Añón, Rufer “Presentación” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 12 / Julio 2022 / pp. 1-6 1 ISSN 2422-5932
PRESENTACIÓN
Valeria Añón
Universidad Nacional de Tres de Febrero Universidad de Buenos Aires,
CONICET
Es doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Profesora adjunta de Literatura
Latinoamericana I en las universidades de Buenos Aires y La Plata e investigadora independiente de Conicet,
ha dictado cursos de posgrado en la UNTREF, UNR, CLACSO, UNAM (México), Ca Foscari y
Verona (Italia). Sus temas de investigación se centran en la literatura colonial latinoamericana (en especial,
crónicas de la conquista de México y Perú, y escrituras femeninas), estudios culturales y estudios
pos/decoloniales.
Contacto: valeuba@gmail.com
ORCID: 0000-0002-6306-2503
Mario Rufer
Universidad Autónoma de México, CONACyT
Estudió historia en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Es maestro y doctor en Estudios de Asia
y África por El Colegio de México. Actualmente es Profesor-Investigador Titular en la UAM, México, donde enseña
Teoría de los Procesos Culturales y Teoría Poscolonial. Ha sido profesor invitado en Bielefeld, Alemania; UCLA;
Universidad del Cauca, Universidad de Buenos Aires, entre otras. Sus líneas de investigación se centran en los estudios
culturales y la crítica poscolonial, historia y memoria, usos culturales del pasado, el patrimonio y la temporalidad. Es
miembro del Sistema Nacional de Investigadores de CONACyT.
Contacto: mariorufer@gmail.com
ORCID: 0000-0002-2335-1335
DOSSIER
Representación (de) colonial:
lenguajes de los saberes en América Latina
Añón, Rufer “Presentación” Revista de estudios literarios latinoamericanos
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La crítica a la pregnancia del imperio y de los colonialismos, aún después de
sus derrotas políticas, tuvo una impronta notoria en los estudios anglosajones
de representación, discursividades y literaturas, y constituyó un campo
conocido hoy como “crítica postcolonial” o postcolonial studies. Esto derivó en
una atención privilegiada al universo de las mediaciones, las textualidades y las
formas. En los aportes de Said, Guha, Bhabha, Chakravarty y Spivak, entre
otres, se despliega una atención minuciosa al problema de la representación y
de las voces subalternas, tanto desde la crítica como desde la historiografía.
En ese sentido, la espacialización que propone Said a partir de su lectura
de Gramcsi para una mirada crítica sobre el archivo literario europeo finisecular
agrega una dimensión específica a los estudios poscoloniales, en tensión con
cierta persistencia de la temporalidad, intersección que tendrá paradójicas
consecuencias en el giro decolonial. Asimismo, el problema de las voces es
desplegado con sutileza y complejidad tanto desde la perspectiva
historiográfica de Ranajit Guha (en particular en Las voces de la historia, que
incluye textos de principios de los años 80 del siglo pasado) como desde el
interrogante por el habla del subalterno de Gayatri Spivak, pregunta retórica de
respuesta negativa que tanta polémica causó y que sigue aún hoy, a nuestro
juicio, insuficientemente comprendida.
En cualquier caso, espacialidad, temporalidad, voces, subjetividades
constituyen dimensiones privilegiadas para pensar la representación en su
polisemia, en su doble acepción (simbólica y política) para Spivak; también en
su funcionamiento como inscripción y producción de una compleja
persistencia colonial que no tiene afuera y cuyos indicios podrían leerse en los
lenguajes de los saberes, por ejemplo, como este dossier propone. Así, a partir
del trabajo con objetos literarios, artísticos, pero también coyunturales, los
estudios poscoloniales en su tradición asiática y anglosajona se centran en
asediar la representación desde una perspectiva crítica y teórica que es
indispensablemente política, como señala Homi Bhabha en su siempre lúcido
“El compromiso con la teoría” (1989).
En América Latina, por motivos que sería extemporáneo detallar aquí, la
crítica poscolonial ha sido recibida con resquemores, cuando no abiertamente
resistida, y es solo en las últimas décadas (digamos, desde comienzos de este
siglo), y con la mediación de académicos locales o migrantes, que estas
perspectivas entraron en el debate conceptual local. Esto quizá se deba a dos
circunstancias concomitantes y contemporáneas: al impacto de los estudios
poscoloniales en la academia norteamericana (nos referimos específicamente a
los Estados Unidos de América) en los años 90 y a las polémicas a partir de
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conceptos surgidos en el continente y con una larga tradición en la ensayística
y el pensamiento americanos.
Las nociones de hibridez, mímesis, negociación, in between o “tercer
espacio”, se entrecruzaban notoriamente con un archivo latinoamericano de
persistencia y dinamismo conceptual en el campo de la crítica literaria y en el
más amplio del “pensamiento latinoamericano”: antropofagia,
traducción/transculturación, heterogeneidad, ethos barroco o la figura de
“calibán” tenían una larga historia de uso y diálogo en el pensamiento local. Sin
embargo, y quizá por el prolongado período colonial formal, muchos de esos
conceptos no fueron engarzados directamente con “persistencias” coloniales
sino más bien con la característica vernácula de nuestras naciones. El largo siglo
XIX para usar la acepción de Hobsbawm se llevó gran parte de los estudios
empíricos para trabajar esos temas y la fuerza de “lo colonial” quedó muchas
veces replegada ante el ímpetu de abordar la construcción nacional de América
Latina. Una especie de interés notorio en abandonar lo colonial para pasar a
hacer frente a la característica vernacular de las naciones “mestizas” en todo
sentido.
Fue Aníbal Quijano quien propuso en sentido fuerte que no puede
percibirse un quiebre pasmoso entre colonia y república, sino más bien una
regurgitación de lo colonial en la conformación de las ideas criollas, embarradas
con la retórica ilustrada y los cambios notorios en la división de poderes, la
ciudadanía y la conformación del Estado. Pero es justamente ese “embarre”
para utilizar una metáfora higienista lo que signa, según Quijano, la matriz de
las repúblicas latinoamericanas: en la sintaxis intercambiable de sus lexías
(campesinado, mestizaje, negritud, criollismo) se cifra el carácter opaco de la
colonialidad.
En este sentido, en América Latina es un lugar común mencionar que es
la noción de “colonialidad” la que cumple el rol fundante de pensar las
persistencias, las continuidades diferidas, las matrices actualizadas de lo
colonial en el presente. Dicho concepto, acuñado por Quijano y derivado
explícitamente de la sociología, tiene un derrotero vinculado a las ciencias
sociales: la fuerza de las estructuras, de los imaginarios que convocan a pensar
el hecho y la formación social, y al rol estructurante de la raza. A partir de esta
propuesta del sociólogo peruano, que tiene sus orígenes en la década de 1970
pero que toma centralidad años después, comienza a constituirse un aparato
crítico que designa nociones como “colonialidad del poder”, “colonialdad del
saber”, “colonialidad del ser” y, en la última década, la apuesta de María
Lugones, la “colonialidad del género”.
El problema es que en muchos casos el giro decolonial, aun cuando toma
la noción de colonialidad como elemento central de su arsenal teórico, suele
abandonar el campo de la representación, la forma y las mediaciones. Todo
aquello que era clave en una “forma” de la biblioteca latinoamericana
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transculturación, barroco, traducción, calibán, reinscripción aparece eclipsado
en parte del giro decolonial por el trabajo con objetos empíricos a ser
“descubiertos” en las prácticas ínsitas de investigación (economías
“decoloniales”, formas comunales y decoloniales de existir que no han sido
relevadas/reveladas, prácticas “no coloniales” de vida social, etc.), y se soslaya
el foco en tipo de mediaciones (forma, signo, representación) que está en el
centro de la existencia misma de cualquier objeto de estudio.
Así, el “giro decolonial” acentúa el alejamiento de las preocupaciones por
el mundo de la representación: de los objetos textuales, de las producciones
simbólicas, de las construcciones disciplinarias en tanto modalidades de
lenguajes específicos. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles son las implicancias de
hacer replegar el problema de la representación y sus matices? ¿De qué manera
ingresan y se actualizan aquellas voces bajas que desvelaban a Ranajit Guha, y
aquellos silencios de la voz del subalterno que postulaba Spivak? ¿De qué
manera vincular “lo (de)colonialcon la forma, con matrices específicas de
pensamiento, escritura y lenguaje? ¿Cómo pensar las “maneras de nombrar” en
las literaturas, las visualidades y demás regímenes simbólicos que constituyen
un archivo (de)colonial?
A partir de estos breves apuntes, este dossier se propone interrogar las
posibilidades y los límites de la representación (de) colonial, en caso de que esta
exista, así como realizar un abordaje crítico, no centrado en grandes nombres
del autodenominado “giro decolonial” sino, por el contrario, en conceptos,
dinámicas y formas de funcionamiento de este aparato terminológico que
organiza el decir de este giro. Esto es así porque entendemos la representación
no como una exterioridad, ni como una inscripción vinculada a una trayectoria
específica, y porque tampoco entendemos el trabajo crítico como una
genealogía de autores y frases célebres o como una deriva academicista sin
potencia política. Por el contrario, pensar la representación (de) colonial y los
saberes que se organizan para dar cuenta de ella implica concebirla como una
maquinaria perezosa (tomamos la metáfora del Eco de Lector in fabula) que debe
ser interrogada y asediada para que formule y dinamice sus sentidos.
En los textos que conforman este dossier, interesa asimismo abordar la
constitución de los saberes desde una perspectiva (de) colonial, con eje en la
partición de lo sensible de la que habla Rancière. Esto es, volver sobre la idea
de Gayatri Spivak de que no existe exterioridad alguna entre la construcción
moderna de las disciplinas y el conocimiento, y el ejercicio imperial. Y que la
división entre humanidades/ciencias sociales, ficción/verdad,
hipótesis/cadena textual, archivo/canon es, en gran medida, lo que habilita la
persistencia de la colonialidad. De hecho, Spivak es quien s empeño puso
para que la crítica a la colonialidad se viera afectada por una revisión integral
de la noción marxista de representación (explícitamente la diferencia entre
“estar por otro o en lugar de otro” la representación en la teoría política
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moderna–, y “volver a hacerse presente por medio del signo” la
representación en el lenguaje. La indistinción entre ambas acepciones, dirá
Spivak, es el problema central de gran parte del postestructuralismo europeo
que fue poco dúctil para analizar los problemas políticos de la acepción
semiótica: esto es, que la forma en que los signos “vuelven a hacer presente”
al referente está signada por lugares sociales, por la división internacional y
colonial del trabajo y del género.
En este sentido, el trabajo de Carmen De la Peza interroga de manera
central la compleja articulación entre lenguaje y conocimiento, y pone en
escena las paradojas de la representación que las disciplinas no consiguen
desentrañar. Desde una perspectiva situada como docente e investigadora,
mujer, desde América Latina (México específicamente), preocupada siempre
por la lengua, el poder y la cultura, De la Peza asume el reto de pensar qué
significa la representación en nuestras sociedades imbricadas por la matriz de
la colonialidad, y cuáles son los límites de los estudios culturales y poscoloniales
para dilucidarlo. El nudo de su argumento atraviesa todo este dossier, puesto
que vuelve sobre la insoslayable mancuerna que constituyen lengua e imperio,
y que nos constituye como sujetos desde hace 500 años, al tiempo que aboga
por la especificidad que las lenguas (orales, escritas, performativas) pueden
imprimirle a la crítica latinoamericana (siempre considerando, además, la
heterogeneidad constitutiva de este concepto).
En una línea que profundiza y especifica estas discusiones críticas, el
trabajo de Andrea Gayet pone a prueba el aparato teórico y conceptual del giro
decolonial, en particular los conceptos de “colonialidad” de Aníbal Quijano y
“colonialidad del género” de María Lugones. En su artículo hablan y persisten
las voces racializadas, subalternizadas y feminizadas de las “donadasen el siglo
XVII en la Nueva España, y en particular en las impresiones y los silencios que
la voz de Úrsula de Jesús inscribe en su diario. Las bifurcaciones del texto son
múltiples: al tiempo que interroga los bordes del archivo colonial (que repliegan
pero hacen persistir estas voces), su relectura contribuye a configurar un
archivo decolonial que, a contrapelo de la gica excluyente de todo archivo,
ponga en el centro aquellos discursos que solo han adquirido status de
archivabilidad (según la concepción de Achile Mbembé) a través de la
mediación, el control y la censura por parte del poder eclesiástico-imperial que
define lo enunciable, en un contexto determinado y hacia el futuro.
Similar apuesta constituye el artículo de Cabrera, que analiza también una
voz femenina, pero configurada desde el tipo de enunciación que permite el
presente, y a partir de ella relee el archivo colonial de chileno y del Cono Sur
de las últimas décadas. Se trata de la potente y heterogénea voz y escritura de
Diamela Eltit, en una de sus novelas fundantes, Por la patria. El aporte de su
enfoque radica en que se propone (y consigue) analizar “la configuración
retórica del texto como materialización de un ejercicio de pensamiento
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decolonial”, es decir, pensar la forma en que el maleable género narrativo
denominado novela constituye en mismo un gesto social y político, en la
medida en que habilita una reflexión situada sobre espacios y subjetividades
(dos de los ejes críticos más acudidos en el giro decolonial) a través de un
lenguaje literario complejo y dislocado. Así, el trabajo de Cabrera recupera la
centralidad de la representación literaria para pensar lo colonial, y la potencia
de sus presupuestos, dimensión especialmente relegada en el giro decolonial,
como veremos en el último trabajo de este dossier.
“Otro relato”, del colombiano Cristóbal Gnecco, recupera irónicamente
el tono de la epístola para desentrañar una narrativa que busca de algún modo
explayar esa pregunta clásica de Michel de Certeau: “¿cómo retorna el otro al
discurso que lo prohíbe?” (ref.). Dice Gnecco: “Crearon un relato en el que
nosotros somos actores principales. Un relato extraño, eso sí, que buscó un
lugar histórico para los seres liminares que crearon estas naciones y que, al
mismo tiempo, nos crearon como cosas’–”. Gnecco reproduce en el texto el
lugar del “nosotros” y “ellos”, la dicotomía colonial, para mostrar que lo único
que crea la figura de un otro redentor, “no tocado” por la modernidad, no
“contaminado” por el ojo desmesurado del imperio, es el imperio mismo. Para
poner a trabajar esa doble acepción, la pieza experimental de Gnecco juega con
la comprensión holística de un narrador imaginario. No es el “autor /
auctocritas, el que “devela” la estructura del logos, sino un narrador que pone
en duda las operaciones epistémicas: “¿Un viaje en el espacio, nuestro viaje a
las vitrinas y, antes, a los anaqueles de los depósitos?” Las nociones de
colección, exhibición, reliquia y atavismo en el que son puestas las alteridades
imaginarias de América, aparecen desplegadas en un texto que usa
precisamente el arsenal moderno de la representación para mostrar su
parroquialidad: la epístola, la anáfora, la aliteración y la pregunta retórica.
Este dossier propone preguntarse, entonces, si es posible pugnar por un
archivo decolonial latinoamericano, entendido como una manera de identificar
lenguajes críticos de la colonialidad en el terreno de las producciones
simbólicas.