Aladino, “Espectros de Sarduy…” Revista de estudios literarios latinoamericanos
Número 16 / Julio 2024 / pp. 267-299 283 ISSN 2422-5932
y más íntimamente, en el escenario de relaciones literarias y efusivas en las
cuales se desenvuelve Sarduy:
¿Qué hizo que se afianzara esa amistad? [se pregunta Guerrero en relación
con Sarduy]. Creo que, antes que nada, una cierta nostalgia por la cultura
del Caribe y por las formas de la vida en ese mundo que, en aquellos tiempos
sin internet, parecía desde París tan lejano. Luego, obviamente, el interés
común por la literatura contemporánea de América Latina y por la tradición
de las vanguardias latinoamericanas […] Finalmente, diría que la lectura teó-
rica de la ficción como una máquina de pensamiento paradójico que reela-
bora continuamente la experiencia y la lleva a un punto de efervescencia
único. Severo fue barthesiano en ello hasta el fin. Toda su literatura tenía,
tiene una ambición teórica y filosófica, y no se entiende sin ella. Por mi
formación en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales yo venía de
la misma familia estructuralista y postestructuralista, así que teníamos un
lenguaje común (Aladino, 2023: 71).
Si nos detenemos en la anterior cita, podemos observar que hay un “aire de
familia” entre el autor cubano y el crítico venezolano mediado por la lejanía
del país natal, específicamente por la cultura del Caribe y el diálogo tácito
con la literatura latinoamericana, la lectura teórica y el “lenguaje en común”
que se desprende en relación con el discurso de la crítica francesa asimilada
desde el espacio cultural de una ciudad como París. La metrópoli funge
como un sintagma que Guerrero reintroduce para situar la obra de Sarduy
ante la tradición literaria de América Latina. En las páginas introductorias
de la Obra completa de Severo Sarduy, Guerrero despunta con el comentario
de una conversación que tuvo, en 1967, el autor de Cobra junto a Emir Ro-
dríguez Monegal y Tomás Segovia. La conversación data sobre el tema de
un autor como Rubén Darío y, en concreto, el hecho de pensar el caso de
un poeta nicaragüense que, en el interior de una cultura ajena, elucida el
porvenir de su lengua literaria. Dirá, más precisamente, el mismo Guerrero:
“reinventa la dicción natural de su lengua” (1999: xix). Sarduy evocará el
paso de Darío por la asimilación de la cultura francesa para desembocar,
después, en las fuentes de la literatura de los Siglos de Oro –llámese Santa
Teresa, llámese Cervantes– con el fin de repensar los elementos más íntimos
de una sensibilidad creadora, del idioma español y, más exactamente, de su
propia producción poética. Deteniéndonos un poco en la alusión a Darío,
se puede explicitar que la forma en que Guerrero lee las palabras de Sarduy
genera una liaison con una herencia y con un linaje que deviene directamente
con el modernismo y se ultima con el neobarroco. Es decir, que, en el hecho
de reconocer la situación de Darío, por parte de Sarduy, se avizora, a la vez,
el gesto del cubano: