultural proveyéndolo del
aparato lingüístico necesario para convertirlo en un idioma apropiado
para la cultura moderna. A través de este proceso, explica Chatterjee,
la intelligentsia bilingüe comienza a pensar su propia lengua con un sentido
de pertenencia e identidad cultural. De este modo, si bien la lengua es el
primer espacio sobre el que la nación reafirma su soberanía
diferenciándose del Estado, lo hace, al usono, de su transformación.
Identidades argentinas ficcionadas: literatura y la construcción
de la Nación
Dentro de esta permanente tensión por la identidad lingüística se
inscriben también las discusiones por la definición de una literatura
nacional en la Argentina. Incluso, puede pensarse su debate, siguiendo a
Chatterjee, por el modo de forjar una diferencia respecto del Estado
colonial o, en términos de Eve-Zohar, según la relación de sostén o de
conflictividad del “polisistema literario con los organizadores
semióticos de nivel superior que le dan cohesión al Estado moderno. Por
lo tanto, no es de extrañar que las ficciones argentinas y la serie política
parezcan siempre converger en un entramado inestable. Un momento
inicial de esta problemática se encuentra en las periodizaciones de la
literatura nacional realizadas por Juan Bautista Alberdi, Florencio Varela
y Jo María Torres Caicedo. Sus categorías muestran la consideración
de la historia literaria desde su especificidad nacional diferente a la
europea (Santos, 2000: 139) y por fuera de los patrones europeos de
Neoclasicismo y Romanticismo. Por su parte, Alejandra Laera (2014a)
considera que el papel de los literatos en las luchas emancipatorias de
1810 dio lugar a una serie problemática que recorrerá, con
12
Según Chatterjee (2008), los novelistas bengalíes emplearon características del registro oral que
aproximaban sus escritos a piezas teatrales en busca de mayor verosimilitud.
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 150 ISSN 2422-5932
reconversiones, toda la historia literaria argentina: la de literatura y
política.
13
Para Ricardo Piglia (2016), la novela argentina se desarrolla a
partir de una constante tensión con la narración pública del Estado;
siguiendo a Paul Valéry,
14
Piglia considera que estas ficciones del Estado,
que funcionan como un tipo de relato colectivo cristalizado (Piglia,
2016: 1), son claves para sostener el poder estatal. Más recientemente,
Jorge Panesi (2018) vuelve a pensar la relación entre política y ctica
argentina para señalar la seducción que para la política ejercen los relatos
literarios y también la seducción de la literatura y de la crítica por
insertar sus narrativas en un contexto de difusión más amplio (Panesi,
2018: 15). Por supuesto, la relación entre el discurso literario y la política
tiene un momento paradigmático en Literatura argentina y realidad política
(1964), de David Viñas. En su reescritura del 2007, a la que volveremos
más adelante, sostiene que la historia de la literatura argentina puede
leerse trenzada con los inaugurales conflictos de clase.
Estos diagnósticos resultan consecuentes con el hecho de que la
ambivalencia o los unos y los otros (Adriana Rodguez Pérsico,
2017); la “transculturación
15
, retomado por Graciela Montaldo ([1999]
2004); y las dislocaciones (Rosman, 2003) sean algunas de las
categorías escogidas por la ctica especializada para describir el papel de
las constantes, y contradictorias, significaciones identitarias que se
modulan en el discurso literario argentino.
Sin embargo, advertimos, por lo menos, una diferencia importante
entre estas posiciones críticas. Nos parece productivo explorar y subrayar
la distancia existente entre abordajes teóricos que, aun marcando sus
ambivalencias, observan en los textos literarios las construcciones
comunitarias homogéneas que funcionan de soporte del Estado-nación
y aquellos que procuran un análisis de las formas en que la literatura, por
sus propias características inherentes, fractura las posibilidades de una
única construcción normalizada o monoglósica de la comunidad
nacional.
Al circunscribir su análisis a los enlaces con la fundación del
Estado-nación argentino, los abordajes teóricos del primer grupo ciñen
13
En el S.XIX esta serie conflictiva se constata en el ámbito de las letras argentina en la relación entre el
hombre de letras y el de armas y entre el letrado y el pueblo (Laera, 2014a).
14
Piglia retoma una cita de la Política del espíritu de Valéry que resulta interesante anotar: “La era del orden
es el imperio de la ficción. Ningún poder es capaz de sostenerse con la sola opresión de los cuerpos con
los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias” (citado por Piglia, 2016: 60).
15
La transculturación es un concepto de antropología que lo utiliza por primera vez por Fernando Ortiz
en El contrapunto cubano del trabajo y del azúcar (1940) y, luego es retomado por Ángel Rama en
Transculturación narrativa en América Latina (1982).
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generalmente su corpus a la literatura decimonónica. En ellos están muy
presentes los lineamientos de Hobsbawm y Anderson. También, en
buena medida, suelen apelar como antecedente a Ficciones Fundacionales
[1991] (2004) de Doris Sommer, donde se traza una relación inexorable
entre las novelas sentimentales románticas latinoamericanas del siglo
XIX y la historia de la construcción de las naciones posteriores a los
procesos emancipatorios. En estas ficciones que materializan las
pasiones privadas, Sommer lee una alegoría de los objetivos públicos de
prosperidad nacional y de unidad conciliatoria entre antiguos enemigos
de las encarnizadas luchas civiles (Sommer, 2004: 29).
16
En consecuencia,
al promover un modelo cohesivo del Estado nacional, las novelas
sentimentales latinoamericanas funcionaron como ficciones
fundacionales.
Dentro de esta perspectiva, Montaldo (1999) entiende que las
ficciones culturales y lasbulas de identidad en Arica Latina toman
al territorio como un agente productivo en la configuración de sus
discursos. De manera más explícita, se enfoca en la forma en que se
naturalizaba esas ficciones culturales por la apelación a lo natural del
territorio (Montaldo, 1999: 7). Un primer grupo de textos para los que
usa el calificativo de fundadores está compuesto por obras de
escritores que durante el proceso de independencia buscaron crear su
autoridad cultural frente al modelo indiscutido de la cultura europea.
Para el caso argentino, se centra en Sarmiento y en la Generación del 37.
Sin embargo, su análisis se aparta de la idea de una especificidad
hispanoamericana; por el contrario, elige el concepto de transculturación
para analizar la forma en que las elites letradas hispanoamericanas del
período emancipador renegociaron sus identidades para legitimarse
como sujetos de poder. En este proceso, se produce desde los textos
criollos una colonización en el interior de los propios espacios
territoriales de manera bidireccional. Por un lado, y a través de la
escritura de la historia, se coloniza el pasado y, por el otro, mediante la
demarcación de la diferencia (la otredad de los indígenas como una
totalidad homogénea), se trazan los márgenes de una nueva imaginación
geográfica. Uno de los ejes particularmente interesantes del trabajo de
Montaldo es que también aborda estas problemáticas en otros períodos
16
Según Sommer (2004), no existía en el siglo XIX una clara diferenciación entre la labor de estadista y
la de escritor. Un ejemplo contundente lo encuentra en el análisis del pensamiento del presidente
Bartolomé Mitre del prólogo de Soledad, una novela romántica de su autoría donde se lamenta de que
“Sudamérica sea la región más pobre del mundo en cuanto a novelistas originales”; Mitre, señala
Sommer, “estaba convencido de que las novelas de calidad promoverían el desarrollo de América Latina”
(Sommer, 2004: 26).
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 152 ISSN 2422-5932
históricos. En consecuencia, un segundo foco de estudio lo constituyen
las nuevas negociaciones por el ingreso de América Latina a la
modernización intelectual emprendidas desde la aristocracia del
espíritu (Montaldo, 1999: 8) de los textos clásicos de fin-de-siècle,
enmarcados a su vez en el proceso de expansión de la industria cultural.
Un tercer núcleo de alisis se desarrolla en las dos primeras décadas del
siglo XX, cuando las fabulas de identidad se “nacionalizan (Montaldo,
1999: 8) ante los procesos de inmigración y de proletarización de los
escritores; en estas últimas juega un rol primordial la figura del gaucho.
Por su parte, María Teresa Gramuglio propone volver una vez más
sobre los textos de escritores de ideologías nacionalistas. De manera
consecuente, en su corpus privilegia las obras de Leopoldo Lugones y
Manuel Gálvez. El objetivo de su propuesta es dejar de lado los “núcleos
doctrinarios y los materiales ideológicos que ingresan en los textos de
ficción (Gramuglio, 2013: 82), para centrarse en las figuras y narrativas
espeficamente literarias de esas ficciones. La elección de esos textos
responde al reconocimiento de un problema bastante habitual dentro de
los estudios que trabajan elnculo entre literatura y nacionalismo que es
el de la imprecisión de su registro, en parte derivado de lo que considera
el carácter estructuralmente dual del nacionalismo
17
y la dificultad de
definir conceptos asociados como nación y nacionalidad. Para
Gramuglio, ni los sectores dirigentes del período de la Revolución y de
las guerras de la Independencia ni quienes condujeron los procesos de
organización nacional presentaron ideologías nacionalistas en el sentido
estricto. Ciñéndose sobre todo a las teorías de Gellner, Hobsbawm y
Anderson, se considera que el nacionalismo debe entenderse en relación
con las transformaciones económicas y sociales que requieren la
congruencia entre la unidad nacional y política (Gramuglio, 2013: 78).
En consecuencia, sostiene que el primer nacionalismo argentino fue
promovido por el Estado liberal que se consolida en 1880 cuando se
logra alcanzar la cohesión requerida por el proceso de modernización
económica. A este nacionalismo lo denomina nacionalismo oficial
(Gramuglio, 2013: 78) y es el punto de partida para el entendimiento de
sus derivados en los nacionalismos del Centenario y de los años 30, que
en muchas de sus formas se organizan alrededor de las críticas a las
transformaciones sociales del proyecto liberal y a cuyos autores también
Gramuglio dedica buena parte de sus estudios. En este sentido es
también interesante recuperar un aporte metodológico que es la
17
A partir de la lectura de Tom Nairn (1979), Gramuglio considera que el nacionalismo es ambivalente
por naturaleza: conjuga adhesión a componentes irracionalistas junto con programas emancipatorios
políticos, afirmaciones xenófobas en convivencia con reclamos de legitimidad de la diferencia.
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Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 153 ISSN 2422-5932
consideración del nacionalismo como un ideario: un repertorio de
ideologemas y figuras semánticas heterogéneo que se expresó en diversas
prácticas, entre ellas la literatura, en cuya esfera produjo una constelación
reconocible de tópicos, narrativas simbólicas, estrategias textuales y
elecciones estéticas (Gramuglio, 2013: 71).
Otro trabajo destacable por la relectura que realiza de su propio
marco teórico es el de Gabriela Nouzeilles (2000). Según propone, la
literatura naturalista argentina de fin de siglo fue uno de los discursos
más influyentes en la producción de hegemonía. Basándose en la idea de
ficciones fundacionales de Sommer, pero desde una construcción crítica
que funciona casi como su reverso (Rodríguez Pérsico, 2001: 798),
considera que las ficciones naturalistas (a las que denomina somáticas)
realizaron una “re-escritura escéptica de las articulaciones narrativas
conciliadoras del romance fundacional (Nouzeilles, 2000: 15). Según su
hipótesis, más que la producción de una utopía identitaria conciliatoria,
los límites de la comunidad nacional se trazaron en esta literatura a partir
de la identificación de sujetos cuya otredad era supuestamente origen de
múltiples formas de lo patológico que conspiraban contra el equilibrio
sociobiológico de la sociedad nacional entendida como macrocuerpo
(Nouzeilles, 2000: 131).
Adriana Rodríguez Pérsico (2017) también retoma la idea de una
literatura fundacional que en el siglo XIX diseña el modelo de país. Indica
que, si bien Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento
rivalizan respecto de la concepción de la Nación,
[] sus proyectos encajan de manera casi perfecta porque si uno pensó
la ley, el otro diseñó la educación del país futuro y ambos crearon, con
estas miras, las lenguas que en las generaciones posteriores asumieron
por preciada herencia: la lengua literaria y violenta del Facundo (1845)
en el caso de Sarmiento; la lengua jurídica, neutra y aseverativa, de las
Bases (1852) que delineó Alberdi. (Rodríguez Pérsico, 2017: 23)
18
Con respecto a los textos del Centenario, resalta la continuidad de los
tópicos sarmientinos en la conformación de un discurso que establece
los mites entre elegidos y excluidos en torno a los significantes de
lengua y patria (Rodguez rsico, 2017). La base teórica sostenida por
las definiciones de comunidad de Jean-Luc Nancy (1986) y de Roberto
18
De manera coincidente, en un trabajo previo, Rodríguez Pérsico (1992) propone que en los Viajes
(1849) de Sarmiento se elaboran modelos que concentran una serie de núcleos de identificación que
permiten ser el sustrato de una comunidad política.
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 154 ISSN 2422-5932
Espósito (1998) le permite ampliar su campo de análisis e incluye
construcciones literarias donde distingue que la identidad se elabora
desde la falta o la alteridad. Es decir, demarca su alisis no solo de los
textos de escritores nacionalistas, sino de aquellos que elaboran un
modelo totalizador de la comunidad nacional. Esta perspectiva abre, por
lo tanto, su estudio hacia construcciones marginales de la identidad
nacional que desmitifican los relatos fundacionales y problematizan su
vinculación con el ideal comunitario del Estado-nación.
Al igual que Montaldo (1999), Fermín Rodríguez (2010) entiende
el territorio como un eje central en las discusiones sobre el papel de la
literatura en la configuración de la nación. Sin embargo, Un desierto para
la Nación argentina (2010) difiere de la relación clásica que se establece
entre los textos decimonónicos y la construcción de Estado nacional.
Coherente con sutulo que invierte la relación causal del clásico de Tulio
Halperín Donghi (Una nación para el desierto argentino [1982]), propone
reconstruir el rol fundacional de la literatura argentina del siglo XIX. Esta
literatura no es interpretada como la herramienta privilegiada en la
generación del consenso cultural requerido por el Estado-nación; por el
contrario, es el Estado el que viene a suplir un rol de vacancia construido
por el discurso literario. De este modo, para Fermín Rodríguez, en el
caso argentino, la imagen de la Nación precede a su efectiva
conformación. Esta diferenciación no es solo temporal. Recupera, por el
contrario, la especificidad del campo literario con respecto a los procesos
sociales con los que se relaciona no siempre de manera subsidiaria. Como
precisa Topuzian (2017), en el texto de Rodríguez, la literatura adquiere
su especificidad como discurso a partir de una duplicidad de
movimientos:
Por un lado, la territorialización del espacio y del paisaje que los expone,
junto con sus pobladores, a los procesos de clasificación y ordenamiento,
antes que de unificación u homogeneización, que requeriría el ejercicio
apenas todavía virtual de la soberanía y la producción colectivizada:
distribución de lo representable y lo irrepresentable, de lo próximo y lo
lejano, de la naturaleza vacía y la cultura y la civilización plenas []
distinción de qué vidas tienen valor y qué muertes no valen la pena.
Por otro lado, y al mismo tiempo, el trazado de líneas nómades de fuga,
de causalidades y encuentros, de anonimatos y dispersión “que organizan
las jerarquías, los contornos, los límites de los mapas estatales a través
de cruces y conexiones imprevistas por los recorridos y la circulación
oficiales del territorio, entre las que surge una cartografía de algo que
no podía haber sido y no fue. (Topuzian, 2017: 33-34)
Guevara, “Literatura y Nación…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 14 / Julio 2023 / pp. 135-166 155 ISSN 2422-5932
Esta idea del movimiento dual es posible de asociar con la imbricación
entre el viaje y los discursos críticos y literarios desqueda de identidad
en Latinoamérica, estudiada por Silvia Rosman (2003). A partir de las
lecturas de Georges Van Den Abbeele (1992), que establecen una
conexión entre el itinerario del viaje y la elaboración del discurso crítico,
Rosman reelabora la tensión que produce el sistema de significación
ambivalente de la nación descripto por Bhabha (2010). Por un lado,
establece un concepto económico (Rosman, 2003: 14) del viaje cuyo
centro es elhogar [oikos] entendido como punto constante de referencia
de un origen, fin o meta (Rosman, 2003: 13) y que funciona como el
comienzo absoluto y el fin de todo sentido o significación (Rosman,
2003: 14): su objetivo es domesticar, volver el trayecto familiar. Por el
otro, el viaje opera como figura transgresiva y desorganizadora de mites,
ya que para que exista el desplazamiento, el origen y el destino, es decir
el oikos, deben necesariamente mutar. De modo tal que aun los relatos de
búsqueda identitarias tradicionales hacen posible una permanente dis-
locación que opera en simultáneo al anclaje del discurso en una esencia
trascendente y ahistórica. Por eso, Rosman sostiene la necesidad de leer
los relatos de búsqueda de identidad latinoamericanos no desde un
aparato crítico que indague en ellos solo una desestabilización, un
descentramiento, o una resemantización de los conceptos tradicionales
que designan la comunidad (2003: 15-16), que ya se encuentran en las
retóricas de la modernidad sobre las que reposa el concepto moderno de
nación. Debe también leer los textos en función de una escritura cuyas
articulaciones de comunidad no estén atadas a formas sedimentadas de
identidad o de representación. Por lo tanto, Dislocaciones culturales
explora múltiples expresiones de ser común, articulaciones de
comunidad que no pueden ni deben ser reducidas a posiciones
sustantivas ni consideradas como fundamento de lo social: lo ‘en común
está siempre abierto a ser redefinido (Rosman, 2003: 4).
Tanto la hipótesis de Rodríguez (2010) como la Rosman (2003)
estructuran la relación entre el discurso literario y la formación de la
Nación desde perspectivas dinámicas que ponen en tensión el
ordenamiento que implica el territorio (Rodríguez, 2010) o el trayecto del
viaje (Rosman, 2003), y el desbordamiento de esos límites. Se alejan, por
lo tanto, de la idea de un momento estructuralmente coincidente entre el
discurso literario y la construcción de una comunidad homogénea
necesaria para el Estado-nación. Se acercan (sin circunscribirse) a la
noción de tercer espacio de Bhabha que, colocado en el intermedio
entre el enunciado y la enunciación, permite romper con las fijezas
identitarias. Aun así, las formas de comunidad que no llegaron a
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plasmarse (Rodríguez, 2010) y las que permanecen en continua
redefinición (Rosman, 2003) no se sustraen a la compleja relación entre
un nosotros y el otro, que recorre como problema todos los textos
críticos presentados en este apartado. Como señala Rosman “El desafío
sigue siendo cómo articular un pensamiento no fundacional y no-
esencialista de la comunidad basado en una relación ética con el otro y
en la exigencia política de un nosotros (Rosman, 2003: 23).
En la literatura argentina, la alteridad como polo inherente de las
construcciones identitarias no solo se hace presente en la conformación
del imaginario comunitario nacional, sino que la relación con el otro
es un centro gravitante en diferentes historiografías de la literatura
argentina.
En el próximo apartado analizaremos esta cuestión tomando como
referencia seis textos sumamente citados en el ámbito académico que
discurren sobre la argentinidad de la literatura nacional: Historia de
literatura argentina de Ricardo Rojas, Literatura argentina y realidad política de
David Viñas, Literatura y subdesarrollo y El discurso criollista en la formación de
la Argentina de Adolfo Prieto, El género gauchesco, un tratado sobre la patria
de Josefina Ludmer y El nacimiento de la literatura argentina ([2006] 2015)
de Carlos Gamerro.
Figuras de alteridad. Definición de la literatura nacional argentina
Entre 1917 y 1922 aparecieron los cuatro tomos que integran la obra que
inaugura la historiografía de la literatura nacional, Historia de literatura
argentina de Ricardo Rojas.
19
Para el autor, el elemento basal de la
argentinidad se encuentra en el gaucho, el otro por antonomasia en el
imaginario republicano del siglo XIX. Hilario Ascasubi, Estanislao del
Campo y José Hernández son, para Rojas, los “autores de una poesía que
tendió a reflejar, por la simplicidad del relato, por el verismo de la
descripción, por el regionalismo del vocabulario, la vida, las costumbres,
el espíritu de nuestros gauchos, la emoción de las pampas y selvas
nativas y que encierra los gérmenes originales de una fuerte y sana
literatura nacional (Rojas, 1943: 71). En efecto, la gauchesca es “la
armazón lógica, teórica e ideológica (Estrin, 1999: 83), la piedra
fundante que estructura la literatura argentina. Sin respetar la sucesión
19
Previamente, en 1915, Rojas lanza el proyecto editorial La cultura Argentina (1915), una colección de
libros de literatura argentina. Para el análisis de su implicancia para la constitución del canon literario
argentino, así como su comparación con la propuesta sincrónica de JoIngenieros en La Biblioteca
Argentina, véase Fernando Degiovanni (2007).
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histórica, Rojas proyecta desde allí las otras tres divisiones de la literatura
nacional: los coloniales, los proscriptos, los modernos. Si
antepone el ciclo deLos gauchescosno es por razones de cronología,
sino por el rasgo distintivo que lo define, es decir, el haber constituido
el primer ensayo de un arte propio (t. I 57) (Romagnoli, 2020: 2015).
Su sucesión de la historia literaria responde a un esquema esencialista no
autoritario (Funes, 2006) con el que logra, por un lado, contestar a la
pregunta por la posibilidad de una literatura nacional en un idioma de
trasplante y, por el otro, trazar barreras que cercasen la literatura
nacional frente a la masa disolvente (Rojas, [1909] 2010: 86) de la
inmigración. Como señala Sarlo (2016), para los escritores de la elite
letrada de las tres primeras cadas del siglo XX, lo que el imaginario
republicano influido por Alberdi haa pensado como una buena
heterogeneidad, se estaba convirtiendo en una mala mezcla. En estos
desplazamientos de la figura del “otro se inscribe La Historia de la
Literatura Argentina; junto a las verdades establecidas que viene a
fracturar, también “descarta la posibilidad de que la cronología literaria
argentina pueda ser un estricto suceneo de la historia política de la
nación (Prieto, 2011: 182). De esta forma, Rojas se permite fundar un
origen literario que antecede al de la Revolución de Mayo. Establece, para
ello, una definición de lo nacional desligado del Estado y las
instituciones políticas soberanas, ya que es el espíritu mismo de
nacionalidad, y no los elementos materiales que la constituyen
territorio, política o ciudadanía, lo que debe servirnos de criterio cuando
clasifiquemos la materia literaria y queramos fijar la extensión de esta
asignatura (Prieto, [2006] 2011: 183).
Para Viñas (2017), por el contrario, la literatura argentina nace en
simultáneo con una coyuntura política. Literatura argentina y realidad
política, publicado, en su primera versión, en 1964, continúa, en sus cuatro
reediciones, bajo la premisa contornista de la que proviene. Esto es la
relación entre el texto literario y su contexto nacional (su contorno) o,
como lee Sarlo (1983), la continuidad de las ideologías sociales, los
programas políticos y las formas literarias. Si bien, como marca Martín
Prieto (2011), en Literatura argentina y realidad política resuenan los ecos del
plan rojista que había promovido la historia de la literatura argentina
como un todo de investigación literaria que pudiera dar cuenta,
simultáneamente, de su expresión de belleza y de nacionalidad (Prieto,
2011: 328), su definición de la argentinidad en la literatura escapa de
explicaciones esencialistas.
20
Si nace en la época de Rosas es porque en
20
Laera (2010) sostiene una interpretación contraria del texto de Viñas. Al estudiar los cambios y
desplazamientos alrededor de la detección de un origen en las diferentes ediciones, concluye que en la
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ese momento del país la literatura local se justifica por primera vez como
un proyecto nacional. Desde entonces, como indica Viñas, la literatura
argentina comenta a través de sus voceros la historia de los sucesivos
intentos de una comunidad por convertirse en nación (Viñas, 1964: 4).
Nos interesa anotar que en esas construcciones comunitarias de la
identidad nacional que nan el texto literario al contexto histórico,
Viñas reelabora el papel de la otredad ya no desde la polarización, sino
desde una imbricación productiva. Según esta perspectiva, la literatura
argentina se desarrolla a partir de una tensión dinámica que explica su
origen en la dialéctica entre fascinación y rechazo que, para los hombres
del 37, expulsados al exilio, ejerce su patria natal. O, en otros términos,
se despliega entre las exigencias que para esta generación ejercía el
romanticismo europeo de encontrar una expresión local y la aversión que
sentían por su realidad americana. La síntesis impura que permite
ingresar al espacio de lo civilizado las voces en uso de la barbarie justifica
la elección de Viñas de El matadero, junto con Amalia, como libro
iniciático en la edición de 1971. Explica también la famosa violación
con la que de manera provocativa le da origen a la literatura argentina ese
mismo o que, en el 2005, reformula para decir que “la emergencia de
la literatura argentina se trenzaba así con los inaugurales conflictos de
clase (Viñas, 2017: 24).
Cuatro años después de la aparición de Literatura argentina y realidad
política, Adolfo Prieto, otro de los miembros de Contorno, publica
Literatura y subdesarrollo ([1968] 2014). Desde un abordaje sociológico del
objeto literario, este libro estudia el proceso de formación de la literatura
argentina enmarcado en su posición dentro del esquema mundial. Las
relaciones de dependencia económica y subdesarrollo tienen su correlato
superestructural en dos manifestaciones: el satelismo cultural y, su
reacción, el nacionalismo. El primero genera que las realizaciones
culturales locales se midan de acuerdo con una sociedad modelo externa
a la que se sacraliza; el segundo, formado como contrapartida, surge de
la conciencia de la dependencia económica y de la distancia que separa a
la propia comunidad frente a otras s desarrolladas. Prieto se interesa
por la imagen literaria que recoge ese último sentimiento (Prieto,
2014: 80) y la clasifica en tres vertientes principales. La primera
corresponde a una literatura de indagación de los rasgos característicos
de la nacionalidad y que tiene su irrupción más categórica en la
ensayística de los 30; la segunda reúne las producciones literarias que
historia de la literatura argentina de Viñas resuena un “esencialismo de corte nacional [] cuando la
literatura es condenada a narrar una y otra vez su origen, a repetirse, a contar diferentes versiones de la
misma escena” (Laera, 2010: 166).
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desde su temática incorporan elementos socialmente definitorios de la
nacionalidad (el paisaje, la historia, la lengua, etc.); la última se refiere a
las literaturas que construyen o formulan mitos sobre la nacionalidad.
Dos factores principales nos interesan resaltar de la perspectiva teórica
de Prieto. En primer lugar, se encuentra el hecho de que la especificidad
de una literatura argentina se desprende de un nosotros que se
constituye desde la otredad la del subdesarrollo impuesta por el
esquema internacional. Es decir, ya no se trata únicamente de las
tensiones internas entre las voces marginales y las “civilizadas, sino de
las potencialidades expresivas de una anomalía que afecta con diversa
intensidad y profundidad a toda la Nación. En segundo lugar, es
relevante que Prieto introduzca la variante del satelismo cultural
(Prieto, 2014: 63) al interior del diagrama político geográfico argentino.
Esto conduce, por un lado, a pensar la influencia de Buenos Aires como
modelo cultural en las producciones literarias del interior del ps; por el
otro, a destacar el rol del regionalismo literario por fisurar “la apariencia
de homogeneidad impuesta al país por los sucesos políticos y la historia
económica de los últimos cien años (Prieto, 2014: 115).
También de Adolfo Prieto es El discurso criollista en la formación de la
Argentina Moderna. Escrito en 1988, continúa con la perspectiva
sociológica de la literatura, pero con una aproximación a la historia de la
cultura (Croce, 1999) y focalizado en las teorías de la recepción. En este
libro analiza las implicancias del discurso literario en la formación de la
Argentina moderna atravesada por la incorporación masiva de lectores
provenientes de los sectores populares, en gran parte inmigrantes. A
diferencia de los albores del proceso de organización nacional, cuando la
vida rural y el gaucho eran asociados a la barbarie y de cuya antinomia
con la civilización fue fundante el Facundo de Sarmiento, el criollismo,
que unió en el siglo XIX con el XX argentino, también fusionó distintos
sectores sociales en un mismo imaginario de comunidad nacional:
El tono predominante fue el de la expresión criolla o acriollada; el plasma
que pareció destinado a unir a los diversos fragmentos del mosaico racial
y cultural se constituyó sobre una singular imagen del campesino y de su
lengua []. Para los grupos dirigentes de la población nativa, ese
criollismo pudo significar el modo de afirmación de su propia legitimidad
y el modo de rechazo de la presencia inquietante del extranjero. Para los
sectores populares de esa misma poblacn nativa, desplazados de sus
lugares de origen e instalados en las ciudades, ese criollismo pudo ser
una expresión de nostalgia o una forma sustantiva de rebelión contra la
extrañeza y las imposiciones del escenario urbano. Y para muchos
extranjeros pudo significar la forma inmediata y visible de esa
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asimilación, la credencial de ciudadanía de que podían muñirse para
integrarse con derechos plenos en el creciente torrente de la vida social.
(Prieto, 2006: 18-19)
Prieto sitúa su análisis entre 1880-1910. Interesa este recorte temporal
porque el imaginario transversal de una Argentina criolla coincide con el
de la conformación del Estado-nación argentino situado por gran parte
de la historiografía en 1880. No resulta difícil aventurar que el papel de
la literatura criollista en el modo de pensar la Nación argentina es
estructuralmente análogo al que Anderson despliega para la novela
decimonónica en el caso europeo.
El mismo año que sale de imprenta El discurso criollista en la formación
de la Argentina moderna se publica Elnero gauchesco, un tratado sobre la patria
de Josefina Ludmer. Para Ludmer ([1988] 2000) la literatura nacional se
funda en los intentos por domesticar o acallar la voz de quienes
amenazan el modelo que desde 1937 construye de manera hegemónica el
proyecto civilizador. Definir la literatura nacional desde el aparato de
inclusiones y exclusiones de las voces subalternas que constituye el
género gauchesco y de las operaciones de sublimación de la voz del
gaucho durante la constitución del Estado moderno conforma una
manera inicial desde la cual pensar el uso de formas idiomáticas
marginales en las construcciones identitarias. Como interpreta Nicolás
Rosa (1999), Ludmer escoge un objeto casi sagrado de la cultura
argentina para destituir su constitución de género en un sentido
tradicional:ya no es algo sustancial, ni siquiera formal, sino aquello que
se constituye en su propia corporalidad, en su propio corpus con relación
a los actores que lo soportan y lo sostienen (Rosa, 1999: 336).
21
De este
modo, el género gauchesco no se define según formulaciones canónicas;
está dado por unuso” posicional, dual (el uso literario de la voz y el uso
económico de los cuerpos) y relativo, y que le permite definirlo por
momentos como la lengua arma, con este duelo verbal que sostiene el
antagonismo (Ludmer, 2000: 149). Las narrativas de la Nación que
analiza Ludmer son inestables y guardan consonancia con las teorías
antigenealógicas de la nación que la alejan del imaginario de un conjunto
cohesionado socialmente. De hecho, en el prólogo a la reedición del
21
Con una postura similar a la de Rosa (1999), Contreras (2012) indica que el trabajo de Ludmer (1988)
despliega la idea de que en la emergencia del género “no hay sino guerra de cuerpos, de culturas, de
lenguas y que esa emergencia no puede leerse cabalmente sino en contrapunto con su envés
(Contreras, 2012: 14). En este sentido, el texto de Ludmer se inscribe para Contreras dentro de una
tradición de la crítica argentina que a partir de los años 80 piensa que no puede concebirse una literatura
nacional por fuera del conflicto con otras literaturas y otras lenguas.
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2000, Ludmer advierte la relación de su libro con el trabajo de John
Beverly (1999) perteneciente a los Estudios Subalternos que promueve
la búsqueda de una cultura literaria que registre los momentos en que
aparece una contrarracionalidad opuesta a la racionalidad de Estado
colonial o nacional-burgués y la necesidad de un nacionalismo
multicultural o cultural heterogéneo (2000: 17).
La voz del otro tiene para Carlos Gamerro ya no tanto una carga
ideológico-política sino estética. En El nacimiento de la literatura argentina
([2006] 2015), vuelve una vez más sobre los orígenes que definen la
literatura nacional, pero desdoblando de manera valorativa su punto de
inicio. Para Gamerro “la literatura argentina empezó muy bien y muy mal
al mismo tiempo, y a manos de la misma persona (Gamerro, 2015: 13).
El primer origen se produce con El matadero, mientras que el segundo,
con La Cautiva. En consecuencia, la ficción argentina buena se origina
en la violación simbólica del lenguaje del vulgo al lenguaje romántico y
artificioso encarnado en la voz del personaje del unitario. Es en el
registro de la lengua criolla baja resaltada por contraste en su calidad,
potencia y originalidad frente al lenguaje de salón del unitario que la
literatura argentina encuentra su identidad propia: “la Argentina
civilizada y europea puede ser cívicamente deseable, pero es
estéticamente impotente y no nos ofrece una identidad diferenciada; la
identidad y la potencia de la literatura argentina están en la barbarie o
más bien la voz de la barbarie imitada por los civilizados (Gamerro,
2015: 26).
Consideraciones finales
Este artículo abordó la cuestión nacional desde una perspectiva
transdiciplinaria. Si bien en el primer apartado realizamos un recorte de
los estudios sociales que definieron “lo nacional, ya desde el segundo
apartado, a partir de la probletica del idioma nacional, dimos cuenta
de cómo estos abordajes son apropiados, traducidos y transformados, en
términos disciplinarios, por la crítica literaria. Para analizar este proceso,
tomamos un enfoque doble. Por un lado, dimos cuenta de estudios
literarios en los que la dimica literatura-nación se piensa en relación
con obras ficcionales argentinas que sirvieron de soporte fundacional de
modelos de Nación. Por el otro, invertimos la perspectiva, para revisitar
trabajos críticos que se preguntaron sobre la identidad de la literatura
argentina (sobre su argentinidad), dentro de los que cobra especial
relevancia el concepto de alteridad y la relación centro-periferia. A partir
de este análisis, arribamos a tres conclusiones.
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La conclusión general, y primera, es que un mejor ordenamiento y
problematización del eje literatura-nación en el campo literario argentino
requiere del conocimiento de su diálogo con una serie de textos
provenientes del campo de las ciencias sociales; posee, sin embargo, una
doble faz. La primera es la comprobación de la existencia de un conjunto
de escritos de corte social que funcionan como marco teórico, no
siempre explicitado, de una gran parte de los estudios literarios que
trabajan sobre lo nacional. En ellos, prima la idea de nación como un
constructo moderno propio de las teoas antigenealógicas (Palti, 2006)
o gastromicas (Smith, 2000) y la percepción de que los instrumentos
materiales de la producción cultural posibilitan la imaginación de las
comunidades nacionales (Anderson,1993). La segunda faceta de nuestra
conclusión general es que los estudios literarios intervienen,
desestabilizan y construyen nuevos sentidos de esos discursos sociales.
Por ejemplo, la idea de un momento fundacional de las naciones
modernas es matizada por Montaldo al demostrar momentos
refundacionales del imaginario nacional a partir de distintos períodos
literarios, o particularizada por Gramuglio al comprobar un desfasaje
entre el momento independentista argentino y la consecución de un
nacionalismo oficial, lo que afecta la elección del corpus literario
adecuado para examinar el vínculo entre literatura y nacionalismo.
Incluso, Rodríguez exacerba la incidencia de las narrativas comunitarias
sobre las formas del Estado (propuesta por Chatterjee) al invertir la
relación de fuerzas entre el nacionalismo oficial de los portavoces del
Estado (o de los organizadores semióticos del nivel superior) y los
discursos literarios.
Una segunda conclusión, que se desprende de la primera, es que los
estudios literarios que trabajan con el vínculo literatura-nación permiten
ser metodológicamente subdivididos según la funcionalidad que le
otorgan a la literatura para la cohesión social que requiere el Estado
Nación. Así podemos escindir entre los trabajos críticos que se centran
en las construcciones comunitarias creadas por la literatura acordes con
el nacionalismo oficial y aquellos que se enfocan en literaturas que
resquebrajan esas construcciones o que generan proyectos comunitarios
alternos.
Finalmente, y como tercera conclusión, la participación de las
minorías en la narración de la nación propia de las teoas sociales que
van s allá de la modernidad permite una revisión de los estudios
literarios que interpretan a la alteridad como rasgo característico de la
literatura argentina, incluso de aquellos en los que perdura la idea de la
formación de las naciones anclada en la estructura social. En este punto,
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la crítica literaria aporta precisión sobre estas narraciones de la nación
gracias a las modulaciones de las voces de los sujetos subalternos en el
texto literario: la especificidad del trabajo crítico permite observar tanto
las paradojas de configuraciones plurales que funcionan, en realidad,
como instancias domesticadoras como, por el contrario, la capacidad
rupturista e identitarias que puede generar el artificio literario al
potenciar la violencia semiótica de esas otras voces.
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